La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

lunes, 22 de diciembre de 2025

Entrevista a José Luis Enríquez Sánchez, autor de "Casa madre"


 


Háblanos un poco de ti. 

    Nací en la casa de maestros de Campotéjar (Granada) en 1968 y, prácticamente desde entonces, he vivido rodeado de pizarras, tizas y horarios escolares. Vengo de una larga estirpe de maestros: mi padre fue maestro, yo soy maestro desde 1990 y mi hijo también lo es. Vamos, que en mi familia no heredamos relojes antiguos ni fincas, sino reuniones de claustro y explicaciones sobre cómo mejorar la convivencia del centro. He pasado buena parte de mi vida en casas de maestros entre Granada y Almería, así que podría decir que conozco el olor del material escolar mejor que el del café. Actualmente soy jefe de estudios en el IES Cartuja, en Granada, un puesto que me permite aprender cada día… y también practicar una virtud imprescindible: la paciencia. Mucha paciencia. En cuanto a la escritura, me ha acompañado siempre. Desde pequeño disfrutaba leyendo e inventando relatos cortos y anotando experiencias -algunas más gloriosas que otras-. Pero fue durante el confinamiento cuando pensé: “Si voy a encerrarme, que sea con mis historias”. Así que me puse en serio a escribir novelas. Casa Madre es ya mi cuarto libro y, afortunadamente, está teniendo bastante éxito. Digo “afortunadamente” porque los escritores siempre tenemos un puntito de inseguridad, pero también porque uno nunca sabe qué casa -ni qué lector- va a abrir la puerta a tu historia. 


¿Qué podemos encontrar entre las páginas de Casa madre? 

    En Casa Madre el lector se encuentra con una historia que, aunque comienza con un cambio de vida aparentemente sencillo, acaba adentrándose en terrenos mucho más profundos. La protagonista, Raquel, es una arquitecta en paro que, agotada por sus intentos fallidos de ser madre y necesitada de un nuevo rumbo, acepta una plaza como profesora interina en un pequeño pueblo andaluz llamado Doxa. Lo que debería ser un destino tranquilo pronto se convierte en una experiencia intensa, reveladora y, en ocasiones, peligrosa. La novela retrata con sensibilidad y conocimiento la realidad de tantos docentes - funcionarios e interinos- que deben instalarse en lugares desconocidos, adaptarse a centros nuevos y abrirse paso entre aulas desafiantes y claustros donde no siempre todo es lo que parece. Quienes se dedican a la enseñanza reconocerán situaciones, emociones y contradicciones que muchas veces se viven en silencio y a las que rara vez se les concede valor. Una parte importante de la historia se centra en Casa Madre, un antiguo palacete convertido en centro de menores dirigido con férrea disciplina por la misteriosa Miss Clare Redbutler. Dos de los alumnos de Raquel viven allí, y a medida que la profesora se acerca a ellos, también se adentra en un mundo donde las normas pesan demasiado y los secretos más aún. La intriga se construye de forma realista, manteniendo la tensión sin perder humanidad, y el lector percibe que bajo la fachada de orden se esconden verdades capaces de romper vidas… incluida la de Raquel. Junto a la trama de misterio, la novela ofrece un retrato muy humano del sistema educativo: la burocracia que resta tiempo para lo importante, las dificultades del profesorado recién llegado, la complejidad psicológica de quienes dedican su vida a enseñar y, al mismo tiempo, una mirada hermosa sobre la esencia de la educación. La relación entre la profesora y su alumnado —las bromas, los avances, las pequeñas victorias compartidas— está descrita con emoción y autenticidad, recordándonos por qué, pese a todo, merece la pena entrar cada día en un aula. La obra destaca también por la sensibilidad con la que aborda la situación del alumnado vulnerable y de entornos familiares difíciles. Muestra cómo el profesorado intenta sostener a esos jóvenes mientras, de fondo, señala una sociedad y unas instituciones que, quizá, podrían hacer algo más. 


¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro? 

    Creo que la fuerza de Casa Madre reside en la mezcla de dos ingredientes que, a simple vista, parecen muy distintos pero que en la novela se entrelazan de forma natural: la realidad del aula y la inquietud del thriller. Por un lado, hay una mirada muy cercana y honesta al mundo educativo, a lo que vive un docente cuando llega nuevo a un centro, a sus inseguridades, a sus pequeños triunfos y a ese vínculo tan especial que se crea con el alumnado. Todo ello está narrado desde la experiencia y la sensibilidad, y muchos lectores se reconocen ahí. Por otro lado, está la trama de misterio que rodea Casa Madre, esa sombra que crece poco a poco y que envuelve la lectura en un clima de tensión y de preguntas. Esa combinación -lo cotidiano y lo inquietante, lo humano y lo oscuro- da a la novela una respiración muy particular. Y, sin embargo, sobre toda la historia sobrevuela un protagonista silencioso pero decisivo: la maternidad. La maternidad como deseo, como herida, como ausencia, como impulso vital. El anhelo frustrado de Raquel, lo que observa en sus alumnas y alumnos, lo que descubre tras las puertas de Casa Madre, todo ello añade una capa emocional profunda que sostiene la novela y que, en el fondo, es el motor íntimo de la protagonista. ¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta esta última? Mi trayectoria como escritor ha ido evolucionando casi de manera natural, siguiendo los distintos momentos de mi vida y las necesidades que surgían en cada etapa. Mi primer libro, Diario de supervivencia: ¿Cómo sobreviví al COVID-19? (Punto Rojo, 2020), fue quizá el más personal. Nació para aliviar la angustia y el miedo que sentíamos mis compañeros y yo durante el confinamiento. Tenía toques de humor y de realismo, porque en aquellos meses tan duros necesitábamos ambas cosas para mantenernos en pie. Casi al mismo tiempo escribía Sábado Súbito (Esdrújula Ediciones, 2021), una novela pequeña, frenética y deliberadamente absurda, llena de humor y de pesadillas surrealistas. Siempre digo que es un “Jo, ¡qué noche!” (de Martin Scorsese) a la granadina, un desahogo literario que me permitió jugar con la narrativa sin reglas estrictas. Con Nueva vida: Un triángulo de destinos (Círculo Rojo, 2022) di un paso hacia un thriller más elaborado, con una trama muy pensada y trabajada. Fue un libro muy bien recibido y uno de los que más elogios me ha dado, quizá porque demuestra ese gusto por construir historias donde nada es casual. Y llegamos a Casa Madre (Ed. Nazarí, 2025), donde vuelco buena parte de mis 35 años de experiencia docente. No toda -no quería saturar al lector ajeno a la educación-, pero sí lo suficiente para mostrar el mundo real que se va a encontrar cualquiera que desee dedicarse a la enseñanza. También es, para quienes ya están en ella, un recordatorio de cómo somos, cómo hemos cambiado y cuáles son los verdaderos valores que sostienen la profesión. Todo ello envuelto en una atmósfera de misterio y con un final que no deja indiferente, que te sacude y te obliga a preguntarte qué decisión habrías tomado tú en lugar de la protagonista. En resumen, mi trayectoria ha ido pasando del desahogo íntimo al experimento narrativo, del thriller estructurado a una novela que combina experiencia vital, crítica social y emoción. Cada libro ha sido un peldaño, y Casa Madre es, quizá, el más maduro y el más honesto. 


¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo elegiste? 

    Pues he estado leyendo dos libros al mismo tiempo, algo que suelo hacer cuando me apetece alternar ritmos y estilos. Por un lado, La asistenta, de Freida McFadden. Me dejé llevar por la corriente de este best seller porque necesitaba una lectura ágil, de esas que te obligan a seguir pasando páginas aunque hayas prometido que solo leerías un capítulo más. Y, por otro lado, La isla de la mujer dormida, de mi amigo y maestro Arturo PérezReverte. Lo elegí porque siempre encuentro en su obra una lección de narrativa y de vida. Además, guardo un cariño especial hacia él: tuvo la amabilidad de leer mi tercera novela, Nueva vida: Un triángulo de destinos, y le encantó, lo cual es un regalo enorme viniendo de alguien a quien admiro profundamente. 


Y ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?     

    Ahora mismo estoy en plena promoción de Casa Madre, y lo cierto es que, por su profundidad y su dureza emocional, uno sale un poco exhausto. Es una novela intensa, de las que te dejan vacío y lleno a la vez, así que después de convivir tanto tiempo con ella me apetece cambiar de registro y divertirme un poco. Por eso ya estoy dándole vueltas a un proyecto más gamberro: la segunda parte de Sábado Súbito. Me apetecía volver a ese tono frenético, absurdo y un poquito golfo que tanto disfruté escribiendo. De hecho, el título ya lo tengo -y me encanta-, pero, por supuesto, no lo voy a desvelar todavía. Hay que mantener algo de misterio. Eso sí: prometo que, cuando lo revele, será en un lugar solemne, con fanfarria… o en un bar, que al final suele ser donde se cuentan las mejores primicias

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