La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

lunes, 22 de diciembre de 2025

Entrevista a Rodolfo Padilla Sánchez, autor de "La pausa incesante".

 


Háblanos un poco de ti.

Es difícil responder a esta cuestión sin sentir la inquietud de quien se mira en el espejo y, como escribiera Borges, siente que es reflejo y vanidad. Pero creo que lo ideal es hablar de dos pasiones que han condicionado mi vida desde pequeño: la historia y la literatura.

La Historia es resultado de los viajes que cada verano hacía con mi familia: castillos en ruinas, monasterios románicos, la luz de las catedrales góticas, jeroglíficos en templos egipcios… Despertaron desde muy pronto mi interés por entender el mundo a través del pasado; primero fueron las Cruzadas y los templarios, luego vinieron las herejías, en particular los cátaros, la mal llamada Reconquista y, gracias a los profesores que me dieron clase en el Grado en Historia (UGR), fui acercándome a otras corrientes historiográficas, como la microhistoria, la historia social y de la vida cotidiana, y a trasladar mi centro de interés de la Edad Media a la Edad Moderna, en particular al siglo XVI y a los moriscos, que suponen mi campo de investigación en la actualidad.

También la literatura me ha acompañado desde niño. Conservo algunos relatos muy primarios que escribía con seis o siete años, ya marcados por lo fantástico y cierta noción de la tragedia o lo dramático que se han ido perfilando con el tiempo hasta configurar los temas característicos de mis libros.

A la larga, he visto cómo esas dos pasiones se han vuelto inseparables: un buen historiador debe ser también un buen escritor para hacerse entender y llegar a la gente, y es en la historia donde encuentro historias que contar, aunque se llenen de una pátina de fantasía.

 

 

¿Qué podemos encontrar entre las páginas de La pausa incesante?

En La pausa incesante he construido una colección de relatos que tienen el tiempo como hilo conductor desde un principio in extrema res que reinterpreta el Big Bang y, con él, el origen de la vida para recuperar y repetir el tránsito por todas las etapas de la historia humana: la Prehistoria, la Antigüedad, la Edad Media… Pero sometidas a la perversión de un mundo que vuelve a empezar y donde no podemos distinguir lo real de lo onírico. En sus páginas los lectores pueden encontrar sectas, oscuros rituales, salvajismo, luchas absurdas, obsesiones, la búsqueda de la libertad, cuerdos incomprendidos, ironías mordaces o artículos historiográficos que, a la manera de Borges, rescatan del olvido civilizaciones olvidadas.

 

¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?

Fue Hobbes quien escribió que «el hombre es un lobo para el hombre». Pese a la variedad temporal y temática de los relatos, hay una idea que predomina en todos: la violencia connatural al ser humano, la violencia como manifestación del poder. La fuerza de La pausa incesante reside en una crítica a las estrategias de poder en todos los ámbitos: un sistema político que busca dominar a la sociedad a través de la ignorancia y el analfabetismo, líderes de una secta que controlan a sus fieles mediante el castigo y el miedo, hombres que ven en tradiciones y conformismos absurdos la justificación de causas perdidas, también niños que padecen acoso escolar, marginados por una dinámica que equipara la fuerza y la popularidad al poder.

Galtung distingue tres tipos de violencia: directa, estructural y cultural. De las tres, la más peligrosa es, en mi opinión, la cultural, porque legitima las otras dos. En este libro trato de representar cómo y por qué nacen los discursos culturales que hacen de la violencia algo legítimo, los caricaturizo para desacreditarlos, para destruirlos.

 

¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta esta última?

Desde mi primera publicación en 2019 —Sobre la nostalgia y el olvido (Editorial Nazarí)— hasta esta última, La pausa incesante (Aliar Ediciones, 2025), han pasado seis años. Puede parecer poco tiempo, pero si releo alguno de mis relatos anteriores veo lo mucho que ha cambiado mi estilo y la forma en que me acerco a algunos temas aunque, en esencia, sean los mismos. Por ejemplo, un amigo, el poeta Jaime Campillos, me hizo ver que en mis últimos relatos casi no utilizo diálogos, que estaban mucho más presentes en mi primer libro o en Huerto Sagrado (Editorial Nazarí, 2021), y que ahora priorizo la narración. También me siento más inseguro al empezar a escribir, una contradicción que ya señalaba García Márquez cuando decía que su primer relato lo escribió del tirón y después sentía vértigo cada vez que se ponía frente a la página en blanco, porque nos volvemos más exigentes con nosotros mismos, más perfeccionistas.

Sobre todo, han cambiado mis influencias a medida que leo y descubro nuevos autores. Por citar algunos ejemplos, de Mircea Cartarescu he aprendido una forma exuberante de tratar los sueños; de Ángel Olgoso, la búsqueda de la belleza en temas oscuros que refulgen con luz propia; de Ana María Matute, la confirmación de que la infancia no es una Arcadia feliz; de Cesare Pavese, a ver la mitología como una forma de explicar los miedos del ser humano, entre ellos la soledad; de Rulfo, que son más importantes los silencios que lo que se dice.

También ha cambiado mi forma de entender la literatura. Al principio pensaba, con ingenuidad, que la literatura era una catarsis que me libraría de mis demonios, de mis obsesiones; ahora entiendo que no es así y que no es necesario deshacerse de ellos, sino entenderlos y darles forma. Ahora he perdido el interés en la introspección, al menos como inspiración principal, para abordar otros temas que me preocupan, como la inercia del sistema productivo capitalista que nos condena al desencanto y la decepción, la soledad, las dinámicas de poder, la exclusión y la intolerancia.

 

¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo elegiste?

El loco de Dios en el fin del mundo, de Javier Cercas. Lo elegí por dos razones fundamentales: la polémica entrevista que le hicieron al autor en TVE y la muerte del papa Francisco. La historia de las religiones siempre me ha interesado y en la carrera me acerqué más aún a las teorías foucaultianas de vinculación entre religión y política, también cómo las religiones se alimentaron unas de otras y la influencia que tuvieron y aún tienen en la sociedad. No podemos entender la historia y el pensamiento de la Europa Occidental si excluimos al cristianismo y a la Iglesia.

En este libro, Cercas, como intelectual ateo, hace un esfuerzo por entender a la Iglesia desde dentro, sin omitir temas delicados e incómodos para los religiosos que entrevista o las luces y sombras de una personalidad contradictoria como la del papa Francisco, con una mirada escéptica a los fundamentos teológicos de la Iglesia pero admirada por cómo la fe —que él denomina superpoder— mueve la labor de los misioneros de todo el mundo, en particular de Mongolia. Al contrario de lo que algunos piensen, Javier Cercas no blanquea la imagen de la Iglesia, es la mirada de un escéptico que trata de entender una institución que ha sido fundamental en la historia de Europa Occidental y aun del mundo, y si somos capaces de leerlo sin prejuicios vemos que de él se desgajan ideas de amor, solidaridad, entendimiento y tolerancia que trascienden —y deben trascender— a la religión en un mundo que padece la escalada de la tensión internacional y el ascenso de los totalitarismos.

¿Y ahora qué? ¿Un nuevo proyecto?

Siempre hay algo revoloteando en mi cabeza, tengo el móvil lleno de notas, ideas para futuros relatos e incluso alguna novela, aunque ahora no tenga todo el tiempo que quisiera para darles forma. Tampoco me decanto por una idea concreta, aunque sí me gustaría explorar nuevas posibilidades, quizá cambiar de temas, tratarlos de otra manera o hacer a un lado el cuento y probar con la novela, poder vincular lo fantástico o el realismo mágico con lo histórico.

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