La lectura de Deslindes, de
Santiago López-Navia me ha confirmado que la poesía, cuando es de calidad, es
el género literario por excelencia, por ser la expresión verbal más rica que se
abre a lo metafísico sin preámbulos, penetrando en lo más íntimo y sagrado del
ser humano.
El poemario hace gala del magisterio del autor, quien
conoce los recursos expresivos y rítmicos del lenguaje poético, y los ha
asimilado con el ejercicio de la escritura, de tal manera, que los versos fluyen,
libres de artificiosidad o engolamiento.
Deslindes es una toma de conciencia, un balance de la
trayectoria vital en el que el poeta se concede una pausa para mirar con cierta
calma y perspectiva lo que ha quedado atrás: Llegados a este punto mi esperanza / se vuelve
salamandra en cada hoguera. / Todo lo espero y poco me pregunto…, dice en la primera parte del libro titulada Agenda.
En esta, establece una línea divisoria entre el momento actual y lo vivido, una
demarcación que comienza con el propósito de no dejarse arrastrar por la prisa
o el vaivén de los acontecimientos, de dilatar el tiempo: No hay tiempo que
perder y, sin embargo, / qué bien perder el tiempo sin urgencia. / El debe y el
haber balanceados: / qué alarde matemático en las cuentas. Todos los poemas
de esta primera parte reafirman esa determinación de atención plena, externa e
interna: Ahora es el momento de mi vida / en que quisiera / saber el nombre
de todos los pájaros, / saber el nombre de todas las plantas, / reconocer / todos
los minerales…
La segunda parte lleva el título peculiar de Tratamiento.
Receta. Posología. En el título queda explícita la idea de que el poeta
ha de curarse de la enfermedad que produce la celeridad; el apremio impuesto
por el trasiego cotidiano, es en esta parte donde el autor se marca su hoja de
ruta o “tratamiento”: Volver a renacer desde mi hoguera / aprendiendo del fénix
las lecciones. / Quebrar el curso de las estaciones / haciendo de un invierno
primavera.
Inventario es el título que se da a la tercera parte de la
obra. Los poemas de esta parte son una verdadera delicia para los sentidos,
pues cosechan las experiencias vividas por el peregrino en constante comunión
con la naturaleza de la que pueden extraerse las mejores lecciones: Nadie
podrá quitarme este momento / este silencio en roca cincelado, / este saberme
parte de una historia / que escribe a medias el musgo con la lluvia.
La cuarta y última parte Las tentaciones del ermitaño
Antero Freire, siete poemas que representan los siete pecados capitales
y acechan el estoicismo del ermitaño, incitándolo a desviarse de su propósito: (Soberbia)
¿Y vienes a decirme que soy sabio / que abandone esta ausencia y que deponga
/ este retiro, dices, y reclame / no sé bien qué lugar en no sé cuántas / absurdas
jerarquías que no entiendo?
Poesía delicada y sonora como el discurrir del agua
de un arroyo; versos redondos que llaman a la reflexión, invitándonos a la
escucha interior, a la contemplación, a regresar a lo que nos conecta con
nuestra raíz, con la naturaleza a la que pertenecemos. Un poemario cargado de sabiduría,
belleza y asombro por las cosas más sencillas.

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