Hablar entre la boca,
intentando llegar
al espacio que se queda perenne
entre el diafragma, y el lado
del nenúfar.
Queda petrificado en
los ojos que intentan
descifrar palmo a palmo, registrando
como un desertor, como un náufrago del apetito.
Nunca, intentó llevárselo al burdel, para no caer
en las caderas de una copa disfrazada de azul.
Los labios son un corrector,
la carga que va agitando el saludo colándose
en todas las habitaciones de la casa,
en todos los establecimientos de ultramarinos presentes
en la calle.
Las aceras son un síncope,
una bajada al bocado del labio que dicta taquicardias
e
injerencias,
mientras el cielo no se da cuenta de los raíles
que
atraviesan los renglones.
Y el secreto dormita, se agita, se vierte, se desangra, se
cuela en la celosía o en el foco
de la noche como un náufrago.
Hasta caer insensato por el poder que nunca tiene bastante,
ni siquiera en los
dientes,
en el papel, en el aire, en el charco.
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