M.C. ESCHER. LÍMITE CIRCULAR IV, CIELO E INFIERNO |
IN NOMINE PATRIS
" No os
olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos sin saberlo, hospedaron
ángeles" (Hebreos 13:2)
“ Sed sobrios,
porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor
buscando a quien devorar ” (1 Pedro 5:8)
" Es mejor
reinar en el infierno que servir en el cielo " (John Milton: El paraíso
perdido)
Algunos inocentes son llamados a transferir
los confines de la bondad para moverse entre la iniquidad sórdida que la
ignorancia arroja sobre su frágil candidez. Nuestras luces y sombras respiran el mismo hálito; conviven cediéndose
el turno hasta que una de ellas sucumbe de forma inexorable. Así lo pude
comprobar aquel lento invierno en que el destino quiso poner a prueba mi recién
estrenada profesión en una escuela unitaria del norte.
Claros y nieblas empolvaban aquellos días, que
ahora trato de traer a mi memoria, sacudiéndolos de la ensoñación propia de las
trampas del tiempo. Los primeros aires del otoño me removieron con el
desconcierto de quien estrena el ropaje de una independencia tan deseada como
temida. De repente se abre a tus pies el vértigo de un vacío al constatar que
el valor o la cobardía de una decisión dejan un vestigio del que sólo tú eres
responsable. El otro lado de esa inquietud lo suavizó en aquel tiempo, el
dormir sereno que confiere la estabilidad económica.
Transcurrieron rápido los primeros meses,
entre mudanzas, clases, paseos y visitas vecinales. La pequeña escuela brillaba
por la calidez humana de quienes aprendían en ella, contrarrestada por la
escasez de cualquier material que se considerara un lujo superfluo.
Pronto
perdí el estatus de novedad, hecho que agradecí sobremanera.
Las
mañanas se deslizaban al compás de libros y pizarras y las tardes, cada vez más
cortas se acoplaban a la rutina de las nuevas amistades, donde las labores del
hogar constituían una prolongación a las tareas del campo.
El orden consustancial a los naturales
acontecimientos jamás se altera en un pueblo rural de medianías, quizá sea ese
el secreto de la serenidad de sus gentes; todo ocupa un espacio y un tiempo
establecidos, acorde al ritmo que marca la tierra de labranza o el pastoreo de
los animales. Incluso sus rarezas forman parte del paisaje, y ésta fue la
primera nota disonante de aquel invierno, mi encuentro con Genaro.
El día se había despertado soleado y libretas
en mano llevé a mis ocho alumnos a pintar del natural. Primero fue un tintineo
de atarecos que se acercaba y mas tarde la pequeña comitiva de cabras seguidas
por el perro que rondaba alrededor reuniéndolas con maestría. Entre el fulgor
de los haces de luz que se colaban por
el ramaje del inmenso castaño, apareció su imponente figura.
A medida que se acercaba se definían sus rasgos, marcadamente masculinos, en
una piel morena y curtida con profusas arrugas que no restaban belleza al
semblante. Su mirada atravesaba el corto espacio que ya nos separaba cargada de
una turbadora atemporalidad. Se paró a
nuestro lado y sin mediar palabra empezó a ordeñar un animal y me cedió el
cazo. Me puse en pie agradeciendo el gesto y tratando de rehusar el
ofrecimiento, pero fue en vano. Golpeaba con suavidad mi brazo en silencio,
apremiando para que bebiera. El olor intenso de la leche impactó en mi nariz,
pero el sabor tibio del líquido cayó en mi estómago con creciente gratitud. A
continuación repitió el gesto con Joaquín, con Naira y con todos los que allí
se encontraban abrazados a sus piernas, entre jolgorio y risas infantiles. Como
vino, se fue.
— ¿Quién es?—pregunté.
— El hijo de doña Fermina, la que limpia el
colegio.
— ¿Por qué no habla? ¿es mudo?
— No señorita, habla muchas lenguas. Su madre
dice que es un ángel y por eso sabe idiomas sin estudiar.
Se sucedieron a partir de ese día los
encuentros con Genaro, y en todos fui testigo de la adoración que despertaba
entre sus vecinos, que daban palmadas en su espalda mientras le repartían
caramelos y cigarrillos. Las jóvenes cuchicheaban en la plaza cuando él se
sentaba en la terraza a tomar su cuarta de vino.
— Seguro que ha hecho un pacto con el diablo para
tener tan grande la...
— Schsss, calla Lidia, no
seas vulgar—le recriminé.
— Bueno, hablemos entonces de las bondades de su miembro viril.
Y entre risas comentaban cómo alegraba las
noches de algunas solteronas.
Pronto
dejé de dar crédito a ciertas historias de las que unos y otros, llevados por
la confianza que depositaban en mí, me hacían partícipe y empecé a considerarlas
meras supersticiones de pueblo.
La tarde que rompió la quietud de aquellos
meses se desdibuja como los sueños que escapan con las primeras luces del alba.
La puerta de la casa de Matilde se encontraba entreabierta. Ese día no había
ido a trabajar y quise interesarme por su salud. Abrí apenas y la llamé. Al
instante me llegaron unos extraños gemidos guturales que fueron en aumento.
Unos golpes sacudían las paredes. La niebla ensombrecía la casa que aún no
tenía las luces encendidas y sentí miedo. Imágenes inoportunas sembradas en una
infancia timorata acudieron a raudales. Llamé de nuevo pero nadie respondió. Me
atreví a seguir los sonidos que llegaban del fondo, y a medida que me acercaba
empecé a percibir de forma clara, voces que bisbiseaban extrañas palabras que
no se parecían a nada que hubiera escuchado antes. De repente lo vi. Tumbado en
la cama, Genaro se revolvía con espasmos que convulsionaban su cuerpo en un
terrible frenesí, lanzando al suelo todo lo que tenía a su alcance. De su boca
salía una espesa espuma y sus ojos se perdían en las cuencas de una mirada
blanca y fantasmal. Mi primer impulso fue salir corriendo, pero el
subconsciente me instó a ponerlo de costado y retirar los objetos que tenía
alrededor; después de un tiempo que me pareció
eterno fue recuperando la tranquilidad, para acabar dormido en un sueño
agitado y febril. En ese momento Fermina, apesadumbrada, entró en la casa
seguida de don Juan, el párroco. Ante mi estado de aturdimiento me cogió las
manos y me dio las gracias. Las piernas no me sostenían cuando salí de la casa
y me senté sofocada en el porche. La conversación que mantuvieron dentro, me
llegó de forma inconexa pero algunas palabras resultaron reveladoras.
— Fermina, te dije que tenías que poner
remedio a esto. No va a parar si no...déjame hacerlo.
— Mi pobre hijo, ¿por qué … si es un alma de
Dios?
— Solo el exorcismo puede...
Ella
no paraba de llorar y yo no paré de correr.
Los últimos días del curso llenaron de
quehaceres los espacios que mi mente trataba de sabotear para crear un
tenebroso mundo paralelo, cubriéndolos de cordura y persuadiéndome de que
aquella conversación, que al fin olvidé cuando el avión me alejó de la isla,
sólo había sido producto del desasosiego del momento.
Seguí
manteniendo contacto con algunas amigas del pueblo. Sus cartas desgranaban las
pocas novedades que sacudían los cimientos de aquellos tranquilos caseríos. Una
de ellas, a pesar del tono humorístico que siempre utilizaba Lidia al escribir,
me estremeció.
“ ...Te alegrará saber que a Genaro lo ha visto un médico de la capital y
se ha recuperado de aquella rara enfermedad. El suceso más comentado es la costumbre que tiene de un tiempo a esta
parte el cura, de hablar en unos idiomas que nadie entiende. A veces se le
escapan unas palabras raras con una voz peculiar cuando está dando misa; pero a él parece no importarle,
al contrario, ahora siempre está de buen humor. Las solteronas dicen que le ha
crecido el miembro viril. Ellas sabrán…”
Buenísimo!!!!!
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