Se había
convertido en coleccionista de años Santos.
El
salón de su amplio piso en la villa de Jovellanos, mostraba enmarcadas las tres
Compostelas que obtuviera desde 1993 en el Camino Francés, Portugués y
Camino del Norte.
A Ernesto le gustaba reunir a sus pocos amigos
las tardes de domingo para compartir unos vinos de Cangas, mientras salpicaba
las partidas de mus con peroratas arrogantes
de repetidas anécdotas, evidenciando
su maestría en el tema de los concheiros .
Caminar en solitario siempre fue la
constatación de que su resistencia física no menguaba con los años, llegando a
devenir en la mejor forma de desconectar
de la presión de su trabajo como gerente de una de las mayores empresas de
importación y exportación de pescado, en el puerto de El Musel. La reciente apertura
a los mercados europeos le obligaba a
duplicar su dedicación, permitiéndose sólo cada cinco o seis años un mes de
tránsito, recorriendo unos caminos en los que nunca encontró esa huella
espiritual de la que hablaban las personas que abrazaban al Apóstol; se
consideraba caminante pero no peregrino. Sin embargo le gustaba mantener la
tradición de los símbolos, no faltando nunca la vieira en su sombrero y la
calabaza en su bordón.
Al acercarse el mes programado para cumplir su
cuarta cita con Santiago, Ernesto sintió una inusual apatía, planteándose
incluso zanjar el tema buscando otro destino, pero su orgullo terminó por
imponerse. Preparó de forma mecánica todos los enseres, dispuesto a realizar un
camino más tranquilo que los anteriores pero especialmente duro, el camino
Primitivo.
Días antes del viaje que lo dejaría en el punto de partida, a los pies
de la catedral de Oviedo, en un rapto de excentricidad se le ocurrió una idea
que rompería para siempre los cimientos de su vida: haría el camino a la
inversa, desandando los pasos de Alfonso II. Partiría de la catedral de
Santiago y gozaría la misa del Jubileo cómodamente sentado frente al televisor
de su casa. Esta vez no le importaba demasiado renunciar al trofeo final con el
que decorar su pared.
Una
semana después salía de Santiago, con su
carnet de credenciales impoluto.
Las majestuosas torres de la Catedral
contemplaban la orgullosa mirada de los romeros que llegaban a la plaza en
pequeñas oleadas, bañados en sudor, con el cansancio tatuado en la piel y el
brillo cristalino en los ojos llorosos, borrachos de renovada energía.
Inició
así Ernesto un peregrinaje al revés, y desde el monte del Gozo dijo adiós a la
ciudad leyendo a la inversa las señales que marcaban la ruta.
Horas,
días, semanas de pistas de hojarasca que enlazaban con pequeñas aldeas o con
molestos tramos de autopista; bosques de
castaños y carballos que iban quedando atrás, dejando paso a eucaliptos y
pinares; bellos paisajes de montaña, escarpadas pistas de tierra, lluvia, sol
de mediodía, puertos de angustiosa subida o rompedora bajada, gente de ida
cruzándose con él, de vuelta. Risas, llantos, miradas curiosas observando su inusual marcha, colas en
albergues, el frescor de las fuentes…las entrañas del camino.
Siguiendo un plan minuciosamente establecido,
Ernesto marchaba a buen ritmo, notando apenas las secuelas del cansancio. En las madrugadas, el
silencio le permitía poner en orden ideas o futuros proyectos que se
entremezclaban con molestos recuerdos. Trataba de apartar unos pensamientos que
nunca antes le habían perturbado, mostrándole su imagen más turbia; su frialdad
al llevar con mano férrea un próspero negocio en el que no tenía cabida quien
no dejara la piel en él, sus continuas infidelidades que dieron al traste con
una familia estable, una incesante codicia que no se aplacó hasta conseguir su preciado puesto a base de
traiciones y mentiras… las revelaciones
del camino.
Con
la caída de la tarde, buscaba el albergue señalado en el mapa para ducharse ,
sellar su carnet y tomar una cena frugal en alguna posada de los
alrededores. Dormía unas horas y al amanecer
retomaba el sendero no sin antes despojarse de atavíos innecesarios.
Los últimos kilómetros se fueron tornando
difíciles y en ocasiones angustiosos. Por algún motivo que no alcanzaba a
comprender, aumentaba progresivamente el peso en su espalda. En cada parada , a
medida que se desprendía de sus estorbos, la envergadura de la mochila era
mayor.
La penosa llegada desde Grado a Oviedo no le permitió disfrutar de sus hermosas
casonas y palacios rurales, dejándolo sin fuerzas para encumbrar el camino ante las reliquias
de San Salvador, incumpliendo una ancestral sentencia que acataban otros
peregrinos y que lo envolvió en una premonitoria zozobra. Sólo deseaba llegar
al confort del hogar, extenuado por una carga cada vez más insoportable...
Teresa
llegó al barrio de Cimadevilla minutos antes del mediodía de aquel veinticinco
de julio. No le importó trabajar en domingo dada la generosa paga con la que don Ernesto la agasajaba en estas
ocasiones especiales. Habían concertado fecha y hora, como era costumbre, para
poner en orden la vivienda y lavar las prendas que vendrían llenas de polvo y
barro. Abrió con su llave la puerta del inmueble y subió al segundo piso con la
idea de dejarlo dispuesto para recibir a su patrón con una buena taza de café.
Agudizó
el oído pensando que habría dejado encendida la televisión en su última visita
al domicilio, pero las botas sucias en medio del pasillo le anunciaron que esta
vez él se había adelantado. Se acercó al salón y apenas atisbó su cabeza
recostada en el Chesterfield de cuero negro. Creyendo que dormía fue recogiendo en silencio
y con presteza los residuos del periplo esparcidos por el suelo. Limpió la
cartulina que asomaba entre el desorden
y que al desplegarse dejó a la vista una serie de sellos de diferentes colores
con una fecha al pie. La curiosidad la llevó a preguntarse qué significado tendrían las palabras que
ocupaban el lugar central en cada uno de ellos : Autoritario, Indolente,
Ególatra, Cicatero, Desleal… y así hasta completar el documento.
Al levantar la vista, Teresa descubrió aterrada, el rostro exánime de
Esteban, la mirada vacía frente a la pantalla
del televisor.
Comenzaba
la misa de doce en la catedral de Santiago.
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