A todos los
asesinados por la intransigencia, cuya única defensa fue la palabra y su único
crimen su libertad a expresarla democráticamente.
Dice el Profeta, Dios le otorgue sus bendiciones, en
el Sagrado Alcorán que «la muerte de un inocente es la muerte de toda la
humanidad». Eso aprendí a fuerza de leer y escribir en una tablilla las suras
del libro sagrado, en una escuela rural en el Atlas, más allá de Chechaouen. No
soy árabe, soy amazigh, bereber, mi cultura es tan peculiar y ancestral como la
de los oriundos de las tierras que circundan la ciudad santa de La Meca. En mi
familia, en mi escuela, en mi aldea nunca hemos renunciado a perder nuestra
idiosincrasia, aunque seamos fieles cumplidores de nuestras normas religiosas,
somos un pueblo, un pueblo de religión islámica, pero un pueblo, soy amazigh y
sólo tengo por hogar natural mi país bereber, el Rif, no creo en estados
islamistas universales.
Cuando emigré a Francia, esto lo sostuve muchas veces
frente a otros musulmanes que habían perdido el norte, o el oriente de su
alquibla, y divagaban en un fanatismo, que semejaba la yihad, la lucha de todo hombre por alcanzar la Verdad, con una
guerra de conquista, más aún, de terror, de terror injustificado, de terror por
terror, fruto más de una desesperación manipulada que de la verdadera “guerra
santa”, esa que impulsa al hombre a buscar en su interior para aprender,
momento a momento, a ser mejor, a estar más cerca de Dios. Vi en los ojos de algunos
de ellos, más que la incomprensión, la rabia, el odio, no vi la fe ni la fuerza
de la voluntad por ser digno de formar parte de la obra divina, incluso vi el
miedo, el miedo a no saber buscar, cómo encontrar, su verdadero destino y por
él arrojarse así en manos de falsos alfaquíes, inundados
de un fanatismo cercano a la locura, que al unísono une el afán de poder a su
propia egolatría, lo más alejado de la santidad, al proclamarse ellos mismos el
brazo ejecutor de Dios, sin asimilar nada de lo que El Único habló por boca del
Profeta.
Ahora estoy ante el televisor, doce personas han
muerto por ser obreros de una revista satírica, servidores del humor. Dios no
puede estar en contra del humor, porque el humor forma parte de la vía pacífica
de escape ante las inmundicias cotidianas. Recuerdo aquel viejo ciego que,
cuando bajábamos a la ciudad, en el zoco, recitaba en árabe andaluz los versos
satíricos de los poetas antiguos, los de aquella época que fue la de mayor
gloria cultural para el Islam. Si el humor satiriza a Dios, bien pudiera ser
reprochable, pero nunca puede justificar la muerte de la humanidad, la muerte
de un solo inocente. El reproche, de ser procedente, ha de ser proporcionado,
ha de ser la palabra frente a la palabra, la convicción es el único método
válido en la yihad, en la santa lucha por la verdad.
Hoy me he visto morir, he visto de cerca la muerte
de los inocentes, hemos muerto todos, todos y cada uno de los habitantes de la
tierra: musulmanes, cristianos, hebreos, budistas… Todos. Y, a pesar de tanto
horror y tanta muerte, aún puedo sonreír porque un viejo humorista, el mayor de
todos, es capaz de rescatarme con sus audaces reflexiones: «un día sin una
sonrisa, es un día perdido». Charles Chaplin culminó su propia yihad, alcanzó
su sentido de la verdad. En la escuela me enseñaron que existían cinco
sentidos: vista, oído, olfato, gusto y tacto; pero él me hizo descubrir el
verdadero sexto sentido: el sentido del humor. «Humor o muerte», una vez dijo,
pero los terroristas disfrazados de hijos del Islam, no alcanzaron el sexto
sentido y optaron por la muerte y han asesinado esta mañana en París, Dios
condene su pérfida obra, a toda la humanidad.
«Je suis Charlie», es la escarapela que hoy voy a
lucir sobre mi pecho, y hoy, como todos los días, como cada día que me quede
hasta poder alcanzar el Paraíso de Dios, seguiré luchando como siempre por
mejorar, por la alcanzar la verdadera sabiduría. Esta es, no hay otra, la
incuestionable y única yihad.
Hoy sigo en Francia, algún día, si Dios lo concede,
retornaré al Rif, no sé si más rico, pero al menos estoy seguro que más sabio y
más justo, en busca de la paz total, pues ese es el único camino que puede
escoger quien quiera seguir fielmente las palabras del Profeta.
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