Voló a tres metros
sobre el cielo de la Gran Manzana, por un momento suspendido en el aire.
El golpe fue bestial, aunque nadie oyó gritar al
desafortunado. La bicicleta, un amasijo de hierros, el cuerpo, un
guiñapo sobre el asfalto de la jungla de cristal y hormigón, la
cara oculta bajo una gorra azul, desfigurada, apenas reconocible.
Nunca la muerte de un
ciclista fue primera plana, un fenómeno tan mediático como el
asesinato de Richard Nixon o JFK. Pero se trataba del atropello
de "el elegido", el que un día el emisario del
monasterio dijo que era la reencarnación del Dalai Lama, el
gurú con el aura pura que iluminaría al mundo. Puso fin
a sus días extraños en el orfanato y estuvo con el chico
durante siete años en el Tibet, siendo el maestro del que algún
día nos enseñaría el camino de la felicidad. Años después, su
pista se perdió. Dicen que fue secuestrado, incluso se pidió un rescate,
llegando a mandar sus captores una prueba de vida, parte del dedo
meñique de la mano derecha. Nunca más se supo de él. De
eso hace no menos de 15 años y un día.
¿Pero quién mato a
Harry?. En la esquina, un único testigo, “taxi driver” asiático,
que podía arrojar luz a este misterioso asesinato en Manhattan. La
intérprete tradujo textualmente el interrogatorio. En la conversación
dijo que un asesino sin rostro, el ente, invisible y
monstruoso, atrapó al joven, y sin compasión lo zarandeó hasta la
muerte. La caza del presunto homicida, por tanto, se tornaba
complicada.
Jubilado el comisario
Maigret, y desguazada la chaqueta metálica de Robocop, el
caso fue a manos del detective Conan. El hombre que pudo reinar al
frente del Departamento de homicidios del Distrito 13 ahora
parecía el hombre que nunca estuvo allí. Desde que perdió a Tess,
la teniente O´Neill, nunca fue el mismo. Juntos estaban infiltrados
en la organización criminal que investigaban. Se tiene la sospecha
de que Michael Clayton, teniente corrupto de la Brigada
Criminal, al servicio de Kingpin, el rey del hampa, les
delató. El beso de Judas les atrapó en un fuego cruzado, siendo
Conan el último hombre vivo al salvarle su chaleco a prueba de balas.
Por más que Asuntos internos indagó, nada pudo probarse, y el
delator salió intacto. Conan se desquició. Sus días de
vino y rosas se tornaron, un amanecer tras otro, en un día de
furia. Al otro extremo de su Magnum 44, se había convertido en un arma
letal, sin miedo a la muerte.
El detective abrió
dos líneas de investigación criminal, una a través de sospechosos
habituales, y otra en relación a la malas compañías del conductor
del taxi, testigo del homicidio, dado que lo imposible
de su relato sembró la duda sobre su verosimilitud, y tal vez fuese una cortina
de humo creada con crueles intenciones, y así hacer trabajar bajo
presión a la policía. Sobre el chino se llegó a la conclusión de que
era un pobre diablo, enganchado al crack, y por tanto su versión
iba más allá de la imaginación, pura fantasía.
Sobre la primera línea,
se centró en el clan de los irlandeses, un grupo salvaje
de asesinos natos, hombres armados acostumbrados a la extorsión
y asesinato a sangre fría, sobre los que cayó la sombra de la
sospecha del secuestro, años atrás. El jefe estaba bajo
tierra por su afición a la nicotina, y hasta el último de los
sicarios, entre rejas.
Tampoco la autopsia
reveló nada, su anatomía estaba integra. Tampoco su círculo de amigos,
pues ni familia ni conocidos reclamaron sus enseres. La investigación
parecía llegar a un callejón sin salida.
Pero 28 días después
del incidente, se produjo un giro inesperado, por casualidad.
Un colega francés, el inspector Gadget, contactó con un hombre, Toulouse-Lautrec,
que conoció a Harry hace años en París. Le contó que lo encontró
corriendo frenético, los ojos rojos, cubierto de andrajos.
El hombre de los Campos Eliseos lo cobijó en la casa, con su
esposa Amelie. Nada les contó sobre como llegó a esa situación
desesperada. Trabaron amistad, y cuando se restableció, el amigo
americano les dio un extraño objeto, el ídolo de barro, su
única posesión, para que lo vendieran. Necesitaba dinero fácil
para volver a América.
Tiempo después les
escribió la carta, una especie de confesión, donde la
revelación era que su desaparición en la sombra fue en realidad una huida
a medianoche. Cruzó el Himalaya y abandonó Shangri-la porque
al hacerse adulto se dio cuenta de que no estaba preparado para la
misión encomendada, el camino era difícil y no era capaz de ver las señales
del futuro como cuando era un niño. El don divino sólo fue un espejismo.
Terminó la carta con un “Hasta la vista. Harry, un amigo que os
quiere”.
No había que perderse en
un laberinto de mentiras para encontrar lo que la verdad esconde.
Una ventana indiscreta abierta, una recompensa y el confidente
buscando el color del dinero despejaron la trama. En Wall
Street, los atracadores realizaron un asalto al furgón blindado. Durante
la huida, a todo gas y sin frenos, unas calles de Nueva York
más abajo, en la número 23, Harry tuvo la mala suerte de cruzarse
en el camino del furgón. Crash. Caso cerrado.
Ahora prueba a escribir tu
propia película.
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