Algo hay en mi que ya quedó para siempre de aquellas
tardes de cine de sobremesa infantil, en las que con descabellada facilidad
quedabas absorto y petrificado por aquel combinado de aventuras llenas de
risas, honor, pasión, amistad e inocencia. Con paso firme y algún que otro
churrete, cambiabas de personaje, de color de piel, de idioma, de ciudad, hasta
de amigos, que unas veces eran de alto abolengo y condición y otras vestían
harapos y bombines de rebeldía.
Tarzán rey de la selva y sus nativos, te colgaba en
sus lianas y en sus gritos tiroleses para hacerte saltar desde las risas de
aquella chimpancé que pedías año tras año a los Reyes Magos, hasta al miedo
cuando veías aquellos cocodrilos feroces capaces de tragar de un solo bocado al
malvado jefe de la tribu. ¡Qué guapa era Jane y su piel blanca! Maureen O´Sullivan
y aquel primer vestido de dos piezas que te hacía despertar quizás, hacia los
primeros chispazos de la adolescencia.
Aquellas íntimas procesiones al cementerio de los
elefantes, santuario del silencio, donde descansaba la lealtad y valentía de
aquellos animales de rímel en largas pestañas y regaderas al sol.
La siguiente semana tocaba una de Stan Laurel y
Oliver Hardy, el Gordo y el Flaco. Caballeros de bombines surrealistas, eternos amigos
en cuya inocencia brillaba la devoción que sentían el uno por el otro. De
repente Laurel chasqueaba el pulgar y de sus dedos salía una llama con la que
encendía una pipa. Hardy lleno de orgullo intentaba hacerlo pero al contrario
que Laurel, empezaba a quemarse la mano y dar gritos.
Inolvidable Stan cuando lleno de asombro o de amenaza se
rascaba su pelo y ya quedaba desordenado hasta que sus andares de pato, lo
devolvían a las paredes seguras de su bombín.
Otra semana y otro escenario donde soñar, en esta
ocasión con el mejor arquero del bosque de Sherwood y su banda de proscritos.
Errol Flynn con Olivia de Havilland y aquellas miradas
que cortaban el tiempo para aquellos besos, que te hacían creer en el amor y en
la justicia para defender al más necesitado.
Cuántas ideas sacaba uno al ver aquellos torneos de
arcos y flechas de oro, aquellas luchas tan primitivas y a la vez tan efectivas
con palos de madera, aquellas palabras tan dulces de Marian. Hoy aquel malvado
sheriff de Nottingham me hace recordar a muchos de nuestros políticos y
banqueros que embriagados de poder y de ansias de riquezas ignoran y se burlan
de un pueblo cansado ya de abusos y robos.
La película terminaba con el regreso triunfante de las
Cruzadas del rey, Ricardo Corazón de León y con la instauración de una nueva
etapa de ley y orden en una Inglaterra devastada por las injusticias.
Yo todavía no sé si espero mejor a un Robin Hood o a
un Corazón de León. Lo que si sé, es que si seguimos esperando, se comerán todo
el pastel.
¡Viva el cine!
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