Eran los años setenta
y mi prima, la moderna
viajaba con una orquesta.
Igual cantaba copla, no sé,
porque a las diez de la noche
yo ya no estaba en la feria.
Tenía mala fama la prima,
y un maletín
con una cremallera inmensa.
Fue descubrir
tan
particular pieza
de sus
viajes, repleta de colores
lacas de
uñas, polvos rosados,
untosas cremas, brillantes
y rojos lápices de labios…
Sobre todo, el aleteo de sus ojos,
el carboncillo, que alargaba su mirada.
Cerró la cremallera y me quedé
enredada en
el bucle postizo
de sus
pestañas. ¡Todo un espectáculo!
Y sigo con ella.
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