La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

domingo, 8 de septiembre de 2024

No no nos moverán, por Lourdes Aso Torralba.

 


No quiero irme. Aquí está mi casa. Mírala. Se niega a que le cierre las contraventanas. Necesita luz. ¿Quién la aireará si me voy? Dicen que no puedo quedarme solo. ¡Qué sabrán ellos! Está Sultán. Y los gatos. También me quedan las ovejas que todavía no hemos cerrado trato. Y Manuel, que ese es aún más terco que yo. A veces, cuando nos cruzamos camino del huerto, nos acordamos de cuando venían los nietos en bicicleta. Por entonces veían en la televisión (todavía en blanco y negro, que aquí no llegaron los colores hasta más adelante) esa serie que tanto les gustaba. Le digo: “Manuel, del barco de Chanquete, no nos moverán” Y me dice: “No, no nos moverán Juan, no podemos dejar que nos muevan” Marchamos a nuestras cosas. Estamos bien. Mejor que en la capital. Ni comparar. Aquí respiramos aire bien fresco. Nos damos nuestros paseos. Hacemos el poco huerto que precisamos. Yo, al menos, me entretengo. ¿Qué voy a hacer en la ciudad? Los hijos marchan a trabajar. Que eso no es vida. Ya le digo. Siempre corriendo. Con lo bien que podías estar tú aquí. Pues eso, que no me apetece morirme de aburrimiento. Que aquí tengo mis cosas. Soy feliz. Ya sé que si me pasa algo, tardaré una eternidad en ser atendido. Vuelven mil veces a lo mismo. Pues ya vendrá el médico, que para eso está, para cuando le necesite. Y si llega tarde, me enterrarán con Basilia, que lleva ya tiempo esperándome. Porque si marcho, la dejo también a ella. Que día sí y día también, cuando paso por la puerta del cementerio, la entro a saludar. Tontadas de viejo pero mi Basi, esa está de

acuerdo conmigo. “No marches” dice. Me conoce. Sabe que me moriré de pena en cuatro días. Da pena el pueblo tan vacío. La de gente que se ha ido. Y la que se ha muerto. Ni en verano vuelven a darse una vuelta. Que las casas están viejas y para quince días sin lavadora... Como si no pudieran bajar al lavadero, como hacían las mozas. Que de allí salieron no pocos matrimonios. Era el camino de festejar. Que si te llevo el cesto que pesa. Que si que guapa estás hoy. Así conocí a Basi. Y al salir de misa. Que los domingos era el día de ponerse guapo, recién mudado. Suena la campana de la iglesia pero ya no llama a misa. El cura sube de vez en cuando. Pregunta si celebra. Como no tenemos interés, acepta un vaso de vino y habla un poco con nosotros. De la vida. Del tiempo. De Dios no, que sabe que sino plegamos los trastos y marchamos al huerto con excusa de regar. A veces, con Manuel le decimos que hay más bichos que personas y sonríe. También él cree que estamos bien. Que los perros nunca fallan. Son fieles. Nos hacen bien. En alguna parte escuché, quizá al nieto, que a veces los usan para el tratamiento de las depresiones. Que acariciar el pelo relaja. No sé. A mí Sultán me entiende. Más que mi hijo. Si sabrá él lo que necesito. Si se habrá parado a escuchar lo que quiero yo. Le parece que con tenerme cerca ya cumple. Pero no. Se equivoca. El día menos pensado es él quien se vuelve. Que vivir con prisas no merece. Que le voy a decir. Tiene que comerse el mundo. Y cuando lo haga, entonces que verá de otro modo. Le bastará con nada. Entenderá que se puede vivir como yo. En un pueblo. Lejos del ruido. Sin problemas. Viendo a las abejas libar las flores. Recogiendo la miel. Escuchando a los pájaros. Cosas sencillas que en la ciudad son imposibles de saborear. Y pensar que en otros tiempos hubo hasta

ocho telares y un molino. Todos allá quietos. Sin funcionar. Mal empleados. Al Quijote le habría gustado el pueblo. El de antes. Ahora le asustaría no ver gente. Ni que tuviéramos la peste. Aunque con Manuel solemos decir que no somos tan raros. Que hay otros muchos como nosotros. Que nos somos los últimos pueblerinos del planeta. Y en el fondo, manteniéndonos aquí, pensamos que si alguno de esos jóvenes viene de visita, le gusta esto y empieza a rehabilitar. Porque donde uno empieza, otro sigue. Después llegan los críos, la escuela, el médico, el cura y todo lo demás. Que no, que yo no quiero irme. Que aquí nací y aquí me he de quedar.

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