Estaba de nuevo en Madrid, había vuelto después de varios
años de ausencia y deseaba reencontrarme con mis amigos de la universidad.
Todas las épocas son buenas para visitar la capital, pero la primavera y en particular
el mes de mayo son maravillosos. La temperatura es agradable y las plantas y
los árboles están cuajados de flores. Pues bien, había quedado en verme con mi
amiga Alicia, en el parque del Retiro, por los buenos recuerdos de adolescencia
que nos traía y también porque estaba instalada la Feria del Libro.
A las dos nos apasionaba la lectura y yo había hecho mis
pinitos de escritora presentando algunos cuentos y relatos a varios concursos
literarios.
Recorrimos diferentes casetas parándonos a mirar los libros
expuestos y en algunas que tenían un poco de cola se encontraba algún autor
famosillo firmando su última publicación. Sin embargo, no nos paramos mucho
pues habíamos quedado con el resto de amigos en el famoso Café de Gijón y aún
teníamos que andar un poco para llegar a la hora de quedada.
Cuando llegamos, la alegría del reencuentro nos llenó de
emoción y ahí en ese momento me presentaron a Almudena que era amiga de una
amiga. Precisamente, venía de firmar su famoso libro en una caseta.
En aquella época empezaba a ser conocida sobre todo entre la
gente más joven porque hacía poco se había estrenado la película “Las edades de
Lulú” basada en su novela. Este hecho le había dado un poco de popularidad. A
pesar de ese halo que muchas veces presuponemos en la gente famosa, Almudena me
pareció una mujer sencilla con la que era fácil conectar si la escuchabas con
atención. En las cosas que decía,
intuías que había una segunda lectura que dejaba traslucir una inteligencia y
una capacidad de observación brutal, propia de una escritora en ciernes capaz
de discernir el más pequeño detalle que te puede conducir a una gran historia.
El café estaba lleno de gente y cómo en aquellos años se
podía fumar dentro de los establecimientos, una niebla fina como una gasa nos
envolvía a todos. Las paredes tapizadas en rojo, los grandes espejos dorados,
los cuadros con fotografías de escritores famosos y el recuerdo de las famosas
tertulias literarias que a principios del siglo XX tuvieron lugar en este
famoso lugar, hacía que por momentos me pareciera estar viviendo en una
realidad mágica y paralela. Después de tomarnos unos cafés decidimos salir a
callejear. Todos íbamos hablando un poco de todo, y cuando llegamos a la altura
del barrio de la Letras, alguien propuso que nos tomáramos unos vinos en alguno
de los bares de tapeo. Nos metimos por la calle Cervantes y cuando estábamos a
la altura de la casa de Lope de Vega, Almudena me cogió del brazo y me hizo
entrar al zaguán de la casa que estaba abierta. Me quedé un poco cortada, sobre
todo porque la figura de la escritora me impresionaba y al mismo tiempo la
admiraba.
--Tu amiga me ha contado que te gusta escribir—me dijo.
--Desde pequeña, siempre he imaginado historias llenas de
personajes esperando ver la luz, pero no he sido capaz de encontrar la manera
de darles vida.
Y entonces tirando un poco de mí me condujo a la parte de
atrás de la casa que se abría a un pequeño jardín. En ese espacio escondido
sólo se oía el susurro del agua cristalina que manaba de una fuentecilla.
--Yo vengo muchas veces a este lugar, y aquí el agua que
fluye de la fuente me cuenta muchas historias que han quedado en el olvido y
otras nuevas. Yo las recojo, y con mi ojo crítico las ordeno. Ese es mi secreto--.
Se quedó por un momento seria, cómo si mirara hacia un punto
imaginario. Después sus grandes ojos me miraron con dulzura y simpatía y me dio
un abrazo.
Salimos fuera donde el bullicio de las calles y el resto del
grupo nos esperaba para entrar en una taberna cercana y tomarnos unas cervezas
y unos vinos.
Ya no volvió Almudena a decirme nada más. Cuando salimos del
bar, todos nos despedimos no sin antes repetirnos que teníamos que volver a
quedar la próxima vez que volviese por Madrid, y cada uno nos fuimos por
nuestro camino.
Nunca más volví a ver a Almudena, pero he seguido su
trayectoria como escritora leyendo cada uno de sus libros, y reconozco en ellos
las muchas historias que seguramente fluyen en el agua de esa fuentecilla.
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