¡Dichosísimo tiempo aquel en que nuestra tierra seguía en quieta y pacífica posesión de todas las telarañas, de todo el polvo, de toda la polilla, de todos los respetos, de todas las creencias, de todas las tradiciones, de todos los usos y de todos los abusos santificados por los siglos!
Pedro Antonio de Alarcón, El sombrero de tres picos
Aunque nunca volví a Guadix, Guadix siempre estuvo en mí. Toda una vida fuera de España, haciendo las Américas de universidad en universidad. Primero como lector, después como titular. Rochester, Pennsylvania, Georgetown,... Muchos años de investigación y docencia sobre la literatura española del s. XIX. Soy yo quien ha llevado a mis aulas palabras que nunca habían sonado en los oídos de mis alumnos: Romanticismo, Realismo, Naturalismo. Zorrilla, Larra, Rosalía. El gran Gustavo Adolfo. Clarín, Galdós, Valera. La increíble condesa de Pardo Bazán. Y por supuesto, mi paisano Perico, don Pedro Antonio de Alarcón, con el que he compartido tantas horas de charlas imaginarias que ya casi me contesta sin que le pregunte.
Mis alumnos y yo hemos descubierto al periodista, al viajero, al escritor, al hombre polifacético y carismático que nos ha presentado la España convulsa del diecinueve, incluso con curiosas anécdotas de su vida. A través de su obra han conocido los entresijos de la época y a tipos tan variopintos como el Capitán Veneno, don Trinidad Muley, el carbonero alcalde, el tío Lucas o la señá Frasquita. Los excelentes servicios bibliotecarios estadounidenses nos permiten disponer de ediciones, fotografías, revistas, obras menores y estudios de todo tipo.
Los paisajes que descubren en las páginas de los libros los acercan y animan a visitar España. Estos yankis instalados en Halloween, en el Día de acción de gracias y en el Black friday han conocido cómo era una Nochebuena en familia en las faldas de Sierra Nevada, las vivencias de los españoles en la guerra de África, los pueblos de la Alpujarra, el baile de rifa en las cuevas de Guadix o cómo se disfruta de las mejores viandas una tarde de verano en la plazoleta de un molino en mitad del campo.
¡Ay, el molino! ¡El viejo molino! Recuerdo con tanta nitidez mi juventud ayudando a mi padre en aquellos campos sembrados de hortalizas, trigos y maizales. Me llega el frescor de las alamedas, auténticos jardines de senderos que se bifurcan eternamente en mi memoria. Recorrí tantas veces en bicicleta o a pie el coqueto sendero que hacían el corregidor, el obispo y los demás señorones camino del molino.
Me invade la nostalgia cada vez que pienso en el valle del río cercano a la ciudad señorial, en aquellas ruinas donde yo imaginaba que estaba el molino que sirvió de inspiración a Pedro Antonio. Abro el navegador y me voy al mapa. Pongo el modo de vista “Satélite”. Sé de memoria las coordenadas exactas. Con velocidad de vértigo estoy una vez más, a miles de kilómetros, sobrevolando los campos que rodean mi pueblo como si fuera el magistral desde la torre de la catedral de Vetusta. Más que ansias de poder, lo que siento es curiosidad de detective. Curiosidad por recrear mis paseos, por ver si han hecho cambios, por ver si han preservado aquel paraíso.
La acequia de la Ciudad, la de Ranas y Rapales,... son nombres que me suenan a infancia. Recuerdo mis pies de niño dentro de sus cristalinas y frías aguas sentado al borde de algún camino mientras la brisa hacía sonar los cañaverales o empezaban a brotar los colores de la primavera en los almendros, los melocotoneros o los campos de amapolas. Recorro con el ratón los bordes de las acequias. Salto por bancales y huertas hasta llegar a las riberas del río, completamente seco ahora. ¡Qué ricas eran las moras de aquellas ramblas!
Desde arriba la enorme masa de alamedas es una alfombra aterciopelada y mullida en la que me gustaría internarme. Entrar en ese locus amoenus, un universo de sombra y frescor, tumbarme en el suelo para mirar cómo se mecen las copas de los árboles a merced del viento, cerrar los ojos para escuchar solamente hojas y pájaros, pájaros y hojas.
Siguiendo rutinas repetidas, arrastro el ratón hacia la izquierda para ver la cantidad de nieve que queda en la mole de inmensa belleza de Sierra Nevada. Después doy una vuelta por la zona de cárcavas que rodean la ciudad, por las laderas rebeldes de tierra rojiza con formas fantasmagóricas. Me detengo en la zona de los pinos, visito algunas higueras y castaños centenarios,... No parece que haya grandes novedades desde la última actualización.
¡Tantos años sin volver! La pena es la calidad de las imágenes. Hay detalles que se escapan a través de una pantalla. ¿Cómo serán ahora los cultivos? ¿Tendrán las flores aquel olor de entonces? ¿Tendrán las frutas aquel sabor tan inolvidable? ¿Dónde estarán aquellos parrales y cerezos? ¿Dónde aquellas plazoletas tan gustosas que invitaban a la charla y a la degustación de productos de la huerta en todas las épocas del año? Ubi sunt?
Y, mis paisanos agricultores del siglo XXI, ¿serán hombres sabios, pegados a la tierra, asociados en cooperativas, cultivando productos ecológicos? ¿Habrán integrado los avances científicos y tecnológicos adecuadamente? ¿O serán usureros, gañanes de mirada torva que saquean la tierra y la envenenan a cambio de cuatro duros? ¿Serán como el tío Lucas y su fiel y bella molinera? ¿O serán Garduñas y corregidores? No quiero ni pensarlo.
Muchas veces, como Cernuda, me he planteado volver. Y el miedo siempre ha contestado con otra pregunta: ¿para qué?
Cierro la pestaña del mapa y mi tierra se esfuma en un segundo. Apago el ordenador siempre con el mismo convencimiento y el mismo regusto agridulce. Prefiero, desde esta atalaya a miles de kilómetros de distancia, seguir enseñando la obra de mi querido paisano Perico, seguir amando la tierra de mi infancia a través de una pantalla y mantener la idealización y la esperanza.
Enhorabuena Dori. Precioso como siempre. Merecido premio.
ResponderEliminarExcelente relato, mezclando muchos buenos ingredientes. Enhorabuena!!
ResponderEliminarMe ha impresionado bastante con la sensibilidad que vas describiendo todo lo que rodea al entorno rural y campestre con un estilo literario escelente enhorabuena.
ResponderEliminarMagnífico, Dori. Enhorabuena y sigue regalándonos tus palabras.
ResponderEliminarEnhorabuena Dori!a seguir escribiendo!!
ResponderEliminarMuy hermoso, Dori. Es curioso que destiles tanta nostalgia y esa melancolía por la pureza de ese mundo rural que parece definitivamente perdido, y que nos la transmitas como un sentimiento universal al fin. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarQué descubrimiento, cuánto placer al leerte.
ResponderEliminarFelicidades, te seguiré muy de cerca
Enhorabuena Dori!!!!!
ResponderEliminarQué alegría tener esa capacidad para describir esos maravillosos entornos rurales. Tu relato me ha hecho viajar, en mi caso, a las puestas de Sol de la Vega de Granada y a los paseos en bici desde Pinos Puente a Valderrubio, zona de recreo del gran Lorca.¡Un abrazo fuerte!
Precioso, Dori. Muy buena la comparación del Google Maps con una atalaya. Conozco un poco aquellas tierra: las has descrito con mucha sensibilidad y cariño.
ResponderEliminarLo comparto con gente de allí.
Querida Dori. Felicidades, merecido premio y gracias por recordar a nuestro ilustre paisano de forma sencilla, clara y motivadora.
ResponderEliminarEnhorabuena, Dori. Me has transportado al campo que me contaban mis padres, aún siendo de otras tierras. Me ha gustado mucho
ResponderEliminarEnhorabuena profe, me ha encantado 😘
ResponderEliminarSuperoriginal la perspectiva de red aérea. Merecido premio.
ResponderEliminarMaravilloso relato. Enhorabuena, Dori.
ResponderEliminarFelicidades!! Muy emotivo y de gran sensibilidad.
ResponderEliminarMuchas gracias a todos por vuestros comentarios y por vuestro cariño. Me alegra que hayáis disfrutado a través de las palabras. Os mando un abrazo
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