La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

sábado, 14 de agosto de 2021

TABACO AVAINILLADO, por Fernando Salcedo Alfayate.



Ana lía un cigarrillo de picado avainillado de esos que fuman los jóvenes.

El abuelo Sebastián la mira con media sonrisa en la boca.

̶ Tu abuela me los compraba liados cuando éramos novios y ahora habéis vuelto un paso atrás.

̶ Estos son más baratos, ¿quieres uno?

̶ Dame, pero sin que te vea tu madre, que si no me mata.

Ana le da el paquete y el librillo.

̶ A ver si eres capaz de liarlo.

̶ Jodida muchacha. Mejor que tú. Trae paca.

Las manos temblorosas de Sebastián comienzan a moverse con una soltura mayor que el que hasta ahora ha conseguido Ana.

̶ ¿Por qué te ríes?  ̶ pregunta Ana.

̶ Una vez me caí de la mula torda que teníamos en casa.

̶ Te caerías muchas veces, ¿no?

̶ Pero esa vez veníamos de la viña y yo iba sentado entre los serones llenos de uvas blancas para vender por racimos en el pueblo.

̶ ¿Teníais viñas en el pueblo?

̶ No hija, no  ̶ responde con su media sonrisa en la cara ̶ . La teníamos a medias con el dueño, como las demás tierras.

̶ ¿Pero tú no eras conductor de tranvías?

̶ Si hija, pero antes de venir aquí todos éramos agricultores. Eso sí que es duro no conducir, y eso que también es cansado.

̶ ¿Teníais tractores?

̶ Que va. Eso vino después. Yo era muy bueno con el arado. En la función una vez quedé tercero, que rectito me salió el surco.

Sus manos siguen liando el cigarro y su cara muestra esa sonrisa ladeada que tanto gustaba a su nieta.

Su mente se quedó en blanco, y su cara también. Parecía que sus ojos se habían dado la vuelta como los de un vampiro y de repente dijo;

̶ Padre no quería hacerlo, pero…, al final la obligación era más poderosa y teníamos que sobrevivir.

̶ ¿Qué dices abuelo?  ̶ pregunta Ana.

̶ Padre vendió a la pequeña. Nosotros ya éramos muchos y madre murió al darla a luz y padre, ¿qué iba a hacer con un bebé?

̶ No te entiendo. Cuéntame más.

̶ El labrar las viñas a medias con los dueños no era gratis. Teníamos que trabajarlas nosotros y dividir las ganancias por la mitad, pero como Rosita vivía con ellos, lo hacíamos con agrado.

̶ ¿Tenias una hermana?  ̶ pregunta ella quitándole el picado del regazo para hacer otro cigarro.

̶ Éramos tres varones y una hembra.

̶ Lo de tus hermanos lo sé, pero lo de… ¿Rosita la has llamado?

̶ Rosita nació la última, nos llevamos más de diez años, creo. Madre ya era mayor y no aguantó el parto.

̶ Eso ya lo has contado muchas veces, pero lo de que tenías una hermana no.

̶ Los señores no tenían hijas, solo varones y la señora se hizo cargo de ella. Ella no sabía que era nuestra hermana  ̶ lamenta él dando una calada larga a su cigarro.

̶ ¿Mamá lo sabe?  ̶ pregunta Ana.

̶ No creo. Yo ya no me acuerdo de nada, pero este maldito cigarro me lo ha recordado todo. Cuando el señor vendió las viñas nos vinimos del pueblo y nos fuimos colocando en distintos trabajos. ¿Sabes que fui enterrador?

̶ ¿De verdad?

̶ Tu abuelo ha sido muchas cosas hasta que me colocaron en los tranvías.

̶ ¿Y no volviste a saber nada de tu hermana?

̶ No. Bueno, sí.

̶ Bueno sí, ¿qué?... No me dejes así.

̶ Una vez la vi en el tranvía, parecía que tenía a madre delante y supe que era ella.

̶ ¿No la seguiste?

̶ No. Ella tendría su vida. La nuestra era de agricultores que

trabajábamos sus tierras. Y, Anita cariño, déjalo ahí que te

conozco

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