La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

sábado, 14 de agosto de 2021

DESDE MI ATALAYA (Mención especial), José Antonio Cascales Rosa.

 



Desde mi atalaya de piedras y barro, veo a veces la sierra nevada, otras veces mojada, y otras muchas con las hierbas marchitas, sedientas por un agua que no nos moja, que no va a torrentes ni ríos, no hay manantiales que nos socorran, ni fuentes con alegrías. ¡No hay agua ya en tus entrañas, para mojarnos estos labios entumecidos! ¿No hay agua en tus senos para amamantarnos cada día?

Yo recuerdo aquellas fuentes del rio, entre olmos y taráys, asomando su agua por la “cajea”, cristalina, entre chinas, con jóvenes lavanderas en sus orillas, con blusas entreabiertas, abiertas a sugerencias, jóvenes admiradores a sus lados como moscas en un pastel, con imaginaciones deseosas. No pasaban de las risas, de los juegos de juventud, de domingos trabajando en coladas de sábanas blancas perfumadas.

Ya dijo Federico:

“…y sentí borbotar los manantiales

como de niño yo lo escuchara.

Era el mismo fluir lleno de música

y de ciencia ignorada”


Ya no hay agua en la cajea ni chinas en el cauce, el desierto ha llegado y todos los olmos secado.

Con la mirada perdida te observo sierra mía, mi corazón late con fuerza por no poder abrazarte y quitarte el sol que te castiga ¡que nos castiga todos los días!

Desde mi atalaya de piedras y barro…cierro los ojos y me abrazo al pasado, donde la niñez aun anidaba en mí, donde había una tierra calma, de besana larga, arada por yuntas y mancera en mano, agricultor de albarcas, con ronzal de esparto. Donde en cada surco había ilusiones, había esperanzas, donde en cada surco había alegrías y penas, donde en cada surco se enterraban los amores pasados y los odios guardados.

La niñez estaba en mí y la sembradera en el hombro, repleta de semillas, andaba tras el agricultor con un pasito corto y un golpecito de semillas en el borde de la tierra volcada por el arado, con un pasito corto y un golpecito de semillas. Siempre en el surco metido, a veces las manos arrecidas y los pies fríos, a pesar de toda la felicidad estaba en el aire.

Envuelto en la tierra revolcándome en ella, haciéndola mía, haciéndola de todos. Toda la vida giraba en torno a ella. Los zagales juntos, llevábamos las cabras al campo, se ataban con clavo y su ramal, y ¡nosotros a jugar! o a trabajar, había que mancajar, segar, arrancar, barcinar o trillar, sacar estiércol y un sinfín de tareas que no acabaría de enumerar. Y, sin embargo, éramos felices.

Las tareas del colegio eran secundarias, no es que no hubiese que hacerlas, es que a nuestros padres se les olvidaba recordárnoslas y a nosotros hacerlas. No en todos los niños y niñas era así, pero si en muchos, sobretodo en jornaleros y pequeños agricultores, donde todos teníamos que contribuir.Especialmente en verano había una actividad frenética hasta pasado julio, desde arrancar las legumbres (garbanzos, lentejas, mánganos, alverjones, habas, etc.) hasta la siega de la cebada, trigo e incluso centeno. Todo había que “barcinarlo” a la era para después trillarlo, pero en medio de la faena estaba el calor, tiempo de hacer “pilones” en el rio y remojones en sus aguas frías, ¡casi sin saber nadar! ¡Éramos felices! ¡Éramos libres!

El “abliento” tiempo de polvo en la piel, de picores, pero con la fuerza del viento y la ayuda de un “biergo”en manos de unos brazos expertos, se iba separando la paja del grano, todo se aprovechaba unas cosas para el ganado y otras para el humano. Si había tormenta (que las había a menudo) había que amontonar la parva para que se mojase lo mínimo, todo a marchas forzadas. Pero no nos quejábamos, esto era así y así se aceptaba. Los garbanzos eran los últimos en arrancarse y trillarse, lo demás estaba dominado. Llegado a este punto, con las bestias y las cabras al campo para que comiesen y nosotros a ver las ranas en las balsas (siempre nos juntábamos algunos niños en la misma situación), jugar al salto de la paloma o a hacer balsas de barro, a ver cuál era más resistente ¡algunos han salido ingenieros de caminos!

Ahora desde mi atalaya, veo molinos en el llano y placas en la estepa. ¿Dóndeestarán las liebres? ¿y las avutardas? Ya no se oyen los cantos de las codornices y las perdices, no se oye el canto en la mañana del jilguero, ni al ruiseñor cantando en la noche para que la hembra que está en el nido no se sienta abandonada, ¿dónde están?

¿Dónde están las risas de los zagales en la calle? ¿y los murciélagos en la noche? ¿y las salamanquesas en las farolas comiendo polillas? ¿Dónde está esa fauna tan rica? ¿Dónde está esa flora tan diversa?

¿Dónde están los humanos criados en el campo? Abandonamos la tierra, envenenamos sus aguas y creemos que avanzamos, avanzamos al ocaso al hoyo profundo, a lo irreversible… avanzamos a la burbuja... que se infla y explota.

Desde mi atalaya de piedras y barro, sentado cada mañana, ya con el pelo blanco, con el pelo cano, un nuevo día recojo para poder sembrarlo, no de grandes cosechas, ni de grandes arcas en el banco. El campo no son números y si grandes esfuerzos, grandes ilusiones y grandes esperanzas. El campo es nuestra casa, nuestro cobijo y techo. El campo y la tierra son nuestro sustento.

Serán ya los años, donde hay mas pasado que futuro, donde hay más recuerdos que vivencias, aun así, hay futuro me digo, pero también es cierto que, desde mi atalaya de piedras y barro, me oculto en aquella tierra calma, de besana larga, arada por yuntas... y… mancera en mano… agricultor de albarcas… con ronzal de esparto. En cada surco una ilusión una esperanza, en cada surco un odio enterrado y el amor no amado, en cada surco un recuerdo, un recuerdo de comer habas sentados en la orilla, jugando entre amapolas, regadas por primaveras mojadas.

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