Tu voz ya existía,
existía dentro de una caracola,
llegaba muriendo
al extremo de un borde
enquistado en el pecho.
Tu voz,
llena de luz, liviana suerte,
poderosa como un fetiche,
austera como un paso de cebra
entre los coches.
Tu voz, sagrada,
altiva, húmeda, elocuente,
posesiva, diáfana.
Aurora, menguante,
bella posesión de verbos y nombres.
Ondas, siluetas
adheridas
en la comisura de un sustantivo,
llamado beso.
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