Madrid, 25 de julio de 1937
Nota: Necesito conseguir más carretes para mis cámaras.
Esta noche no consigo conciliar el
sueño. Demasiado calor, supongo. Me pregunto dónde está mi otro yo, ese que con
frecuencia los demás ven en mí: la Gerda temeraria, impredecible, la astuta
rubia que no teme a nada ni a nadie. Sí, sí temo. Temo al odio y a esta guerra.
De momento, las fuerzas republicanas logran un tímido avance.
Mañana he quedado en acompañar al Dr.
Tell Allan de las brigadas internacionales. Conseguiré buenas capturas que
podamos vender. Ando revisando y revelando algunas de las anteriores. No
desecho ninguna, pues tengo la impresión de que es un material que, con el paso
del tiempo se revalorizará. Será un testimonio valioso de esta guerra feroz.
Me siento algo cansada, a qué
negarlo, pero “me esfuerzo por ser
perfecta para sentirme invulnerable”. Aunque no soy más valiente que alguna
de estas milicianas. Hablo con todos, ya me conoces, fumar me tranquiliza. Los
cigarrillos son un bien escaso. No tengo más que ofrecer un cigarrillo para
comenzar una magnífica conversación. Hoy me han preguntado si tanto riesgo y
sacrificio merecen la pena, tan sólo por unas fotos. Y la verdad es que no he
sabido qué responder, pero sí de algo estoy segura es que esta gente lo merece
y por eso quiero que quede constancia de su sufrimiento, porque de algún modo
también es el nuestro Robert. He conocido a nuevos compañeros brigadistas de
Canadá y otras partes del mundo.
Nosotros huimos de la persecución
antisemita de los nazis, pero teníamos algo de dinero, unas buenas botas y
París…
Sigo sin poder borrar de mi mente
nuestros días en Andalucía. Aquella gente huía para poner a salvo su vida, con
aquel calzado primitivo… creo que lo llamaban “albarcas”, expulsados,
hambrientos y sin esperanza. Ahora cada noche limpio y doy grasa a mis
magníficas botas alemanas en honor a ellos. Es importantísimo disponer de un
buen calzado en tiempos de guerra. Nosotros, al menos, podíamos elegir a dónde
ir. Ellos siguen un camino incierto, porque nadie sabe a qué lugar conduce.
Ruido de camiones en la noche, gente de un lugar a otro sigilosos, mudos. Las
trincheras semejan tumbas abiertas zigzagueantes como serpientes. Sobrecogen las
ráfagas de metralla. Las vidas humanas se me antojan ahora lo más valioso. No
hay mayor interpretación artística del dolor que su captura con una cámara.
Hablaba hoy con una miliciana, su
pregunta era la de todos: ¿qué hacía yo aquí? apenas armada con una cámara
Leica. Le he dicho que el mundo, otras personas, debían tener constancia de lo
que está sucediendo en la Guerra Civil española, que estaba aquí, en el fondo,
como ellos, luchaba a mi modo por la libertad. Se ha reído como si fuera
anciana, y apenas tenía diecinueve años, después me ha dicho: Gerda, querida,
antes de luchar por la libertad, está el luchar por la justicia, el derecho a
poder comer diariamente, derecho a la educación, a una vida digna.
Creo que tiene toda la razón, porque
desde el momento que las leyes y normas las impongan los poderosos con el fin
de subyugar y esclavizar a otros seres humanos, el futuro ya no está en
nuestras manos, la propia vida no nos pertenece. Después, me ha aconsejado que además de disparar con la cámara, debería
aprender a hacerlo, también, con el fusil… y se ha ofrecido a enseñarme. Confío
en poder verte en unas semanas. Todo mi amor.
Gerda.
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