La Oruga Azul.
miércoles, 29 de diciembre de 2021
ABSOLEM (Revista electrónica), Núm. 61, 30 de diciembre de 2021 "Almudena Grandes".
HABLANDO DE LETRAS CON EDUARDO MORENO ALARCÓN
Eduardo Moreno Alarcón nació en La Roda (Albacete) en 1974. Es licenciado en psicología y autor de varios libros. Entre ellos cabe destacar su primera novela, Entrevista con el fantasma (Premium, 2014), Finalista del VIII Premio de Novela Corta Encina de Plata en 2014, La proeza de los insignificantes (Premium, 2021), XIV Premio de Novela Corta Encina de Plata, La fuente de las salamandras (Alféizar, 2017), Sonata de mujer (Ojos Verdes, 2018), Finalista del XXXVII Premio de Narración Corta Felipe Trigo y merecedora Finalista del XII Premio de Novela Encina de Plata, y Apuntes del espejo (Tandaia, 2019), Premio Jerónimo de Salazar de Novela Histórica.
Ha obtenido otros muchos reconocimientos literarios de ámbito nacional en su carrera como escritor, entre otros el de Finalista en la IV edición de los Premios Mallorca Fantástica en 2011, Tercer Premio en el Concurso de Relatos Víctor Chamorro en 2012 o ganador del II Certamen de Relatos de Terror “Sueños de opio” en 2013. Con su relato Visionarios fue uno de los seleccionados en el Certamen de Relatos de Ciencia Ficción Apolo 11 conmemorativo del 50 aniversario de la llegada a la Luna para formar parte de la antología Efeméride (Premium, 2020).
Premiado además en los Naji Naamen Literary Prizes del Líbano en 2019, es uno de los escritores de novela corta más reconocidos a nivel internacional y un autor íntegro como persona y consagrado a su oficio como pocos.
Colabora en medios digitales como la Revista Literaria HEBRA de Guadix (Granada). También ha publicado en los espacios culturales del periódico accitano Wadi-as y la Revista OP Machinery. Es guionista en dos proyectos artísticos con la Orquesta Sinfónica de Albacete: El regalo de Silvia (2018) y el musical infantil El Guardafuentes, historia de un tritón (2019). Desde marzo de 2018 coordina el club de lectura de literatura fantástica en la Casa del Libro de Albacete.
Eduardo, gracias por atender nuestra entrevista.
¿Cómo fue tu aproximación al mundo de las letras?
Desde temprana edad me aficioné a los tebeos y a los cómics de superhéroes. Más tarde, con catorce años, un compañero de instituto me descubrió la literatura adulta a través de los cuentos de miedo y fantasía. Recuerdo mis primeras lecturas: Edgar Allan Poe y una antología de relatos de terror seleccionados por Rafael Llopis. Aquellos libros supusieron una verdadera revelación. Me fascinaron hasta el punto de atraparme para siempre.
Sabemos que comenzaste escribiendo relatos de corte fantástico y misterio. ¿Por qué esa atracción por estos subgéneros?
Mi gusto por el género fantástico viene precisamente de aquellas lecturas de adolescencia. Los cuentos de terror son mis raíces literarias. «El germen que fertilizó mi imaginación», en palabras de Miguel Delibes. Les tengo un cariño especial. Esa atracción no ha dejado de crecer y acompañarme a lo largo de los años. Gracias a ello, he podido descubrir talentos y obras maestras.
Tus novelas, desde la primera, han sido todas reconocidas con un premio o accésit ¿Qué ha significado esto para ti?
Me considero muy afortunado, pues llegar a ser finalista (y no digamos ganador) de certámenes de ámbito nacional no es nada fácil. Haber obtenido el Premio de Novela Corta Encina de Plata, en particular, es un sueño convertido en realidad. Un verdadero privilegio. El reconocimiento al trabajo literario es un acicate para seguir tejiendo historias que emocionen, para seguir aprendiendo, mejorando y, sobre todo, disfrutando.
¿Qué es lo que más te gusta del mundo de la literatura y qué es lo que menos?
Lo más hermoso, sin duda, han sido las personas que he ido encontrando en el camino de las letras. Poder compartir pasión literaria (o de cualquier otra clase) es un regalo. En cuanto al oficio artístico, nada me llena tanto como escribir. Para mí es una necesidad. Pasión y vocación. No me gustan los egos ni la competitividad tan frecuentes en el mundo del arte. Otro aspecto que me desagrada es el poco valor que se da al trabajo literario, al esfuerzo por lograr una escritura de calidad (afortunadamente hay excepciones). En general, si no vendes, parece que no existes, no eres nadie. Y eso, para mí, no tiene nada que ver con la literatura. Hay editoriales que hasta te piden que hables con amigos para que te hagan reseñas favorables y «no personales» a fin de que parezcan objetivas. Resulta descorazonador. Por desgracia, vivimos en un mundo en el que importa más el continente que el contenido. El libro se convierte con frecuencia en un producto de mercado donde sólo importan las ventas y en el que cualquier famoso mediático, por el mero hecho de serlo (aunque no haya leído un libro en su vida), arrasa en Ferias y librerías. Por suerte hay editoriales (especialmente pequeñas y medianas) que apuestan por una literatura de calidad alejada de estos parámetros comerciales.
Sabemos que te sientes atraído por otras disciplinas artísticas, además de la literatura, como la música y el teatro ¿Cuál de ellas te atrae más?
Yo creo que todas las artes están íntimamente ligadas. De un modo u otro se tocan; forman parte de un impulso creativo que se expresa con variantes de un mismo lenguaje. La música es parte de mi vida, me viene de familia. Desde muy joven estudié solfeo y clarinete (si bien no acabé la carrera). He tenido la suerte de disfrutar tocando en bandas de música y espectáculos teatrales.
El teatro me encanta. Me parece terapéutico. Procuro asistir a menudo. He tenido el privilegio de acceder a este mundo, desde dentro, gracias al poeta Frutos Soriano y a la sala independiente EA Teatro (una «familia teatral» que me acogió en 2016). Nunca pensé que pudiera subirme a un escenario junto a profesionales. Aprendo y disfruto con cada nueva puesta en escena, no sólo como actor, sino también en mi faceta literaria. Es una escuela excepcional. Escribir textos teatrales dista mucho de escribir narrativa, pues sus códigos son muy diferentes. La guinda ha sido poder trabajar en los últimos años con la compañía Thales.
Si tuvieras que quedarte con una de tus novelas ¿con cuál sería y por qué? ¿y de tus relatos?
Cada una de las cinco novelas que he escrito forma parte de mi vida y, por tanto, tiene algo especial. Pero si tuviera que elegir, me quedaría con La proeza de los insignificantes. Además de ser la que más he disfrutado escribiendo, la considero una catarsis personal. Un viaje liberador. Creo que es la que mejor refleja mi forma de escribir y comprender la literatura.
Respecto a los cuentos, hay uno en particular que me sigue emocionando años después y que acaso sea el más redondo que haya escrito: Dama de otoño. La mayoría de mis relatos se los debo a la revista Absolem, con la que colaboro desde 2013. Sus propuestas creativas siempre han supuesto un estímulo para seguir cultivando este género tan querido.
¿Qué aconsejarías a una persona que se inicia en el mundo de la escritura?
La escritura es una carrera de fondo. Requiere tiempo, constancia y paciencia (también una pizca de suerte). El talento hay que pulirlo y trabajarlo, no basta por sí solo. Humildad. Fe en el trabajo. Leer todo lo posible. Olvidarse del dinero y de las ventas (no deberían anteponerse a un proyecto literario). Disfrutar ante todo. Y como dice Luis Landero: «¡Cuidado con el éxito!».
Gracias.
A ti, Carmen. Y a todas las personas que mantenéis viva la llama de la cultura con propuestas como Absolem.
IN MEMORIAM, por Pepe Velasco Romero
<<Cuando amas a alguien nada te estorba más que lo que
te conviene>>.
—¿Te he
asustado?
—¡No, ni
mucho menos, solo pensaba!
—¿En qué
pensabas, en mí?
—¡Mis
pensamientos fueron, han sido, son y siempre serán para ti, desde el mismo día
en que te conocí!
—¡Anda
ya, no seas lisonjero!
—¡Por
qué habría de serlo! ¡Digo lo que me sale de muy dentro, te lo aseguro! ¡Sabes
que me emociona sobremanera tu forma de escribir! Tu apego y compromiso para
con el vía crucis que de forma inexorable siempre les toca pasar a los
perdedores.
—¿De
veras te emociona?
—¡Hasta
lo más hondo de mí! Haces vibrar cada centímetro de mi ser. ¡Tanto como hombre,
así como poeta!
—¿Tanto
transmito?
—¡Mucho,
te lo aseguro! Siempre te supe sensible,
pero nunca supuse que llegaras a serlo tanto. No sé por qué, pero no me
esperaba de ti que comunicaras tanto con las letras.
—La
escritura para mí es un bálsamo, una prolongación de mis sueños y un escape para
mi desengaño e impotencia con la arbitrariedad y la injusticia.
—Eres
alguien muy especial, transmites tanto que apabullas.
—¡Bueno,
yo no diría tanto! Más que transmitir, trato de ponerme siempre de parte de los
más débiles, de los menos afortunados, de los más pisoteados y agraviados.
—Vamos,
que se podría decir que “novelas la épica de los perdedores”. Eres escritora de
los relegados.
—Bueno,
si lo quieres considerar así.
—¿Te da
miedo el amor? —cambió el otro ahora radicalmente de tema.
—¡Jodido poeta, que tú me quieres
engatusar! Pero no me gusta eludir los envites, por tanto, contestando a tu
pregunta, te diré que el amor nunca debe dar miedo. El amor debe dar vida, vida
para vivirla y beberla sorbo a sorbo a cada instante, todo el tiempo.
Desterrando de su lado la maldad, la aprensión, el miedo, la lasitud y el tedio.
¡Cuando el amor aflora la razón calla y los sueños nacen, y la esperanza impera
y la vida toda es fuego de artificio, color, belleza y más belleza! Ten en
cuenta que “la historia inmortal hace cosas raras cuando se cruza con el amor
de los cuerpos mortales”.
—¡Escúchame bien, empedernido
rapsoda! Yo siempre he soñado con un mundo sin barreras. Ni fronteras, ni odios
ni rencores. Un mundo donde todos tuvieran cabida sin importar raza, credo,
ideas u otras zarandajas. No creas, a
pesar de que siempre he soñado horizontes de luna, he soñado con paz de agua de
quieta laguna, con noches de hechizo y de sueño, y con barreras ninguna. Naturalmente
también he soñado con intrincados caminos, con noches de plomo bañadas de
sueños de lágrimas y pobladas de alambre de espinos. Con negras noches, noches
largas de manto eterno. Noches de frío plomo; noches prolongadas y eternas de
triste invierno. Pero ¿sabes qué? También
he soñado que volaba en caballos de espuma, en mis sueños y a lomos del viento,
libre y sin entorpecimiento. Pero por desgracia estaban allí los vedados
caminos, los sueños de lágrimas y los alambres de espinos. Aunque en mi hálito
de vida y en un remanso de mi sueño truncado, prosiguieron tenaces los
horizontes de luna. Los caminos libres y largos, las noches de utópicos sueños
y las barreras, ninguna. Porque el viento poeta me dice siempre que no
desfallezca en mi sueño, y el agua del río me cuenta un cuento, el sol de fuego
se retira despacio y los flecos de luna acarician mi sueño. Por tanto y
partiendo de esa premisa, ofrezco mi sentimiento y escritura a los sometidos, a
los sacrificados, a los supervivientes.
Ella se fue de forma inesperada del
lado del bardo soñador. La muerte le arrebató el amor con premeditación y
alevosía superlativa, dejando un vacío inmenso en aquel corazón enamorado de la
generosa sensibilidad y del compromiso grande de ella. El silencio dejó un pozo
insondable. Y en su último adiós le fue dedicando recuerdos de poeta enamorado,
de compañero desesperado que comprende con rabia que ha perdido para siempre a
alguien que lo perfeccionaba, que le daba vida, que cada día le hacía ser mejor.
Por tanto, despacio y apenas musitando, le va dedicando una sentida plegaria:
<<Paso firme, andar despacio. Mal camino, hiriente paso. Tirar palante,
murmullo y cántico, pena grande, tañido lúgubre, salmodia y llanto. Y dentro de
la madera fuerte, la madera negra. La madera grande; la madera barnizada y
brillante. Extinguida vida, ilusión perdida. Esperanza rota; felices recuerdos
de días pasados; amor tan grande>>.
En estas compungidas reflexiones va
divagando su mente ida, entretanto acompaña en su ultimo adiós a su enamorada, compañera
impregnada por siempre de un perenne ingenio independiente y sumamente libre.
Ella fue para él alguien muy, muy
especial. Aunque se haya ido siempre vivirá en su corazón enamorado, y piensa
que pasará a la posteridad como la gran mujer que fue. Porque la libertad,
piensa, no es la ley del más fuerte, ni del más bruto, ni del más ladino. Ella,
que supo evocar, que supo rescatar la memoria de todos los olvidados. Con ella
y a través de ella permanecerán siempre en su memoria y en la de toda gente de
bien. Y por supuesto, todos con ella, siempre tendrá un lugar capital en su
corazón ahora roto, pero que aprenderá a reconstruir a través de su perdurable
recuerdo.
LECTURA Y CONOCIMIENTO, por José Luis Raya
Hace unos días, mientras tuiteaba, un lector aseguraba, en un acto de
perseverante heroicidad, que nunca dejaba un libro sin acabar, aunque no le
gustase. Por otro lado, casi todos los artículos surgen a partir de ciertas
experiencias, opiniones diversas o actos llamativos o extravagantes que te
sugieren la tesis o idea principal, lo mismo se puede aplicar para un relato,
una novela o una película, esto es, el propio acto creativo; así pues llegué a
las siguientes consideraciones.
Las personas podemos dividirlas en múltiples grupos -he ahí la riqueza de la diversidad- pero yo me voy a centrar en una división tan aplastante como frívola: los que leen y los que no leen. A estos últimos habría que sacarlos del lado oscuro, de las tinieblas, en definitiva de la ignorancia, si bien consideraba aquel entrañable personaje de la no menos entrañable “El árbol de la ciencia” de Baroja, aludiendo a Schopenhauer, que tan solo el ignorante es feliz. Esto deberíamos ponerlo en cuarentena, puesto que el desconocimiento de la realidad te puede evitar preocupaciones (recordemos aquello de ojos que no ven etc.), pero a la larga, como efecto secundario o colateral, puede producir una suerte de aplastante frustración malsana e incurable, ya que, tarde o temprano, la realidad se estampa contra tu rostro absorto y te induce efectivamente al desánimo y a la propia infelicidad a la que aludía el filósofo polaco.
Proseguir la lectura de un libro que no te guste es como continuar con una relación tóxica, ya sea de amor o de amistad. Las cosas que no te aportan nada o te perjudican hay que aparcarlas, quizás merezcan una segunda oportunidad, pero si continúas leyendo y esto te produce un desasosiego continuo es mejor abandonarlo definitivamente. Esto es aplicable también para las relaciones de cualquier índole. Hay muchos libros interesantísimos descansando en preciosos anaqueles y personas maravillosas que son dignas de amar y conocer. Por lo tanto, no debemos hacer gala masoca de algo que no nos satisface, este no debería ser el mensaje, identificando malestar con placer. A mis alumnos-as siempre les comento que todos tenemos, al menos, un libro que nos puede cambiar nuestra particular y estrecha manera de contemplar el mundo. Y como ese encontraremos cientos. Así que les invito a dejar ese libro que les aburre y atosiga por otro que les haga volar. La mayoría de las veces son sugerencias personales, otras son ellos los que me ofrecen su modo particular de contemplar la vida a través de autores o libros procedentes de la cultura japonesa, tan de moda entre muchos jóvenes. ¿Y qué hacemos con los clásicos como La Celestina o El Quijote, que (sí o sí) hay que conocerlos y que a priori les causa rechazo? No puedo extenderme para explicar su vital y obvia importancia en un artículo de opinión por falta de espacio. El método, casi infalible, es demostrarles que estos personajes no solo son absolutamente actuales sino que nos pueden ayudar a cambiar nuestra constreñida perspectiva de apreciar el mundo y, por lo tanto, nos ayudan a salir de nuestra ignorancia. Escapar de la ignorancia –poniendo en duda al pensador eslavo- nos permite comprender la realidad y poder desarrollarnos como personas, en definitiva acercarnos a la felicidad.
Mi trabajo, entre otras tareas no tan gratas, consiste en conducir al alumnado hacia la luz, sin dogmatismos. Por extensión, me propuse hace tiempo extenderlo hacia la gente en general. Hay padres y madres que siguen en las tinieblas y, por ende, su prole permanece en idéntica tenebrosidad, sin ver más allá de sus cuatro paredes, ni de las pantallitas de sus smartphones. Por cierto, el precio de un teléfono móvil puede equivaler a 90 libros. Es indecente que argumenten, en algunos casos, que no tienen dinero para comprarse un libro, algunos de esos padres consideran que deben ser gratuitos.
Dicho todo lo anterior – odio el conector “dicho lo cual”-, empecé escribiendo para ir captando adeptos (en sentido figurado) y conducirlos por la senda del saber. Mi primer objetivo consiste en que no se deje a medias la lectura, ni que tampoco se continúe cual masoca de oficio. Muchos escritores escribimos los que nos gustaría leer, pero al mismo tiempo mi intención es que se lea, no precisamente “que se me lea”. Para ello combino estructuras lingüísticas correctas, una sintaxis apropiada y fluida junto con un amplio vocabulario que nos ayude a olvidarnos de lo guay y de lo flipante, puesto que las palabras comodín no aportan nada a nuestra opinión. Lo que necesitamos es saber exponer y argumentar nuestro propio criterio y que no nos den gato por liebre. También nos puede ayudar a votar correctamente, dentro de lo relativo que el acto en sí es, pero al menos no traicionemos nuestros valores o creencias, las cuales, también maduran con la lectura.
El ingrediente principal de mi género (novela de ficción) es atrapar – no me gusta el término enganchar- para que el lector continúe hasta el final con placer, sin dejarlo a medias, ni que lo concluya con desinterés. Para ello he de sorprenderme a mí mismo para poder sorprender. Una vuelta de tuerca en el momento oportuno puede ser la clave. Haruki Murakami considera, por otra parte, que si todos leemos lo mismo terminaremos pensando lo mismo. Esto sí que suena a adoctrinamiento o aleccionador. Una vez que hemos atrapado a lectores remisos con esos superventas de los que todo el mundo habla, esto es, novias gitanas, bestias, ciudades blancas o reinas rojas – que están muy bien- hay que reconducirlos por la buena literatura y los libros apropiados: los clásicos y todos aquellos que te aporten algo, aunque el entretenimiento per se es muy loable, pero lo mismo que llega se va. De ello no germina nada.
Gracias a las RRSS he conocido a autores y obras que jamás hubiera podido leer porque no se encuentran en las librerías que visito, ni mucho menos las hallaremos en los grandes centros comerciales. Me gustaría dar las gracias, seguramente se me olviden muchos, a Fernando Martínez, Carlos Manzano, Antonio Tocornal, Eva Díaz, Carmen y Dori Hernández, Antonio Figueroa, Antonio Morillas, Pilar Aguarón, Boscá, Dori Delgado, Mariano Cornejo, Javier Franco, Carmen Membrilla, Juan Carlos Pérez, Rafael G. Maldonado, Alfonso Vázquez o al inefable José María de Loma entre muchos otros, porque ellos hacen que la literatura sea un mundo especial que nos ayuda a salir del túnel, tanto como lo hiciera Sábato.
EN LA AZOTEA LEYENDO A ALMUDENA GRANDES, por María Pizarro.
Estoy leyendo un libro en la azotea.
Rabia el sol lejano de agosto
apenas calienta.
Pero me quedo allí alejada del ruido
embebida en las páginas de una novela.
Mi padre silencioso se acerca:
trae una criatura
recién nacida que amamanta con un cuentagotas.
Es una bola de pelo color chocolate
con los ojos azules apenas abiertos y le cabe en una mano.
Es tuya es una hembra.
Solo tienes que ponerle un nombre y quererla mucho.
La protagonista de mi libro se llamaba Malena.
Pero le he puesto el nombre de la hermana.
Aunque fuera dócil mi gata siamesa
acabaría corriendo por aquellos tejados y mejor
llamarla Reina que no es nombre de tango.
Sigo leyendo libros en al sol de la tristeza
aunque ya no viva en esa casa
y para siempre escapara mi gata.
ESTANTERÍAS, por Tomás Sánchez Rubio.
A Almudena Grandes
Ábreme las ventanas de
callados postigos,
madre, hermana, amiga.
Que nos salpiquen las aguas
moradas
de la pertinaz lluvia del
otoño,
para que el olor a tierra
mojada ahogue
las soledad dibujada en la
arena
e inunde las sequedades de
un alma vacía.
Que forme por el jardín
pasillos de fresca brisa
la madrugada sedienta de
manos
apoyadas en las mejillas
descosidas
de mil y una varadas
sirenas.
Que no dé la muerte con
nosotros
antes de recordar de nuevo
el aroma
a café, canela y cilantro
que precede a
la incierta gloria compañera
de toda batalla
entre hijos de una misma
tierra.
Abre las ventanas de
inmaculados cristales,
madre, hermana, amiga.
Que no me anochezca tan
temprano
antes de releer una vez más
tus historias
de hombres y mujeres sin
principios ni finales.
Que no se marchite la fresca
magia
de tus hojas en las
afligidas y quebradas
estanterías de mi casa.
A ALMUDENA, por Consuelo Jiménez.
A Almudena, porque vivir entre recuerdos
es ya tan importante como imaginar el futuro.
Luis García Montero.
escribir desde ella,
y para ella,
no me va a resultar fácil.
Leerte en un breve espacio de tiempo,
apropiarme de las calles de Malasaña y Chamberí,
abrir sus márgenes,
atravesar los cristales,
otear tus historias,
salir al encuentro de memorias
envueltas únicamente de verdad.
Vidas sin trampas, ni adornos,
alientos que no dan su brazo a torcer,
resistiéndose al olvido,
a fin de sonreír sin maldecir.
Hace poco, que estoy al tanto del universo
de tus palabras,
que ordenas con sutil pluma,
colmando el anhelo de tus lectores,
con ellos, entre goces y penas,
desde siempre, y para siempre,
has alcanzado la libertad.
MUJER DE LA MEMORIA, por Isabel Rezmo.
La memoria tiene rastro de mujer,
rastro que se posa
en las hojas
de un noviembre moribundo.
La
memoria tiene cuerpo de mujer,
ha
escrito el pasado y el presente
de
nuestra historia.
La
memoria tiene palabras de mujer,
eternas
en todas las
edades
cuando Lulú ya ha atravesado
la
puerta de la longevidad,
lastrada
en sus piernas y en el sexo
de
todas las cicatrices.
La
memoria es un tango agotado;
Malena
dejó de tocar frente al espejo
devorando
sus curvas , a la par que devora
su conciencia, su mundo,
en
una perfección estigmatizada .
La
memoria, se quedó vacía,
se
quedó inerte frente a la tumba.
La
memoria se quedó como el cuerpo de un
hombre
derrotado en la nieve. Como los versos del poeta,
como
este país, esta frontera.
Por
ti, Almudena.
DEDICATORIA, por Yuleisy Lezcano.
"Aún no son
cadáveres y están muertos de miedo…"
Almudena Grandes
Almudena Grandes,
tú los habías reconocidos,
habías mirado en los ojos
los hombres vencidos
por el miedo de vivir la vida.
Sabías reconocer
los muertos en vida
y describir la pobreza,
extrayendo de las palabras
nuevas vibraciones,
acoplando las emociones
a una violencia mágica
para salvar la belleza de una fine trágica
y erigir en la cima de un orgasmo verbal
una estatua espectral
para recordar los cadáveres deambulantes.
Tú habías reconocidos
los hombres despiertos dormidos
que describen en modo humillante
la humanidad que acompaña el hombre
a través de una ciudad inerte,
llena de calles que conducen a la muerte.
Desde la tibia hamaca de la generación
tus palabras como una canción
todavía se abren en un sonoro abanico,
son palomas azules de auroras bellas,
traen nuevas estrellas,
enredadas en el pico.
****
No, Almudena Grandes,
no puedes morir,
porque tus palabras llenan de esperanzas
el minuto para todas las muertes.
En tus palabras
los símbolos navegan
en hondos océanos
de sensibilidad,
agitan el mundo azul
con un bando de palomas,
obras del milagro cercano
del "yo" que habla al "tú",
donde todo funciona
en torno al diálogo que mantiene
la voz que sirve de aleros
a aves insoñadas
que abren puertas cerradas
a palabras tatuadas
en la eternidad que habla
todavía con tu voz.
MADRID MUERE, por F. Javier Franco Miguel.
Ilustración de Esther Raindo |
A
Almudena Grandes
Has
muerto tú y Madrid contigo muere,
las
hojas del otoño en el Retiro
son
las lágrimas que exhalan suspiro
del
silencio que sin tu luz nos hiere.
Se
oscurece Madrid y ya no quiere
vivir
en el recuerdo del respiro
alerta
del Jarama, como un tiro:
«¡no
pasarán!» es el grito que muere.
Madrid
viste de luto en los callados
barrios
del corazón, escrita escena
que
vive en los anhelos rescatados
por
la luz que se fue oculta en la pena.
El
valiente Madrid muere y tronados
son
víctores de tu adiós, Almudena.
SU SECRETO, por María José Sánchez Fernández.
Estaba de nuevo en Madrid, había vuelto después de varios
años de ausencia y deseaba reencontrarme con mis amigos de la universidad.
Todas las épocas son buenas para visitar la capital, pero la primavera y en particular
el mes de mayo son maravillosos. La temperatura es agradable y las plantas y
los árboles están cuajados de flores. Pues bien, había quedado en verme con mi
amiga Alicia, en el parque del Retiro, por los buenos recuerdos de adolescencia
que nos traía y también porque estaba instalada la Feria del Libro.
A las dos nos apasionaba la lectura y yo había hecho mis
pinitos de escritora presentando algunos cuentos y relatos a varios concursos
literarios.
Recorrimos diferentes casetas parándonos a mirar los libros
expuestos y en algunas que tenían un poco de cola se encontraba algún autor
famosillo firmando su última publicación. Sin embargo, no nos paramos mucho
pues habíamos quedado con el resto de amigos en el famoso Café de Gijón y aún
teníamos que andar un poco para llegar a la hora de quedada.
Cuando llegamos, la alegría del reencuentro nos llenó de
emoción y ahí en ese momento me presentaron a Almudena que era amiga de una
amiga. Precisamente, venía de firmar su famoso libro en una caseta.
En aquella época empezaba a ser conocida sobre todo entre la
gente más joven porque hacía poco se había estrenado la película “Las edades de
Lulú” basada en su novela. Este hecho le había dado un poco de popularidad. A
pesar de ese halo que muchas veces presuponemos en la gente famosa, Almudena me
pareció una mujer sencilla con la que era fácil conectar si la escuchabas con
atención. En las cosas que decía,
intuías que había una segunda lectura que dejaba traslucir una inteligencia y
una capacidad de observación brutal, propia de una escritora en ciernes capaz
de discernir el más pequeño detalle que te puede conducir a una gran historia.
El café estaba lleno de gente y cómo en aquellos años se
podía fumar dentro de los establecimientos, una niebla fina como una gasa nos
envolvía a todos. Las paredes tapizadas en rojo, los grandes espejos dorados,
los cuadros con fotografías de escritores famosos y el recuerdo de las famosas
tertulias literarias que a principios del siglo XX tuvieron lugar en este
famoso lugar, hacía que por momentos me pareciera estar viviendo en una
realidad mágica y paralela. Después de tomarnos unos cafés decidimos salir a
callejear. Todos íbamos hablando un poco de todo, y cuando llegamos a la altura
del barrio de la Letras, alguien propuso que nos tomáramos unos vinos en alguno
de los bares de tapeo. Nos metimos por la calle Cervantes y cuando estábamos a
la altura de la casa de Lope de Vega, Almudena me cogió del brazo y me hizo
entrar al zaguán de la casa que estaba abierta. Me quedé un poco cortada, sobre
todo porque la figura de la escritora me impresionaba y al mismo tiempo la
admiraba.
--Tu amiga me ha contado que te gusta escribir—me dijo.
--Desde pequeña, siempre he imaginado historias llenas de
personajes esperando ver la luz, pero no he sido capaz de encontrar la manera
de darles vida.
Y entonces tirando un poco de mí me condujo a la parte de
atrás de la casa que se abría a un pequeño jardín. En ese espacio escondido
sólo se oía el susurro del agua cristalina que manaba de una fuentecilla.
--Yo vengo muchas veces a este lugar, y aquí el agua que
fluye de la fuente me cuenta muchas historias que han quedado en el olvido y
otras nuevas. Yo las recojo, y con mi ojo crítico las ordeno. Ese es mi secreto--.
Se quedó por un momento seria, cómo si mirara hacia un punto
imaginario. Después sus grandes ojos me miraron con dulzura y simpatía y me dio
un abrazo.
Salimos fuera donde el bullicio de las calles y el resto del
grupo nos esperaba para entrar en una taberna cercana y tomarnos unas cervezas
y unos vinos.
Ya no volvió Almudena a decirme nada más. Cuando salimos del
bar, todos nos despedimos no sin antes repetirnos que teníamos que volver a
quedar la próxima vez que volviese por Madrid, y cada uno nos fuimos por
nuestro camino.
Nunca más volví a ver a Almudena, pero he seguido su
trayectoria como escritora leyendo cada uno de sus libros, y reconozco en ellos
las muchas historias que seguramente fluyen en el agua de esa fuentecilla.