La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

viernes, 16 de febrero de 2024

El dedo en la llaga de un jardín herido, por Carmen Hernández Montalbán.

 


Revista Ahorateleo
Editada en Guadix, Granada por Asociación para la Promoción de la Cultura y el Arte "La Oruga Azul"
ISSN  2952-5721


El tema medioambiental está cobrando fuerza en la literatura actual. Los efectos del cambio climático son ya una realidad palpable; especialmente los del calentamiento global del planeta. Esta realidad nos lleva a una reflexión no exenta de grandes niveles de frustración al ver cómo las políticas en materia de medioambiente a nivel internacional no son lo suficientemente contundentes para abordar de una vez por todas el problema. El jardín herido, la novela de Rafael Ruiz Pleguezuelos que obtuvo el XXXIX Premio Jaén de Novela, es un ejemplo de esa inquietud por el medio ambiente. Pero, además, sabe plantear el tema con gran creatividad y pericia.

Mónica, la protagonista de la novela, es una mujer joven que vive en Madrid y que se dedica al negocio de las flores junto con su socio, Javi. Lo que comienza como una ilusión, la floristería Florarium, paulatinamente se va transformando en hastío al considerar la naturaleza artificial e industrial de algo que paradójicamente alude a la vida. Y es que, por cada flor cortada, se emite a la atmósfera tres kilos de CO2, aparte del impacto que causa al medio ambiente su transporte. Su inquietud por el asunto la lleva a acudir a reuniones de grupos ecologistas en los que únicamente se habla del tema sin hacer nada. Su protesta en una de estas asambleas la conduce a contactar con un grupo radical que promueve acciones de impacto.

La importancia de esta novela, fuera de su vertiente crítica ecologista, está en la singularidad con la que el autor ha estructurado su obra, atendiendo a la naturaleza evocadora de las flores y su campo semántico. Cada capítulo es como una piedra arrojada a un estanque en el que sus ondas nos amplían el sentido, a veces metafórico, de los títulos. En ella, Rafael nos sumerge en el lenguaje de las flores: aquella forma de comunicación criptológica de la época victoriana en la que los diferentes tipos de flores y sus colores tenían un mensaje simbólico que expresaba un sentimiento, una emoción, etc.

La metaliteratura también está presente en la obra, porque en ella se explora la presencia de las flores en la obra de Federico García Lorca. En este capítulo que él titula atinadamente “Flores en las fosas”, además de introducirnos en la obra excepcional del poeta granadino, nos advierte del uso político que se ha estado realizando con la figura del poeta, asesinado en los primeros días de la Guerra Civil española; cuando tal vez se debería haber incidido más en la grandeza de su talento y en la pérdida que ha supuesto su temprana muerte para la literatura española.

Es formidable la capacidad de Pleguezuelos para estimular el debate en esta novela, construida de manera tan magistral e inteligente.

Con el capítulo “Perder la flor” se analiza el sentido machista de la expresión que ha hecho poca justicia a las mujeres a lo largo de la historia: abrazar al mundo ha significado para la hembra, durante demasiado tiempo, caminar hacia la desgracia, dar pasos de suicida, dice el autor.

Esta es una novela sembrada de reflexiones para el lector que hacen del ejercicio de la lectura una delicia y hace poner en marcha su capacidad crítica, cualidad escasa en los tiempos que corren, abrumados como estamos por la explosión de la información y sometidos por la manipulación de los medios de comunicación.

 

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