La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

martes, 28 de febrero de 2023

15 DE AGOSTO, por Tomás Sánchez Rubio.

 


De nuevo aquí. Deseaba y temía que llegara este momento. No sé cuánto rato hace que estoy aquí parado, en esta acera, y sin dejar de mirar el balcón.

Solamente sé que ella está en casa; sin más compañía que su radio pequeña.

Recuerdo aquel día en que temía llegar con la rodilla deshecha después de haberme caído con la bici. Había estado tonteando, sin parar de hacer el caballito con los amigos en el paseo que había a lo largo del río. En aquella ocasión también me quedé donde estoy ahora y mirando fijamente al balcón, como si pudiera, concentrándome mucho, adivinar si mi padre ya estaba en casa. Sin embargo, no, no había llegado. Lo sabía porque no se escuchaba nada; ni gritos, ni su tos de perro enfermo, ni la radio a todo volumen… Cuando, empujado por el frío del atardecer, me decidí a entrar en el portal y subir la escalera con toda la lentitud y la pesadumbre del mundo, fue ella quien abrió la puerta. Me miró y me sonrió, sencillamente. Mis lágrimas rodaban en silencio, como aceite transparente, por mis mejillas enrojecidas, y un nudo en la garganta me traspasaba como hierro candente. Ella se limitó a curarme: primero, me limpió con agua oxigenada de 40 –¿de 40 qué?, porque nunca lo he sabido, la verdad…; luego, me pintó sobre la herida un sol rojo brillante hecho de amor y de mercurocromo. No había sido tan grave después de todo. Además, mi padre no había llegado todavía.

Aún sigue la bicicleta en el balcón, bici barata de paseo, de niño... Parece nueva. Se hacen a veces los balcones trasteros de bicis, de bombonas, de objetos sin uso, de almas olvidadas… Sigue la fachada con su humedad infinita, imperecedera, a pesar de ser ya agosto. Parece no haber pasado el tiempo a través de ella. Desde aquí distingo el olor a la madera maltrecha de la misma persiana de siempre. La había conocido con las lamas de verde brillante y la cuerda a juego, eso sí... Por entre sus ranuras, el sol me rayaba la cara durante las infinitas tardes de siesta en el verano, cuando yo me empecinaba en no dormir acompañándola mientras cosía en la silla baja escuchando la radio pequeña. Mi padre no llegaría hasta la noche…

Hoy es su santo. También es casualidad que me hayan soltado este día, un 15 de agosto. Ha pasado mucho tiempo. Tengo ganas de verla, pero no sé si querrá verme ella a mí.

No le traigo ningún regalo, solo alguna que otra herida que seguro sería capaz de curar simplemente con una sonrisa.

Nada más.


 

 



 

5 comentarios:

  1. Tremendo decir sin decir. Gracias Tomás por compartir realidades.🙏🏾😯

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  2. Hola Tomás , muy real ese relato .

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  3. Me encanta cómo nos "metes" en la escena Tomás, en el momento, en el sentimiento.... parece que la he vivido a cada palabra.Me quito el sombrero amigo.

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