La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

miércoles, 29 de septiembre de 2021

MALINCHE, por Dori Hernández Montalbán.

 

   (México, 1519 -20)

 

Negro total en escena.

Se escucha el sonido propio de las aves de la selva mexica. Más de veinticuatro sonidos diferentes de siete especies de aves. Los animales barruntan lluvia.

Rumor de olas lejanas.

El sol ocultándose semeja un planeta ardiendo en ascua viva. Llegan  progresivamente los sonidos de las aves y animales que se irán mezclando con el estruendo del trueno y los relámpagos de una tormenta tropical. Una vez más el dios de la lluvia llora sobre México.

Suenan los tambores de los sacerdotes, anunciando la hora de dormir. Escuchamos de fondo el golpe de la lluvia.

Entra azorada Malinche, esclava y concubina de Cortés.

Malinche acaba de presenciar, sin ser vista por Alvarado y el mismo Cortés, el asesinato de un indígena nahual. Hernán Cortés ha ordenado que le amarren una piedra de lastre  y le arrojen al lago, pues temen que los mexicas  lo descubran, y se vayan al traste sus planes de conquista de Tecnocthiclan.

Entra Malinche y si sienta como de costumbre en el suelo sobre una esterilla, deshaciéndose previamente del manto empapado y cambia el huipil.

 

 

Hernán Cortés: ¡Por Dios bendito! Nunca vi llover de tal modo. (Deshaciéndose de yelmo y espada) ¿Estás ahí? Os sorprendió la tormenta también por lo que veo…

¡Menuda tormenta! En Extremadura, mi amada tierra, llueve poco, nunca de este modo. Así es que ésta espesa vegetación, ésta humedad, me enmudece… ¡Ah Medellín! ¡Qué lejano! y esto, "el nuevo mundo”, nunca imaginé  tanta inmensidad. Meros muñecos al azar de los vientos, eso somos doña Marina...La desdicha nos mata, pero la felicidad nos aburre…Soldados  al fin y al cabo, marinos ansiosos de conquista, riqueza y aventura. ¿Y vos doña  Marina, en qué pensáis?

Malinche: Pensar…no, escucho el golpe de la lluvia, y el sonido del  timbal.

Hernán Cortés: (Mirando a Malinche) doña Marina, no es mal nombre, ese fraile mercedario pocas veces se equivoca… ¿Comprendéis mis palabras? Decidme ¿Cuando pensáis que dejará de llover?

Malinche: Malinche puede hablar nahual, mexica y algunas palabras de esa lengua vuestra de Castilla, pero  no puede adivinar cuando cesará la lluvia. Habrá  que esperar…

Hernán Cortés: ¿Hoy no me miráis cuando os hablo? Comprenderíais mejor lo que os digo. ¿Qué demonios  os ocurre mujer?

Malinche: (Aún sin alzar la vista) Hoy vi como mataban vuestros hombres a un guerrero nahual, y cómo lo ocultabais en la ciénaga.

Hernán Cortés: Restándole importancia) ¡Ah! Eso---Había desobedecido las órdenes, los aliados indígenas también deben cumplirlas.

Malinche: Cortés miente. Los nahual no deben obediencia a vos, ni aún al jefe Moctezuma siempre que paguen con una parte de las cosechas.

Hernán Cortés: (Mueve la cabeza  calibrando) Quien descubre a su enemigo es hombre muerto, y el que le descubre las intenciones, está condenado a morir irremediablemente. ¿Acaso no conocíais ésta regla doña Marina?

Malinche: El no era vuestro enemigo, sino un aliado. Él se unió a vos para luchar contra el gran Tlatoani- Acaso los mujeres que fueron  regaladas a vuestros capitanes también somos enemigas vuestras ¿No servimos bien a los hombres de Cortés?

Hernán Cortés: Vos, no podéis entenderlo doña Marina. Dos meses mirando la línea del horizonte, soportando gigantescas tempestades que sometían y zarandeaban  nuestras carabelas como si fueran cascaras de nueces, estrellándose contra las olas…Vos no podéis comprender…

Malinche: Soy vuestra esclava, pero no vuestra enemiga, toco en vuestra presencia las cosas, para volver a nombrarlas en esa lengua vuestra de Castilla, vos las nombráis y yo las aprendo. Mis palabras nahual van de la mano de las que pronunciáis, pero en ocasiones las vuestras lastiman como afilados cuchillos. ¿Estaré yo también condenada a morir si adivino vuestras intenciones? (Cortés, algo sorprendido, tarda en responder)

Hernán Cortés: No, al menos no por ahora. No habéis dado motivos, doña Marina.

Malinche:   Malinche puede comprender al jaguar, escuchar el canto de las aves de mil colores, saludar al sol agradecida cada mañana, porque la lengua nahual hace volar a los hombres sobre las montañas y regresar como el águila al nido. Pero vos  no conocéis nuestra lengua  que hablamos desde hace mil años. Yo tampoco conozco la vuestra, pero ahora sé que algunas de vuestras palabras pueden herir y otras matar.

Hernán Cortés: Mujer, vos no podéis comprender lo que mis hombres y yo hemos venido a hacer aquí, ni lo que hemos tenido que padecer hasta llegar aquí, al “nuevo mundo” No sabéis lo que es tener que navegar sin rumbo temiendo la rémora marina, capaz de capturar a una embarcación  e incluso inmovilizarla hasta hacer que eche raíces en alta mar; mientras los marinos se fríen al sol el puente. Hemos matado a muchos hombres en nombre de nuestro rey y aún de Dios…a qué negarlo.  Nuestro señor creo el paraíso e hizo que germinara en él el árbol de la vida, permitió que de la tierra brotara el manantial de los aguas… pero no dijo nada sobre el lugar del paraíso, tal vez este sea el paraíso y tal vez algunos hombres tengan que morir para que otros muchos puedan hallarlo. Y ahora vuestras murallas infranqueables y vuestras escarpadas montañas, mas las aguas entre tierras nos impiden coronar Tenochtitlán, el rubí de la planicie. Aunque, tal vez, tengáis razón, y éste no sea  “el nuevo mundo” sino el más remoto rincón de la tierra pero aún así ha de ser conquistado en nombre de Nuestro  Señor. Y ahora doña Marina, después de tanto sacrificio sufrido para llegar hasta aquí ¿he de escuchar vuestros reproches?

Malinche: doña Marina…? Vos me llamáis así, pero es un nombre que yo no reconozco ´mi nombre es Malinalli, Malinalli era feliz, hubiera sido mejor no aprender vuestras  palabras, no haber reparado en vuestros ojos, porque vos y vuestros capitanes, matáis a mi pueblo con vuestras afiladas espadas. Asustáis  a todos con vuestros caballos y perros.

 

Hernán Cortés: No hemos llegado hasta aquí para lastimaros. Hemos venido a parar los sacrificios. Y para esto habrá que luchar, sacrificar a algunos para salvar a centenares.

Malinche: ¿No es esto lo que el gran Moctezuma hace a petición de los dioses? Únicamente el gran  Moctezuma puede detener los sacrificios a petición de los dioses. ¿Sois acaso un dios? El dios de la lluvia continua llorando, no está contento.

Hernán Cortés: Por lo que veo, esta noche habré de dormir solo, pues la señora se ha ofendido. Las mujeres no alcanzaréis nunca  entender la guerra.

Malinche esperó a que Cortés se quedara dormido, y después, a pesar de la lluvia, salió  de la estancia con dirección al palacio del gran tlatoani, cuidándose de no ser vista. Poco antes del amanecer llegó a las puertas de palacio. Interceptada por dos guerreros-guardianes fue conducida a la presencia de Moctezuma, justo en el instante que los tambores de los sacerdotes anunciaban el nuevo día.

(El personaje de Malinche se situara en el centro de la escena, ante un Moctezuma invisible. Pocos son los que tienen el privilegio de mirarlo. Malinche hace una reverencia arrodillándose y habla con la mirada baja, casi en acto de adoración. Los guardianes le comunican en lengua mexica que puede comenzar a  hablar. Los guerreros van ataviados con un maxital (taparrabos) y tocado de plumas de aves tropicales.)

Malinche: Gran tlatoani, mi nombre es Malinalli, he caminado durante la noche, bajo la lluvia, para llegar hasta aquí. Malinalli viene del tiempo detenido, del fruto madurado. La vida me saludó mientras el dios sol danzaba sobre el horizonte. Mis padres dijeron que fui regalo de la piedra negra e hija del colibrí, hermana de la diosa de la hierba. Delante vino el pez, y llego después el puma caminando.

Mi padre nahual murió, y mi madre tomó nuevo esposo y tuvo un hijo varón, así es que me   aquel hombre me regaló  a unos indios yicalondo, más tarde la suerte me arrastro hasta unas gentes de tabasco y estas me ofrecieron como regalo, junto con otras veinte mujeres  al  hombre que llaman Cortés. Hube de tomar nombre cristiano pues el de “hierba torcida” no bastó al fraile de Cortés. El me bautizó doña Marina.

Ellos no hablan las lenguas de nuestro pueblo, pero Malinalli comienza a traducir las palabras del nahual al mexica para vos y para Cortés. Ellos  me tratan bien, me hicieron el regalo de un espejo, semeja un agua quieta en donde Malinalli se mira. Pero hoy, el gran tlatoani debe saber algo importante sobre estos hombres: Hernando de Cortés no es un dios, no es un enviado de la serpiente emplumada; ellos tienen un comportamiento sacrílego con nuestros dioses y  anoche mataron a un guerrero nahual, lo pasaron a espada y lo ocultaros bajo las aguas.

Sabes bien que mi pueblo fue un pueblo peregrino, pero desde que vive en Tecnochticlan  pagamos con parte de las cosechas al gran  Moctezuma. Sin embargo los dioses siguen pidiendo sacrificios. Sé que los dioses no están contentos…

Pero Cortés no es un dios, es un hombre. No es la serpiente emplumada que regresa.

Hernando de Cortés es el conquistador del “nuevo mundo”. Cortés al que el gran Moctezuma obsequió con las plumas del quetzal  y las plumas  azules y verdes como el jade como si de un dios se tratara es tan solo un hombre. Vine a hacerte una pregunta: ¿Han de temer los mexicas al hombre que vino del mar?

Nunca ha de saber Cortés que  vine a ver al gran tlaloani, pues acabaría con mi vida.

Voz en off de Moctezuma: Mujer eres libre, vuelve con tú dueño, volveré a escuchar tus palabras acerca del guerrero que vino del mar; él y yo tenemos largo tiempo para encontrarnos de nuevo  el uno al otro. Ahora he de preguntar a las estrellas si él es el dios que había  de retornar para encontrarse conmigo.


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