(México, 1519 -20)
Negro total en escena.
Se escucha el sonido propio de las
aves de la selva mexica. Más de veinticuatro sonidos diferentes de siete
especies de aves. Los animales barruntan lluvia.
Rumor de olas lejanas.
El sol ocultándose semeja un planeta
ardiendo en ascua viva. Llegan
progresivamente los sonidos de las aves y animales que se irán mezclando
con el estruendo del trueno y los relámpagos de una tormenta tropical. Una vez
más el dios de la lluvia llora sobre México.
Suenan los tambores de los
sacerdotes, anunciando la hora de dormir. Escuchamos de fondo el golpe de la
lluvia.
Entra azorada Malinche, esclava y
concubina de Cortés.
Malinche acaba de presenciar, sin ser
vista por Alvarado y el mismo Cortés, el asesinato de un indígena nahual.
Hernán Cortés ha ordenado que le amarren una piedra de lastre y le arrojen al lago, pues temen que los
mexicas lo descubran, y se vayan al
traste sus planes de conquista de Tecnocthiclan.
Entra Malinche y si sienta como de
costumbre en el suelo sobre una esterilla, deshaciéndose previamente del manto
empapado y cambia el huipil.
Hernán Cortés:
¡Por Dios bendito! Nunca vi llover de tal modo. (Deshaciéndose de yelmo y
espada) ¿Estás ahí? Os sorprendió la tormenta también por lo que veo…
¡Menuda tormenta! En Extremadura, mi
amada tierra, llueve poco, nunca de este modo. Así es que ésta espesa
vegetación, ésta humedad, me enmudece… ¡Ah Medellín! ¡Qué lejano! y esto,
"el nuevo mundo”, nunca imaginé
tanta inmensidad. Meros muñecos al azar de los vientos, eso somos doña
Marina...La desdicha nos mata, pero la felicidad nos aburre…Soldados al fin y al cabo, marinos ansiosos de conquista,
riqueza y aventura. ¿Y vos doña Marina,
en qué pensáis?
Malinche:
Pensar…no, escucho el golpe de la lluvia, y el sonido del timbal.
Hernán Cortés:
(Mirando a Malinche) doña Marina, no es mal nombre, ese fraile mercedario pocas
veces se equivoca… ¿Comprendéis mis palabras? Decidme ¿Cuando pensáis que
dejará de llover?
Malinche:
Malinche puede hablar nahual, mexica y algunas palabras de esa lengua vuestra
de Castilla, pero no puede adivinar
cuando cesará la lluvia. Habrá que
esperar…
Hernán Cortés:
¿Hoy no me miráis cuando os hablo? Comprenderíais mejor lo que os digo. ¿Qué
demonios os ocurre mujer?
Malinche: (Aún
sin alzar la vista) Hoy vi como mataban vuestros hombres a un guerrero nahual,
y cómo lo ocultabais en la ciénaga.
Hernán Cortés:
Restándole importancia) ¡Ah! Eso---Había desobedecido las órdenes, los aliados indígenas
también deben cumplirlas.
Malinche:
Cortés miente. Los nahual no deben obediencia a vos, ni aún al jefe Moctezuma
siempre que paguen con una parte de las cosechas.
Hernán Cortés:
(Mueve la cabeza calibrando) Quien
descubre a su enemigo es hombre muerto, y el que le descubre las intenciones,
está condenado a morir irremediablemente. ¿Acaso no conocíais ésta regla doña
Marina?
Malinche: El
no era vuestro enemigo, sino un aliado. Él se unió a vos para luchar contra el
gran Tlatoani- Acaso los mujeres que fueron
regaladas a vuestros capitanes también somos enemigas vuestras ¿No
servimos bien a los hombres de Cortés?
Hernán Cortés:
Vos, no podéis entenderlo doña Marina. Dos meses mirando la línea del
horizonte, soportando gigantescas tempestades que sometían y zarandeaban nuestras carabelas como si fueran cascaras de
nueces, estrellándose contra las olas…Vos no podéis comprender…
Malinche: Soy
vuestra esclava, pero no vuestra enemiga, toco en vuestra presencia las cosas,
para volver a nombrarlas en esa lengua vuestra de Castilla, vos las nombráis y
yo las aprendo. Mis palabras nahual van de la mano de las que pronunciáis, pero
en ocasiones las vuestras lastiman como afilados cuchillos. ¿Estaré yo también
condenada a morir si adivino vuestras intenciones? (Cortés, algo sorprendido,
tarda en responder)
Hernán Cortés:
No, al menos no por ahora. No habéis dado motivos, doña Marina.
Malinche: Malinche
puede comprender al jaguar, escuchar el canto de las aves de mil colores,
saludar al sol agradecida cada mañana, porque la lengua nahual hace volar a los
hombres sobre las montañas y regresar como el águila al nido. Pero vos no conocéis nuestra lengua que hablamos desde hace mil años. Yo tampoco
conozco la vuestra, pero ahora sé que algunas de vuestras palabras pueden herir
y otras matar.
Hernán Cortés:
Mujer, vos no podéis comprender lo que mis hombres y yo hemos venido a hacer
aquí, ni lo que hemos tenido que padecer hasta llegar aquí, al “nuevo mundo” No
sabéis lo que es tener que navegar sin rumbo temiendo la rémora marina, capaz
de capturar a una embarcación e incluso
inmovilizarla hasta hacer que eche raíces en alta mar; mientras los marinos se
fríen al sol el puente. Hemos matado a muchos hombres en nombre de nuestro rey
y aún de Dios…a qué negarlo. Nuestro
señor creo el paraíso e hizo que germinara en él el árbol de la vida, permitió
que de la tierra brotara el manantial de los aguas… pero no dijo nada sobre el
lugar del paraíso, tal vez este sea el paraíso y tal vez algunos hombres tengan
que morir para que otros muchos puedan hallarlo. Y ahora vuestras murallas
infranqueables y vuestras escarpadas montañas, mas las aguas entre tierras nos
impiden coronar Tenochtitlán, el rubí de la planicie. Aunque, tal vez, tengáis razón,
y éste no sea “el nuevo mundo” sino el
más remoto rincón de la tierra pero aún así ha de ser conquistado en nombre de
Nuestro Señor. Y ahora doña Marina,
después de tanto sacrificio sufrido para llegar hasta aquí ¿he de escuchar
vuestros reproches?
Malinche: doña
Marina…? Vos me llamáis así, pero es un nombre que yo no reconozco ´mi nombre
es Malinalli, Malinalli era feliz, hubiera sido mejor no aprender vuestras palabras, no haber reparado en vuestros ojos,
porque vos y vuestros capitanes, matáis a mi pueblo con vuestras afiladas
espadas. Asustáis a todos con vuestros
caballos y perros.
Hernán Cortés:
No hemos llegado hasta aquí para lastimaros. Hemos venido a parar los
sacrificios. Y para esto habrá que luchar, sacrificar a algunos para salvar a
centenares.
Malinche: ¿No
es esto lo que el gran Moctezuma hace a petición de los dioses? Únicamente el
gran Moctezuma puede detener los
sacrificios a petición de los dioses. ¿Sois acaso un dios? El dios de la lluvia
continua llorando, no está contento.
Hernán Cortés:
Por lo que veo, esta noche habré de dormir solo, pues la señora se ha ofendido.
Las mujeres no alcanzaréis nunca
entender la guerra.
Malinche esperó a que Cortés se
quedara dormido, y después, a pesar de la lluvia, salió de la estancia con dirección al palacio del
gran tlatoani, cuidándose de no ser vista. Poco antes del amanecer llegó a las
puertas de palacio. Interceptada por dos guerreros-guardianes fue conducida a
la presencia de Moctezuma, justo en el instante que los tambores de los
sacerdotes anunciaban el nuevo día.
(El personaje de Malinche se situara
en el centro de la escena, ante un Moctezuma invisible. Pocos son los que
tienen el privilegio de mirarlo. Malinche hace una reverencia arrodillándose y
habla con la mirada baja, casi en acto de adoración. Los guardianes le
comunican en lengua mexica que puede comenzar a
hablar. Los guerreros van ataviados con un maxital (taparrabos) y tocado
de plumas de aves tropicales.)
Malinche: Gran
tlatoani, mi nombre es Malinalli, he caminado durante la noche, bajo la lluvia,
para llegar hasta aquí. Malinalli viene del tiempo detenido, del fruto madurado.
La vida me saludó mientras el dios sol danzaba sobre el horizonte. Mis padres
dijeron que fui regalo de la piedra negra e hija del colibrí, hermana de la
diosa de la hierba. Delante vino el pez, y llego después el puma caminando.
Mi padre nahual murió, y mi madre
tomó nuevo esposo y tuvo un hijo varón, así es que me aquel hombre me regaló a unos indios yicalondo, más tarde la suerte
me arrastro hasta unas gentes de tabasco y estas me ofrecieron como regalo,
junto con otras veinte mujeres al hombre que llaman Cortés. Hube de tomar
nombre cristiano pues el de “hierba torcida” no bastó al fraile de Cortés. El
me bautizó doña Marina.
Ellos no hablan las lenguas de
nuestro pueblo, pero Malinalli comienza a traducir las palabras del nahual al
mexica para vos y para Cortés. Ellos me
tratan bien, me hicieron el regalo de un espejo, semeja un agua quieta en donde
Malinalli se mira. Pero hoy, el gran tlatoani debe saber algo importante sobre estos
hombres: Hernando de Cortés no es un dios, no es un enviado de la serpiente
emplumada; ellos tienen un comportamiento sacrílego con nuestros dioses y anoche mataron a un guerrero nahual, lo
pasaron a espada y lo ocultaros bajo las aguas.
Sabes bien que mi pueblo fue un
pueblo peregrino, pero desde que vive en Tecnochticlan pagamos con parte de las cosechas al
gran Moctezuma. Sin embargo los dioses
siguen pidiendo sacrificios. Sé que los dioses no están contentos…
Pero Cortés no es un dios, es un
hombre. No es la serpiente emplumada que regresa.
Hernando de Cortés es el conquistador
del “nuevo mundo”. Cortés al que el gran Moctezuma obsequió con las plumas del quetzal y las plumas
azules y verdes como el jade como si de un dios se tratara es tan solo
un hombre. Vine a hacerte una pregunta: ¿Han de temer los mexicas al hombre que
vino del mar?
Nunca ha de saber Cortés que vine a ver al gran tlaloani, pues acabaría con
mi vida.
Voz en off de Moctezuma: Mujer eres
libre, vuelve con tú dueño, volveré a escuchar tus palabras acerca del guerrero
que vino del mar; él y yo tenemos largo tiempo para encontrarnos de nuevo el uno al otro. Ahora he de preguntar a las
estrellas si él es el dios que había de
retornar para encontrarse conmigo.
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