La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

domingo, 14 de enero de 2018

DE ELLA O DE NADIE, por Gloria Acosta.



 Entorné los ojos. Fue un gesto reflejo que al instante resultó molesto. Demasiado tiempo a oscuras y en silencio. Me desperezó de golpe una luz escasa, antigua. Luego fulguraron las otras salpicando el pasillo de haces blancos y amarillos. Me fui adaptando a una luminiscencia que me abarcó entera cuando el sol titubeante del otoño entró empujando las ventanas, liberadas ya de sus atranques. Apenas me reconocí aunque estaba todo en su sitio. Las camas hechas y los armarios cerrados, salvo las puertas que no tuvieron remedio; en la mesilla de noche el busto de Ecce Homo con las espinas sangrantes quebradas por el tiempo, y al fondo del pasillo el repiqueteo lagrimoso del grifo del fregadero, empecinado en mantener cierta sonoridad en la cocina.
Al instante el rasguñar apresurado de una  escoba. Me pareció que esta vez ella había  venido sola.
Me turbó mi decadencia. Quienes me vieron nacer y habitaron mi esplendor ya no estaban. Hacía tiempo que me había convertido  en un lastre para ella y sus hijos.
Golpearon a la puerta. Escuché los pasos explorar las habitaciones y a ella comentar esto y lo otro. Hablaban de dinero. La voz masculina se expresaba con dificultad, parecía extranjero. Era el tercero, pero este parecía aceptar la última oferta. Los pasos se alejaron por el pasillo hacia la puerta. Se despidieron. Él se fue. A ella la vi arrancar el cartel de la ventana. Parecía llorar mientras se preparaba un café y encendía un cigarrillo.
Las ruedas de una maleta  apresurada arañaron el suelo. Se abrió la puerta. Se cerró.  La llave giró dos veces. Silencio.
La noche se precipitó delatando el olvido de una luz tenue prendida al fondo.
Desfilaron por el largo pasillo abuelos e hijos flotando ingrávidos,  dejando estelas de luz que se colaban por las habitaciones sin puertas que las detuvieran. Mis fantasmas también me abandonaban. Cerré los ojos y quise rendirme.
De pronto aquel olor sutil cada vez más narcotizante. La bombona de butano se vació entera. Ese último olvido me restauró la dignidad. Si no era de ella no sería de nadie.
Entorné los ojos antes de la explosión.


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