Nunca me fie del tiempo, fui fría con él, jamás
hicimos el amor, jamás me enamoré del tiempo, intuí su abandono sin aviso, con
sobresalto, a traición, supe que no sería eterno, intuí que en su frugal cena a
solas me robaría la vida, me dejaría sin aliento, sin resuello, tirada sobre suelo
de cemento, boqueando, vomitando mis trasnochadas horas de ensueño, de aquella
locura que creí eterna. Y sin embargo él me prometió la gloria e insistió, insistió
entonces, entonces, en aquel entonces cuando yo era primavera, verano, me prometió
que mi otoño sería un nombre impronunciable, y ni soñar del invierno, jamás
llegaría mi invierno, jamás el frío me helaría, ni el aliento sería mi
barracuda acechando. Me juró que sería eterno, él, él en aquel entonces
primavera cuando por entre mi pelo florecían gaviotas, cuando por entre mis
dedos saltaban gacelas, mi vida, mi primavera, bosque encantado. Postrado en
rezo me lo juró llegándome a la cintura en su baja estatura. Lo mire desde
arriba, fui déspota, despiadada, me sentía primavera, verano; el otoño,
desconocido entonces, ni sabía qué era y a él lo creí vapor de incienso pasando
impetuoso, al que me subí por creerlo eterno, no supe entonces, no sabía,
ignorante..., distinguir la trasmutación de los tiempos verbales: soy, seré... Siéndolo,
no lo creí dueño de mí, sino un juego de tiempos, de estaciones, no lo creí, me
sentí dueña de mi tiempo, yo era el mismo tiempo, no lo vi siquiera un instante
en mi estupidez por creerme primavera eterna. Lo creí ráfaga de viento soplando
en mi torpe oído, lo creí artimaña, ilusión, artilugio luciendo hermoso o pálido
en mi vida, y tan fugaz era y mis días tan hermosos, siendo verano, primavera
que no creí que a resultas de ese tiempo acabase mi vida siendo otoño mientras
el invierno rugía cerca...
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