Háblanos un poco de ti.
Nací en
Barcelona. Vivo en la provincia de Granada desde 1980. Me dedico a escribir más
o menos desde la misma fecha, aunque mi profesión ha sido la de profesor de
Enseñanza Secundaria. Mi primera novela publicada lo fue en 2003, por el
Ayuntamiento de Granada, y su título, Bajo la encina. Luego, conseguí
los premios Ciudad de Guadalajara, por Buscar o no buscar, y Francisco
Umbral de Majadahonda por La insigne chimenea. Todo eso no me significó
ser más leído por el público, sino la satisfacción de ser considerado por
algunos de mis amigos. Lo importante es la alegría de haber creado esos mundos,
esos personajes. Tengo 9 novelas publicadas y dos libros de poemas en prosa. No
está mal para ya una larga vida. Sin embargo, he escrito, si los números no se
me dan mal, 13 novelas más inéditas. El deleite está en esos amigos que me
consideran, en quienes me dicen “oye, qué bien está tu novela, la he
disfrutado”. Dar goce siendo leído produce la misma complacencia que el amor
bien hecho, que la convivencia grata.
¿Qué podemos encontrar entre las páginas de La novena?
Música, mucha música. Es un intento de aunar las estructuras musicales
con las narrativas. Si es fallido o no, lo dirán mis lectores. De momento ya
algunos de ellos me han dicho que he tenido éxito en ese intento. Kundera le
recriminaba a Hermann Broch que en su trilogía Los sonámbulos no
hubiese un nexo que uniera sinfónicamente la obra. Me parece que yo sí lo he
conseguido con esa narradora, Gusti Rodero, que escucha una y otra vez la 9ª
beethoveniana porque es lo único que calma a su marido, enfermo de Alzheimer. Y
he intentado seguir la estructura de esa sinfonía, con sus cuatro movimientos
que simbolizo en lo heroico, lo orgiástico, lo bucólico mezclado con el dolor y
la muerte, y por fin, Europa, con las virtudes y defectos que la caracterizan.
Para ello he utilizado la historia de dos familias, los López Pedrosa y los
Rodero Pedrosa, que concentran esos defectos y virtudes, más la misma historia
española desde principios del XX hasta hoy, y la historia europea, por
supuesto.
¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?
Creo que
está en lo anteriormente dicho. Me parece que las descripciones de la vida
fabril, de la transición española desde el 75, del terrorismo que marcó
aquellos años, de la abulia, el consumismo, la corrupción, todo ello visto desde
las vidas secundarias de personajes que no ocupan lugares importantes en la
vida ni política, ni social, sino pertenecientes a esa intrahistoria de la que
hablaba don Miguel de Unamuno. Más la misma vida de Beethoven coincidiendo con
aquel estreno de su última sinfonía, y la maldición que a partir de entonces
parece haber marcado a algunos compositores: Schubert, Bruckner, Dvorak,
Mahler, etc., que compusieron sus novenas sinfonías y murieron poco después. Y
también reflexiones sobre la música. Todo ello ensamblado o armonizado con
enlaces entre los diferentes temas, en forma de pequeñas cavilaciones como en
el sinfonismo ocurre con los llamados puentes.
¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera
publicación hasta esta última?
De aprendizaje.
A escribir se aprende escribiendo. Y leyendo mucho. El escritor debe saber de
todo. No le está de más una formación científica, además, claro, de literaria,
filosófica, social, etc. Pero sigo aprendiendo. No se acaba nunca. Uno termina
de aceptar un texto para ser publicado cuando ya lo tiene el editor maquetado y
en imprenta, y aun entonces, se le ocurre alguna que otra corrección que ya no
será posible. Lo mismo pasa con la formación como escritor y como persona: solo
termina con la muerte, y aún, porque más allá no sabemos si continúa, que si
no…
¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo elegiste?
Soy muy
ecléctico en mis lecturas. Leo lo que pillo. De lo último leído, pienso en dos
libros de Milan Kundera: El arte de la novela, y Los testamentos
traicionados. El checo era músico también, de modo que me es de gran
inspiración. Pero se mezclan Gabriel Miró, Gueorgui Gospodínov, un búlgaro que
me ha gustado mucho, Ernesto Sabato, Kertész, etc. En mi vida he leído con
devoción a Unamuno, Eugenio Trías, a María Zambrano, a Juan Goytisolo, a
Cortázar, Sarduy o Cabrera Infante, Baricco, Mankell, Calvino, Lowry (quien,
por cierto, conoció a su primera esposa en Granada), Bulgákov, Joyce, Pérez
Galdós, Pynchon, Mann, Céline o Kafka. Me ha aficionado la ciencia, la Kabalah,
la mística y la historia de las religiones, la Historia y Nietzsche. Así de
“enfollonado” soy.
Y ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?
Me dejo
llevar. Desde la novena, escribí dos novelas en las que el personaje central es
un viejo (no un anciano aún, sino lo que se llama un hombre “mayor”) que vive
solo. Me siguen obsesionando las estructuras musicales y en una de ellas he
imitado el tema con variaciones. Con esas novelas que tengo inéditas debería
dedicarme a corregirlas, pero me da una pereza… Porque lo peor de este oficio
es corregir: cuesta tanto como arrancarse un apósito pegado, es pesado como
transportar sacos de 50 kilos, uno está ciego para lo propio, por eso lo ideal
es dejarlo reposar durante años y que quede como si lo hubiese escrito otro. He
empezado alguno nuevo, sí, pero lo voy a dejar hasta corregir del todo lo que
publicaré con la Academia de Buenas Letras de Granada el año próximo. A lo peor
no escribo nada más y me dedico a dejar a punto esas 13 novelas sin publicar o
desecharlas todas o algunas, ya veremos. La vida da muchas vueltas…
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