La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

martes, 29 de noviembre de 2022

HABLANDO DE LETRAS CON JUAN CARLOS FRIEBE.

 


·      (Granada, 1968) es poeta y miembro de número de la Academia de Buenas Letras de Granada.

 

Con su primer libro, una recopilación de poemas juveniles escritos entre 1981 y 1989, obtuvo el premio de Poesía Andaluza Villa de Peligros. A Anecdotario (1992) le sucederán Poemas Perplejos (1995), finalista del II Certamen Internacional de Poesía Gabriel Celaya; Aria contra coral (2001); Las briznas: poemas para consuelo de Hugo van der Goes (2007), libro con el que mereció el II Premio Nacional de Poesía Paloma Navarro; Hojas de morera (2008); Poemas a quemarropa (2011) y Enseñando a nadar a la mujer casada (2021). En 2015 aparece Antagonía / Aνταγονíα, una amplia selección del conjunto su labor poética, traducida al griego y ofrecida en edición bilingüe.

 

Junto a Cristina Rodríguez colaboró en la adaptación al español del poemario Sohailin Lumous, del finés Erkki Vepsäläinen (2005); y, en 2013, prologa An die Melancholie / A la melancolía, de Friedrich Nietzsche en versión de Jesús Munárriz. También ha participado en la difusión de la literatura sueca a través de conferencias, mesas redondas y lecturas públicas de autores como August Strindberg, Tomas Tranströmer, Karin Boye y Harry Martinson.

 

Participa junto a pintores y artistas en exposiciones e instalaciones como las de la grabadora María José de Córdoba —Mundos paralelos. Poesía y grabado (Granada, Galería de Arte Cartel, 2002)—; la del pintor Valentín Albardíaz —Un kilim para Rimbaud y otras pinturas (Santa Fe, Granada, Instituto de América, 2009)—; y las del artista Jaime García, Tres estancias de un apartamento burgués (Santa Fe, Granada, Instituto de América, 2007) y El sueño de Isabel (Granada, Archivo Manuel de Falla, 2010). Junto a Jaime García colabora, además de en la plataforma Geometría del Desconcierto Ediciones, en el proyecto digital y correlato visual Los viajes de Dionisos, y en Las bacantes (2009), poema escénico basado en la tragedia de Eurípides, con música del compositor croata Frano Kakarigi.

 

En cuanto a sus colaboraciones con el mundo del arte flamenco, en 2011 publica Las canciones de la vereda, un conjunto de coplas de distintos palos escrito para el cantaor Manuel Heredia. Compone el drama lírico Romanza de Narciso y Eco para cuadro flamenco en tres actos estrenado por la bailaora Rosa Zárate en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada (FEX), en sus ediciones de 2011 y 2012.

 

Entre 2008 y 2011 coordinó la actividad divulgativa de poesía contemporánea Encuentros en la biblioteca de la Cátedra Federico García Lorca de la Universidad de Granada en colaboración con la Biblioteca de Andalucía. Como parte de su labor de extensión de la poesía, ha colaborado en numerosas actividades docentes, entre las que destaca ser profesor del Máster en Creación Literaria de la Universidad de Granada.

 

Su creación como poeta, fuertemente vinculada tanto al mundo de la música como al de las artes plásticas, escénicas y gráficas, está marcada por la identidad, la melancolía, la crueldad y la ignorancia como ejes del sufrimiento humano a lo largo de la Historia. Su poesía, generalmente de factura clásica, atiende a una concepción trágica del destino matizada por la trascendencia del arte como forma de rebeldía, y la dignidad del heroísmo individual frente a las circunstancias históricas.


  ¿Qué es para ti la poesía y qué significa el acto de escribir?

 

He dicho alguna vez que la poesía para mí significa el encuentro emocional e intelectual entre dos autores inteligentes: el creador del poema y el creador de la lectura. Cuando esto sucede en el lector, ya sea por la belleza, la inteligencia, la técnica, la sutileza o la fuerza de los versos, y especialmente cuando todo lo anterior sucede a la vez en quien así lo aprecia, la poesía supone una epifanía: una  revelación de una consciencia ajena que atraviesa el alma propia... El acto de escribir sería, pues, aquello que hace posible ese encuentro de dos personas capaces de establecer vibraciones sensibles entre ellas, de sintonizar una misma frecuencia vital  mediante un texto poético, con independencia del siglo en el que fuese escrito. Aunque si me preguntas por una definición menos alambicada o más directa, entiendo y siento, como Claudio Rodríguez, que la poesía es un estado de gracia.

 

·        Eres un artista integral, sin embargo ¿en qué disciplina artística te sientes más cómodo y por qué?

 

Lo cierto es que para mí la poesía, en cierto sentido, nació de mi incapacidad manifiesta para componer música. Mis experimentos musicales han sido muchos, e incluso he colaborado puntualmente con algún grupo, pero fui consciente desde muy joven de mis limitaciones quizá porque nunca he valorado con optimismo mis posibilidades. Tengo un oído muy fino y razonablemente bien educado, sin embargo, e incluso una decente memoria histórica musical, pero nada más. En cuanto a la literatura, cosa rara, el género en el que mayor comodidad siento es la sátira en prosa, suave por lo general, a la manera de Horacio, y peculiarmente agridulce cuando la escribo -más que sobre- contra mí. Una “comodidad” que, por cierto, solo me he permitido en contadas ocasiones en mis poemarios, que se mueven entre una épica triste y la tragedia más áspera. He sacado adelante muy pocos poemas, que yo recuerde, sin un gran esfuerzo. Escribir prosa me entretiene: exprimir poesía me extenúa.

 

¿Qué opinas de los recitales multitudinarios de poesía? ¿Crees que la poesía, al ser un lenguaje simbólico necesita de más reposo o precisa de otros resortes para ser transmitida?

 

Menos es más y, además, prefiero las distancias cortas. Me gusta atender a poetas y poemas en espacios recogidos, en tanto defiendan bien su obra de viva voz, ni susurrando ni balbuceando. Ni a gritos, claro. Especialmente a aquellos que entienden como yo que el poema es similar a una partitura… Y si debo elegir entre asistir a un festival multitudinario o a una lectura en una librería, priorizo los espacios pequeños, no necesariamente recoletos pero sí que permitan cierta cercanía e intimidad. A menudo son precisos espacios más amplios, por supuesto, para las presentaciones en concreto… pero a partir de ahí los micrófonos me resultan un incordio y los poemas de altavoz aturden mi oído. Comprendo también la necesidad de los festivales, y su trascendencia para la proyección del hecho poético y su actualidad, aunque ni los frecuento ni comparto la idea de que con estos se acerque al “gran público” el amor por o el conocimiento de la poesía como disciplina artística. Por un lado, hay más poetas que lectores de poesía y de la cantidad de poetas invitados no podemos presuponer la calidad de un acto. Por el otro, pasa lo mismo: tampoco podemos deducir del número de asistentes a los festivales la calidad de los lectores.

 

·        Ha realizado actividades de traducción de poesía ¿Qué dificultades encuentras en la traducción de textos literarios, piensas que la poesía traducida pierde parte de su esencia?

 

Con la traducción sucede lo mismo que cuando hablamos sobre el significado de la poesía para mí. El traductor es un lector altamente cualificado y un creador de nuevas lecturas, no un simple técnico especializado en mecánicas lingüísticas de trasvase, ni solo un intérprete… Debe encontrar un sofisticadísimo equilibrio entre el texto original, la lengua en la que se originó, y el texto que recrea en una lengua distinta. Si pensamos en un soneto escrito, por ejemplo, en español y en su trasvase al sueco, será dificilísimo no falsificar el original si se mantiene la forma soneto en el idioma al que se vierte. En esa lengua nórdica existen nueve sonidos vocales, para empezar, frente a cinco en español, del mismo modo que hay diptongos en español que no existen en sueco, que además es una lengua tonal. Podemos suprimir la rima, pero no calcar los acentos en cada endecasílabo o, si es un soneto en alejandrinos, respetar la cesura. Y para ello necesitamos que once o catorce sílabas se correspondan con otras tantas en sueco. Hace unos días leía una entrevista al tres veces premio Nacional de traducción, Mauro Armiño, comentar lo mismo de otra forma comparando el francés con el español: el español es “más largo” que el francés. “Si dices, voy a traducir este dodecasílabo te sobran palabras”.

 

Pero existen deslumbrantes traducciones al español de los sonetos de Shakespeare sin necesidad de mantener  la estructura de la rima, por ejemplo. A un lector de poesía le bastará con ver la “forma” soneto para saber que, con independencia de la traducción, está ante un soneto. Considero que la poesía traducida perderá parte, o toda su esencia, si está mal o muy mal traducida. Del mismo modo que un poema mal, o muy mal recitado, puede destruir un buen poema.

 

Ahora estoy colaborando en un precioso proyecto austriaco de traducción de poesía al lenguaje de señas. Imagínese un recital de poesía en el que una persona sorda recibe el poema mediante el lenguaje de señas, un lenguaje que, además, es gestual y corporal. Ahora piense que en cada país, en cada región, el lenguaje de señas puede ser tan distinto como lo son el español del sueco, o el euskera del valenciano. Y por último, tenga en cuenta el carácter oral de la poesía y la imposibilidad de disfrutar del sonido de las palabras. A pesar de todas las dificultades, incluso las insalvables, estamos construyendo un puente: y no hay mejor puente para poder disfrutar de la literatura de una forma íntegra que la traducción literaria. No olvidemos que, como sostiene mi querida amiga y  excepcional traductora de sueco, también premio Nacional de Traducción, Carmen Montes Cano, sin traducción no hay Nobel. Todas las personas que conozco, entre las que me incluyo, celebran los poemas de Tomas Tranströmer, o los de la polaca Wisława Szymborska, sin saber una sola palabra de sueco o de polaco. Y perdona que me haya extendido tanto en mi respuesta a tu pregunta, pero ese lugar común del traductor como traidor merece es una simplificación, que precisa réplica, y la imposibilidad o no de traducir poesía me pide alguna reflexión. El traductor es un recreador y un creador, esto es, un verdadero artista que hace posible lo imposible: que la poesía en un poema no se pierda de un idioma a otro, aunque tenga que renunciar a ser idéntica palabra por palabra, y a ser igual sonido por sonido.

 

·        ¿Cuáles son tus escritores y artistas más admirados?

¿Se puede pensar en literatura sin mencionar a Homero o a Virgilio; a Dante, a Shakespeare o a Cervantes? ¿Una literatura sin Esquilo, sin Sófocles, sin Eurípides? ¿Sin el Cantar de los Nibelungos, sin Mío Cid, sin la Divina Comedia? ¿Sin nuestro Siglo de Oro? ¿Sin Garcilaso, sin Góngora, sin Quevedo, sin Lope de Vega…? ¿Sin la literatura francesa, alemana, inglesa, italiana, escandinava de todos los tiempos, y eso circunscribiéndonos solo a una parte de Europa? Si a eso le añadiera la pintura, la escultura, la música, la fotografía, la arquitectura, la danza o el cine ¡necesitaría diez páginas para citar los nombres de los autores y artistas que considero admirables…! Hölderlin, Rilke, Rimbaud, Lorca, Aleixandre, Cernuda… Strindberg, Pavese, Montale, Borges, Harry Martinson… ¡todos por razones tan distintas! Pero tampoco podría entender mi vida sin las románticas alemanas, o sin Carolina Coronado y Concepción de Estevarena, o sin Emily Dickinson y sin Rosalía de Castro. Al decir estos nombres excluyo, soy consciente, a cientos de autores y autoras que a lo largo de mi vida me han dejado huella. No aludo a nadie vivo porque ese tipo de menciones, por exclusión, las carga el diablo y, sin embargo, hay un poeta que me ha hecho especialmente feliz y a quien mencioné al principio: Claudio Rodríguez.

 

·        ¿Qué opinas de la poesía actual?

Resulta chocante cuando menos que el “gran público” del que antes hablaba prefiera las cáscaras a las nueces... he visto colas larguísimas de jóvenes en las ferias para pedir un autógrafo a autores de auténticos bodrios poéticos y a Antonio Gamoneda más solo que la una firmando unos pocos ejemplares de su obra para un pequeño puñado de personas. Hay un asombroso número de espléndidas voces nogales rodeadas de una desmesurada producción de cáscara. También una notable cantidad de epígonos mucho más que dignos,  junto a una espesa masa de militantes de la idea de que la poesía consiste en contar lo que sentimos cortándolo en lonchas, como el jamón de York. Pero esta es una disciplina que, debido a su formato y gracias a las redes sociales, ha alcanzado niveles de clonación industriales y de fabricación estajanovistas, y que por su relativa facilidad de ejecución roza en muchas ocasiones, paradójicamente, la indigencia expresiva. Si me permite jugar con el título de aquel libro de José Luis García Martín, demasiados ecos para tantas y tan exquisitas voces, pero también demasiado ruido para tantos y tan hermosos ecos. Yo aspiro a no hacer mucho ruido pero a veces tropiezo y me caigo con cierto estrépito en lo más llano (risas).

 

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