La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

martes, 29 de diciembre de 2020

IFIS Y YANTE, por Carmen Hernández Montalbán.



 Mujeres de Esparta: mi madre de sangre, pues tuve dos, aunque sólo una me concibiera, fue guerrera en las campañas del Peloponeso. Ifis, que así se llamaba la que me trajo al mundo, hija de Ligdo y Teletusa, fue criada desde su nacimiento como un varón. Tan sólo tres personas conocían su verdadero sexo: mi abuela Teletusa, Demis,  quien la asistió  en el parto y Miles, su instructor.

Ligdo deseaba fervientemente un heredero, pero los dioses no atendieron sus súplicas y Teletusa dio a luz a dos gemelas. Mi abuelo montó en cólera y durante meses se negó a tocar a las niñas. Cuando mi abuela quedó encinta de nuevo, Ligdo hizo ofrendas a los dioses para que estos le favorecieran y, enojado, juró que si volvían a enviarle una hembra la abandonaría en el monte Taigeto.

Poco antes del nacimiento de mi madre, ocurrió una desgracia que afectó con contundencia a la familia, en especial a la abuela Teletusa. Las gemelas  murieron en el trascurso de una epidemia. Teletusa se culpó de este trágico episodio; la diosa Deméter la había castigado por traer al mundo a dos hembras, contraviniendo doblemente los deseos de su esposo.

Por aquellos días, Ligdo, general de las tropas de Esparta, fue llamado a las campañas. Teletusa, visiblemente afectada por la muerte de las gemelas, despidió a su esposo en un estado de gravidez avanzado. La niña nacería la madrugada siguiente a la marcha de Ligdo.

La parturienta agradeció en su fuero interno la marcha del marido, tal vez presintiendo el desenlace de aquel nacimiento. Cuando Demis puso en brazos de Teletusa el endeble cuerpecillo de mi madre, Ifis, se desató el nudo de llanto que había estado conteniendo durante los últimos meses de gestación. Viéndola la partera en tan lamentable circunstancia, se sentó junto a ella en el lecho, infundiéndole coraje. Juntas urdieron el plan que habría de determinar el destino de la recién nacida.

Así fue cómo Ifis, por acuerdo de las dos mujeres que la vieron nacer, fue criada como varón. Demis prometió no desvelar este secreto mientras viviese y aconsejó a mi abuela sobre los pasos a dar, una vez que la criatura tuviera edad para abandonar el gineceo.

En pocos meses Ifis redobló peso y estatura, sus cabellos eran ondulados, dorados como las espigas de trigo durante el estío y sus ojos azules como el Egeo. Teletusa y Demis permanecían unidas en la crianza. Mi abuela confiaba sus miedos a la nodriza, temía el momento en que su esposo regresara y pudiera sospechar del engaño, pues los rasgos delicados de su hija tal vez delataran la verdad. Demis, más fuerte y decidida, tranquilizaba a la abuela diciéndole que juntas encararían la situación en caso de que esto ocurriera. Tanto para los miembros de la casa como para los vecinos de Esparta, el general Ligdo había tenido el varón que tanto anhelaba y las noticias, tarde o temprano habrían de llegar hasta el campo de batalla.

Pasados dos años vino la paz de Nicias y Ligdo regresó a Esparta victorioso y anhelante de conocer a su vástago. La niña, adiestrada por Miles, se ejercitó desde que apenas se mantuvo en pie, fortaleciendo los músculos, demostrando gran destreza en el lanzamiento de jabalina de juguete o en la hípica, manteniéndose enhiesta en el caballo. La fortaleza y agilidad de Ifis, la convirtieron a los ojos de su padre, en el hijo que siempre había deseado tener.

Miles, que conocía el verdadero sexo de mi madre, siempre se mantenía en guardia y se cuidaba de que mi abuelo no tuviera contacto estrecho con ella que pudiera delatar, a través de este, la verdad. Organizaba campamentos con los alumnos y los mantenía alejados de los padres.

El período de paz fue breve y Ligdo volvió a la guerra contra los atenienses. Estos habían enviado una fuerza expedicionaria que atacó a los aliados de Esparta. Así transcurrían los años de mi abuelo, de batalla en batalla, hasta que mi madre fue destinada a la primera agrupación militar. Debía demostrar su fuerza y valía en la lucha cuerpo a cuerpo. Los cambios que experimentó Ifis durante el desarrollo, no revelaron su condición femenina, pues sus senos eran menudos y quedaban disimulados por el peto de la armadura y las ropas holgadas. Había desarrollado una fuerte musculatura en piernas y brazos. Lo que le faltaba en fuerza lo suplía su agilidad. Se destacó como soldado en la Guerra de Decelia, la etapa que daría fin a la contienda del Peloponeso y ascendió meteóricamente en la carrera militar.

Sucedió que el oficial Aristo de Argos se sintió atraído por mi madre, desconociendo este que se trataba de una mujer. Una noche, mientras ella dormía, se tendió en el mismo lecho y yació con ella, descubriendo con pasmo que era una hembra. Ifis le contó su historia e imploró al militar que no la delatara. Así, con aquel pacto de silencio, ambos mantuvieron una relación de amistad que fue fortaleciéndose con el tiempo, hasta que él murió en combate. Tras la muerte de Aristo, mi madre había alcanzado la edad de treinta años y sospechaba su embarazo tras dos ausencias del flujo menstrual. La liga del Peloponeso había destruido la flota de los atenienses en la desembocadura del río Egospótamos poniendo fin a la guerra. Muchas veces había reflexionado mi madre acerca de su afecto por Aristo, sin resolver si era amor o amistad entre camaradas lo que la unió a él.

Regresó a Esparta, encontrando a la abuela Teletusa muy enferma. Finalmente, el plan urdido por Demis había salvado a su hija de la muerte, pero el precio pagado fue alto, condenando a la abuela Teletusa a largos períodos de soledad. Ifis confió a Teletusa su angustia por la reciente preñez y el inminente regreso de Ligdo a la casa familiar. Una vez más fue Demis quien encontró la solución al complejo dilema: Ifis había alcanzado la edad para tomar esposa, era necesario celebrar pronto esponsales. La hija de Demis, Yante, unos años más joven que mi madre, fue la elegida. Ella, mi segunda madre, era la segunda mujer que había conseguido la victoria olímpica; una mujer extraordinaria que destacó como atleta. Ifis, nada más conocerla, se enamoró de ella instantáneamente. Ellas me enseñaron cuanto sé, fundaron la escuela en la que seréis instruidas como deportistas y guerreras. Nací el mismo día que murió mi abuela Teletusa, de ella heredé su nombre. Soy hija natural de Ifis y Aristo e hija espiritual de Ifis y Yante. Sabed, mujeres, que vuestra condición femenina no os impide alcanzar la gloria reservada injustamente a los varones. Se acercan las gimnopedias, hoy aprenderemos, al igual que los muchachos, la danza pírrica, y el día de las festividades rivalizaremos con ellos, por eso ¡bailad, bailad!.

 

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