La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

martes, 29 de diciembre de 2020

ANTIKYTHERA, por Gloria Acosta.

 


 

 

Entrada la tarde amainó la tormenta. Alcides no se separó de la ventana hasta que vio a  Dimitrius asomar por la escalinata.

— ¿Lo dejaste en el lugar exacto?

— Sí, con todo lo demás.

El pescador de esponjas cogió la toalla que le tendió el profesor y se secó enérgicamente la cabeza.

— No olvides tu promesa.

— Descuide profesor.

Aquellos  años realizando servicios para el maestro no le habían conferido el valor de tutearlo pese a la insistencia de Alcides, que por el contrario  profesaba al joven un afecto fraternal. La sabiduría del profesor  levantaba una muralla  de admiración y respeto que Dimitrius no se atrevía a derribar. Todo lo que había aprendido acerca de sus antepasados, de dioses y emperadores, de pecios cargados de tesoros, de ánforas y monedas, de pensadores y filósofos salía de la boca de un  hombre  que debía poseer las llaves de  la biblioteca de Alejandría.

Luego la tarde transcurrió apacible entre cuentos del Olimpo y vasos de tibio rakomelo.

Ya en la soledad de la noche Alcides continuó el trabajo que había comenzado un año atrás y que le robaba el sueño entre engranajes de esferas de bronce y grabados astronómicos en griego antiguo. Las pequeñas piezas que no había devuelto al mar podrían ser la llave de lo que su intuición le dictaba. El resto de la maquinaria desentrañada con ruedas dentadas de engranaje y placas con inscripciones relativas a los signos del zodíaco y a los meses,  dormía de nuevo entre los pecios del naufragio. Hacía tiempo que el gobierno griego no contaba con su opinión respecto a otros descubrimientos. El silencio sería su venganza.

  El conocimiento de aquel mecanismo revolucionaría la idea que se tenía de la antigua Grecia  y de sus matemáticos. Era mucho más que un reloj astronómico o una gran calculadora. No solo predecía eclipses solares y lunares sino que establecía el cronograma de festivales agrícolas y religiosos, podía mostrar los movimientos de los cinco planetas conocidos en el tiempo en el que fue creado  e incluso determinaba la fecha exacta de celebración de los Juegos Olímpicos.

  En largas noches  de insomnio  fue arrancando los secretos de aquella máquina y cada rayo de luz arrojado le señalaba dos posibles creadores de tan perfecto ingenio, Arquímedes o Posidonio. Algunos  textos supervivientes de la biblioteca de Alejandría describían muchas de estas creaciones a base de esferas realizadas por Arquímedes  y algunos incluso contenían los croquis. Pero por otro lado no todos los filósofos y astrónomos de aquella época tenían el mismo estatus social de Posidonio para poder costear un mecanismo de bronce de las dimensiones de un equipaje de mano. Probablemente él lo llevaría en el barco en el momento del naufragio.

  Las noches que rendido conseguía dormir se revolvía en la cama inmerso en tormentas batiendo entre los palos de un  navío y chocando con las rocas. Luego el aire burbujeante escapando a la superficie mientras él, convertido en  estatua, golpeaba en el fondo rompiéndose en pedazos. Junto a  él caían otros cuerpos, ánforas y cofres, cientos de restos del barco romano. La agitación y el sudor le arrancaban de la cama. Encontraba de nuevo el sosiego entre sus dibujos y apuntes. Lanzarlos  al mar podría devolverle la calma pero aquellas inscripciones en griego antiguo y las ruedas dentadas de bronce  habían socavado su voluntad.

  Poco después supo que algo nidificaba en su cabeza. La locura no atrapa a traición, seduce y espera, pero no le inquietó su presencia. Conversaba con ella y le mostraba los avances de su investigación. Los días soleados de la isla quedaron retenidos fuera mientras la noche tomó la casa.

 

Dimitrius apareció por sorpresa una tarde. En sus ojos Alcides supo que lo habían encontrado.

—Los buzos del capitán Kondos recalaron en Antikythera esperando que amainara una tormenta. Mi compañero Elías bajó en busca de esponjas y lo vio, ya han dado aviso a las autoridades.

—-No importa, mi joven amigo, todos los caminos conducen a Roma. Ya sé como retroceder las esferas. Mi barco llegará al fin a su destino.

Dimitrius no supo cómo interpretar aquellas palabras del profesor.

Cosas de sabios, pensó.

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