No
podía imaginar que un viaje en tren abriera tanto el apetito. Después de viajar
toda la noche llegamos a Madrid a la hora en punto del desayuno. Recuerdo que
Ángela me dijo algo acerca de un zumo de naranja y una tostada de pan con tomate,
y yo le respondí que, mejor sería unos huevos fritos con tocino acompañados de una ensalada tropical y un café
con leche. Eran tantas nuestras ganas de comer que tuvimos que decidir, más por
el bien de la tripa que por la avaricia de los ojos, qué nos apetecía realmente;
ya que colocarse delante de un buffet libre podría resultar algo altamente
soberbio y peligroso al mismo tiempo.
Desde
que Ángela y yo vivimos juntos compartiendo cama y cocina en un lujoso ático,
coincidimos en que el erotismo con mayúsculas empieza en el frigorífico y acaba
en el jacuzzi, y por ello tenemos amistades que nos envidian; porque no tenemos
hartura ni límite a la hora de satisfacer nuestros instintos. Ambos pensamos que
el sexo y la comida son las dos caras del mismo romance.
Unas
veces porque Ángela es más conservadora y clásica en su paladar que yo, otras
porque nos dejamos llevar por los prejuicios y los escrúpulos, nos cuesta
ponernos de acuerdo; pero en cualquier caso, siempre estamos deseando llegar a
un nuevo destino, a ser posible cuanto más paradisiaco mejor, para comernos,
literalmente hablando, todo su exotismo y hospitalidad en un bocado.
A
nosotros se nos conquista por la boca y se nos
seduce por el oído. De hecho fue
así cómo nos conocimos Ángela y yo. Estábamos cenando en casa de unos amigos cuando
a ella se le ocurrió que todos comiéramos con los ojos vendados. No pudimos
negarnos, ya que cuando Ángela dice algo, es dicho y hecho, no deja tiempo para
pensarlo dos veces.
Ángela
y yo lo que detestamos es la pereza y el aburrimiento. Por ello cuando no
podemos viajar físicamente, lo hacemos a través de la realidad virtual que nos
proporcionan los alimentos y la imaginación. Verla comer me excita tanto como su
desnudez. Su boca es el paraíso sagrado
de todas mis fantasías y tentaciones, y, hoy, hemos venido a Madrid expresamente,
para celebrar nuestro aniversario con la intención de comernos el uno al otro, y
celebrar así, con una bacanal de metáforas, nuestra particular eucaristía de
San Valentín.
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