Sólo un paso nos acerca más a la meta. Tomaba
impulso cada día, sin pensar, como otras veces, que el abismo me habría de
tragar sin remedio. Para mí, un solo paso era una lucha titánica por mantenerme
vivo. Mi recuperación era una carrera de fondo en la que me abrumaban los
obstáculos: la culpa, el miedo, la angustia, la inseguridad, el cansancio, el
vértigo, el abatimiento. Sorteaba cada uno sin detenerme, evitando darles
nombre, obviando su presencia. Mi perspectiva de la meta era un límite
inalcanzable que parecía borrarse en la lejanía; hasta que dejé de mirarla, de
pensarla, centré mi atención en aquellos pasos.
Transcurría el tiempo sin yo advertirlo. Me hice
amiga de mis pasos, les estreché la mano y les sonreí. Ahora ya no busco la
meta, me gusta dar pasos. Me he enamorado del camino.
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