La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

sábado, 14 de septiembre de 2019

SOLEDAD, por F. Javier Franco.




Estaba lloviendo a cántaros. Hacía varios días que no paraba. Soledad se había habituado tanto a la lluvia, que le pareció como una cortina mansa, sólo inquieta por el bambolear del viento que se colara a través de la rendija fina y profunda del horizonte. 
Abrió el libro en soledad, ‘Mazurca para dos muertos’. En la soledad de una tarde más, de otra tarde más. Volvió su mirada hacia el mundo que se mostraba al otro lado de la vidriera, que dejaba penetrar la tímida luz que alumbraba su lectura, y advirtió para sí: “«Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida»… Sí, como esa vida silenciosa que he dejado escapar tras los cristales empapados del ventanal”. 
Como gotas de lluvia sobre la superficie resbaladiza del cristal, se le han ido escurriendo los años, uno tras otro, entre los dedos, y ahora, en plena senectud, en su sempiterno silencio, observa sobre el ventanal chorreado el vago y lento transcurso de su vida como si una de esas modernas y planas pantallas de plasma fuese. Tiene todo el tiempo del mundo, pero sabe que su tiempo es escaso. El tiempo es relativo, tanto como la felicidad, ésa que desde niña ha soñado, más despierta que dormida, y que se disipaba como el agua del cristal en una mañana de sol. 
“Una vida por otra”, no hubo palabras, pero sí una sentencia perenne en la mirada de su padre, que iba minándola como los bacilos un pulmón enfermo, haciendo conciencia de pequeña asesina por provocar su alumbramiento el cadáver de su madre. Y así se condenó a la larga pena del vivir para el padre, y, tras enterrar lo que fue verdugo, veía en el cristal los años huidos que preludiaban un futuro tan vacío como ellos fueron. 
Siguió en silencio, también para sí, y siquiera se dijo adiós cuando pendió su vida, mirada infinita, perdida hacia la lluvia, estaba lloviendo a cántaros, colgada de la viga del salón.

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