Los títulos de todos los libros de Ángel
Olgoso son, por sí mismos, células de cuentos. Los lectores sabemos que un buen
título es como un imán que nos atrae hacia la lectura del libro, sea cual sea
el género en cuestión. Pero la elección del título de un libro de cuentos
breves, como es el caso, es algo que merece cuidado. El título nos orienta y,
sin él, las historias pueden producirnos desconcierto, sobre todo a los
lectores menos avezados. El título de este libro, “Astrolabio”, cumple más que
en otro la función que debe, porque la palabra astrolabio nos lleva a pensar en
el objeto al que alude; algo que nos sitúa, nos orienta, nos advierte que
existe un universo por descubrir.
Olgoso ha sido, ya desde el inicio, un
maestro del cuento breve. Sus relatos y microrrelatos han servido de ejemplo en
numerosos talleres y cursos por su singularidad, y por ajustarse a las
características del microcuento o el microrrelato.
No es únicamente en la brevedad en la que se
define un microrrelato, como se pudiera erróneamente pensar. Cualquier texto
breve no es un microrrelato. Podrá ser un aforismo, un poema, una idea, un
apunte, una noticia, una carta..., el microrrelato es un subgénero complicado
que requiere destreza y precisión.
Un microrrelato es un texto hiperbreve que
nos cuenta una historia y debe tener la capacidad suficiente para turbar al
lector. En este tipo de textos, lo que
se insinúa o como lo llama la hispanista Irene Andrés-Suárez: “los espacios de
indeterminación” cobran doble importancia.
Un ejemplo taxativo de microrrelato lo
tenemos en el titulado “Cuenta atrás” de este libro:
Cuenta atrás
Siete decenios. Seis
trabajos. Cinco infidelidades. Cuatro operaciones. Tres hijos. Dos latidos. Un
suspiro.
O el extraordinario microcuento “Todas hieren”...,
con el ingrediente prodigioso que distingue a la mayoría de los cuentos de este
libro.
Todas hieren.
El reloj de
pulsera finge que es un inofensivo accesorio, un adminículo útil, un satélite
diminuto y encantador. Su apariencia no sólo no resulta amenazadora sino que, a
modo de lisonja, parece prestarte brillo, distinción y un poder absoluto sobre
el tiempo. Sin embargo, sin que sospeches nada, y mientras las manecillas
distraen tu atención, él se aferra codiciosamente a la muñeca, se prende a la
piel atraído por el rumor de tu sangre, devorando tus latidos, cebándose en tus
sueños, palpitando al unísono con tu corazón de incauto. Debes saber que,
aunque apenas se le pronuncian los colmillos, toma siempre la precaución de
insensibilizar la zona para volver imperceptibles sus dentelladas. Y un día,
completamente succionado por él, ya no te necesita, y hay gente alrededor que
habla a media voz mientras alguien lo desata de tu muñeca inerte.
Este microcuento, en mi opinión, contiene implícita
la advertencia del paso ineludible de las horas. Esa es otra característica
propia del cuento: contiene una sentencia, una enseñanza que nos lleva a la
reflexión. Todos los cuentos de astrolabio cumplen ese cometido.
Este universo literario está poblado de
mundos. Cada relato es un mundo en el que viviremos experiencias inquietantes,
prodigiosas, iniciáticas..., basta con afinar el telescopio de la lectura. Dejarse
guiar por este astrolabio olgosiano es fascinante, pues los mundos que señala
siempre nos resultarán sorpresivos. Parábolas orientales, metáforas del fin de
los tiempos, ecos metaliterarios, imágenes poéticas, metamorfosis..., todo un
cosmos por revelar.
Aconsejo su lectura como aconsejo la de cualquier
otra obra de este creador de mecanismos literarios de precisión, este mago de
la agudeza narrativa que es Ángel Olgoso, ante quien me quito el sombrero.
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