La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

miércoles, 29 de junio de 2022

NO ES TIEMPO DE MILAGROS, por Gloria Acosta.

  


Madison apagó el motor de su Land Rover cuando al fin consiguió estacionar después de varios intentos. Su mal humor no le auguraba un buen día.

—¿Podemos entrar?

La pregunta de su hijo, era lo esperado. Solo a su ex se le ocurría poner un McDonald como punto de encuentro. «Tremendo imbécil».

—Por favor, mamá —rogó Olivia juntando las manos en plegaria.

—No hay tiempo, vuestro padre está al llegar. Pedídselo a él o llegaré tarde a Montrose para  recoger a vuestra abuela.

La conversación podría haber discurrido por tensos derroteros si el claxon del Buick, que aparcó detrás suyo, no lo hubiera impedido.

—Es papá —dijo Williams mirando por el cristal trasero—. ¡No quiero ir!

Madison se temía lo peor conociendo el carácter de su hijo.

—Solo serán quince días, mientras operan a la abuela y la traemos de vuelta a casa.

—Ya han comenzado las clases, vamos a suspender el semestre —protestó Olivia.

Acarició la cabeza de su hija que a duras penas contenía las lágrimas.

Bajaron del coche cuando Robert golpeó con los nudillos la ventanilla. A Madison le irritaba la sonrisa impostada que siempre mostraba su ex delante de sus hijos, queriendo ser el héroe de la sátira en la que se había convertido su reciente divorcio. Ella miró con disimulo el flamante coche  tratando de comprobar si estaba dentro la otra, pero por suerte no había nadie. No acertaba a vislumbrar el alcance de su reacción si la flaca hubiera estado dentro aguardando a sus hijos,  pero seguro que hubiera perdido los papeles.

—Adelantaos, quiero hablar con vuestra madre.

Olivia y Williams la abrazaron y se dirigieron al coche con desgana. Desde dentro vieron como la sonrisa de su padre desaparecía mientras su madre hacía aspavientos con las manos. Nada nuevo en el último año. La conversación se alargó unos minutos más de lo que Madison hubiera deseado tratando de dejar claras las instrucciones sobre el cuidado de los chicos. La gente que entraba o salía del establecimiento miraba de reojo alertados por las voces embravecidas de aquella pareja.

—¿Puede fijarse por donde anda? —. Fulminó con la mirada al hombre que tropezó con ella al entrar. Él no pidió disculpas.

Cuando el Buick se dirigió a la autovía, Madison necesitó tomar algo. Aquellas discusiones le daban hambre y sed.

El recinto estaba abarrotado. Hizo su pedido y comprobó que había un lugar libre en una mesa ya ocupada. Se acercó al hombre que comía con afán una hamburguesa y le pidió permiso para ocupar el asiento. Cuando él levantó la cabeza se dio cuenta de que se trataba del maleducado que la había empujado sin disculparse.

Sin mucho entusiasmo, el joven le indicó que se sentara.

—Perdone por lo de antes, iba con algo de prisa.

—Tampoco estaba siendo un buen día para mí. Está disculpado.

Comieron en silencio, lo que permitió a Madison mirarlo de soslayo. Era guapo, joven pero con aspecto avejentado.

—Parece que va a llover. —No sabía cómo entablar conversación porque dos personas sin hablar en una mesa era algo desagradable vivido durante años con su ex—.  Me llamo Madison ¿y usted?

—Jacob.

—Debes de tener hambre por lo rápido que has devorado la hamburguesa —dijo tuteándolo para romper el hielo. Logró sacarle una sonrisa. Ella también sonrió.

—Tengo que llegar a Montrose antes del mediodía —aclaró él.

Jacob tenía una voz cautivadora y unos ojos negros que la turbaban sin saber por qué, aunque parecía escabullir el encuentro con los ojos azules de Madison. Ella se había relajado después de su segunda cerveza y acercó más la silla hacia él con la disculpa del ruido del local. Pensó que no estaría mal soltarse la melena de una vez y divertirse un poco. Quizás alguien le contaría a su ex que la vio muy a gusto con un desconocido. Sonrió para sus adentros saboreando la idea.

—¡Qué casualidad! Vivo allí, y en cuanto salga tengo que regresar. Operan a mi madre y debo ocuparme de ella unos días, por eso he dejado a mis hijos con mi ex. ¿Tienes hijos?

—Uno, pero como si no lo tuviera; estudia en la Escuela Preparatoria de Lamar donde también trabaja  su madre.

—Mis hijos cursan décimo grado de preparatoria también en Lamar. Muy buena escuela para  acceder luego el Bachillerato Internacional.

El gesto adusto de Jacob frenó las preguntas que Madison se disponía a hacer; gesto que no supo dilucidar hasta bastantes horas después.

Los dos se levantaron al unísono y se dirigieron a la salida. Ella apuntó su número de teléfono en un papel y se lo dio.

—Por si un día estás aburrido en Montrose.

Él tomó la nota y no dijo nada, pero a ella le pareció que la desnudaba con la mirada. No le molestó, al contrario, y con una sonrisa  se dirigió al coche. Estaba a punto de arrancar cuando él se acercó a la ventanilla.

—Deberías revisar los neumáticos.

La autovía estaba colapsada. Se acercaba el mediodía y una lluvia fina empezaba a mojar la calzada  ralentizando la conducción de los vehículos. Una repentina niebla ennegreció el último rescoldo de sol que forcejeaba con los espesos nubarrones formando cortinajes erizados de inquietud. Madison miró el reloj y soltó un respingo; si no se daba prisa llegaría tarde. Aceleró adelantando de forma temeraria. El teléfono móvil sonó y puso el manos libres; al otro lado la voz exaltada de su ex le recriminaba la poca ropa que había puesto en la maleta de los hijos. Respiró hondo tratando de no alterarse, pero fue imposible. Frenó para colocarse detrás de un Fiat pero las ruedas chirriaron y perdió el control. Dio un volantazo tratando de evitar la colisión, pero el crujir dramático de metales y cristales rotos evidenciaron que se había llevado por delante al otro conductor. Todo sucedió en un segundo y luego el silencio.

Cuando abrió los ojos estaba anocheciendo.

—Ha tenido usted suerte, solo tiene unos rasguños y la placa ha salido bien; no hay contusiones de importancia. Le firmaré el alta mañana.

—¿Cómo está la persona del otro coche?— preguntó temiéndose lo peor

—Justo lo están contando en las noticias. Ha hecho usted un milagro sin querer.

El médico encendió el televisor de la habitación. La cara de Jacob ocupaba la pantalla. La reportera explicaba que el Fiat del interfecto había colisionado con un Land Robert, y la policía había encontrado en el maletero, además de la documentación, planos detallados de la Escuela Preparatoria de Lamar, un rifle AR-15, y munición para causar una masacre, según todos los indicios. El ocupante había fallecido en el acto.

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