Su cuerpo era un desierto en la oscuridad. La tierra de su carne se agrietaba y la muerte preparaba acechante su zarpa sobre Nikola. Su espíritu ingrávido se elevaba y apenas un hilo de luz lo unía al mundo de los vivos como un cordón umbilical. Su madre, junto al lecho, dejaba caer entre sus labios consumidos por el cólera, gotitas de suero que ella misma había preparado. Su mirada de enajenada preocupaba a su marido casi tanto como la vida de su hijo, debatiéndose entre la vida y la muerte. La mujer entonaba una canción de su infancia,”Kiša pada: Llueve, la hierba crece, el bosque verdea / Llueve, la hierba crece, el bosque verdea. /En el bosque, el árbol crece, alto y delgado / En el bosque, el árbol crece, alto y delgado.Debajo del árbol está sentada mi hermana, estoy a tu lado / Debajo del árbol está sentada mi hermana, estoy a tu lado.”
Mientras tanto, él había llegado a
una puerta de luz que, a pesar de su destello, no cegaba sus ojos. Sintió el
batir de unas alas y una voz susurrante que le decía: “ven Nikola, te mostraré la oscuridad del mundo y luego tú decidirás si
unirte a mí o escoger el regreso”.
Había una semilla durmiendo bajo la
tierra árida. La gente esperaba hambrienta a que esta germinara, pero la
voracidad de sus rostros mirando al suelo, sin hacer nada para favorecer su
germinación, hacían que se encogiera cohibida. ¿Qué esperan de mí? -se
preguntaba- no puedo salir de esta cáscara si el agua no llega hasta mí y la
reblandece. Entonces vino la lluvia y
humedeció la tierra. La semilla, que era buena, germinó y con el tiempo sus
frutos se multiplicaron. Aquellos que la miraban se lanzaron como animales a
devorarlos y se empujaban unos a otros para hartarse sin misericordia de los
más débiles que morían de hambre. Como no aprendían a sembrar, dejaron de nuevo
las semillas esparcidas por el suelo sin preocuparse por abrir un surco en la
tierra y enterrarlas. Vino la tormenta y el agua arrastró la tierra de las
partes más elevadas hasta cubrir la semilla de nuevo. Como las semillas eran
buenas, volvieron a germinar y dieron una cosecha aún más abundante que la vez
anterior. Así transcurrían las
estaciones, sin que aquellos que consumían sus frutos aprendieran a sembrar y a
compartir con sus hermanos, que iban muriendo de hambre uno tras otro. Pero
después de muchos ciclos fértiles, la semilla perdió sus cualidades y acabó por
secarse, extinguiéndose también aquellos que dependían de su alimento.
Entonces, una paloma la tomó en su pico y se la llevó a una tierra
más fértil, mientras le decía: esta será la historia de tu vida muchacho.
En tanto que esto acontecía a Nikola
Tesla, en el limbo entre la vida y la muerte, su madre no dejaba de hidratarlo
con pequeñas gotas de suero. Su padre miraba expectante que se produjera un
milagro y rezaba: Señor, vuélvelo a la
vida y él te servirá. Será un buen sacerdote. Pero la madre miró a su
marido con reprobación y decía: Milutin,
no enojes a Dios, no subestimes su misericordia, comerciando con él como si de
un mercader se tratara. Deja al muchacho que vaya a Graz a estudiar para
ingeniero, tal como él desea.
Cuando Tesla escuchó las palabras de
su madre, abrió los ojos y se acercó el cuenco de suero a los labios. Después
la abrazó y dijo: He elegido regresar.
Su padre se acercó al lecho
maravillado, abrió la Biblia al azar y leyó:
“¡Levántate, resplandece, porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor
ha amanecido sobre ti! (Isaías 60:1). “
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