Colores que son azules, amarillos y rojos;
que compuestos son verdes, morados y naranjas.
En la rueda de los muchos colores
hay amarillos frente a los morados,
los azules están opuestos a los naranjas;
y más allá los rojos, y más acá los verdes.
Rojos de sangres. Ocres de tierras.
Azules de cielos; verdes vitales.
Magenta; suaves y fuertes limones.
Blancos de cegadora luz. Oscuros negros.
Y los grises,...
que son como de seres ausentes.
Colores que se dan vigor o se apagan;
que a veces suman o que a veces se restan
¡que ya no son iguales que eran, si se juntan!
De la misma fuente de luz juntos salieron
y al volver a verlos, parecen regresar distintos.
Sin duda puros fueron, puros nos llegan;
aunque con el tiempo ¡se ensuciaron!
Tal vez, quien los vio
¡los dejó contaminados!
Pero ellos nos hacen posible ver las cosas;
y los colores ¡bendición!; de la luz en la nada,
se desparraman generosos sobre la existencia.
Colores espirituales de dulces azules,
colores amarillos de materias diferentes;
y todos los variados rojos de tantas esencias.
Es la luz,
¡que no se ve!,...
si en algo no se refleja.
Y también está ¡el negro!, ¡un único negro!
aunque pueda ser de efecto mate o bien, de efecto brillo.
Es un lugar donde ni se ve, aunque en él algo existiera.
Colores, colores; ¡oh! que divino don, son.
Nos matizan, agradablemente, los siempre grises
que hay, entre las molestas y cegadoras luces puras,
y las desesperantes e impenetrables negras oscuridades.
Colores...
¡Pero qué maravillosos que son los
colores!
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