¡Hola! Mi nombre es
Pedro Antonio de Alarcón, principiemos por el principio. Nací, hace ya muchos,
muchos años, en Guadix, en el callejón sin salida que hay entre la actual oficina del INEM
y la Escuela de Música, En la penúltima casa a la derecha. Me bautizaron en la
parroquia del Sagrario, y me pusieron un montón de nombres: Pedro, Antonio,
Joaquín, Melitón.
A los dos años, de
resultas de una infección que me pegó un ama de leche, quedé ciego…, y hasta
los tres años y medio no recobré la vista…, gracias a un médico de Gor, que me
curó la infección. Pero de esa historia quedé un poco bizco.
Eso lo aprovecharon mis
hermanos para gastarme bromas, sobre todo cuando llegaba el invierno, y los
carboneros bajaban de la sierra con sus mulas cargadas de picón para los
braseros, recorriendo las calles de Guadix, al grito de “¡Cisco!, ¡Cisco del
picón!”. Mis hermanos me decían ¡Perico! ¡Perico! Que te están llamando. Que
preguntan por el bizco Alarcón… y claro, nos liábamos a palos.
La familia iba
aumentando. En total fuimos diez hermanos, de los que yo era el cuarto, y mis
padres buscaron una casa más grande, que encontraron en la calle del “Duende”,
un poco más arriba de la placeta del “Conde Luque”, donde estuvo la “Zona” y
años después, “Cáritas”. Casa que ahora pertenece a Rosa Martínez, abogada.
Pues bien, como os iba
contando, cuando tenía unos nueva años, mis hermanos y yo en lo único en que
pensábamos era en correr, saltar, jugar y … pelear.
Mis padres, viendo que
les íbamos a destrozar la nueva casa, nos regalaron, prestaron un corral de la
casa, que de nada servía, por haber otros mejor acondicionados para gallinas y
demás animales comestibles. Hicimos el reparto del corral en diez lotes,
dejando en medio la calle para “vía pública”.
Desde ese momento todas
las horas que nos dejaban libres, escuelas y colegios, las pasábamos con el
azadón y el escardillo en la mano, o sacando agua del pozo, o haciendo
estanques y acequias, o… pintando verjas en las tapias con almagra y
almazarrón, o... cambiando entre nosotros tales o cuales frutos o semillas.
Pasaron ¡Ay! Aquellos años… los hermanos más pequeños fueron heredando las
abandonadas huertas de los mayores, según que éstos iban casándose o yéndose
del hogar paterno.
Uno de mis hermanos,
Fernando José, murió cuando tenía nueve años. Su propiedad fue sembrada de
siemprevivas… Comencé en broma a hablar de mis juegos en la niñez y ya no caben
lágrimas en mis ojos…
En fin, sigamos. Mi
primer maestro fue don Luis de la Oliva. Entré en su escuela con tres años y
medio, y salí de ella con nueve años, para ponerme a estudiar gramática latina,
que aprobé dos años más tarde. Con catorce y medio ya era bachiller en
filosofía, y me fui a Granada, donde me matriculé en derecho. Pero no llevaba
aun tres meses en Granada cuando, las dificultades económicas de una familia
tan numerosa, me hicieron volver a Guadix. Me matriculé en el Seminario con
gran alegría de mi madre, que creo que ya daba por hecho que iba a ser, como
mínimo, madre del obispo o quizá… ¡quién sabe!.
¡Yo no tenía vocación
de cura! ¡Yo tenía vocación de casado! ¡hombre ¡con quince años, quiero decir
que, me gustaban las mujeres, vamos, que me había enamorado. Nunca hablo de
esto, pero alguna vez tiene que ser la primera. Veréis, escribí por aquel
tiempo cuatro obritas de teatro, casi seguidas, que un grupo de actores
aficionados representaron en lo que llamábamos Teatro del Pósito, que no era
otra cosa que un gran almacén de granos, situado a espaldas de lo que hoy es el
ayuntamiento de Guadix, y que servía también para local de funciones musicales
o de teatro. ¡A lo que vamos! Aquellas obritas me valieron triunfos y coronas
de laurel sin número, sólo envidiables (pronto me di cuenta) por lo mucho que
me gustaba la graciosa joven que representaba el papel protagonista, y a quien
yo regalaba todos mis laureles. Su nombre era Claudia, hermana de mi buen amigo
José Requena Espinar. Murió pocos años después aquella infortunada, y los
necrológicos versos titulados LAS NUBES, que escribí pensando en ella.
¡Oh,
nubes disipadas
del
apacible otoño,
llevad
mis pensamientos
a
la que muerta adoro.
Son quizá los únicos
que salvé de aquella mi juventud. Todo lo demás que escribí, lo quemé. A
mediados de 1852, cuando contaba 19 años, a través de mi amigo Torcuato
Tárrago, entramos en contacto con un mecenas de la ciudad de Cádiz. Convinimos
en publicar allí una revista que se escribiría desde Guadix. Así nació EL ECO
DCE OCCIDENTE. Fue todo un éxito y al poco teníamos más de setecientas
suscripciones entre Madrid, Toledo, Cádiz, Granada y Guadix. En esta revista
publiqué mis primeros relatos, algunos de ellos muy conocidos como EL AMIGO DE
LA MUERTE, EL CLAVO, LOS OJOS NEGROS, LA BUENAVENTURA… y otros muchos más.
Como la revista iba muy
bien, y yo ganaba un buen dinero, decidí emanciparme. Dicho y hecho, cuando aún
no había cumplido los veinte años me marché de casa yendo a Cádiz, donde
después de un mes salí para Madrid con poco dinero, muchas esperanzas y dos mil
versos en endecasílabos que había escrito como continuación a EL DIABLO MUNDO
de Espronceda, que este había dejado sin terminar por su prematura muerte. Pero
cuando fui al editor y le llevé mis versos no hacía dos meses que se venía
publicando la verdadera continuación de los versos de Espronceda.
Así que quemé también
los dos mil versos, y el poco dinero que tenía me lo gasté yendo al Teatro Real
a oír buenas óperas. Cuando ya estaba sin un cuarto, en Guadix se hizo el
sorteo para ver qué mozos iban de soldados. Y salí con el número ocho. Volví a
mi casa preocupado y asustado, pero mis padres pagaron para librarme de la mili
(la verdad, no sé de dónde sacaron el dinero).
Convencidos mis padres
de mi vocación literaria, me dejaron que me fuera a Granada, donde el uno de
enero de 1854 volví a editar EL ECO DE OCCIDENTE, que dos meses antes había
dejado de publicarse en Cádiz.
Comencé entonces a
relacionarme con los jóvenes literatos y artistas de la ciudad y al poco toda
Granada nos conocía como LA CUERDA GRANADINA. Pero eso ya es otra historia que
quizá algún día os contaré.