¿Qué puede hacer la poesía ante la destrucción de nuestro
mundo? Diría que esta es la gran pregunta estética y política a la que nos
asomamos en el siglo XXI. En el contexto de la crisis climática, ante fenómenos
como la destrucción de los territorios, la pérdida de la biodiversidad o el
calentamiento global, la poesía se presenta como una observadora lúcida de lo
que está aconteciendo, pero también, y lo que quizá sea más importante, en un
disparador para la imaginación de otros mundos posibles, más sostenibles y
justos. De esta encrucijada, que nos ocupa como artistas y como ciudadanos, es
de la que se hace cargo este último poemario de Carmen Hernández Montalbán. Un
libro de absoluta oportunidad, que combina la aspiración política con el vuelo
poético, dos virtudes que no siempre van de la mano.
La poesía ecológica, un género literario que ha cobrado
relevancia en las últimas décadas, surge como respuesta a la creciente
conciencia de la crisis medioambiental y la necesidad de expresar la relación
entre lo humano y lo no humano. Sus orígenes se remontan a movimientos
literarios del siglo XX, cuando los poetas comienzan a explorar la intersección
entre la ecología y la expresión artística.
Aunque la ecopoesía surge aparejada a la progresiva
consolidación del ecologismo como movimiento político articulado, lo cierto es
que no viene de la nada. Hay una tradición larga en la relación entre poesía y
naturaleza: la poesía ecológica germina en movimientos literarios precedentes,
como el Romanticismo. Digamos que hay un momento en el que se produce la
transición entre la poesía romántica y lo que hoy ya consideramos netamente
como poesía ecológica, marco dentro del cual este libro parece integrarse.
Cosmología del caos se abre con una cita elocuente de Thomas
Berry, significativa a propósito de lo anterior: “El mundo natural es la
comunidad sagrada más grande a la que pertenecemos. Dañar esta comunidad es
disminuir nuestra propia humanidad”. En ella se apuntan ya algunas palabras
clave que funcionan como sostén de la poesía ecológica en general y de este
libro en particular: la naturaleza, la idea de comunidad, la humanidad y lo que
queda fuera de ella. El libro se estructura en tres partes, bien diferenciadas
entre sí pero que contribuyen a un libro orgánico: Cogito ergo sum (Pienso,
luego existo); In medio virtus (En el equilibrio está la virtud); y Alea
iacta est (La suerte está echada). Tres máximas latinas que componen un
tríptico en el que lo humano se pone en cuestión (¿qué nos separa del resto de
las especies?), se representa el desequilibrio, y se asume, aunque con cierta
rebeldía, que nuestro mundo está al borde del colapso, o directamente en el
colapso mismo, por causas además bien identificables, causas materiales y sistémicas.
A lo largo de estas tres secciones, se suceden las
reflexiones acerca de la creación, se intenta nombrar la realidad de otras
formas, se pone en crisis el sujeto humano que habla en los poemas, y, en suma,
se aborda el presente no desde la urgencia, como podría parecer, sino desde la reflexión
pausada. Estamos ante una escritura depurada, pulida, que no renuncia a la
belleza y a la altura intelectual a pesar de estar escrito en un marco de
extrema incertidumbre y de quiebre radical de las expectativas.
Este poemario de Carmen Hernández Montalbán no solo se
erige como una respuesta poética a la crisis medioambiental, sino que, como
hace toda buena poesía, genera infinidad de interrogantes nuevos. Jugando con
la tradición de la ecopoesía, pero al mismo tiempo proponiendo nuevos caminos, Carmen
nos invita a explorar otros futuros.
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