La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

sábado, 30 de agosto de 2025

AHORATELEO, revista literaria. Número 13. agosto de 2025.


                                                 Editado en Guadix, Granada 

Entrevista a Antonio Carbonell, autor de "Cien inexactos movimientos"

 


Háblanos un poco de ti.

Me llamo Antonio Carbonell, escribo y fotografío cada imagen que me lo pide al paso. Hallé en la escritura el asidero, una tabla de salvación a la que me aferré de joven. En mi caso, escribir dio sentido a tanto sinsentido colindante. Eran otros tiempos si, los jóvenes hoy no tienen ni idea de lo que fue andar respirando los aires fétidos de la dictadura y la manipulación del miedo gestionada codo con codo con la iglesia católica. La juventud, entonces, éramos nosotros y como brotes nuevos veníamos con todos los bríos. La diosa fortuna propició la muerte del dictador pocos años más tarde.

Tras un lapso de tiempo muy largo, apareció mi primer libro ya cumplidos los cincuenta, gracias al Instituto de Estudios Almerienses, en 2013. “Y tensó el arco”. Al año siguiente, junto a mi compañero entonces, Pepe Criado, la editorial Arma poética, Sevilla, 2914 publicó “Eros en el espejo” poemario homo erótico escrito por ambos. En 2016, la editorial Letra Impar acogió “Que todo parezca”. En 2019, Dauro publicó “Y además…”. Hace un par de meses en Entorno Gráfico ha aparecido “Cien inexactos movimientos”. Igualmente he publicado relatos y poemas en diferentes medios nacionales y latinoamericanos. Colaboré entre 2015 y 2018 en la editorial de Pepe Criado Letra Impar, hermoso proyecto en el que aparecieron casi treinta títulos en varias colecciones, poesía, narrativa, oralidad, ensayo… Fue su sueño acariciado por él durante años y para mi un privilegio acompañarle en esos menesteres y en los últimos años de su vida.

 

¿Qué podemos encontrar entre las páginas de Cien inexactos movimientos?

Entre sus páginas se acomoda un latido dentro del tiempo, un cristal engañoso de transparencias que solidifica con lentitud lo que se retiene y se interpreta del mundo y sus cuestiones, cuanto nos atrevemos a ser afuera de ciertos límites, la coherencia y el compromiso solidario, el arte solo se debe al libre albedrío. No puede ser de otra manera: creo que la honestidad es imprescindible en cualquier atrevimiento artístico y que se debe compartir esa belleza que mancha cuando nos elige.

La poesía también es exigente con sus lectores, no siempre se desviste en la primera cita, a veces uno debe abandonarse como en un mar, ser uno en la marejada, sincronizar con su ritmo. Pero, sin duda, es tarea del autor acercar sus poemas a la claridad que sostiene todo lo sencillo.

Encuentro en este poemario cierta depuración en las maneras. También quiero agradecer el magnánimo prólogo de la poeta Marina Tapia, sus bellas palabras para con mis versos.

 

¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?

Quizá sea su labor de desescombro. La sanación que suele provocar verse en el reflejo de las palabras reunidas sobre el papel…

el libro contiene los impactos, los asombros, el descrédito que intuyo y descifro en los argumentos cotidiano. Atreverse es un riesgo imprescindible cuando quieres tantear la plasticidad de la diferencia.

Su ingrediente principal es una constante búsqueda interior, la curiosidad por los otros y el extrarradio de la costumbre.

 

¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta esta última?

Bueno, desde mis primeros intentos con la escritura, hasta la vuelta a la misma creo que muy mayor, y con la certeza de que es ella quien nos elige, mi trayectoria fue y es desigual, poco lineal y menos previsible en cuanto a constancia y entrega. Cuando la escritura me reclama, tejerla es como una artesanía, labor que consume tiempo invertido glotonamente, devorándose con discreción a si mismo, como también le ocurre a quien busca oro.

La constante en mis escritos no es nada original, ¿sobre qué se escribe si no de las aristas e intersticios del vivir y los acontecimientos cotidianos? Me interesa sobre todo buscar y desplazar la apariencia de las cosas, experimentar otros ángulos, ritmos y cadencias. Aunque todo esté escrito, lo interesante se sitúa tras el intento, atreverse a imaginar desde lo igual la diferencia.

 

¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo elegiste?

Pues acabo de leer un bellísimo poemario, “La veladora” de Gerardo Venteo, libro que recomiendo a los degustadores de la buena poesía. Con exquisita sensibilidad y precisión de orfebre, con una pulcritud poco habitual el poeta nos acompaña desde el recibidor de la casa materna para homenajear en su figura a todas las madres.

 

 Y ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?

 Algo hay entre manos, si. Algo que me entusiasma y avanza a buen ritmo. El resultado se parece mucho a lo que deambula por mi mente. Pero no me gusta hablar de proyectos por si se gafan… ahora es tiempo de arar para seguir con la siembra.

 

 

 

Entrevista a Torcuato Romero López, autor de "El tablero de ajedrez".

 


Háblanos un poco de ti.

Me llamo Torcuato y nací en Guadix,  junto a la catedral. Mi colegio fue la Escolanía y tuve la suerte de formar parte de los Niños Cantores de la Catedral de Guadix. También fue una suerte comenzar el BUP en el instituto Pedro Antonio de Alarcón y hacer amigos que todavía me acompañan. 

Me fui a Granada para estudiar y, en realidad, ya no volví sino que me fui enredando en asuntos que al final han configurado mi vida. Aunque, sigo sintiéndome tan accitano como cuando era niño y cada día jugaba al futbol en la calle de la Concepción hasta que oía la voz de mi madre que se asomaba a la ventana para llamarme.

Soy médico de familia, máster en Economía de la Salud y experto universitario en Bioética y en Gestión Sanitaria. He sido durante muchos años gerente de varios centros sanitarios públicos como el Hospital Costa del Sol de Marbella con el que obtuve el Premio Best in Class al Mejor Hospital de España en 2017 convocado por la revista Gaceta Médica y por la Universidad Juan Carlos I de Madrid.

En la actualidad he vuelto a mi plaza de médico en el centro de salud de Torre del Mar. De alguna manera, he  podido compaginar mi profesión con la pasión por la literatura.

 

¿Qué podemos encontrar entre las páginas de El tablero de ajedrez?

La novela gira en torno a las historias de los pacientes que acuden a la consulta del doctor Casado para contarle sus enfermedades, pero también sus miedos y sus secretos. Uno de estos pacientes acude por un motivo en apariencia simple, pero que será el inicio de una trama que hará que el planteamiento vital del médico esté a punto de desmoronarse. Pero la novela sobrepasa los límites de la salud y la enfermedad, ya que de lo que trata en realidad es de la vida, de su fragilidad y de su belleza.

 

¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?

Creo que la novela mezcla varios elementos que le dan fuerza, como la trama que te atrapa desde el primer capítulo, las historias de los pacientes que pasan por la consulta, el transcurrir diario de un centro de salud donde confluyen muchas personas, las múltiples aristas de un sistema sanitario siempre en crisis o los aspectos más personales del protagonista como la relación con su mujer, con sus hijos o con sus compañeros, que en realidad son aspectos que sirven para retratar a distintas generaciones y que ayudan a construir el personaje.

 

¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta esta última?

Comencé a escribir una serie de relatos que se publicaron en la revista Campus de la Universidad de Granada, donde además de medicina, cursé varias asignaturas de Filología Hispánica. Obtuve el primer Premio de Relatos de la Asociación Cultural Julio Cortázar de Madrid con El corazón de una máquina tragaperras. El jurado contaba entre sus miembros con Elvira Lindo. También he publicado artículos de opinión en revistas como Redacción Médica o en periódicos como Diario Sur. En 2017, recibí con ¿Por qué lloramos los médicos? el accésit al mejor artículo de opinión sanitaria a nivel nacional según Redacción Médica.

En 2021 ve la luz El campo de alfalfa, mi primera novela y acabo de publicar El tablero de ajedrez, mi segunda novela.

La mayoría de mis publicaciones están en el blog  https://asperoscaminos.blogspot.com 

 

¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo elegiste?

La opositora de Sara Mesa. Lo elegí un poco al azar, me gusta entrar en las librerías y comprar libros sin tener demasiadas referencias,  como si fuera una aventura.

 

Y ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?

Escribir una novela es una tarea ardua que necesita tiempo y que te absorbe por completo. Es necesario olvidarla de alguna manera para volver a escribir. En eso estoy.

Entrevista a Carmen Hernández Montalbán, autora de "Ondas en el estanque"

 


Háblanos un poco de ti.

 

Llegué a la escritura con sólo diez u once años. Sentía fascinación por los textos de los libros escolares de lectura, por entonces los únicos a los que tenía acceso. Aprendía los poemas clásicos de memoria y a veces los recitaba en clase.  Por entonces, no alcanzaba a entender el sentido de algunos versos, pero su musicalidad, el misterio del lenguaje poético, me maravillaban. Intuía que con la poesía se podían expresar emociones difíciles de manifestar de otro modo. Publiqué mis primeros poemas en una revista comarcal y verlos impresos fue para mí muy emocionante.

He publicado cuatro poemarios, dos novelas y tres libros de relatos. Aprendí en el camino que escribir es un trabajo arduo y constante pero eso no le quita emoción, cada escrito es una aventura.

 

¿Qué podemos encontrar entre las páginas de Ondas en el estanque?

 

Ondas en el estanque es un libro en el que dialogan dos disciplinas artísticas: el aforismo y el collage digital. Es una obra para la reflexión, por lo que su brevedad sólo es aparente. Cada frase lleva una enseñanza sumergida fruto de la meditación. Las imágenes son sugerentes con la idea que se quiere expresar. Tiene, además, un precioso prólogo del escritor José Luis Morente.


 

¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?

 

Reside en su esencia. Es un libro para volver a él por su propia naturaleza. Como objeto, es atractivo, sus ilustraciones son originales y cargadas de simbolismo. Los aforismos a veces son más filosóficos, otras más poéticos pero siempre invitan a pensar.

 

¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta esta última?

 

Como ya he explicado anteriormente, mi contacto con la escritura fue temprana, apenas una niña, aunque ha sido ya en la madurez cuando he sido consciente del ejercicio literario. En 2010 salió publicado un libro muy singular que me dio muchas alegrías a nivel personal, Pictorias para leer con lupa: microrrelatos míos y pinturas del pintor francés Paul Rey que sirvió como excusa para visitar el país vecino y presentarlo en el Instituto Cervantes de Toulouse. También fue objeto de estudio en un seminario sobre relato y arte visual en la universidad de la misma ciudad francesa.  Mi primer poemario, La luz del fin de la tierra (2015), se publicó hace diez años, aunque ya habían salido algunas antologías con poemas y relatos míos. Este primer poemario está integrado por poemas de diferentes etapas vitales que yo estructuré para darle cierta unidad. Dos años después se publicó mi segundo poemario, Los anillos de Saturno (2017). Los poemas son críticos en su mayoría, fruto de la perplejidad ante una sociedad deshumanizada, corrompida, sometida por el consumo y el capitalismo desaforado.  En 2019 salió a la luz mi primera novela, Memorias de la cautiva de carácter histórico que fue galardonada por el IV Premio Alféizar, convocado por la editorial. En 2020 se publica mi libro de relatos Variaciones Quijotescas: de relatos inspirados en la obra cervantina. En 2021 se publica mi tercer poemario, Verso sobre lienzo, con poemas inspirados en pinturas universales de todos los tiempos, finalista en el I Premio Pedro Lastra de poesía, convocado por la Universidad Stony Brook de Nueva York. Ese mismo año saldrá otro libro de relatos titulado Sucedió mañana: un conjunto de relatos que tienen a la historia y el tiempo como elementos de unidad. Al año siguiente, 2022, se publica mi segunda novela Los cantos rodados basada en un hecho real ambientado durante la Guerra de la Independencia Española.  Finalmente en 2023 sale mi cuarto poemario, Cosmogonía del Caos, una reflexión sobre la génesis de la creación y la destrucción de la naturaleza por la mano del hombre, finalista del XVIII Premio Águila de Poesía.

 

¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo elegiste?

 

Estoy enfrascada en la lectura de la novela La península de las casas vacías de David Uclés, una obra singular y magistralmente escrita.

 

 

Y ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?

 

Sí, varios y muy ilusionantes: una nueva novela, un libro de relatos y un libro de fotografía y poesía. En eso y en otros proyectos no literarios estoy.

Entrevista a Eloy Cubillo, autor de "Una suela sin zapato"

 


Háblanos un poco de ti como escritor.

Mi andadura como escritor es bastante corta, y de aparición tardía. Mi deseo de escribir siempre había estado latente, pues mi formación en el mundo de las letras me despertó la curiosidad sobre el proceso de creación de las historias, y de cómo usar el lenguaje acertado para ello,

Sin embargo, no fue hasta el año 2022, con 52 años, cuando decidí sentarme a crear mis propias historias, impulsado por una situación personal bastante frágil y delicada, que hizo que me lanzara al vacío para plasmar mis sentimientos en un papel, convirtiéndose ese atrevimiento, a modo de catarsis, en una vía de liberación, y dando como fruto mi primera novela en el año 2024: La segunda verdad, un escrito autobiográfico con en el que intenté enfrentarme a mí mismo.

Desde ese momento, escribir se ha convertido en algo integrado en mi vida, provocando una evolución sustancial en mi propia persona y cambiando radicalmente el punto de vista ante las cosas.

  

¿Qué podemos encontrar en el libro “Una suela sin zapato”?

En la trilogía de Una suela sin zapato, podemos encontrar la historia de una saga familiar femenina cuyas vidas se hayan entrelazadas con las de otros personajes, teniendo como marco común la propia historia de Jaén - desde la Guerra civil y Posguerra, hasta nuestros días -, sus costumbres, su fisonomía como ciudad, y la idiosincrasia de sus gentes. Las vidas de Sofía, Beatriz y María (abuela, madre e hija, que integran dicha saga), se verán marcadas por secretos familiares y por una terrible maldición que se convertirán en unos accesorios más en una vida bastante complicada.

 En esta primera parte, la protagonista, Sofía, junto con su marido, vivirán un exilio forzado, conocerán la degradación humana en una sociedad hipócrita, sentirán la represión política, vivirán la lucha por la libertad (en el más amplio sentido de la palabra), y sufrirán la enfermedad mental, elementos con los que contarán para marcar el devenir de su camino.

Por el contrario, el sentido de la humanidad, de la generosidad, del esfuerzo por mantener la ilusión en situaciones límite, y el deseo continuo de superación, intentarán dar luz a todas las vidas de los que los acompañarán en la aventura.

 La trilogía, en definitiva, es un canto de paz, de superación y de amistad.

  

¿Por qué elegiste ese título?

Porque, según mi punto de vista, la vida es como un zapato, en el que, para que puedas andar seguro con él, la suela deberá ir bien cosida y amarrada al empeine. Si en tu vida no tienes asegurado lo fundamental para poder vivirla dignamente  - o sea, una suela bien amarrada -, no podrás llevarla acabo en toda su plenitud. Y cada uno de lo personajes intentará mantenerla bien sujeta según la vida le vaya permitiendo.

 

 ¿Qué aporta la literatura al mundo?

Vida.

  

¿Si tuvieras que elegir un título para este fragmento, cómo lo llamarías?

"Cava sintió frío. Los baños estaban al fondo de las cuadras, separados de ellas por una delgada puerta de madera, y no tenían ventanas. En años anteriores, el invierno sólo llegaba al dormitorio de los cadetes, colándose por los vidrios rotos y las rendijas; pero este año era agresivo y casi ningún rincón del colegio se libraba del viento, que, en las noches, conseguía penetrar hasta en los baños, disipar la hediondez acumulada durante el día y destruir su atmósfera tibia. Pero Cava había nacido y vivido en la sierra, estaba acostumbrado al invierno: era el miedo lo que erizaba su piel."

OSCURIDAD INQUIETA

miércoles, 13 de agosto de 2025

Entrevista a José Vicente Pascual, autor de "Eva de Ur"






 


Háblanos un poco de ti como poeta

Como poeta poco puedo decir porque nunca he cultivado ese género literario. Soy novelista, escritor, articulista, a veces ensayista. Pero poeta, no. Cuando era jovencísimo y por tanto medio ciego sí es verdad que hice mis pinitos. Escribía unos versos espantosos, unos ripios lamentables sobre asuntos de una petulancia extrema. Pero se me pasó pronto, gracias a Dios. Lo que no se me pasó ni se me ha pasado todavía es la vocación por la ficción y la narrativa, el gran arte de la novela; desde mi punto de vista, la novela es la manera más eficiente y precisa de representar el mundo e interpretarlo bajo la condición moral de cada cual. Ha sido mi dedicación desde que alcancé mi primer premio literario (novela), hace casi cuarenta años. Y ahí sigo. Como la sociedad se transforma y el mundo cambia y las visiones del mundo se van sucediendo, nunca falta materia para interponer la mirada del narrador y contar más o menos lo que ve.

¿Qué podemos encontrar en el libro “Eva de Ur”?

Aparte de muchas letras, la historia de una mujer en el albor de la civilización, en la primera sociedad estamentada y organizada conforme a principios jurídicos que conocemos (ya se sabe: la historia empieza en Súmer).  El vínculo de las narraciones mitológicas de los sumerios con el relato bíblico, sobre todo en lo que concierne al mito de Adán y Eva, el paraíso perdido y el diluvio universal, me pareció muy sugerente para tramar una novela sobre la voz arcaica, casi original, de una Eva que es a la vez agente activo en el desarrollo civilizacional y legataria de la tradición que hunde sus raíces en el fondo confuso y apasionante de la humanidad primitiva/originaria. Disfruté mucho escribiendo esa  novela.

¿Por qué elegiste ese título?

Porque la protagonista se llama Eva y vive en la ciudad Sumeria de Ur.

¿Qué aporta la literatura al mundo?

Desde una perspectiva histórica, lo ha aportado todo. La humanidad se hizo sedentaria, empezó a cultivar la tierra, pastorear ganado, construir sus hogares estables y, en suma, crecer y avanzar, a partir de la unión de voluntades posibilitada por relatos compartidos sobre una identidad colectiva. La ficción es el primer motor en el progreso de la humanidad. Sin relatos mitológico/religiosos, sin mitos comunes a los pueblos, sin creencias en la transcendencia del individuo y la sublimación del YO en el NOSOTROS, seguiríamos encendiendo el fuego haciendo chispas con dos piedras. Si hablamos de la actualidad, la literatura aporta lo que siempre ha hecho y ha sido: la expresión dimensiva del trazado moral de una época; eso en términos sociológicos. En términos puramente artísticos, la literatura es uno de los caminos del ser humano sensible hacia la belleza, es decir: hacia el espíritu.

¿Si tuvieras que elegir un título para este fragmento, cómo lo llamarías?

"Cava sintió frío. Los baños estaban al fondo de las cuadras, separados de ellas por una delgada puerta de madera, y no tenían ventanas. En años anteriores, el invierno sólo llegaba al dormitorio de los cadetes, colándose por los vidrios rotos y las rendijas; pero este año era agresivo y casi ningún rincón del colegio se libraba del viento, que, en las noches, conseguía penetrar hasta en los baños, disipar la hediondez acumulada durante el día y destruir su atmósfera tibia. Pero Cava había nacido y vivido en la sierra, estaba acostumbrado al invierno: era el miedo lo que erizaba su piel."

 

No podría evitar titularlo La Ciudad y los Perros, más que nada por no enmendar la plana a Vargas Llosa.

La tierra que canta en los surcos, por José Carlos Vara Mata.

 


Dicen que la tierra tiene memoria, que guarda en su piel de terrones los pasos de quienes la amaron. En el altiplano del sudeste español, donde el viento silba entre los almendros como un anciano que recuerda, vivía Carmen, una mujer de manos duras y voz de brisa. Era hija de pastores y nieta de labradores; su sangre olía a hinojo, a tomillo seco y a tierra mojada.

Cada mañana, al clarear el cielo, bajaba al bancal con su azada al hombro. No usaba reloj: medía el tiempo por el canto de las perdices y la inclinación de las sombras. El mundo comenzaba para ella en la acequia vieja y terminaba en la era, donde trillaba el trigo con los ojos cerrados, como si danzara con los fantasmas de sus muertos.

El campo era su casa, su oficio, su credo. En sus surcos no solo nacían lechugas y habas, sino también recuerdos. Carmen hablaba con las plantas como quien conversa con un hijo. Les pedía perdón al arrancarlas. Les agradecía por brotar. Les cantaba coplas que su abuela aprendió de otra abuela, cuando los burros tiraban de las norias y las manos eran más fuertes que las máquinas.

—Tierra buena, si te cuidan, das vida. Si te hieren, das silencio.

Eso le decía al niño que cada sábado bajaba del pueblo para ayudarla: Miguel, un chiquillo de ciudad que vino a vivir con su madre tras el divorcio. Tenía diez años y ojos inquietos. Al principio, se aburría. No entendía el sentido de regar a mano, de quitar las piedras una a una, de mirar si había hormigas rojas en los albaricoques.

—¿Por qué no usas cosas modernas, Carmen? —le preguntó una vez.

Ella no contestó. Lo llevó al pie de la loma, donde las chumberas marcaban la frontera entre el campo viejo y los invernaderos del otro valle. Desde allí se veían los plásticos extendidos como una herida blanca. Un mar sin olor, sin canto, sin tierra.

—Porque no quiero que mis nietos coman silencio.

Miguel no entendió. Pero algo se le quedó prendido en el pecho. Como el aroma del azafrán cuando se muele. Como la voz de su padre, que aún le llegaba a veces en sueños.

Esa primavera, llovió poco. El cielo parecía haberse olvidado de la comarca, como un dios viejo que no reconoce sus templos. Las fuentes menguaban y la acequia llevaba apenas un hilo de agua. Carmen se levantaba aún más temprano, caminaba hasta la rambla seca y escarbaba en busca de humedad.

—¿Para qué lo haces si no crece nada? —dijo Miguel.

—Para que la tierra no se sienta sola.

Fue ese día cuando él la vio llorar. No era un llanto sonoro. Era un manar lento, como la resina que sangra del pino cuando lo hiere el sol. Carmen lloraba por la tierra, por los álamos que ya no daban sombra, por el aire que olía a polvo y no a pan. Lloraba por el futuro que no llegaba.

—Todo está cambiando, Miguel. Pero el corazón de la tierra late todavía. Si aprendemos a escucharlo, nos salva.

Pasaron los meses. El niño ya no preguntaba tanto. Empezó a sembrar en silencio, a recoger la hierba para el compost, a anotar en un cuaderno los días en que florecía cada planta. A veces, Carmen le enseñaba a distinguir las huellas: la de la gineta, la del zorro, la de la liebre. Cada uno dejaba su firma en la madrugada.

En julio, cuando la sequía era un cuchillo, llegó la tormenta. Vino como un rugido, como si el cielo se abriera en furia. Granizó con saña. El huerto de Carmen quedó arrasado. Las tomateras, quebradas. Las almendras, verdes aún, machacadas en el suelo.

Los vecinos bajaron al día siguiente. Ofrecieron ayuda, consuelo, gestos. Carmen los agradeció, pero no dijo palabra. Se sentó en la tierra y recogió, uno a uno, los restos del daño. Miguel también bajó, con la mochila al hombro.

—¿Y ahora? —preguntó con la voz hecha grieta.

Carmen lo miró. Sonrió por primera vez en semanas.

—Ahora sembramos otra vez. Siempre se vuelve a sembrar.

Y así lo hicieron. Con la paciencia de los que creen. Con la esperanza de los que saben que la tierra no traiciona, solo espera. Plantaron calabazas, cebollas moradas, un nogal. Dejaron un rincón para las flores silvestres. Otro para las abejas. El bancal, poco a poco, volvió a cantar.

Cuando llegó septiembre, Carmen ya no podía con la azada. La edad, el calor, las noches en vela. Pero seguía yendo al campo, sentada en su silla de esparto. Miguel lo hacía todo. Lo hacía como ella le enseñó: sin prisa, sin ruido, con respeto.

Un día, le mostró el cuaderno: había escrito un cuento. Un relato sobre una mujer que cuidaba la tierra como a una hija. Lo presentó a un certamen de la escuela. Ganó. El premio era un árbol: un olivo centenario, que Miguel plantó junto al pozo.

—Este árbol vivirá más que nosotros. Pero sabrá que lo quisimos.

Carmen murió en otoño, cuando las hojas del almendro caían como cartas de despedida. Miguel la enterró en el cementerio pequeño, junto al camino. Puso una lápida sencilla: Aquí reposa la que hablaba con la tierra.

Hoy, años después, Miguel sigue cuidando ese bancal. Lo ha convertido en un jardín comestible, en un refugio para pájaros, en una escuela donde los niños aprenden lo que no enseñan los libros. A veces, en las tardes de viento, jura escuchar la voz de Carmen en los surcos. Dice que la tierra canta. Que aún late.

Y que, si se le habla con ternura, responde.