La Oruga Azul.
lunes, 23 de septiembre de 2024
AHORATELEO, revista literaria. Número 8. septiembre de 2024.
Entrevista a Juan Jesús Hernández, autor de "Los descosidos de Dios"
Háblanos
un poco de ti.
Soy
periodista. Creo que he sido periodista desde pequeño, mucho antes de ir a la
Universidad, sentía los impulsos por contar cosas. Ya en el instituto creamos
un grupo de compañeros una publicación para distribuir entre los alumnos y ahí
hice mi primera entrevista a José Asenjo Sedano, un escritor accitano que
acababa de ganar el Premio Nadal, creo que su novela se titulaba ‘Conversación
sobre la guerra’, a finales de los años 70. Fue muy emocionante, tanto como un
simulacro de emisora de radio que daba música y noticias o entrevistas con
profesores en los recreos y tiempos de ocio. Incluso habría otras cositas antes
de llegar al instituto de las que podría hablar, pero bueno… Desde entonces mi
pasión por el periodismo se ha mantenido intacta. Muchos años, sí. He
colaborado en bastantes medios, en prensa y radio, aunque recuerdo con especial
cariño mi paso por Radio Popular y Patria, periódico en el que hice prácticas a
las órdenes de Juan José Porto. Hice prácticas en Patria porque en IDEAL ni me
contestaron. Años después me llamó Melchor Sáiz-Pardo y allí he permanecido
casi 38 años, hasta mi reciente jubilación, años en los que he hecho
prácticamente de todo. Por lo demás, soy nacido en Guadix y mi sentimiento
accitano es tan fuerte como el del periodismo. Adoro mi ‘patria’ de la infancia
y diría que de siempre, aunque me apena muchísimo que no acabe de tener o
encontrar el sitio que merece. Guadix es un proyecto inacabado que está
perdiendo mucho más que población.
¿Qué podemos
encontrar entre las páginas de Los
descosidos de Dios?
Pues ya que hablamos de periodismo, pienso que podemos encontrar un
relato periodístico, una crónica sobre un hecho real, el crimen de un labrador
que murió a manos de un lacayo de la ‘señorica’ dueña de las tierras que tenía
arrendadas, que he novelado desde la ficción para recrear y rellenar todos los
vacíos que rodean esta historia, que son muchos porque tras su asesinato se
levantó un muro de silencio y olvido que ha permanecido intacto durante 90 años.
Es una historia dura que es como la otros muchos ‘descosidos de Dios’ en
tiempos de hambre y miseria en el primer tercio del siglo XX, en el que el
poder mantenía los privilegios que se ejercía muchas veces con impunidad y casi
siempre con soberbia y arrogancia, especialmente como estos lugares de la
Andalucía profunda en los que el tiempo pasa muy despacio, o no se mueve.
¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?
La trama tiene lugar a caballo entre la aldea de El
Valle de las Encinas, nombre que recibe en la novela, y la ciudad de Guadix,
donde tiene lugar el crimen, en el Arco de San Torcuato, en tiempos de la II
República. Creo que el lector se va a encontrar con un retrato social y humano
muy visual, con personajes creíbles con los que empatizará o detestará, que al
final es de lo que se trata. He querido que sea una historia amena y
entretenida, muy costumbrista de esos lugares y personajes reales y de ficción
capaces de atrapar, o eso espero.
¿Cómo
describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta esta
última?
Pues es
que yo soy periodista, no escritor y como periodista dejo en la hemeroteca
miles de artículos o reportajes en los que he contado historias de todo tipo y
también mucha información y análisis. Es verdad que los periodistas escribimos
y también somos escritores, pero entiendo que esta definición, como la de
novelista, es jugar en otra liga. Escribir es muy difícil, sobre todo hacerlo
sencillo y hacerlo bien para llegar al lector, y respeto mucho a los que son
capaces de crear una novela tras otra. Ellos están, estáis, en otro nivel. Mi
anterior experiencia en la edición fue el libro ‘De frente’, en el que recogí más
de medio centenar de historias biográficas de personajes granadinos que tienen
trayectorias sorprendentes e impresionantes. Todos son ejemplo de
supervivencia, de éxito o de sueños por cumplir. Y ahora ha llegado esta
novela.
¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo
elegiste?
El último
libro que he leído ha sido ‘El año de la sal’, de María Jesús Peregrín, que
elegí porque su historia y la de ‘Los descosidos de Dios’ tienen muchas
coincidencias. En las dos los protagonistas son nuestros abuelos, en las dos
está la crueldad y ambos transcurren en épocas similares. La novela de María
Jesús tiene mucha fuerza narrativa y es impecable, propia de una autora que
merece la pena leer. Y ahora estoy con ‘Las hijas de la criada’, de Sonsoles
Ónega, a la que he llegado con muchos prejuicios porque cuando ganó el premio
Planeta recibió críticas durísimas, demoledoras, y quiero leerla para tener
criterio propio sobre ella. Lo que he visto hasta ahora no me desagrada. Tengo
que llegar al final, pero me parece que no se ha sido muy justo con esa obra.
Y ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?
No sé si
llegará a cuajar. Me lo he tomado sin prisas. Sería algo así como ‘Con la
mirada perdida’, relatos de la calle, de la gente, de la vida diaria, en
definitiva. Me gusta observar y, si puedo, dejarlo por escrito.
Entrevista a Gamaliel Sánchez Salinas (Villahermosa, México), autor de Vidas mayúsculas.
Háblanos un poco de ti.
La ciudad de los vivos de Nicola Lagiogia, por José Luis Raya Pérez.
Cuando un género literario se pone de moda comienzo a detestarlo. Seguramente sea por llevar la contraria. Me ocurría cuando llegabas a una librería y comprobabas que el ochenta por ciento de lo que exponían era novela histórica. ¡Cuánta desazón! Llegaba a pensar que prefería leer un ensayo estrictamente histórico -y más o menos objetivo- que iniciar una lectura repleta de parches, anacronismos y desaciertos. Más adelante, como buen samaritano, me dejé llevar por las elucubraciones de sus autores; pero leídas tres, leídas treinta y tres.
Idénticas suspicacias estoy padeciendo con el género negro o novela policíaca. Lo mismo que las series o películas -salvo excepciones- que están cortadas por la misma tijera; esto es, cadáver que aparece abandonado en un parque, río, costa o zona alejada –cambia un poco el escenario- y transeúnte o caminante que casualmente pasaba por allí, y ese indicio típico que se halla en el lugar del crimen del que se empieza a tirar del hilo. ¡Ah! El cuerpo se encuentra en un deplorable estado de descomposición, devorado por los gusanos, los peces o las ratas; lo cual supone que el forense ha de realizar mil cabriolas para conseguir una autopsia imposible. En muchas de ellas, dicho indicio se halla en el interior del cuerpo: dentro de una muela, el estómago o cualquier víscera. Es plausible el derroche de talento de guionistas o narradores para crear algo novedoso. Sin embargo, no hay nada nuevo bajo el sol.
Ya está –casi- agotada la idea de que el asesino es quien menos lo esperas, manida noción por los narradores americanos, Hitchcock, Agatha Christie, narradores suecos o el celebérrimo Joël Dicker y sus inesperados giros. A menudo los giros son necesarios, pero, a veces, más vale estarse quietecito porque algunos son verdaderamente inverosímiles. No hay que olvidar a los precursores Hammet, Chandler o Le Carré.
Cuando perdí la capacidad de sorprenderme fue porque pensaba que yo podría haberlo ideado mejor. Parece una osadía por mi parte; no obstante, como afirmaba el crítico E. Bentley, la capacidad de sorprenderse uno mismo dependerá de su propia falta de elocuencia. Algo me ocurre con el género de terror o novela gótica, donde disfruto mucho más con el desarrollo propiamente y la ambientación que con los sustos o las presuntas sorpresas.
Truman Capote se desvió un poco del devenir (no va con segundas) cuando publicó “A sangre fría”. La sorpresa y el horror radicaban en la realidad y no en las patrañas que te puedas imaginar. La leí hace muchos años y es el precedente de la narración tipo “a fuego lento”. Es la culminación de la novela de investigación y testimonial. En esta órbita se halla LA CIUDAD DE LOS VIVOS de Nicola Lagioia. Y, podría agregar, si me lo permitís, mi próxima novela biográfica sobre la tormentosa vida de Sandra Almodóvar…Que me está dando muchos quebraderos de cabeza, especialmente con la productora del afamado director manchego, que llegó a lanzarme algunas solapadas y directas amenazas. No puedo entender que algunos-as vayan de solidarios, enarbolando la bandera de la izquierda y los derechos humanos, y al mismo tiempo sean tan selectivos a la hora de aplicar sus tesis. El cinismo es algo que me repele.
La ciudad de los vivos es igualmente una novela testimonial verdaderamente adictiva, en tanto en cuanto avanza como las novelas de suspense tradicionales, de la misma guisa que “A sangre fría”. El horror se hace mucho más palpable cuando sabes pormenorizadamente que aquella atrocidad ocurrió realmente. El título hace referencia a Roma, la capital de Italia, la cual se “inmiscuye” en el entramado narrativo llegando a convertirse en un personaje colectivo. Roma aparece como una ciudad sucia, peligrosa y caótica; sin embargo, es imposible escapar de su influjo o de su embrujo.
En esta historia no hay que descubrir al asesino, sino que se presenta desde el minuto cero. Se narra el atroz, despiadado y sanguinario crimen de dos homosexuales sobre un tercero. Tras una desenfrenada semana de drogas y alcohol, dos jóvenes procedentes de conocidas y acomodadas familias burguesas, los Prato y los Foffo, deciden, como quien no quiere la cosa, divertirse y asesinar “a sangre fría” a un tercero. El análisis y el desarrollo de la novela de Lagioia son demoledores. Los personajes son tangibles y creíbles, sobre todo los padres de ambos asesinos que siguen creyendo en la inocencia de sus hijos. Nicola desmenuza la niñez e infancia de este “par de elementos” para intentar comprender la deriva y los porqués de semejante atrocidad. La víctima, Luca Varani, se presenta como un joven chapero, guapo y heterosexual, que fue víctima de dos depravados. La controversia resultó ser tremebunda en la sociedad biempensante de la Roma del 2016. El hecho de que fueran dos chicos abiertamente homosexuales y uno de ellos adicto al travestismo los hacía mucho más culpables.
Es una novela totalmente recomendable. En ella interactúa el propio autor/narrador con los personajes, ya que hay pasajes con interesantísimas entrevistas reproducidas. Normalmente, no suelen atraerme las historias donde narrador y personajes se funden –narrador homodiegético-, ya que le resta, paradójicamente, credibilidad a la ficción. Algo así me ocurrió con la soporífera y sobrevalorada Trigo limpio de JM Gil: lo siento.
Hay un espléndido elenco de autores y críticos que ensalzan esta obra, entre ellos el gran Muñoz Molina. Ya está todo dicho.
Entrevista a Juan Carlos Friebe, autor de "Mariana Pineda a muerte".
Háblanos un poco de ti.
Pronto cumpliré cincuenta y siete años, pero todavía sigo intentando descifrarme. Aunque el aforismo griego “conócete a ti mismo” nos prevenía contra la hibris, contra la arrogancia, y nos invitaba a ser conscientes de nuestros límites antes que a comprendernos, yo sigo explorando, consciente de mis límites, mis posibilidades.
Vine al mundo en el Virgen de las Nieves, donde me llevaron a nacer desde El Fargue porque yo no me decidía a ello y me había salido de todas las cuentas. Allí trabajaba mi abuelo, como tornero en la Fábrica de Pólvoras y Explosivos; allí habían trasladado a mi padre, desde Alemania; y allí, en la Barriada del Carmen, que se inauguró en 1950 para dar cobijo a los trabajadores de la fábrica, vivió mi familia hasta que la AEG envió a mi padre a su nuevo destino, en Nepal. Entonces nos trasladamos a una quinta planta, sin ascensor, junto a la Monumental y, finalmente, a un piso en el Camino de Ronda.
Aunque
apenas tengo recuerdos de mis primeros años en El Fargue, donde contábamos con
un pequeño, precioso huerto, la mayoría están ligados a mi hermano mayor, que
era un apasionado coleccionista de bichos como “Gerry”, el menor de los
Durrell. El cambio de un ambiente casi rural, e idílico, a la ciudad, y de una
alquería de apenas trescientos habitantes -con tres o cuatro criaturas de mi
edad-, a un colegio con tres aulas y cincuenta o sesenta críos, y eso sólo en
parvulario, en una capital de provincia de doscientos mil habitantes, fue el
primer gran “shock” de mi vida.
A partir de ahí todo fue una sucesión de catástrofes que sería prolijo desgranar y me condujeron, irremediablemente, a la poesía (risas). En 1982, con doce años, me publicaron mi primer poema en la revista del colegio, contra mi voluntad: mi hermano me lo birló y se lo entregó a su profesor de literatura, de 2º de BUP. Salvo la opinión de don Cristóbal, y de mi hermano, que fueron evidentemente favorables, las primeras críticas que recibí fueron tan destructivas que me empeñé en leer toda la poesía que caía en mis manos, más la que yo buscaba, para remendarme y enmendar la plana: una mañana me levantaba barroca o bebía los vientos románticos, a mediodía era neoclásica o surrealista según corriera el aire, y me acostaba leyendo poesía japonesa o tragedias griegas.
El resultado de esa búsqueda íntima y consciente de lo que pueda haber de esencial en mí, y cómo explotarlo mejor para tener una vida más plena, y la intuición razonada de que la creación y la Historia del arte, en todas sus disciplinas, son multiplicandos de nuestra experiencia humana, me parece la parte más presentable de una persona especializada en fracasar en cualquier otro frente de su vida. Incluso cuando acierto termino pensando que de alguna manera me habré equivocado.
¿Qué podemos encontrar entre las páginas de Mariana Pineda a muerte?
Distinguiría entre el objeto artístico en sí, pues el libro incluye un correlato visual de Ricardo García, del texto aislado, considerado como creación poética independiente. Éste fue escrito antes de la intervención del artista plástico, así que es autónomo, mientras la narrativa plástica fue creada ex profeso, inspirándose en la lectura del texto, de modo que podría entenderse como accesoria de este. Sin embargo, al contar con Ricardo García, cuya trayectoria y obra creo conocer bien, no buscaba a un ilustrador al uso, que aportara un complemento visual o una correspondencia entre las imágenes de los versos y las imágenes plásticas.
Dado que quise que el lenguaje poético utilizado fuera razonablemente “clásico” en el contexto de la primera mitad del siglo XIX, por mi querencia al decoro -entendido este como principio de la retórica: la coordinación a través de la palabra y la forma de lógica, credibilidad y emoción—, lo que se correspondía cabalmente -desde mi perspectiva- con una época histórica “conservadora”, entendí que precisaba un elemento adicional que expresara, también, la “modernidad” de quienes se oponían a la tiranía y, en especial, el valor de Mariana Pineda, una mujer -conviene no olvidar que su propio abogado utilizó hábilmente, durante el juicio, el argumento de que en razón de su sexo no podía tener ideas políticas y, por tanto, tampoco ser parte implicada en ningún complot contra el orden establecido- que afrontó la muerte, con tan sólo veintiséis años de manera realmente heroica y, por desgracia, trágica.
Ricardo García estuvo, como siempre, finísimo, y enhebró el hilo de su plástica a las agujas del texto y, a la manera de un objeto casi textil, de su trabajo surgieron diecisiete metros de obra pictórica que fueron fotografiados metódicamente, y reproducidos a escala en el volumen, gracias al excepcional trabajo de la editorial, Sonámbulos.
En cuanto al texto, sus lectores
encontrarán una breve introducción que nos sitúa en la época; las maquinaciones
de Pedrosa antes de prender a Mariana; el juicio, en el que me tomé todas las
libertades narrativas para retratar la lucha de una Granada ilustrada contra
una España absolutista; las últimas horas de la heroína, y el azaroso destino
de sus restos mortales hasta que encontraron finalmente descanso décadas
después de su ejecución. Ana Morilla Palacios, doctora en Teoría de la
Literatura y del Arte y Literatura Comparada, cierra “Mariana Pineda a muerte”
con un acertado y necesario epílogo que amplía el contenido.
¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?
Creo que la
historia de Mariana Pineda tiene tanta fuerza que no necesitaba más ingrediente
que la pasión. De hecho, cosa rara en mí, tardé muy pocos meses en llegar a la
primera versión definitiva, que escribí casi de oído, con base en el romance. A
partir de aquella base fui ajustándolo, y tomando ciertas decisiones
discutibles, pero razonadas, sobre algunos versos.
¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta la última?
Sin contar con “Anecdotario”, que sólo era una catastrófica recopilación de composiciones escritas en mi adolescencia y primera juventud armada con un lejano sentido de organicidad —en una loable e infructuosa intención de crear una estructura narrativa— podría describir mi trayectoria, en el mejor de los casos, como una continua exploración de las posibilidades expresivas de una poesía concentrada en la Historia, en la condición humana, y en las formas del lenguaje.
En
el peor, una bien organizada sucesión de naufragios, y no me refiero solo a los
míos, como persona, sino a nuestro fracaso como especie que dilapida su
existencia y el mundo que le ha sido concedido. Con relación a ello, léanse
“Poemas perplejos”, donde se esconde el colapso de mi propia identidad, que me
condujo al borde del suicidio, o “Las briznas”, donde la creación artística no
palía el sufrimiento del pintor en torno a cuya vida gira el poemario. Y léanse
“Poemas a quemarropa” o “Enseñando a nadar a la mujer casada”, que ahondan en
la culpa colectiva de todos los pueblos y en la del poder establecido —tanto el
temporal como el espiritual, o ambos a la vez— como herramienta de destrucción
masiva para aniquilar a los individuos o aplastar su libertad y su libre
albedrío.
Luego hay una segunda línea de trabajo, en colaboración con artistas de distintas disciplinas, que hablaría de una trayectoria de investigación creativa respecto a otros lenguajes que van más allá de la palabra. Y una tercera aún, de puro disfrute, como la ensayística —“Utile dulci (Poética e intermedialidad)”, la teatral o escénica, y la narrativa, aunque en estas dos últimas mi trayectoria es más bien la de un elefante que entra en una cacharrería.
¿Cuál fue el último libro que leíste?, ¿por qué lo elegiste?
Salvo que una novela me enganche de tal modo que me obsesione terminarla, alterno lecturas. Por ejemplo, ahora estoy con “El coloso de Marusi”, de Henry Miller, que me regaló una amiga, y con las ediciones bilingües de “Los Lieder de Richard Strauss” y de “Los sonetos de la cárcel de Moabit” de Albrecht Haushofer, por aquello de que no se me olvide el poco alemán que sé. Aunque no sea una novela, el último que he leído es “El nadador de Paestum”, del arqueológo Tonio Hölscher, que le pedí prestado a Ricardo García una tarde que le visité en su estudio, por mi afición por el arte en general, y por el arte clásico en particular, y de poesía “Los lugares comunes”, de Virgilio Cara, porque además de ser un queridísimo amigo es un poeta espléndido.
Y ahora qué ¿un nuevo proyecto?
El que más
ilusión me hace está ya casi en las librerías, “La esteva”. Si todo va bien lo presentaremos a principios de noviembre. Se trata de una antología muy
personal, puesto que no solo es una
deconstrucción de mi propia obra, sino un
fin de ciclo en mi obra , que cuenta con una espléndida introducción de Antonio Chicharro Chamorro.
A medio plazo estoy comprimiendo una
novela, que he estado construyendo
a mi amor, sin la menor prisa, de manera
inconstante y perezosa durante treinta años. Y con la misma prisa que el proyecto anterior, esto es, ninguna o a largo plazo, ya le he encontrado el aire y
la cadencia que quiero para unas
futuras “Odas íntimas”, el que creo que será
mi primer trabajo poético, ignoro si primero y único, de un ciclo vital nuevo que ponga fin a ciertas
incertidumbres personales. Si la
identidad fuera una ecuación, siento que
ha llegado el momento de despejar
incógnitas y tomar decisiones: entre
ellas la de, a pesar de todos mis pesares, ser
tan feliz como sea posible mientras todavía pueda.
viernes, 20 de septiembre de 2024
Entrevista a Enric V. Alepuz Llopis, autor de "Señor maestro"
Háblanos un poco de ti.
Ahora mismo soy un profesor jubilado que ejerce la literatura y la música, mis dos grandes pasiones, lo cual me sirve de esparcimiento y me mantiene ocupado, pues no sabes un pensionista la cantidad de horas libres que tiene a lo largo del día. Digamos que el verbo aburrirse no existe en mi vocabulario. A esto añado que empecé a escribir siendo docente al observar la carencia de lectura que tienen los jóvenes actualmente. Eso en mi tiempo no pasaba, aún no había tantas pantallas como ahora y la lectura era otra forma de entretenimiento. En ese sentido, mis primeros textos iban dirigidos a mis alumnos. Cuentos, leyendas, relatos breves que nunca han sido publicados.
¿Qué podemos encontrar entre las páginas de Señor maestro?
Una historia de cariño: la amistad entre un chiquillo que empieza a despertar a la vida y su maestro, un joven profesor depurado por el régimen, en la época más dura de nuestra historia reciente, la posguerra. Un relato tan idílico como lacerante según qué capítulos, al que le añado un pellizquito de intriga que irá en aumento según se vaya acercando el final.
¿En qué ingredientes reside la fuerza de este libro?
Mejor en plural, ingredientes, porque voy a hablarte de tres principales. El primero, la época: los años cuarenta, los años del hambre, como los conocen nuestros mayores, los del estraperlo, los del comer lo que se pueda, cuando se pueda y como se pueda; también los de la represión y el miedo. Este período ya es de por sí motivador y fascinante. El segundo, el lugar donde se sitúa gran parte de la acción: en un cortijo del altiplano del interior de Granada, junto al río Gor, digamos que dentro del cuadrilátero Guadix-Baza-Gorafe-Gor, un área que los accitanos conocéis muy bien. Y el que nos falta, el tercero: en el tren llamado el Catalán por unos o el Granaíno por otros, donde uno de los protagonistas viaja en una odisea de más de veinte horas de periplo, el tren de los emigrantes andaluces -maletas de cartón prensado, compartimentos para ocho personas, gente de pie en el pasillo- que buscaban en Barcelona mejorar su vida.
¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta la última?
Esta última es la novena. Mi trayectoria ha sido, creo, como la de cualquier otro escritor que escribe por placer y no por dinero. Empiezas titubeante, inseguro, con miedo a cómo la recibirá el público, y terminas escribiendo con más convicción, con más dominio del lenguaje y técnica narrativa, pero sin perder aún ese miedo. Y entre la primera y la última, dos novelas finalistas de sendos premios literarios: “La cuna Nº 13” y esta, “Señor maestro”, que hacen sentirme orgulloso.
¿Cuál fue el último libro que leíste?, ¿por qué lo elegiste?
“Línea de fuego”, todavía estoy en ello, de Arturo Pérez-Reverte. Me gusta cómo escribe. Su relato fresco y atrevido, cómo domina los tiempos, la riqueza de su vocabulario. Y encima aprendo del maestro.
Y ahora qué ¿algún nuevo proyecto?
No. De momento nada. Bueno, tengo alguna idea en la cabeza para desarrollarla más adelante, cuando pase toda esa tolvanera que supone la promoción de una novela: publicidad en las redes, presentaciones, ferias de libros, en fin…
Entrevista a Manuel Moyano, autor de "La versión de Judas"
Háblanos un poco de ti.
Me da cierto pudor responder a esta pregunta, quizá porque no creo que tenga nada especial que contar. Soy un tipo que lleva una vida normal, como la mayoría de las vidas, pero que siente que la literatura (leerla y escribirla) es algo que le proporciona cierto anclaje en una vida que básicamente consiste en navegar a la deriva, sin objeto ni sentido.
¿Qué podemos encontrar entre las páginas de "La versión de Judas?
Diez relatos que orillan lo asombroso o se adentran directamente en lo fantástico, y cuyos protagonistas son marionetas sometidas a fuerzas que les superan por completo. Hay muchas huellas en estos textos, pero quizá la de Kafka sea la que sobrenade en todos ellos.
¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?
Es algo que deben decir los demás, pero uno de sus primeros lectores ha empleado la palabra “fascinación”. Si he conseguido eso en el receptor, ya me doy más que por satisfecho, porque eso mismo es lo que yo busco como lector.
· ¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta esta última?
Mi primer libro fue El amigo de Kafka, que apareció en 2001 y obtuvo el premio Tigre Juan a la mejor opera prima del año. Era de relatos. La versión de Judas es también de relatos y hace el número 23. Haber llegado a publicar 23 libros ya es más de lo que nunca hubiera imaginado en 2001. He podido ir materializando varias ideas literarias que tenía en la cabeza (por ejemplo, contribuir a dignificar lo fantástico en nuestro país) y algunas propuestas han tenido cierto alcance, como El imperio de Yegorov, novela que mezcla varios géneros y fue finalista del premio Herralde, o La frontera interior, premio Eurostars de narrativa de viajes, donde me propuse narrar un viaje por la península de modo distinto a como se venía haciendo.
¿Cuál fue el último libro que leíste?, ¿por qué lo elegiste?
La biografía de James Joyce escrita por Richard Ellmann. Lo cogí de la biblioteca de mi padre, ya fallecido, y hacía tiempo que le tenía ganas. Me gusta leer sobre escritores, y esa biografía, personalmente, me resulta más apasionante que la propia obra de Joyce.
Y ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?
Lo más inmediato, un libro de viajes por el territorio de Santiago de la Espada, en la línea de otros que he escrito antes como El lobo de Periago, Cuadernos de tierra o el citado La frontera interior. Es algo con lo que disfruto, y es importante disfrutar al abordar el proceso de escritura.