EL POE URUGUAYO, por Eduardo Moreno Alarcón.

 


 

Si alguien se detiene a contemplar cualquier fotografía de Horacio Quiroga (1878-1937), tendrá ante sí una mirada penetrante, y a poco que se fije, apreciará la carga triste de sus ojos. Difícil no estremecerse ante una mirada así. Difícil no preguntarse a qué tanto dolor.

Si decidiéramos ahondar tras ese espejo cristalino, descubriríamos bien pronto que la vida de este escritor uruguayo estuvo marcada desde su más tierna infancia por una suerte de nefasta fatalidad que, sin embargo, inspiraría algunos de sus mejores relatos.

A la muerte de su padre en un accidente de caza (cuando el autor sólo tenía tres meses), le suceden, ya adulto, primero, el suicido de su padrastro (que padecía una parálisis general); después, un trágico accidente de caza en que Quiroga acaba con la vida de su mejor amigo; más tarde, la muerte de su esposa tras ingerir una dosis letal de cloruro de mercurio (previa discusión conyugal); y como rúbrica a esta serie de desgracias, ausentes sus hijos y abandonado por su segunda mujer, su propio suicidio con cianuro tras serle detectado un cáncer incurable.

Si añadimos su extraordinaria sensibilidad (acorde al soñador romántico que latía en su alma) y un carácter indomable (que chocó abiertamente con la mojigatería propia de la sociedad burguesa del Montevideo de principios del siglo XX), hallaremos las claves que, a un mismo tiempo, esconde su mirada.

Por ello, no es de extrañar el fuerte vínculo emocional que le unió desde la adolescencia con su gran maestro, Edgar Allan Poe.

Sin embargo, a diferencia de otros seguidores (de los tantos que ha tenido a lo largo de la historia el gran poeta de Baltimore), Quiroga perfeccionó el cuento macabro hasta cimas asombrosas, convirtiéndose, según mi criterio, en indiscutible maestro del «golpe de efecto», a la altura de genios como el propio Poe o Guy de Maupassant (otra de sus grandes referencias literarias).

Conocido sobre todo por sus deliciosos cuentos de la selva (deudores de su admirado Rudyard Kipling, influjo imprescindible en su obra) e inspirados en la tradición oral y su estancia en la región argentina de Misiones (selva ubicada en el corazón de la entonces América virgen), su magnífica contribución a la literatura de terror ha quedado relegada, salvo honrosas excepciones, a un discreto segundo plano.

Atormentado por la culpa, Horacio Quiroga maneja como nadie el complejo universo de la alucinación, la angustia, la obsesión, el fatalismo, la venganza y la locura. Sus cuentos son auténticas joyas del mejor horror macabro, despertando en el lector una zozobra que va in crescendo para, finalmente, concluir con hachazos estremecedores. Relatos como El hijo (quizá el cuento más impactante que he leído en mi vida), La lenguaEl almohadón de pluma, La gallina degolladaEl yaciyateréLos guantes de goma, La miel silvestre o Las rayas, por citar sólo algunos, ilustran a la perfección el despliegue de talento y el dominio de la narración breve que alcanzó el escritor uruguayo.

Menos conocidas, pero igualmente soberbias, son sus novelas cortas (o relatos largos, según se prefiera), urdidas con venenosa maestría, de corte folletinesco, al estilo de los pulp americanos, de entre los cuales sobresalen El hombre artificial (que fusiona magistralmente el terror más atroz y la ciencia ficción), El mono que asesinóLas fieras cómplices y El devorador de hombres.

El propio Quiroga plasma su visión del cuento en su Decálogo del perfecto cuentista, compendio resumido de las claves que, a su juicio, ha de tener toda narración breve (espléndida fuente de aprendizaje).

Extraigo, a modo de conclusión, dos consejos del mismo:

Cree en un maestro (Poe, Maupassant, Kipling, Chejov —aquí incluyo al propio Quiroga— como en Dios mismo).

Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en dominarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.

 

Siempre he creído un deber reivindicar la figura de Horacio Quiroga en el contexto de las letras latinoamericanas, autor cuyo «influjo macabro» sigue fluyendo por mis venas literarias.

EL TESTAMENTO OCULTO, por Carmen Hernández Montalbán.

 

Testamento de Hernán Cortés

Otro día más sin éxito- Pensó el Padre Mariano Cuevas, caminando por la calle Trajano hasta la residencia donde se alojaba. Tenía la humedad del Guadalquivir metida en los huesos. Los inviernos en Sevilla, si bien no son los más crudos, se agravan con la humedad del río, por más que te abrigues no entras en calor. Había pasado la mañana en el archivo de protocolos, antigua Iglesia de San Laureano, entre legajos, con unos viejos guantes de lana recortados en la punta de los dedos para protegerse del frío y, al mismo tiempo, que estos no entorpecieran el trabajo. La investigación tenía estas cosas; había que armarse de paciencia.

Hallar el testamento matriz de Hernán Cortés, del que ya existía una copia en el Archivo de la Nación de México, comenzaba a ser una quimera. En numerosas ocasiones, el Padre Cuevas se reprochaba a sí mismo el orgullo que lo movía; demostrar a aquellos necios que negaban que la copia de México era fiel a la original, que estaban equivocados, se había convertido en una obsesión. La ignorancia es osada.- pensaba- subestimar el trabajo de investigación de quienes se queman las pestañas y se devanan los sesos estudiando, es fácil para quien desconoce lo que este quehacer entraña.

Por aquellos días, las calles de Sevilla eran un trasiego de carros y gente, con la preparación de la Exposición Iberoamericana. Los alrededores del parque de María Luisa eran un hervidero, pero Mariano decidió desviarse hacia el río y continuar dando un paseo hasta el Pabellón de México para ver cómo iban los preparativos. Desde su llegada a Sevilla era una costumbre acercarse hasta el Paseo de las Delicias para ver cómo iban las obras. Llamó su atención uno de los bajorrelieves que se habían realizado para las jambas de una de las entradas del edificio. Una mujer indígena con un niño a su lado, sin duda debía tratarse de Malinche, a la que los conquistadores conocían como Marina. Esta era la mujer más denostada de México, la traidora. ¡Ay! Quien no conoce la historia en profundidad es rápido en etiquetar a un personaje en uno y otro bando sin tener en cuenta los sucesos y conflictos en los que se ven envueltos. La historia no fue justa con Malinche, madre del primer hijo de Hernán Cortes, ni tampoco con el vástago. A pesar de ser el primogénito, fue su medio hermano, del mismo nombre, hijo de la legítima esposa, Juana de Zúñiga, el que heredó su marquesado. ¿Qué aspecto tendría doña Marina en realidad? -Este tipo de preguntas solían asaltarle cuando investigaba algún personaje.  -Malinche era nombrada por su belleza, debió de ser una mujer bonita, y también valiente y guerrera, como muchas mujeres veracruzanas. Una verdadera “Adelita” como aquellas mujeres soldaderas de la de la Revolución de México. Como comenzaba a oscurecer, decidió regresar a la residencia.

Después de la cena y la oración, se retiró a su habitación, se sentó junto a la mesa de camilla y removió un poco el brasero. Tomó el cuaderno de notas y se puso a revisarlas mientras sus pies entraban en calor. En una de las notas, el Padre Cuevas tenía registrada la visita a su amigo, el reputado hispanista Santiago Montoto, en su casa de la calle Levíes;  y la curiosa historia que éste le relató sobre el pleito mantenido por el escribano de Sevilla, don Melchor de Pontes, a quien Hernán Cortés había hecho entrega de su testamento cerrado, y el escribano del Rey, García de Huerta; pues este último retuvo el documento después de su lectura tras la muerte del conquistador. Santiago con su gracioso acento andaluz, sus ojos vivaces, atusándose el bigotillo constantemente y con la pasión que caracteriza a los exploradores del pasado, le contó cómo el secretario regio había escamoteado repetidas veces entregar la dicha carta testamentaria. Finalmente tuvo que entregarla presionado por el litigio que el escribano de Sevilla había interpuesto. ¿Por qué ese interés en retener dicho testamento? – preguntaba Santiago con el ceño fruncido- querido don Mariano, hasta el presente se ignoran los motivos. Y eso es algo que me propongo averiguar, si Dios me da vida suficiente…

Rumiando la lectura de estas notas, el jesuita se metió en la cama. Y con el calor de las mantas entró en un sueño profundo que lo trasportó a escenarios exóticos de su México natal en tiempos de la conquista. En esta maraña de sueño apareció una mujer menuda de cabellos negros y bonita figura, vestida con una túnica profusamente bordada con motivos de distintos colores. En la cabeza, un tocado de plumas con los que se adornan las princesas indígenas: Mariano, mijito –le habló al jesuita- he venido a echarte la mano, no más, y es que te veo como perro de las dos tortas buscando ese testamento del pendejo de Cortés y te estás haciendo mala sangre. Te estarás preguntando quién soy y qué carajo hago aquí. Soy la Malinche, mijo, tu antepasada directa; la mera mera. He venido a decirte porqué ese interés de ocultar lo que Hernando dejó dispuesto. La culpa de todo la tuvo esa malhora de la Juana de Zúñiga, a la que los dioses confundan. Esa mosquita muerta con cara de no haber roto un plato, se las ingenió para perjudicar a los hijos de su marido habidos con otras mujeres, porque a Cortés mujeres tuvo como arroz, pero con esta, mijo, se le hizo agua la canoa. Mira si convenció a Hernando para que dejara a su Martinito como mayorazgo y marqués y no al mío, que era el primero y aventajaba en años al de la Zúñiga.  Todo esto que te cuento lo he sabido ya después de estirar la pata, pues como sabes a los muertos nada se nos oscurece. Por lo mismo procuró que el testamento se mantuviera fuera del alcance de los herederos naturales, comprando la voluntad del desgraciadísimo García de Huerta y que el cadáver no cruzara el charco hasta el valle de Oaxaca, como a Hernando le hubiera gustado, como lo dejó expreso porque la bemberecua murió en Castilla.  Búscalo entre otros legajos, Marianito, pues por malas artes de la Zúñiga ha de andar traspapelado. ¡Órale Pues!

Con esta arenga que la traductora indígena le había endilgado por vía onírica, el Padre Mariano cuevas se despertó soliviantado. Se vistió rápido, espoleado por las palabras de la Malinche, se lavó la cara en la palangana para despejarse y después de desayunar enfiló la calle Trajano hacia el archivo de protocolos.

Pidió a la encargada que le trajera todos los protocolos de Melchor de Pontes, fueran testamentos o no y, aunque abrumado por los montones de legajos que la archivera iba poniendo sobre su mesa, decidió coger el toro por los cuernos. Tras revisar el tercero, sintió un ligero nerviosismo y creyó que la vista le estaba jugando una mala pasada cuando al posarse sobre la primera página leyó: “En el nombre de la Santísima Trinidad…”. Y más adelante: “Sepan cuantos estas carta de testamento vieren, como yo D. Fernando Cortés, Marqués del Valle de Oajaca…”. Don Mariano contuvo un ¡Aleluya! que, sin embargo, retumbó en su alma. Y postrado de rodillas en el frío suelo, dio gracias a la Divina Providencia por favorecerle de nuevo en sus investigaciones, ¡Lo había encontrado! Cuando salió del archivo, el jesuita creía estar flotando sobre una nube y sin saber cómo fue caminando hacia el Paseo de las Delicias. Ya dentro del Pabellón de México se dirigió hacia donde estaba el bajorrelieve de la Malinche, ya colocado en una de las jambas y riendo a carcajadas como un desquiciado le gritó: ¡¡Gracias mamitaaa!!.

 


ABRAZO, por Tomás Sánchez Rubio.

 



 

                                                                 

                                                                           A la ciudad de La Paz

 

 

 

Quiero que sean mis humildes versos

ofrenda que atraviese las límpidas alturas 

abriéndose paso,

como teleférico soñado,

por surcos de aire y proas de nube, 

desde un corazón

a otro corazón hecho luz primera

bajo la mirada vigilante

del altivo cóndor montaraz.

 

A esta tierra de nombre

tan benditamente necesario,

plena de augurios

y cálidas bienvenidas,

de ritos ancestrales  y fértil cuna,

dedico mi voz y mi aliento

uniéndome en lazo eterno,

desde ahora,

a sus nobles moradores,

mujeres y hombres de cierto

y legendario espíritu invencible.

 

Me hago fértil lluvia en el altiplano

libre y milenario

y, en la senda de otros privilegiados

poetas de inalcanzable voz,

invoco al achachila protector

que se cierne venturoso sobre su

pueblo amado,

monte de cuatro picos

que se elevan en estrellado camino

hacia los dioses, y en cuya falda

todavía me parece escuchar,

estando la noche clara, 

aquella venturosa historia de amor entre el noble Illi

y la doncella Mana, quien cantaba cerca del Chukiyabo

siempre serio, cautivando una y mil veces

a su amado teniendo a la luna

como único testigo sincero del encuentro.

 

Sea La Paz palabra eterna

y sabio código benefactor

para unas almas que,

hablando infinitas lenguas,

encontrarán por siempre en ella

su certidumbre, su refugio

y toda la esperanza que caber pueda

en un mundo mejor.

 

MALINCHE, por Dori Hernández Montalbán.

 

   (México, 1519 -20)

 

Negro total en escena.

Se escucha el sonido propio de las aves de la selva mexica. Más de veinticuatro sonidos diferentes de siete especies de aves. Los animales barruntan lluvia.

Rumor de olas lejanas.

El sol ocultándose semeja un planeta ardiendo en ascua viva. Llegan  progresivamente los sonidos de las aves y animales que se irán mezclando con el estruendo del trueno y los relámpagos de una tormenta tropical. Una vez más el dios de la lluvia llora sobre México.

Suenan los tambores de los sacerdotes, anunciando la hora de dormir. Escuchamos de fondo el golpe de la lluvia.

Entra azorada Malinche, esclava y concubina de Cortés.

Malinche acaba de presenciar, sin ser vista por Alvarado y el mismo Cortés, el asesinato de un indígena nahual. Hernán Cortés ha ordenado que le amarren una piedra de lastre  y le arrojen al lago, pues temen que los mexicas  lo descubran, y se vayan al traste sus planes de conquista de Tecnocthiclan.

Entra Malinche y si sienta como de costumbre en el suelo sobre una esterilla, deshaciéndose previamente del manto empapado y cambia el huipil.

 

 

Hernán Cortés: ¡Por Dios bendito! Nunca vi llover de tal modo. (Deshaciéndose de yelmo y espada) ¿Estás ahí? Os sorprendió la tormenta también por lo que veo…

¡Menuda tormenta! En Extremadura, mi amada tierra, llueve poco, nunca de este modo. Así es que ésta espesa vegetación, ésta humedad, me enmudece… ¡Ah Medellín! ¡Qué lejano! y esto, "el nuevo mundo”, nunca imaginé  tanta inmensidad. Meros muñecos al azar de los vientos, eso somos doña Marina...La desdicha nos mata, pero la felicidad nos aburre…Soldados  al fin y al cabo, marinos ansiosos de conquista, riqueza y aventura. ¿Y vos doña  Marina, en qué pensáis?

Malinche: Pensar…no, escucho el golpe de la lluvia, y el sonido del  timbal.

Hernán Cortés: (Mirando a Malinche) doña Marina, no es mal nombre, ese fraile mercedario pocas veces se equivoca… ¿Comprendéis mis palabras? Decidme ¿Cuando pensáis que dejará de llover?

Malinche: Malinche puede hablar nahual, mexica y algunas palabras de esa lengua vuestra de Castilla, pero  no puede adivinar cuando cesará la lluvia. Habrá  que esperar…

Hernán Cortés: ¿Hoy no me miráis cuando os hablo? Comprenderíais mejor lo que os digo. ¿Qué demonios  os ocurre mujer?

Malinche: (Aún sin alzar la vista) Hoy vi como mataban vuestros hombres a un guerrero nahual, y cómo lo ocultabais en la ciénaga.

Hernán Cortés: Restándole importancia) ¡Ah! Eso---Había desobedecido las órdenes, los aliados indígenas también deben cumplirlas.

Malinche: Cortés miente. Los nahual no deben obediencia a vos, ni aún al jefe Moctezuma siempre que paguen con una parte de las cosechas.

Hernán Cortés: (Mueve la cabeza  calibrando) Quien descubre a su enemigo es hombre muerto, y el que le descubre las intenciones, está condenado a morir irremediablemente. ¿Acaso no conocíais ésta regla doña Marina?

Malinche: El no era vuestro enemigo, sino un aliado. Él se unió a vos para luchar contra el gran Tlatoani- Acaso los mujeres que fueron  regaladas a vuestros capitanes también somos enemigas vuestras ¿No servimos bien a los hombres de Cortés?

Hernán Cortés: Vos, no podéis entenderlo doña Marina. Dos meses mirando la línea del horizonte, soportando gigantescas tempestades que sometían y zarandeaban  nuestras carabelas como si fueran cascaras de nueces, estrellándose contra las olas…Vos no podéis comprender…

Malinche: Soy vuestra esclava, pero no vuestra enemiga, toco en vuestra presencia las cosas, para volver a nombrarlas en esa lengua vuestra de Castilla, vos las nombráis y yo las aprendo. Mis palabras nahual van de la mano de las que pronunciáis, pero en ocasiones las vuestras lastiman como afilados cuchillos. ¿Estaré yo también condenada a morir si adivino vuestras intenciones? (Cortés, algo sorprendido, tarda en responder)

Hernán Cortés: No, al menos no por ahora. No habéis dado motivos, doña Marina.

Malinche:   Malinche puede comprender al jaguar, escuchar el canto de las aves de mil colores, saludar al sol agradecida cada mañana, porque la lengua nahual hace volar a los hombres sobre las montañas y regresar como el águila al nido. Pero vos  no conocéis nuestra lengua  que hablamos desde hace mil años. Yo tampoco conozco la vuestra, pero ahora sé que algunas de vuestras palabras pueden herir y otras matar.

Hernán Cortés: Mujer, vos no podéis comprender lo que mis hombres y yo hemos venido a hacer aquí, ni lo que hemos tenido que padecer hasta llegar aquí, al “nuevo mundo” No sabéis lo que es tener que navegar sin rumbo temiendo la rémora marina, capaz de capturar a una embarcación  e incluso inmovilizarla hasta hacer que eche raíces en alta mar; mientras los marinos se fríen al sol el puente. Hemos matado a muchos hombres en nombre de nuestro rey y aún de Dios…a qué negarlo.  Nuestro señor creo el paraíso e hizo que germinara en él el árbol de la vida, permitió que de la tierra brotara el manantial de los aguas… pero no dijo nada sobre el lugar del paraíso, tal vez este sea el paraíso y tal vez algunos hombres tengan que morir para que otros muchos puedan hallarlo. Y ahora vuestras murallas infranqueables y vuestras escarpadas montañas, mas las aguas entre tierras nos impiden coronar Tenochtitlán, el rubí de la planicie. Aunque, tal vez, tengáis razón, y éste no sea  “el nuevo mundo” sino el más remoto rincón de la tierra pero aún así ha de ser conquistado en nombre de Nuestro  Señor. Y ahora doña Marina, después de tanto sacrificio sufrido para llegar hasta aquí ¿he de escuchar vuestros reproches?

Malinche: doña Marina…? Vos me llamáis así, pero es un nombre que yo no reconozco ´mi nombre es Malinalli, Malinalli era feliz, hubiera sido mejor no aprender vuestras  palabras, no haber reparado en vuestros ojos, porque vos y vuestros capitanes, matáis a mi pueblo con vuestras afiladas espadas. Asustáis  a todos con vuestros caballos y perros.

 

Hernán Cortés: No hemos llegado hasta aquí para lastimaros. Hemos venido a parar los sacrificios. Y para esto habrá que luchar, sacrificar a algunos para salvar a centenares.

Malinche: ¿No es esto lo que el gran Moctezuma hace a petición de los dioses? Únicamente el gran  Moctezuma puede detener los sacrificios a petición de los dioses. ¿Sois acaso un dios? El dios de la lluvia continua llorando, no está contento.

Hernán Cortés: Por lo que veo, esta noche habré de dormir solo, pues la señora se ha ofendido. Las mujeres no alcanzaréis nunca  entender la guerra.

Malinche esperó a que Cortés se quedara dormido, y después, a pesar de la lluvia, salió  de la estancia con dirección al palacio del gran tlatoani, cuidándose de no ser vista. Poco antes del amanecer llegó a las puertas de palacio. Interceptada por dos guerreros-guardianes fue conducida a la presencia de Moctezuma, justo en el instante que los tambores de los sacerdotes anunciaban el nuevo día.

(El personaje de Malinche se situara en el centro de la escena, ante un Moctezuma invisible. Pocos son los que tienen el privilegio de mirarlo. Malinche hace una reverencia arrodillándose y habla con la mirada baja, casi en acto de adoración. Los guardianes le comunican en lengua mexica que puede comenzar a  hablar. Los guerreros van ataviados con un maxital (taparrabos) y tocado de plumas de aves tropicales.)

Malinche: Gran tlatoani, mi nombre es Malinalli, he caminado durante la noche, bajo la lluvia, para llegar hasta aquí. Malinalli viene del tiempo detenido, del fruto madurado. La vida me saludó mientras el dios sol danzaba sobre el horizonte. Mis padres dijeron que fui regalo de la piedra negra e hija del colibrí, hermana de la diosa de la hierba. Delante vino el pez, y llego después el puma caminando.

Mi padre nahual murió, y mi madre tomó nuevo esposo y tuvo un hijo varón, así es que me   aquel hombre me regaló  a unos indios yicalondo, más tarde la suerte me arrastro hasta unas gentes de tabasco y estas me ofrecieron como regalo, junto con otras veinte mujeres  al  hombre que llaman Cortés. Hube de tomar nombre cristiano pues el de “hierba torcida” no bastó al fraile de Cortés. El me bautizó doña Marina.

Ellos no hablan las lenguas de nuestro pueblo, pero Malinalli comienza a traducir las palabras del nahual al mexica para vos y para Cortés. Ellos  me tratan bien, me hicieron el regalo de un espejo, semeja un agua quieta en donde Malinalli se mira. Pero hoy, el gran tlatoani debe saber algo importante sobre estos hombres: Hernando de Cortés no es un dios, no es un enviado de la serpiente emplumada; ellos tienen un comportamiento sacrílego con nuestros dioses y  anoche mataron a un guerrero nahual, lo pasaron a espada y lo ocultaros bajo las aguas.

Sabes bien que mi pueblo fue un pueblo peregrino, pero desde que vive en Tecnochticlan  pagamos con parte de las cosechas al gran  Moctezuma. Sin embargo los dioses siguen pidiendo sacrificios. Sé que los dioses no están contentos…

Pero Cortés no es un dios, es un hombre. No es la serpiente emplumada que regresa.

Hernando de Cortés es el conquistador del “nuevo mundo”. Cortés al que el gran Moctezuma obsequió con las plumas del quetzal  y las plumas  azules y verdes como el jade como si de un dios se tratara es tan solo un hombre. Vine a hacerte una pregunta: ¿Han de temer los mexicas al hombre que vino del mar?

Nunca ha de saber Cortés que  vine a ver al gran tlaloani, pues acabaría con mi vida.

Voz en off de Moctezuma: Mujer eres libre, vuelve con tú dueño, volveré a escuchar tus palabras acerca del guerrero que vino del mar; él y yo tenemos largo tiempo para encontrarnos de nuevo  el uno al otro. Ahora he de preguntar a las estrellas si él es el dios que había  de retornar para encontrarse conmigo.


CUANDO LA VIDA SEA VERDAD, por Josefina Martos Peregrín.

 


                                 

        Ponerse brillantina hasta el cogote, vestir de saco y corbata para pedirle a la vieja “Vieja, anudame la moña” y oír una vez más sus protestas, “No tanto, no soy tan vieja”, para contestarle riendo “Acá lo sos, acá sos mi vieja”, besarla, calarse el sombrero lenceao y salir corriendo, huyendo de ruegos y consejos, “Habla como Dios manda”, “Come algo”, “No vayas con malas mujeres”…

        Dejar de escuchar cuando, con un quiebro garboso, esquiva la puerta entornada, porque a estas horas de la tarde del domingo, en el conventillo nadie cierra del todo la puerta de su cuarto.

        Volar por los caminos, saltando con prisa las piedras y zanjas de las calles en construcción, pues  Buenos Aires vive en perenne construcción, mientras él sueña sin fin con las mujeres que perturban la respiración de sus noches; sobre todo, con una, la Deyanira, perfumada y colorida como flor de un día, esa flor fugaz que endulza la melodía de un tango pero amarga el corazón.

        Lucir en el boliche como un compadrito guapo, empilchado como rey de oros, como sabidor en timbas y lancero en el amor; dejar que se acerque la piba sin mirarla, esperar a que le pida fuego, faroleando el cigarrillo erguido, dando ruedos con desgana, haciéndose rogar con cara de Valentino afligido.

        Abrazarla al fin para bailar, porque agarrarse a ella es la felicidad; dominar, llevar y dejarse llevar por el fraseo del bandoneón: caminan, cortan de golpe, toman un rumbo nuevo, florean las piernas antes de la media vuelta impensada que quiebra la cintura de esta mujer que no le da tregua.

        La Deyanira, que descansa del baile sorbiendo su refresco, marcadas sus formas bajo los encajes de domingo, erguidos los botones de sus pechos a través del corpiño liviano; apenas una pibita, pero ya tan curtida, de tan buen palique, con esos ojazos; que no se dé cuenta, que no sepa que lo tiene como borrego en redil; le chamuya un piropo torciendo el gesto y le sonríe con el cigarro de medio lado antes de escupirlo al suelo y llevársela a lo oscuro, donde las madreselvas crecen enredadas a las cañas.

        Chapan, manotean a lo libre; desde el rincón más íntimo del patio su piel secunda el tango que suena. Se entiende con esta Deyanira como el bandoneón se entiende con la pianola, conjuntados en una travesía sin puerto, en una melodía sin memoria, en una música para penas ilusionadas.

        Te quiero como se quiere a la vida cuando la vida es verdad” canta el Rómulo en este momento.

        Se cambió el nombre. Y no le duele, aunque su vieja se ofenda, “Si se enterara tu padre, Dios lo tenga en su gloria”, “Dejame, vieja. Dónde va un Eladio García por estos mundos, llamame Dante Trono, por un día. No más el domingo dejame ser como los demás”.

        Ser como los otros compadritos que colman los boliches del barrio de la Boca. Oswaldo, Olimpo, Héctor, Rómulo… Nombres que imponen, que suenan regio, a italiano, porque los italianos arriban a millares y mandan más que los gallegos, cosa que también enciende a su vieja, que la llamen gallega, a ella, una andaluza cabal.

        Con sombras de cárcel lavé mi pecado”, canta el otro. Porque los tangos cantan desgracias de todos los colores, salvo la desgracia gris del laburo: ningún tango habla de trabajo, de la pena negra de levantarse antes de que salga el sol para deslomarse carneando reses en una jornada interminable, dentro de una nave helada. Ahí está lo bueno, que el laburo no existe en los boliches, que los bravos no trabajan, que campean los curdas bárbaros que viven de noche y se acuestan de día.

        Ciego con la piba no ha visto acercarse al compadrazo, a Oswaldo el Negro, el de la faca, que también le hace ojos a la Deyanira y de un manotón se la saca de los brazos, “Andá, papamoscas, pasame  esta papirusa. Y  andate a la barra, que te conviden a grappa”. Ella se deja hacer, pero mira largamente a Dante, esperando que la recupere, que la defienda como macho bien bragao, pero Eladio retrocede, disimula, ríe como gracia lo que es afrenta y se va con el rabo entre las piernas a tomar la grappa cobarde.

        Y de allí, de boliche a conventillos con baile, a beber amargo más que a bailar dulce, hasta llegar al burdel donde le fían, donde desfoga…  La corbata arrastrada por el suelo, el sombrero hundido en el pico de la percha y una concha bostezando entre las sábanas rojas.

        Ya de mañana, cuando vuelve a su conventillo, el patio bulle de vecinos, de palanganas, de niños chillones, de mujeres que vacían las aguas sucias y hombres que se anudan los zapatos. Y a la puerta del cuarto, su madre, que le espera llorando: “Ya está bien la joda, vieja. No me llore y déjeme dormir, que hoy entro de noche”.

 

Mientras, bien lejos, en otro cuarto:

Ay, Rosarito, ¿dónde has pasao la noche?

−Que soy Deyanira, madre.

−¡Nombre de puta! ¿Para esto dejamos el pueblo? Más nos valdría volver a España.

−Mire, al menos aquí comemos. Trabajo no me falta y mientras yo gane mi pan y el de usted y padre, haré lo que me dé la gana.

        “Volver… ¿Para qué? Allí era el señorito, aquí el Oswaldo”. ¿A quién le contará su cansancio? Su cansancio de que el Oswaldo haga con ella lo que se le antoja, su pena de que Dante se arrugue y la deje en manos de ese chulo. Dobla con cuidado los encajes mientras la madre  insiste:

−Hija, ¡así no te vas a casar!

−¿Y qué? Lo que quiero es un amor de tango, muy grande, muy de verdad… ¡Muy desgraciado! Y luego morirnos los dos, madre, sin niños ni suegra ni casa que limpiar.

 

        Se lo jura a sí mismo: es la última vez que Oswaldo le pisa la mina. El próximo domingo no se achantará, le plantará cara, que hablen las facas. Al fin, morir en un lance de amores no es mal modo de morir. Y a ella, la ingrata, ya le dirá cuatro cosas. Aunque…  ¿qué importa? Sufrir traiciones de las minas engañosas es vivir, penar de amor es vivir. Todo es vivir salvo esos días, esas noches de encierro en el gran frigorífico de las reses muertas. Se vengará a su manera: cada vez que destripe la res con el cuchillo jifero, cada vez que deshuese las costillas de los costados colgantes… Cada vez que hunda su daga en los solomillos desgajados, imaginará  que a Oswaldo le clava la faca.  Llegará el día, llegará la noche en que ese chulo no lo vuelva a achantar.

        Te quiero.

                         Como querré a la vida.

                                                               Cuando la vida sea verdad.


                                                                                Del libro "El mar y los siglos"

HABLANDO DE LETRAS, con Lilián Pallares.

 


·     

·      Barranquilla - Colombia. 1976.

ESCRITORA, POETA, ACTRIZ Y CREADORA AUDIOVISUAL.


Licenciada en Periodismo y Producción audiovisual con especialidad en guiones en la Universidad del Norte, Barranquilla, Colombia. En 2017 recibió la XIV distinción ‘Poetas de otros mundos’ concedida por el Fondo Poético Internacional en reconocimiento a la alta calidad de su obra poética, y en el 2020 le fue otorgada la beca para artistas visuales del Centro de Residencias Artísticas Matadero Madero por su proyecto Juegos al sol, sobre infancia, juego y espacio público.

Seleccionada entre los diez mejores escritores jóvenes de latinoamérica por About.com, New York, 2011.

La pasión por sus raíces afro y el amor por la palabra le motivaron a crear el espectáculo escénico Afrolyrics 'una historia de amor y tambor', bajo la dramaturgia y dirección de Daniel Aguirre, donde fusiona su poesía con la narración oral, la danza y los tambores afrocolombianos. También presentó en Venecia, Italia, y en la SGAE, Madrid, el recital con poesía, piano y danza, Agita Flamenco con los artistas Charles Olsen, Pablo Rubén Maldonado y Selene Muñoz. En el 2017 participó en Parpadeo Project en Amsterdam, Holanda, donde su poesía se mezcla con el flamenco, la danza contemporánea, la música ambiental, neoclásica y electrónica, y la videocreación poética. En el 2020 hizo parte del elenco de actores de la zarzuela cubana Cecilia Valdés en el Teatro de la Zarzuela, Madrid, dirigida por Carlos Wagner.

En 1999 ganó en Barranquilla el concurso de Poesía inédita de la Universidad del Norte. En el 2007 ocupó el primer lugar con sus relatos: Reflexiones del Va y Ven, organizado por la Revista Toumai, y Servicio Anónimo, organizado por la Asociación Cultural Fusionarte. Ha publicado los libros Ciudad Sonámbula (Aldevara, 2010), Voces Mudas (Fundación Progreso y Cultura/ TwentyFourSeven, 2011), Pájaro, vértigo (Huerga y Fierro, 2014) y Bestial (Papeles de Trasmoz, Olifante ediciones de poesía, 2019). Es fundadora y directora junto con el artista neozelandés Charles Olsen del juego póetico Palabras Prestadas y de la productora audiovisual artística y literaria  AntenaBlue.



  • Lilian ¿Cómo despertó su vocación por la poesía?

 

Mi vocación por la poesía despertó a través de mis juegos de niña. Por un lado, en mi casa se escuchaban muchas rancheras, a mi padre le gustaban mucho, entonces yo escuchando esas letras de esas canciones que son tan melancólicas, tan profundamente emocionales, pues me despertaron un interés por la poesía, sin querer, sin pretenderlo y eso lo fui incorporando a mis juegos con las Barbys donde siempre habían historias de amor, pero todas con un fondo muy poético y la creación de instantes estaban llenos de poesía, entonces digamos que la poesía vino por ahí. Y también por la tradición oral de una ciudad como Barranquilla donde la oralidad es una constante en el día a día. Y mi abuelo contaba historias y aunque no eran poemas, eran cuentos pero todas siempre desde una mirada muy poética, entonces digamos que la combinación de esto con mis juegos con las Barbys y la oralidad, tanto de mi abuelo como de la ciudad misma pues despertó en mí una poética natural, espontánea, sin pretensiones.

 

 ·     ¿Qué supuso para usted el espectáculo “Afrolyrics”?

 

El espectáculo Afrolyrics para mí supuso un gran paso en mi vida porque era unir dos pasiones que son para mí: los tambores, sobre todo afrocolombianos en este caso, la danza y la poesía. Y también supuso para mí encontrar un talento interpretativo que yo no sabía que tenía. A partir de esa obra  y junto al director Daniel Aguirre, pues claro él fue puliendo eso que había en mí, ese talento para las artes escénicas y ha supuesto para mí una reivindicación, un encuentro con mis raíces, una plenitud como artista. También supone para mí afianzarme como mujer afro y eso me encanta, me encuentro con mi profunda raíz afro.

 

 ·    Junto a su esposo, Charles Olsen ha realizado numerosos proyectos relacionados con la poesía. Háblenos del proyecto “Palabras Prestadas”.

 

Palabras prestadas es un proyecto que Charles y yo estuvimos desarrollando durante seis años en España, ahora se sigue haciendo en Nueva Zelanda. Charles sigue haciendo como “especiales” no constante todos los meses. Y nació también de un juego, es que todo mi arte, todo lo que nosotros hacemos sale de un juego. Estábamos en la playa donde yo le lije: Charles te doy cinco palabras y dame cinco y hacemos un poema. Estábamos en Cerdeña y a partir de ahí pues Charles se dio cuenta de los caminos que se le abrían en la escritura. Sobre todo porque él no hablaba español tan perfecto; lo habla pero no como un nativo; y ese juego le permitió jugar con las palabras y encontrarles sentido. Entonces, Palabras prestadas es una manera nuestra de compartir nuestro amor por la poesía, por la palabra con el resto de las personas y por eso se convirtió en un juego poético por internet, en red, donde hay una comunidad entorno a nuestra pasión común que, en este caso es la poesía.

 

 ·     Usted ha experimentado con distintas artes para acompañar a la poesía ¿La poesía llega mejor a los lectores si se la presenta junto con otras artes como la música, las artes visuales, etc.?

 

Yo pienso que la poesía está presente en todo, más allá de la palabra escrita. Y bueno, en nuestro caso se nos da bastante bien el poderla plasmar no sólo en un papel sino a través de la video poesía con Antena Blues, Charles y yo con la música y los tambores, a través de las artes escénicas. Es como dimensionar la poesía en un mundo de posibilidades que hace que para el público sea atractivo, nos permite jugar más, con más plasticidad. Entonces, pienso que es una manera de llegar por muchas vías; porque lo importante es que la poesía llegue, sea como sea, pero que llegue.

·        ¿Por qué es necesario conocer la literatura oral de un pueblo?

 

Nosotros estamos hechos de rebatos y pienso que es necesario conocer la literatura oral de un pueblo porque es el génesis misma de la palabra. Yo creo que en esa tradición oral nos contamos a nosotros mismos, sabemos quiénes somos, lo trasmitimos, hay un legado. Entonces, hay una riqueza en la literatura oral que es lo que yo también quiero trasmitir con mi obra. Necesito que sea oral porque es de donde vengo yo y es una manera de continuar con un legado de mis ancestros. Yo creo que la manera que un pueblo se acerca y reconozca su realidad es una manera de dar continuidad a una historia propia, entonces es vital que no se pierda la oralidad que cada vez se pierde más, lastimosamente, porque todo son redes sociales, un mundo digital donde no nos vemos las caras y nos escuchamos las voces. Para concluir la respuesta, decir que la voz tiene poder.


·      ¿Qué proyecto relacionado con la literatura va a desarrollar próximamente?

 

Nuestro último proyecto, con la compañía Afrolyrics vamos a hacer un espectáculo escénico de mi último poemario “Bestial”. En este caso son tambores africanos porque queremos ir a la raíz misma, ya sabemos que es un libro muy salvaje Bestial, muy primitivo, muy instintivo, entonces queremos que tenga toda esa atmósfera de nuestro continente más antiguo. Y va a haber narración oral, danza, poesía, visuales. Es como que aúna todas las artes que nosotros trabajamos y bueno, va a ser dirigido por Daniel Aguirre. Digamos que este es el proyecto madre que tengo ahora porque llevo dos años esperando por la pandemia para poderlo hacer y ya, este año ya vamos a empezar dentro de poco a trabajar en el montaje de la obra que esperamos compartir con todas las personas. Y también estoy escribiendo un nuevo libro, voy muy lentamente pero ahí va, cuando salga os lo diré. Y aparte, con Charles seguimos haciendo nuestros video-poemas, enviando a festivales nuestros trabajos. Es un sin parar pero desde una tranquilidad.

 

 


TE RECUERDO AMANDA, por F. Javier Franco Miguel.

 



Te recuerdo Amanda

ya no existe la calle aquella que se mojaba

ahora es un parking de tiempos del dictador

no llegó Manuel

pero tampoco podrás llegar a la fábrica

en su solar se erige una gran superficie

plena de productos gringos en rebaja

ya no hay rastro de sangre en el estadio

más que la de los jugadores en el césped

todos te han olvidado Amanda todos

como olvidaron a Manuel

pero yo te sigo recordando

con la misma esperanza

que este nuevo Chile que se rebela

y se levanta y aún grita

y no hay suficientes milicos para desaparecer identidades

te recuerdo Amanda

cómo te recordara Víctor antes de ser acribillado

son nuevos tiempos

pero los testimonios no son viejos

son historia son memoria

la voz de la verdad no tiene patria ni tiempo

te recuerdo Amanda

te recuerdo Víctor Jara

y en tus canciones sobrevivirán la verdad la vida y la fe

por encima de todos los genocidas.