miércoles, 29 de septiembre de 2021
ABSOLEM (Revista electrónica), Núm. 58, 30 de septiembre de 2021 "América Latina".
EL POE URUGUAYO, por Eduardo Moreno Alarcón.
Si alguien se detiene a contemplar cualquier
fotografía de Horacio Quiroga (1878-1937), tendrá ante sí una mirada
penetrante, y a poco que se fije, apreciará la carga triste de sus ojos.
Difícil no estremecerse ante una mirada así. Difícil no preguntarse a qué tanto
dolor.
Si decidiéramos ahondar tras ese espejo
cristalino, descubriríamos bien pronto que la vida de este escritor uruguayo
estuvo marcada desde su más tierna infancia por una suerte de nefasta fatalidad que, sin embargo,
inspiraría algunos de sus mejores relatos.
A la muerte de su padre en un accidente de
caza (cuando el autor sólo tenía tres meses), le suceden, ya adulto, primero,
el suicido de su padrastro (que padecía una parálisis general); después, un
trágico accidente de caza en que Quiroga acaba con la vida de su mejor amigo;
más tarde, la muerte de su esposa tras ingerir una dosis letal de cloruro de
mercurio (previa discusión conyugal); y como rúbrica a esta serie de
desgracias, ausentes sus hijos y abandonado por su segunda mujer, su propio
suicidio con cianuro tras serle detectado un cáncer incurable.
Si añadimos su extraordinaria sensibilidad
(acorde al soñador romántico que latía en su alma) y un carácter indomable (que
chocó abiertamente con la mojigatería propia de la sociedad burguesa del Montevideo
de principios del siglo XX), hallaremos las claves que, a un mismo tiempo, esconde
su mirada.
Por ello, no es de extrañar el fuerte vínculo
emocional que le unió desde la adolescencia con su gran maestro, Edgar Allan
Poe.
Sin embargo, a diferencia de otros seguidores
(de los tantos que ha tenido a lo largo de la historia el gran poeta de
Baltimore), Quiroga perfeccionó el cuento macabro hasta cimas asombrosas,
convirtiéndose, según mi criterio, en indiscutible maestro del «golpe de
efecto», a la altura de genios como el propio Poe o Guy de Maupassant (otra de
sus grandes referencias literarias).
Conocido sobre todo por sus deliciosos
cuentos de la selva (deudores de su admirado Rudyard Kipling, influjo
imprescindible en su obra) e inspirados en la tradición oral y su estancia en la
región argentina de Misiones (selva ubicada en el corazón de la entonces América
virgen), su magnífica contribución a la literatura de terror ha quedado
relegada, salvo honrosas excepciones, a un discreto segundo plano.
Atormentado por la culpa, Horacio Quiroga maneja
como nadie el complejo universo de la alucinación, la angustia, la obsesión, el
fatalismo, la venganza y la locura. Sus cuentos son auténticas joyas del mejor
horror macabro, despertando en el lector una zozobra que va in crescendo para, finalmente,
concluir con hachazos estremecedores. Relatos como El hijo (quizá el cuento más impactante que
he leído en mi vida), La lengua, El almohadón de pluma, La
gallina degollada, El yaciyateré, Los guantes de goma,
La miel silvestre o Las rayas, por citar sólo algunos,
ilustran a la perfección el despliegue de talento y el dominio de la narración
breve que alcanzó el escritor uruguayo.
Menos conocidas, pero igualmente soberbias, son
sus novelas cortas (o relatos largos, según se prefiera), urdidas con venenosa
maestría, de corte folletinesco, al estilo de los pulp americanos,
de entre los cuales sobresalen El hombre artificial (que
fusiona magistralmente el terror más atroz y la ciencia ficción), El
mono que asesinó, Las fieras cómplices y El devorador de hombres.
El propio Quiroga plasma su visión del cuento
en su Decálogo del perfecto cuentista, compendio resumido de las
claves que, a su juicio, ha de tener toda narración breve (espléndida fuente de
aprendizaje).
Extraigo, a modo de conclusión, dos consejos
del mismo:
Cree en un maestro
(Poe, Maupassant, Kipling, Chejov —aquí incluyo al propio Quiroga— como en Dios
mismo).
Cree que su arte
es una cima inaccesible. No sueñes en dominarla. Cuando puedas hacerlo, lo
conseguirás sin saberlo tú mismo.
Siempre he creído un deber reivindicar la
figura de Horacio Quiroga en el contexto de las letras latinoamericanas, autor cuyo
«influjo macabro» sigue fluyendo por mis venas literarias.
EL TESTAMENTO OCULTO, por Carmen Hernández Montalbán.
Otro día más sin éxito- Pensó el Padre Mariano Cuevas, caminando por la calle Trajano hasta la residencia donde se alojaba. Tenía la humedad del Guadalquivir metida en los huesos. Los inviernos en Sevilla, si bien no son los más crudos, se agravan con la humedad del río, por más que te abrigues no entras en calor. Había pasado la mañana en el archivo de protocolos, antigua Iglesia de San Laureano, entre legajos, con unos viejos guantes de lana recortados en la punta de los dedos para protegerse del frío y, al mismo tiempo, que estos no entorpecieran el trabajo. La investigación tenía estas cosas; había que armarse de paciencia.
Hallar el testamento matriz de Hernán
Cortés, del que ya existía una copia en el Archivo de la Nación de México,
comenzaba a ser una quimera. En numerosas ocasiones, el Padre Cuevas se
reprochaba a sí mismo el orgullo que lo movía; demostrar a aquellos necios que
negaban que la copia de México era fiel a la original, que estaban equivocados,
se había convertido en una obsesión. La
ignorancia es osada.- pensaba- subestimar
el trabajo de investigación de quienes se queman las pestañas y se devanan los
sesos estudiando, es fácil para quien desconoce lo que este quehacer entraña.
Por aquellos días, las calles de
Sevilla eran un trasiego de carros y gente, con la preparación de la Exposición
Iberoamericana. Los alrededores del parque de María Luisa eran un hervidero,
pero Mariano decidió desviarse hacia el río y continuar dando un paseo hasta el
Pabellón de México para ver cómo iban los preparativos. Desde su llegada a
Sevilla era una costumbre acercarse hasta el Paseo de las Delicias para ver
cómo iban las obras. Llamó su atención uno de los bajorrelieves que se habían
realizado para las jambas de una de las entradas del edificio. Una mujer
indígena con un niño a su lado, sin duda debía tratarse de Malinche, a la que
los conquistadores conocían como Marina. Esta era la mujer más denostada de
México, la traidora. ¡Ay! Quien no conoce la historia en profundidad es rápido
en etiquetar a un personaje en uno y otro bando sin tener en cuenta los sucesos
y conflictos en los que se ven envueltos. La historia no fue justa con Malinche,
madre del primer hijo de Hernán Cortes, ni tampoco con el vástago. A pesar de
ser el primogénito, fue su medio hermano, del mismo nombre, hijo de la legítima
esposa, Juana de Zúñiga, el que heredó su marquesado. ¿Qué aspecto tendría doña Marina en realidad? -Este tipo de
preguntas solían asaltarle cuando investigaba algún personaje. -Malinche
era nombrada por su belleza, debió de ser una mujer bonita, y también valiente
y guerrera, como muchas mujeres veracruzanas. Una verdadera “Adelita” como
aquellas mujeres soldaderas de la de la Revolución de México. Como
comenzaba a oscurecer, decidió regresar a la residencia.
Después de la cena y la oración, se
retiró a su habitación, se sentó junto a la mesa de camilla y removió un poco
el brasero. Tomó el cuaderno de notas y se puso a revisarlas mientras sus pies
entraban en calor. En una de las notas, el Padre Cuevas tenía registrada la
visita a su amigo, el reputado hispanista Santiago Montoto, en su casa de la
calle Levíes; y la curiosa historia que
éste le relató sobre el pleito mantenido por el escribano de Sevilla, don
Melchor de Pontes, a quien Hernán Cortés había hecho entrega de su testamento
cerrado, y el escribano del Rey, García de Huerta; pues este último retuvo el
documento después de su lectura tras la muerte del conquistador. Santiago con
su gracioso acento andaluz, sus ojos vivaces, atusándose el bigotillo
constantemente y con la pasión que caracteriza a los exploradores del pasado,
le contó cómo el secretario regio había escamoteado repetidas veces entregar la
dicha carta testamentaria. Finalmente tuvo que entregarla presionado por el
litigio que el escribano de Sevilla había interpuesto. ¿Por qué ese interés en retener dicho testamento? – preguntaba Santiago
con el ceño fruncido- querido don
Mariano, hasta el presente se ignoran los motivos. Y eso es algo que me
propongo averiguar, si Dios me da vida suficiente…
Rumiando la lectura de estas notas,
el jesuita se metió en la cama. Y con el calor de las mantas entró en un sueño
profundo que lo trasportó a escenarios exóticos de su México natal en tiempos
de la conquista. En esta maraña de sueño apareció una mujer menuda de cabellos
negros y bonita figura, vestida con una túnica profusamente bordada con motivos
de distintos colores. En la cabeza, un tocado de plumas con los que se adornan
las princesas indígenas: Mariano, mijito
–le habló al jesuita- he venido a echarte
la mano, no más, y es que te veo como perro de las dos tortas buscando ese testamento
del pendejo de Cortés y te estás haciendo mala sangre. Te estarás preguntando
quién soy y qué carajo hago aquí. Soy la Malinche, mijo, tu antepasada directa;
la mera mera. He venido a decirte porqué ese interés de ocultar lo que Hernando
dejó dispuesto. La culpa de todo la tuvo esa malhora de la Juana de Zúñiga, a
la que los dioses confundan. Esa mosquita muerta con cara de no haber roto un
plato, se las ingenió para perjudicar a los hijos de su marido habidos con
otras mujeres, porque a Cortés mujeres tuvo como arroz, pero con esta, mijo, se
le hizo agua la canoa. Mira si convenció a Hernando para que dejara a su Martinito
como mayorazgo y marqués y no al mío, que era el primero y aventajaba en años
al de la Zúñiga. Todo esto que te cuento
lo he sabido ya después de estirar la pata, pues como sabes a los muertos nada
se nos oscurece. Por lo mismo procuró que el testamento se mantuviera fuera del
alcance de los herederos naturales, comprando la voluntad del desgraciadísimo García
de Huerta y que el cadáver no cruzara el charco hasta el valle de Oaxaca, como
a Hernando le hubiera gustado, como lo dejó expreso porque la bemberecua murió en Castilla. Búscalo
entre otros legajos, Marianito, pues por malas artes de la Zúñiga ha de andar
traspapelado. ¡Órale Pues!
Con esta arenga que la traductora
indígena le había endilgado por vía onírica, el Padre Mariano cuevas se
despertó soliviantado. Se vistió rápido, espoleado por las palabras de la
Malinche, se lavó la cara en la palangana para despejarse y después de
desayunar enfiló la calle Trajano hacia el archivo de protocolos.
Pidió a la encargada que le trajera
todos los protocolos de Melchor de Pontes, fueran testamentos o no y, aunque
abrumado por los montones de legajos que la archivera iba poniendo sobre su
mesa, decidió coger el toro por los cuernos. Tras revisar el tercero, sintió un
ligero nerviosismo y creyó que la vista le estaba jugando una mala pasada
cuando al posarse sobre la primera página leyó: “En el nombre de la Santísima Trinidad…”. Y más adelante: “Sepan cuantos estas carta de testamento
vieren, como yo D. Fernando Cortés, Marqués del Valle de Oajaca…”. Don
Mariano contuvo un ¡Aleluya! que, sin embargo, retumbó en su alma. Y postrado
de rodillas en el frío suelo, dio gracias a la Divina Providencia por
favorecerle de nuevo en sus investigaciones, ¡Lo había encontrado! Cuando salió
del archivo, el jesuita creía estar flotando sobre una nube y sin saber cómo
fue caminando hacia el Paseo de las Delicias. Ya dentro del Pabellón de México
se dirigió hacia donde estaba el bajorrelieve de la Malinche, ya colocado en
una de las jambas y riendo a carcajadas como un desquiciado le gritó: ¡¡Gracias
mamitaaa!!.
ABRAZO, por Tomás Sánchez Rubio.
A
la ciudad de La Paz
Quiero que sean mis
humildes versos
ofrenda que atraviese
las límpidas alturas
abriéndose paso,
como teleférico soñado,
por surcos de aire y
proas de nube,
desde un corazón
a otro corazón hecho luz
primera
bajo la mirada vigilante
del altivo cóndor
montaraz.
A esta tierra de nombre
tan benditamente
necesario,
plena de augurios
y cálidas bienvenidas,
de ritos
ancestrales y fértil cuna,
dedico mi voz y mi
aliento
uniéndome en lazo
eterno,
desde ahora,
a sus nobles moradores,
mujeres y hombres de
cierto
y legendario espíritu
invencible.
Me hago fértil lluvia en
el altiplano
libre y milenario
y, en la senda de otros
privilegiados
poetas de inalcanzable
voz,
invoco al achachila
protector
que se cierne venturoso
sobre su
pueblo amado,
monte de cuatro picos
que se elevan en
estrellado camino
hacia los dioses, y en
cuya falda
todavía me parece
escuchar,
estando la noche
clara,
aquella venturosa
historia de amor entre el noble Illi
y la doncella Mana, quien
cantaba cerca del Chukiyabo
siempre serio,
cautivando una y mil veces
a su amado teniendo a la
luna
como único testigo
sincero del encuentro.
Sea La Paz
palabra eterna
y sabio código
benefactor
para unas almas que,
hablando infinitas
lenguas,
encontrarán por siempre
en ella
su certidumbre, su
refugio
y toda la esperanza que
caber pueda
en un mundo mejor.
MALINCHE, por Dori Hernández Montalbán.
(México, 1519 -20)
Negro total en escena.
Se escucha el sonido propio de las
aves de la selva mexica. Más de veinticuatro sonidos diferentes de siete
especies de aves. Los animales barruntan lluvia.
Rumor de olas lejanas.
El sol ocultándose semeja un planeta
ardiendo en ascua viva. Llegan
progresivamente los sonidos de las aves y animales que se irán mezclando
con el estruendo del trueno y los relámpagos de una tormenta tropical. Una vez
más el dios de la lluvia llora sobre México.
Suenan los tambores de los
sacerdotes, anunciando la hora de dormir. Escuchamos de fondo el golpe de la
lluvia.
Entra azorada Malinche, esclava y
concubina de Cortés.
Malinche acaba de presenciar, sin ser
vista por Alvarado y el mismo Cortés, el asesinato de un indígena nahual.
Hernán Cortés ha ordenado que le amarren una piedra de lastre y le arrojen al lago, pues temen que los
mexicas lo descubran, y se vayan al
traste sus planes de conquista de Tecnocthiclan.
Entra Malinche y si sienta como de
costumbre en el suelo sobre una esterilla, deshaciéndose previamente del manto
empapado y cambia el huipil.
Hernán Cortés:
¡Por Dios bendito! Nunca vi llover de tal modo. (Deshaciéndose de yelmo y
espada) ¿Estás ahí? Os sorprendió la tormenta también por lo que veo…
¡Menuda tormenta! En Extremadura, mi
amada tierra, llueve poco, nunca de este modo. Así es que ésta espesa
vegetación, ésta humedad, me enmudece… ¡Ah Medellín! ¡Qué lejano! y esto,
"el nuevo mundo”, nunca imaginé
tanta inmensidad. Meros muñecos al azar de los vientos, eso somos doña
Marina...La desdicha nos mata, pero la felicidad nos aburre…Soldados al fin y al cabo, marinos ansiosos de conquista,
riqueza y aventura. ¿Y vos doña Marina,
en qué pensáis?
Malinche:
Pensar…no, escucho el golpe de la lluvia, y el sonido del timbal.
Hernán Cortés:
(Mirando a Malinche) doña Marina, no es mal nombre, ese fraile mercedario pocas
veces se equivoca… ¿Comprendéis mis palabras? Decidme ¿Cuando pensáis que
dejará de llover?
Malinche:
Malinche puede hablar nahual, mexica y algunas palabras de esa lengua vuestra
de Castilla, pero no puede adivinar
cuando cesará la lluvia. Habrá que
esperar…
Hernán Cortés:
¿Hoy no me miráis cuando os hablo? Comprenderíais mejor lo que os digo. ¿Qué
demonios os ocurre mujer?
Malinche: (Aún
sin alzar la vista) Hoy vi como mataban vuestros hombres a un guerrero nahual,
y cómo lo ocultabais en la ciénaga.
Hernán Cortés:
Restándole importancia) ¡Ah! Eso---Había desobedecido las órdenes, los aliados indígenas
también deben cumplirlas.
Malinche:
Cortés miente. Los nahual no deben obediencia a vos, ni aún al jefe Moctezuma
siempre que paguen con una parte de las cosechas.
Hernán Cortés:
(Mueve la cabeza calibrando) Quien
descubre a su enemigo es hombre muerto, y el que le descubre las intenciones,
está condenado a morir irremediablemente. ¿Acaso no conocíais ésta regla doña
Marina?
Malinche: El
no era vuestro enemigo, sino un aliado. Él se unió a vos para luchar contra el
gran Tlatoani- Acaso los mujeres que fueron
regaladas a vuestros capitanes también somos enemigas vuestras ¿No
servimos bien a los hombres de Cortés?
Hernán Cortés:
Vos, no podéis entenderlo doña Marina. Dos meses mirando la línea del
horizonte, soportando gigantescas tempestades que sometían y zarandeaban nuestras carabelas como si fueran cascaras de
nueces, estrellándose contra las olas…Vos no podéis comprender…
Malinche: Soy
vuestra esclava, pero no vuestra enemiga, toco en vuestra presencia las cosas,
para volver a nombrarlas en esa lengua vuestra de Castilla, vos las nombráis y
yo las aprendo. Mis palabras nahual van de la mano de las que pronunciáis, pero
en ocasiones las vuestras lastiman como afilados cuchillos. ¿Estaré yo también
condenada a morir si adivino vuestras intenciones? (Cortés, algo sorprendido,
tarda en responder)
Hernán Cortés:
No, al menos no por ahora. No habéis dado motivos, doña Marina.
Malinche: Malinche
puede comprender al jaguar, escuchar el canto de las aves de mil colores,
saludar al sol agradecida cada mañana, porque la lengua nahual hace volar a los
hombres sobre las montañas y regresar como el águila al nido. Pero vos no conocéis nuestra lengua que hablamos desde hace mil años. Yo tampoco
conozco la vuestra, pero ahora sé que algunas de vuestras palabras pueden herir
y otras matar.
Hernán Cortés:
Mujer, vos no podéis comprender lo que mis hombres y yo hemos venido a hacer
aquí, ni lo que hemos tenido que padecer hasta llegar aquí, al “nuevo mundo” No
sabéis lo que es tener que navegar sin rumbo temiendo la rémora marina, capaz
de capturar a una embarcación e incluso
inmovilizarla hasta hacer que eche raíces en alta mar; mientras los marinos se
fríen al sol el puente. Hemos matado a muchos hombres en nombre de nuestro rey
y aún de Dios…a qué negarlo. Nuestro
señor creo el paraíso e hizo que germinara en él el árbol de la vida, permitió
que de la tierra brotara el manantial de los aguas… pero no dijo nada sobre el
lugar del paraíso, tal vez este sea el paraíso y tal vez algunos hombres tengan
que morir para que otros muchos puedan hallarlo. Y ahora vuestras murallas
infranqueables y vuestras escarpadas montañas, mas las aguas entre tierras nos
impiden coronar Tenochtitlán, el rubí de la planicie. Aunque, tal vez, tengáis razón,
y éste no sea “el nuevo mundo” sino el
más remoto rincón de la tierra pero aún así ha de ser conquistado en nombre de
Nuestro Señor. Y ahora doña Marina,
después de tanto sacrificio sufrido para llegar hasta aquí ¿he de escuchar
vuestros reproches?
Malinche: doña
Marina…? Vos me llamáis así, pero es un nombre que yo no reconozco ´mi nombre
es Malinalli, Malinalli era feliz, hubiera sido mejor no aprender vuestras palabras, no haber reparado en vuestros ojos,
porque vos y vuestros capitanes, matáis a mi pueblo con vuestras afiladas
espadas. Asustáis a todos con vuestros
caballos y perros.
Hernán Cortés:
No hemos llegado hasta aquí para lastimaros. Hemos venido a parar los
sacrificios. Y para esto habrá que luchar, sacrificar a algunos para salvar a
centenares.
Malinche: ¿No
es esto lo que el gran Moctezuma hace a petición de los dioses? Únicamente el
gran Moctezuma puede detener los
sacrificios a petición de los dioses. ¿Sois acaso un dios? El dios de la lluvia
continua llorando, no está contento.
Hernán Cortés:
Por lo que veo, esta noche habré de dormir solo, pues la señora se ha ofendido.
Las mujeres no alcanzaréis nunca
entender la guerra.
Malinche esperó a que Cortés se
quedara dormido, y después, a pesar de la lluvia, salió de la estancia con dirección al palacio del
gran tlatoani, cuidándose de no ser vista. Poco antes del amanecer llegó a las
puertas de palacio. Interceptada por dos guerreros-guardianes fue conducida a
la presencia de Moctezuma, justo en el instante que los tambores de los
sacerdotes anunciaban el nuevo día.
(El personaje de Malinche se situara
en el centro de la escena, ante un Moctezuma invisible. Pocos son los que
tienen el privilegio de mirarlo. Malinche hace una reverencia arrodillándose y
habla con la mirada baja, casi en acto de adoración. Los guardianes le
comunican en lengua mexica que puede comenzar a
hablar. Los guerreros van ataviados con un maxital (taparrabos) y tocado
de plumas de aves tropicales.)
Malinche: Gran
tlatoani, mi nombre es Malinalli, he caminado durante la noche, bajo la lluvia,
para llegar hasta aquí. Malinalli viene del tiempo detenido, del fruto madurado.
La vida me saludó mientras el dios sol danzaba sobre el horizonte. Mis padres
dijeron que fui regalo de la piedra negra e hija del colibrí, hermana de la
diosa de la hierba. Delante vino el pez, y llego después el puma caminando.
Mi padre nahual murió, y mi madre
tomó nuevo esposo y tuvo un hijo varón, así es que me aquel hombre me regaló a unos indios yicalondo, más tarde la suerte
me arrastro hasta unas gentes de tabasco y estas me ofrecieron como regalo,
junto con otras veinte mujeres al hombre que llaman Cortés. Hube de tomar
nombre cristiano pues el de “hierba torcida” no bastó al fraile de Cortés. El
me bautizó doña Marina.
Ellos no hablan las lenguas de
nuestro pueblo, pero Malinalli comienza a traducir las palabras del nahual al
mexica para vos y para Cortés. Ellos me
tratan bien, me hicieron el regalo de un espejo, semeja un agua quieta en donde
Malinalli se mira. Pero hoy, el gran tlatoani debe saber algo importante sobre estos
hombres: Hernando de Cortés no es un dios, no es un enviado de la serpiente
emplumada; ellos tienen un comportamiento sacrílego con nuestros dioses y anoche mataron a un guerrero nahual, lo
pasaron a espada y lo ocultaros bajo las aguas.
Sabes bien que mi pueblo fue un
pueblo peregrino, pero desde que vive en Tecnochticlan pagamos con parte de las cosechas al
gran Moctezuma. Sin embargo los dioses
siguen pidiendo sacrificios. Sé que los dioses no están contentos…
Pero Cortés no es un dios, es un
hombre. No es la serpiente emplumada que regresa.
Hernando de Cortés es el conquistador
del “nuevo mundo”. Cortés al que el gran Moctezuma obsequió con las plumas del quetzal y las plumas
azules y verdes como el jade como si de un dios se tratara es tan solo
un hombre. Vine a hacerte una pregunta: ¿Han de temer los mexicas al hombre que
vino del mar?
Nunca ha de saber Cortés que vine a ver al gran tlaloani, pues acabaría con
mi vida.
Voz en off de Moctezuma: Mujer eres
libre, vuelve con tú dueño, volveré a escuchar tus palabras acerca del guerrero
que vino del mar; él y yo tenemos largo tiempo para encontrarnos de nuevo el uno al otro. Ahora he de preguntar a las
estrellas si él es el dios que había de
retornar para encontrarse conmigo.
CUANDO LA VIDA SEA VERDAD, por Josefina Martos Peregrín.
Ponerse brillantina
hasta el cogote, vestir de saco y corbata para pedirle a la vieja “Vieja, anudame la moña” y oír una vez
más sus protestas, “No tanto, no soy tan
vieja”, para contestarle riendo “Acá
lo sos, acá sos mi vieja”, besarla, calarse el sombrero lenceao y salir corriendo, huyendo de
ruegos y consejos, “Habla como Dios manda”,
“Come algo”, “No vayas con malas mujeres”…
Dejar de escuchar cuando,
con un quiebro garboso, esquiva la puerta entornada, porque a estas horas de la
tarde del domingo, en el conventillo nadie cierra del todo la puerta de su
cuarto.
Volar por los caminos,
saltando con prisa las piedras y zanjas de las calles en construcción, pues Buenos Aires vive en perenne construcción,
mientras él sueña sin fin con las mujeres que perturban la respiración de sus
noches; sobre todo, con una, la Deyanira, perfumada y colorida como flor de un
día, esa flor fugaz que endulza la melodía de un tango pero amarga el corazón.
Lucir en el boliche como
un compadrito guapo, empilchado como rey de oros, como sabidor en timbas y
lancero en el amor; dejar que se acerque la piba sin mirarla, esperar a que le
pida fuego, faroleando el cigarrillo erguido, dando ruedos con desgana,
haciéndose rogar con cara de Valentino afligido.
Abrazarla al fin para
bailar, porque agarrarse a ella es la felicidad; dominar, llevar y dejarse llevar
por el fraseo del bandoneón: caminan, cortan de golpe, toman un rumbo nuevo,
florean las piernas antes de la media vuelta impensada que quiebra la cintura
de esta mujer que no le da tregua.
La Deyanira, que
descansa del baile sorbiendo su refresco, marcadas sus formas bajo los encajes
de domingo, erguidos los botones de sus pechos a través del corpiño liviano;
apenas una pibita, pero ya tan curtida, de tan buen palique, con esos ojazos;
que no se dé cuenta, que no sepa que lo tiene como borrego en redil; le chamuya
un piropo torciendo el gesto y le sonríe con el cigarro de medio lado antes de
escupirlo al suelo y llevársela a lo oscuro, donde las madreselvas crecen
enredadas a las cañas.
Chapan, manotean a lo
libre; desde el rincón más íntimo del patio su piel secunda el tango que suena.
Se entiende con esta Deyanira como el bandoneón se entiende con la pianola,
conjuntados en una travesía sin puerto, en una melodía sin memoria, en una música
para penas ilusionadas.
“Te quiero como se quiere a la vida cuando la vida es verdad” canta
el Rómulo en este momento.
Se cambió el nombre. Y
no le duele, aunque su vieja se ofenda, “Si
se enterara tu padre, Dios lo tenga
en su gloria”, “Dejame, vieja. Dónde
va un Eladio García por estos mundos, llamame Dante Trono, por un día. No más el domingo dejame ser como los demás”.
Ser como los otros
compadritos que colman los boliches del barrio de la Boca. Oswaldo, Olimpo,
Héctor, Rómulo… Nombres que imponen, que suenan regio, a italiano, porque los
italianos arriban a millares y mandan más que los gallegos, cosa que también
enciende a su vieja, que la llamen gallega, a ella, una andaluza cabal.
“Con sombras de cárcel lavé mi pecado”, canta el otro. Porque los
tangos cantan desgracias de todos los colores, salvo la desgracia gris del laburo: ningún tango habla de trabajo,
de la pena negra de levantarse antes de que salga el sol para deslomarse
carneando reses en una jornada interminable, dentro de una nave helada. Ahí
está lo bueno, que el laburo no existe
en los boliches, que los bravos no trabajan, que campean los curdas bárbaros que viven de noche y se
acuestan de día.
Ciego con la piba no ha
visto acercarse al compadrazo, a Oswaldo el Negro, el de la faca, que también
le hace ojos a la Deyanira y de un manotón se la saca de los brazos, “Andá, papamoscas, pasame esta papirusa.
Y andate a la barra, que te conviden a
grappa”. Ella se deja hacer, pero mira largamente a Dante, esperando que la
recupere, que la defienda como macho bien bragao,
pero Eladio retrocede, disimula, ríe como gracia lo que es afrenta y se va con el
rabo entre las piernas a tomar la grappa
cobarde.
Y de allí, de boliche a
conventillos con baile, a beber amargo más que a bailar dulce, hasta llegar al
burdel donde le fían, donde desfoga… La
corbata arrastrada por el suelo, el sombrero hundido en el pico de la percha y una
concha bostezando entre las sábanas rojas.
Ya de mañana, cuando
vuelve a su conventillo, el patio bulle de vecinos, de palanganas, de niños
chillones, de mujeres que vacían las aguas sucias y hombres que se anudan los
zapatos. Y a la puerta del cuarto, su madre, que le espera llorando: “Ya está bien la joda, vieja. No me llore y déjeme dormir, que hoy entro de
noche”.
Mientras, bien lejos, en otro cuarto:
−Ay, Rosarito, ¿dónde has pasao la noche?
−Que soy Deyanira, madre.
−¡Nombre de puta! ¿Para esto dejamos el pueblo?
Más nos valdría volver a España.
−Mire, al menos aquí comemos. Trabajo no me falta
y mientras yo gane mi pan y el de usted y padre, haré lo que me dé la gana.
“Volver…
¿Para qué? Allí era el señorito, aquí el Oswaldo”. ¿A quién le contará su
cansancio? Su cansancio de que el Oswaldo haga con ella lo que se le antoja, su
pena de que Dante se arrugue y la deje en manos de ese chulo. Dobla con cuidado
los encajes mientras la madre insiste:
−Hija, ¡así no te vas a casar!
−¿Y qué? Lo que quiero es un amor de tango, muy
grande, muy de verdad… ¡Muy desgraciado! Y luego morirnos los dos, madre, sin
niños ni suegra ni casa que limpiar.
Se lo
jura a sí mismo: es la última vez que Oswaldo le pisa la mina. El próximo
domingo no se achantará, le plantará cara, que hablen las facas. Al fin, morir
en un lance de amores no es mal modo de morir. Y a ella, la ingrata, ya le dirá
cuatro cosas. Aunque… ¿qué importa?
Sufrir traiciones de las minas engañosas es vivir, penar de amor es vivir. Todo
es vivir salvo esos días, esas noches de encierro en el gran frigorífico de las
reses muertas. Se vengará a su manera: cada vez que destripe la res con el
cuchillo jifero, cada vez que deshuese las costillas de los costados colgantes…
Cada vez que hunda su daga en los solomillos desgajados, imaginará que a Oswaldo le clava la faca. Llegará el día, llegará la noche en que ese
chulo no lo vuelva a achantar.
Te
quiero.
Como querré a la vida.
Cuando
la vida sea verdad.
Del libro "El mar y los siglos"
HABLANDO DE LETRAS, con Lilián Pallares.
·
· Barranquilla - Colombia. 1976.
ESCRITORA, POETA, ACTRIZ Y CREADORA AUDIOVISUAL.Seleccionada entre los diez mejores escritores jóvenes de latinoamérica por About.com, New York, 2011.
- Lilian ¿Cómo despertó su vocación por la poesía?
Mi vocación por la poesía despertó a través de mis juegos de niña. Por un
lado, en mi casa se escuchaban muchas rancheras, a mi padre le gustaban mucho,
entonces yo escuchando esas letras de esas canciones que son tan melancólicas,
tan profundamente emocionales, pues me despertaron un interés por la poesía,
sin querer, sin pretenderlo y eso lo fui incorporando a mis juegos con las
Barbys donde siempre habían historias de amor, pero todas con un fondo muy
poético y la creación de instantes estaban llenos de poesía, entonces digamos
que la poesía vino por ahí. Y también por la tradición oral de una ciudad como
Barranquilla donde la oralidad es una constante en el día a día. Y mi abuelo
contaba historias y aunque no eran poemas, eran cuentos pero todas siempre
desde una mirada muy poética, entonces digamos que la combinación de esto con
mis juegos con las Barbys y la oralidad, tanto de mi abuelo como de la ciudad
misma pues despertó en mí una poética natural, espontánea, sin pretensiones.
· ¿Qué supuso para usted el espectáculo “Afrolyrics”?
El espectáculo Afrolyrics para mí supuso un gran paso en mi vida porque era unir dos pasiones que son para mí: los tambores, sobre todo afrocolombianos en este caso, la danza y la poesía. Y también supuso para mí encontrar un talento interpretativo que yo no sabía que tenía. A partir de esa obra y junto al director Daniel Aguirre, pues claro él fue puliendo eso que había en mí, ese talento para las artes escénicas y ha supuesto para mí una reivindicación, un encuentro con mis raíces, una plenitud como artista. También supone para mí afianzarme como mujer afro y eso me encanta, me encuentro con mi profunda raíz afro.
· Junto a su esposo, Charles Olsen ha realizado numerosos proyectos relacionados con la poesía. Háblenos del proyecto “Palabras Prestadas”.
Palabras prestadas es un proyecto que Charles y yo estuvimos
desarrollando durante seis años en España, ahora se sigue haciendo en Nueva
Zelanda. Charles sigue haciendo como “especiales” no constante todos los meses.
Y nació también de un juego, es que todo mi arte, todo lo que nosotros hacemos
sale de un juego. Estábamos en la playa donde yo le lije: Charles te doy cinco
palabras y dame cinco y hacemos un poema. Estábamos en Cerdeña y a partir de
ahí pues Charles se dio cuenta de los caminos que se le abrían en la escritura.
Sobre todo porque él no hablaba español tan perfecto; lo habla pero no como un
nativo; y ese juego le permitió jugar con las palabras y encontrarles sentido.
Entonces, Palabras prestadas es una manera nuestra de compartir nuestro amor
por la poesía, por la palabra con el resto de las personas y por eso se
convirtió en un juego poético por internet, en red, donde hay una comunidad
entorno a nuestra pasión común que, en este caso es la poesía.
· Usted ha experimentado con distintas artes para acompañar a la poesía ¿La poesía llega mejor a los lectores si se la presenta junto con otras artes como la música, las artes visuales, etc.?
Yo pienso que la poesía está presente en todo, más allá de la palabra
escrita. Y bueno, en nuestro caso se nos da bastante bien el poderla plasmar no
sólo en un papel sino a través de la video poesía con Antena Blues, Charles y
yo con la música y los tambores, a través de las artes escénicas. Es como
dimensionar la poesía en un mundo de posibilidades que hace que para el público
sea atractivo, nos permite jugar más, con más plasticidad. Entonces, pienso que
es una manera de llegar por muchas vías; porque lo importante es que la poesía
llegue, sea como sea, pero que llegue.
· ¿Por qué es necesario
conocer la literatura oral de un pueblo?
Nosotros estamos hechos de rebatos y pienso que es necesario conocer la literatura oral de un pueblo porque es el génesis misma de la palabra. Yo creo que en esa tradición oral nos contamos a nosotros mismos, sabemos quiénes somos, lo trasmitimos, hay un legado. Entonces, hay una riqueza en la literatura oral que es lo que yo también quiero trasmitir con mi obra. Necesito que sea oral porque es de donde vengo yo y es una manera de continuar con un legado de mis ancestros. Yo creo que la manera que un pueblo se acerca y reconozca su realidad es una manera de dar continuidad a una historia propia, entonces es vital que no se pierda la oralidad que cada vez se pierde más, lastimosamente, porque todo son redes sociales, un mundo digital donde no nos vemos las caras y nos escuchamos las voces. Para concluir la respuesta, decir que la voz tiene poder.
· ¿Qué proyecto relacionado
con la literatura va a desarrollar próximamente?
Nuestro último proyecto, con la compañía Afrolyrics vamos a hacer un
espectáculo escénico de mi último poemario “Bestial”. En este caso son tambores
africanos porque queremos ir a la raíz misma, ya sabemos que es un libro muy
salvaje Bestial, muy primitivo, muy instintivo, entonces queremos que tenga
toda esa atmósfera de nuestro continente más antiguo. Y va a haber narración
oral, danza, poesía, visuales. Es como que aúna todas las artes que nosotros
trabajamos y bueno, va a ser dirigido por Daniel Aguirre. Digamos que este es
el proyecto madre que tengo ahora porque llevo dos años esperando por la
pandemia para poderlo hacer y ya, este año ya vamos a empezar dentro de poco a
trabajar en el montaje de la obra que esperamos compartir con todas las personas.
Y también estoy escribiendo un nuevo libro, voy muy lentamente pero ahí va,
cuando salga os lo diré. Y aparte, con Charles seguimos haciendo nuestros
video-poemas, enviando a festivales nuestros trabajos. Es un sin parar pero
desde una tranquilidad.
TE RECUERDO AMANDA, por F. Javier Franco Miguel.
Te recuerdo Amanda
ya no existe la calle aquella que se mojaba
ahora es un parking de tiempos del dictador
no llegó Manuel
pero tampoco podrás llegar a la fábrica
en su solar se erige una gran superficie
plena de productos gringos en rebaja
ya no hay rastro de sangre en el estadio
más que la de los jugadores en el césped
todos te han olvidado Amanda todos
como olvidaron a Manuel
pero yo te sigo recordando
con la misma esperanza
que este nuevo Chile que se rebela
y se levanta y aún grita
y no hay suficientes milicos para desaparecer
identidades
te recuerdo Amanda
cómo te recordara Víctor antes de ser acribillado
son nuevos tiempos
pero los testimonios no son viejos
son historia son memoria
la voz de la verdad no tiene patria ni tiempo
te recuerdo Amanda
te recuerdo Víctor Jara
y en tus canciones sobrevivirán la verdad la vida y
la fe
por encima de todos los genocidas.