Entrevista a Juan Jesús Hernández, autor de "Los descosidos de Dios"


 


Háblanos un poco de ti.

Soy periodista. Creo que he sido periodista desde pequeño, mucho antes de ir a la Universidad, sentía los impulsos por contar cosas. Ya en el instituto creamos un grupo de compañeros una publicación para distribuir entre los alumnos y ahí hice mi primera entrevista a José Asenjo Sedano, un escritor accitano que acababa de ganar el Premio Nadal, creo que su novela se titulaba ‘Conversación sobre la guerra’, a finales de los años 70. Fue muy emocionante, tanto como un simulacro de emisora de radio que daba música y noticias o entrevistas con profesores en los recreos y tiempos de ocio. Incluso habría otras cositas antes de llegar al instituto de las que podría hablar, pero bueno… Desde entonces mi pasión por el periodismo se ha mantenido intacta. Muchos años, sí. He colaborado en bastantes medios, en prensa y radio, aunque recuerdo con especial cariño mi paso por Radio Popular y Patria, periódico en el que hice prácticas a las órdenes de Juan José Porto. Hice prácticas en Patria porque en IDEAL ni me contestaron. Años después me llamó Melchor Sáiz-Pardo y allí he permanecido casi 38 años, hasta mi reciente jubilación, años en los que he hecho prácticamente de todo. Por lo demás, soy nacido en Guadix y mi sentimiento accitano es tan fuerte como el del periodismo. Adoro mi ‘patria’ de la infancia y diría que de siempre, aunque me apena muchísimo que no acabe de tener o encontrar el sitio que merece. Guadix es un proyecto inacabado que está perdiendo mucho más que población.


¿Qué podemos encontrar entre las páginas de Los descosidos de Dios?

Pues ya que hablamos de periodismo, pienso que podemos encontrar un relato periodístico, una crónica sobre un hecho real, el crimen de un labrador que murió a manos de un lacayo de la ‘señorica’ dueña de las tierras que tenía arrendadas, que he novelado desde la ficción para recrear y rellenar todos los vacíos que rodean esta historia, que son muchos porque tras su asesinato se levantó un muro de silencio y olvido que ha permanecido intacto durante 90 años. Es una historia dura que es como la otros muchos ‘descosidos de Dios’ en tiempos de hambre y miseria en el primer tercio del siglo XX, en el que el poder mantenía los privilegios que se ejercía muchas veces con impunidad y casi siempre con soberbia y arrogancia, especialmente como estos lugares de la Andalucía profunda en los que el tiempo pasa muy despacio, o no se mueve.


¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?

La trama tiene lugar a caballo entre la aldea de El Valle de las Encinas, nombre que recibe en la novela, y la ciudad de Guadix, donde tiene lugar el crimen, en el Arco de San Torcuato, en tiempos de la II República. Creo que el lector se va a encontrar con un retrato social y humano muy visual, con personajes creíbles con los que empatizará o detestará, que al final es de lo que se trata. He querido que sea una historia amena y entretenida, muy costumbrista de esos lugares y personajes reales y de ficción capaces de atrapar, o eso espero.


¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta esta última?

Pues es que yo soy periodista, no escritor y como periodista dejo en la hemeroteca miles de artículos o reportajes en los que he contado historias de todo tipo y también mucha información y análisis. Es verdad que los periodistas escribimos y también somos escritores, pero entiendo que esta definición, como la de novelista, es jugar en otra liga. Escribir es muy difícil, sobre todo hacerlo sencillo y hacerlo bien para llegar al lector, y respeto mucho a los que son capaces de crear una novela tras otra. Ellos están, estáis, en otro nivel. Mi anterior experiencia en la edición fue el libro ‘De frente’, en el que recogí más de medio centenar de historias biográficas de personajes granadinos que tienen trayectorias sorprendentes e impresionantes. Todos son ejemplo de supervivencia, de éxito o de sueños por cumplir. Y ahora ha llegado esta novela.


¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo elegiste?

El último libro que he leído ha sido ‘El año de la sal’, de María Jesús Peregrín, que elegí porque su historia y la de ‘Los descosidos de Dios’ tienen muchas coincidencias. En las dos los protagonistas son nuestros abuelos, en las dos está la crueldad y ambos transcurren en épocas similares. La novela de María Jesús tiene mucha fuerza narrativa y es impecable, propia de una autora que merece la pena leer. Y ahora estoy con ‘Las hijas de la criada’, de Sonsoles Ónega, a la que he llegado con muchos prejuicios porque cuando ganó el premio Planeta recibió críticas durísimas, demoledoras, y quiero leerla para tener criterio propio sobre ella. Lo que he visto hasta ahora no me desagrada. Tengo que llegar al final, pero me parece que no se ha sido muy justo con esa obra.


Y ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?

No sé si llegará a cuajar. Me lo he tomado sin prisas. Sería algo así como ‘Con la mirada perdida’, relatos de la calle, de la gente, de la vida diaria, en definitiva. Me gusta observar y, si puedo, dejarlo por escrito.

Entrevista a Gamaliel Sánchez Salinas (Villahermosa, México), autor de Vidas mayúsculas.




Háblanos un poco de ti.

Soy profesor Normalista, me gusta leer y escribir y compartir ambas cosas, sobre todo con niños y adolescentes. 

Este mes de octubre cumplo 37 años como docente en el nivel de educación básica,  lo que me ha llevado a entender los caminos de la enseñanza y el aprendizaje en la escuela pública.

Me gusta el periodismo y lo practico desde hace más de 30 años, creo que tiene que ver con mi gusto por la historia de mi pueblo y de su gente. Lo anterior me ha convertido, en el concepto de nuestro poeta Jaime Sabines, en un peatón: Me gusta caminar, mochila al hombro, aún con lo difícil que se hace hacerlo en estos tiempos violentos, conversar con la gente, preguntar sobre la vida cotidiana y su rica simplicidad. Ahí encuentro los mis apuntes que más adelante me darán elementos para escribir ficciones o realidades, literatura o periodismo.


¿Qué podemos encontrar entre las páginas de Vidas mayúsculas?

Todo comenzó hace meses, más de 3 años, conversaba con mi amigo, el pintor Edén García, en un momento de la charla me confío su preocupación: Nuestros artistas plásticos fallecidos han sido olvidados. Tenemos que recuperarlos; investigar sus biografías, ilustrarlas y publicarlas en fascículos, pero no solo a los que se nos adelantaron, también a los que están vivos. Yo tomé nota y me apunté. La conversación siguió su curso, el artista me contó, con inusual desparpajo, sus días de infancia e inicios en el ambiente de los artistas plásticos.  Después de horas de charla y cerveza nos despedimos.

Esa noche, antes de dormirme, escribí los detalles que Edén me confió y lo subí a mi muro en Facebook. Mientras llega el momento de hacer el fascículo ilustrado, dejo aquí estos apuntes, me dije. Amigos comunes, en mensajes y llamadas, me agradecieron la publicación. Días después me asaltó la idea de conversar con amigas, amigos o aquellas personas que admiraba o que admiraban mis amistades y escribir lo conversado, con el resultado hacer un libro. Y así comencé. En un principio el libro se llamaría; Villahermosa. Las otras voces. Pero como en la lista de entrevistados/as no sólo había villahermosinos, pensé en cambiar Villahermosa por Tabasco.

Conversando con Roberto Román, amigo y poeta, sobre el proyecto, me ilustró basado en su lectura del libro de Pierre Michon; Vidas minúsculas, "una autobiografía hecha a base de la reconstrucción de las vidas ajenas". Me interesó y prometí leerlo, pero en ese momento decidí que el nombre de mi libro sería Vidas mayúsculas. Después de más de un año y 22 entrevistas, decidí que era ya suficiente para conformar el libro. Las entrevistas tuvieron la generosa hospitalidad del diario Presente, de Contraste Político y de Clarín. Agradecido con los maestros del periodismo; Víctor Sámano, Roberto Barboza y Guillermo Hübner.


¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?

En Vidas mayúsculas he privilegiado la escucha. Son veintidós historias en las que procuré no intervenir, creo que en este libro las palabras de sus protagonistas están escritas en el sentido en que fueron pronunciadas  y eso para mí es los importante.


¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta esta última? 

Como escritor soy muy inconsistente, no me causa pesar esta condición, pues la suplo con mi condición de lector y promotor de lo que leo con mis alumnos, amigos y con niños y adolescentes en clubes de lectura de mi ciudad, de mi estado. Si Borges decía que su orgullo estaba en los libros que había leído y no en los que había escrito , yo diré, guardando  la abismal distancia, que me enorgullezco de los libros que he leído y compartido. Sin embargo el escritor que me habita está ahí, latente y no lo apuro...


¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo elegiste?

Estoy leyendo una novela que es un clásico y había yo postergado por mucho tiempo, es "Un día en la vida de Iván Denisovich" de Alexander Soljenitsin. Creo que los tiempos que vive el mundo, el desvanecimiento de las ideologías, me llevaron a recuperar este trabajo de Soljenitsin.

 
Y ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?

En la pandemia, comencé a llevar un registro de alumnos y alumnas  destacados por una u otra cosa. Cada registro es un relato, una historia de resiliencia y ganas de vivir. Probablemente este año salga el primero convertido en libro. Esta pensado para todos, pero muy en especial para los jóvenes.




La ciudad de los vivos de Nicola Lagiogia, por José Luis Raya Pérez.


 


Cuando un género literario se pone de moda comienzo a detestarlo. Seguramente sea por llevar la contraria. Me ocurría cuando llegabas a una librería y comprobabas que el ochenta por ciento de lo que exponían era novela histórica. ¡Cuánta desazón! Llegaba a pensar que prefería leer un ensayo estrictamente histórico -y más o menos objetivo- que iniciar una lectura repleta de parches, anacronismos y desaciertos. Más adelante, como buen samaritano, me dejé llevar por las elucubraciones de sus autores; pero leídas tres, leídas treinta y tres.

Idénticas suspicacias estoy padeciendo con el género negro o novela policíaca. Lo mismo que las series o películas -salvo excepciones- que están cortadas por la misma tijera; esto es, cadáver que aparece abandonado en un parque, río, costa o zona alejada –cambia un poco el escenario- y transeúnte o caminante que casualmente pasaba por allí, y ese indicio típico que se halla en el lugar del crimen del que se empieza a tirar del hilo. ¡Ah! El cuerpo se encuentra en un deplorable estado de descomposición, devorado por los gusanos, los peces o las ratas; lo cual supone que el forense ha de realizar mil cabriolas para conseguir una autopsia imposible. En muchas de ellas, dicho indicio se halla en el interior del cuerpo: dentro de una muela, el estómago o cualquier víscera. Es plausible el derroche de talento de guionistas o narradores para crear algo novedoso. Sin embargo, no hay nada nuevo bajo el sol.

Ya está –casi- agotada la idea de que el asesino es quien menos lo esperas, manida noción por los narradores americanos, Hitchcock, Agatha Christie,  narradores suecos o el celebérrimo Joël Dicker y sus inesperados giros. A menudo los giros son necesarios, pero, a veces, más vale estarse quietecito porque algunos son verdaderamente inverosímiles. No hay que olvidar a los precursores Hammet, Chandler o Le Carré.

Cuando perdí la capacidad de sorprenderme fue porque pensaba que yo podría haberlo ideado mejor. Parece una osadía por mi parte; no obstante, como afirmaba el crítico E. Bentley, la capacidad de sorprenderse uno mismo dependerá de su propia falta de elocuencia. Algo me ocurre con el género de terror o novela gótica, donde disfruto mucho más con el desarrollo propiamente y la ambientación que con los sustos o las presuntas sorpresas.

Truman Capote se desvió un poco del devenir (no va con segundas) cuando publicó “A sangre fría”. La sorpresa y el horror radicaban en la realidad y no en las patrañas que te puedas imaginar. La leí hace muchos años y es el precedente de la narración tipo “a fuego lento”. Es la culminación de la novela de investigación y testimonial. En esta órbita se halla LA CIUDAD DE LOS VIVOS de Nicola Lagioia. Y, podría agregar, si me lo permitís, mi próxima novela biográfica sobre la tormentosa vida de Sandra Almodóvar…Que me está dando muchos quebraderos de cabeza, especialmente con la productora del afamado director manchego, que llegó  a lanzarme algunas solapadas y directas amenazas. No puedo entender que algunos-as vayan de solidarios, enarbolando la bandera de la izquierda y los derechos humanos, y al mismo tiempo sean tan selectivos a la hora de aplicar sus tesis. El cinismo es algo que me repele.

La ciudad de los vivos es igualmente una novela testimonial verdaderamente adictiva, en tanto en cuanto avanza como las novelas de suspense tradicionales, de la misma guisa que “A sangre fría”. El horror se hace mucho más palpable cuando sabes pormenorizadamente que aquella atrocidad ocurrió realmente. El título hace referencia a Roma, la capital de Italia, la cual se “inmiscuye” en el entramado narrativo llegando a convertirse en un personaje colectivo. Roma aparece como una ciudad sucia, peligrosa y caótica; sin embargo, es imposible escapar de su influjo o de su embrujo.

En esta historia no hay que descubrir al asesino, sino que se presenta desde el minuto cero. Se narra el atroz, despiadado y sanguinario crimen de dos homosexuales sobre un tercero. Tras una desenfrenada semana de drogas y alcohol, dos jóvenes procedentes de conocidas y acomodadas familias burguesas, los Prato y los Foffo, deciden, como quien no quiere la cosa, divertirse y asesinar “a sangre fría” a un tercero. El análisis y el desarrollo de la novela de Lagioia son demoledores. Los personajes son tangibles y creíbles, sobre todo los padres de ambos asesinos que siguen creyendo en la inocencia de sus hijos. Nicola desmenuza la niñez e infancia de este “par de elementos” para intentar comprender la deriva y los porqués de semejante atrocidad. La víctima, Luca Varani, se presenta como un joven chapero, guapo y heterosexual, que fue víctima de dos depravados. La controversia resultó ser tremebunda en la sociedad biempensante de la Roma del 2016. El hecho de que fueran dos chicos abiertamente homosexuales y uno de ellos adicto al travestismo los hacía mucho más culpables.

Es una novela totalmente recomendable. En ella interactúa el propio autor/narrador con los personajes, ya que hay pasajes con interesantísimas entrevistas reproducidas. Normalmente, no suelen atraerme las historias donde narrador y personajes se funden –narrador homodiegético-, ya que le resta, paradójicamente, credibilidad a la ficción. Algo así me ocurrió con la soporífera y sobrevalorada Trigo limpio de JM Gil: lo siento. 

                Hay un espléndido elenco de autores y críticos que ensalzan esta obra, entre ellos el gran Muñoz Molina. Ya está todo dicho.

Entrevista a Juan Carlos Friebe, autor de "Mariana Pineda a muerte".




Háblanos un poco de ti.

Pronto cumpliré cincuenta y siete años, pero todavía sigo intentando descifrarme. Aunque el aforismo griego “conócete a ti mismo” nos prevenía contra la hibris, contra la arrogancia, y nos invitaba a ser conscientes de nuestros límites antes que a comprendernos, yo sigo explorando, consciente de mis límites, mis posibilidades.

Vine al mundo en el Virgen de las Nieves, donde me llevaron a nacer desde El Fargue porque yo no me decidía a ello y me había salido de todas las cuentas.  Allí trabajaba mi abuelo, como tornero en la Fábrica de Pólvoras y Explosivos; allí habían trasladado a mi padre, desde Alemania; y allí, en la Barriada del Carmen, que se inauguró en 1950 para dar cobijo a los trabajadores de la fábrica, vivió mi familia hasta que la AEG envió a mi padre a su nuevo destino, en Nepal. Entonces nos trasladamos a una quinta planta, sin ascensor, junto a la Monumental y, finalmente, a un piso en el Camino de Ronda.

Aunque apenas tengo recuerdos de mis primeros años en El Fargue, donde contábamos con un pequeño, precioso huerto, la mayoría están ligados a mi hermano mayor, que era un apasionado coleccionista de bichos como “Gerry”, el menor de los Durrell. El cambio de un ambiente casi rural, e idílico, a la ciudad, y de una alquería de apenas trescientos habitantes -con tres o cuatro criaturas de mi edad-, a un colegio con tres aulas y cincuenta o sesenta críos, y eso sólo en parvulario, en una capital de provincia de doscientos mil habitantes, fue el primer gran “shock” de mi vida.

A partir de ahí todo fue una sucesión de catástrofes que sería prolijo desgranar y me condujeron, irremediablemente, a la poesía (risas). En 1982, con doce años, me publicaron mi primer poema en la revista del colegio, contra mi voluntad: mi hermano me lo birló y se lo entregó a su profesor de literatura, de 2º de BUP. Salvo la opinión de don Cristóbal, y de mi hermano, que fueron evidentemente favorables, las primeras críticas que recibí fueron tan destructivas que me empeñé en leer toda la poesía que caía en mis manos, más la que yo buscaba, para remendarme y enmendar la plana: una mañana me levantaba barroca o bebía los vientos románticos, a mediodía era neoclásica o surrealista según corriera el aire, y me acostaba leyendo poesía japonesa o tragedias griegas.

El resultado de esa búsqueda íntima y consciente de lo que pueda haber de esencial en mí, y cómo explotarlo mejor para tener una vida más plena, y la intuición razonada de que la creación y la Historia del arte, en todas sus disciplinas, son multiplicandos de nuestra experiencia  humana, me parece la parte más presentable de una persona especializada en fracasar en cualquier otro frente de su vida. Incluso cuando acierto termino pensando que de alguna manera me habré equivocado.


¿Qué podemos encontrar entre las páginas de Mariana Pineda a muerte?

Distinguiría entre el objeto artístico en sí, pues el libro incluye un correlato visual de Ricardo García, del texto aislado, considerado como creación poética independiente. Éste fue escrito antes de la intervención del artista plástico, así que es autónomo, mientras la narrativa plástica fue creada ex profeso, inspirándose en la lectura del texto, de modo que podría entenderse como accesoria de este. Sin embargo, al contar con Ricardo García, cuya trayectoria y obra creo conocer bien, no buscaba a un ilustrador al uso, que aportara un complemento visual o una correspondencia entre las imágenes de los versos y las imágenes plásticas.

Dado que quise que el lenguaje poético utilizado fuera razonablemente “clásico” en el contexto de la primera mitad del siglo XIX, por mi querencia al decoro -entendido este como principio de la retórica: la coordinación a través de la palabra y la forma de lógica, credibilidad y emoción—, lo que se correspondía cabalmente -desde mi perspectiva- con una época histórica “conservadora”, entendí que precisaba un elemento adicional que expresara, también, la “modernidad” de quienes se oponían a la tiranía y, en especial, el valor de Mariana Pineda, una mujer -conviene no olvidar que su propio abogado utilizó hábilmente, durante el juicio, el argumento de que en razón de su sexo no podía tener ideas políticas y, por tanto, tampoco ser parte implicada en ningún complot contra el orden establecido- que afrontó la muerte, con tan sólo veintiséis años de manera realmente heroica y, por desgracia, trágica.

Ricardo García estuvo, como siempre, finísimo, y enhebró            el hilo de su plástica a las agujas del texto y, a la manera de un objeto casi textil, de su trabajo surgieron diecisiete metros de obra pictórica que fueron fotografiados metódicamente, y reproducidos a escala en el volumen, gracias al excepcional trabajo de la editorial, Sonámbulos.

En cuanto al texto, sus lectores encontrarán una breve introducción que nos sitúa en la época; las maquinaciones de Pedrosa antes de prender a Mariana; el juicio, en el que me tomé todas las libertades narrativas para retratar la lucha de una Granada ilustrada contra una España absolutista; las últimas horas de la heroína, y el azaroso destino de sus restos mortales hasta que encontraron finalmente descanso décadas después de su ejecución. Ana Morilla Palacios, doctora en Teoría de la Literatura y del Arte y Literatura Comparada, cierra “Mariana Pineda a muerte” con un acertado y necesario epílogo que amplía el contenido.


¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?

Creo que la historia de Mariana Pineda tiene tanta fuerza que no necesitaba más ingrediente que la pasión. De hecho, cosa rara en mí, tardé muy pocos meses en llegar a la primera versión definitiva, que escribí casi de oído, con base en el romance. A partir de aquella base fui ajustándolo, y tomando ciertas decisiones discutibles, pero razonadas, sobre algunos versos.


¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta la última?

Sin contar con “Anecdotario”, que sólo era una catastrófica recopilación de composiciones escritas en mi adolescencia y primera juventud armada con un lejano sentido de organicidad —en una loable e infructuosa intención de crear una estructura narrativa— podría describir mi trayectoria, en el mejor de los casos, como una continua exploración de las posibilidades expresivas de una poesía concentrada en la Historia, en la condición humana, y en las formas del lenguaje.

En el peor, una bien organizada sucesión de naufragios, y no me refiero solo a los míos, como persona, sino a nuestro fracaso como especie que dilapida su existencia y el mundo que le ha sido concedido. Con relación a ello, léanse “Poemas perplejos”, donde se esconde el colapso de mi propia identidad, que me condujo al borde del suicidio, o “Las briznas”, donde la creación artística no palía el sufrimiento del pintor en torno a cuya vida gira el poemario. Y léanse “Poemas a quemarropa” o “Enseñando a nadar a la mujer casada”, que ahondan en la culpa colectiva de todos los pueblos y en la del poder establecido —tanto el temporal como el espiritual, o ambos a la vez— como herramienta de destrucción masiva para aniquilar a los individuos o aplastar su libertad y su libre albedrío.

Luego hay una segunda línea de trabajo, en colaboración con artistas de distintas disciplinas, que hablaría de una trayectoria de investigación creativa respecto a otros lenguajes que van más allá de la palabra. Y una tercera aún, de puro disfrute, como la ensayística —“Utile dulci (Poética e intermedialidad)”, la teatral o escénica, y la narrativa, aunque en estas dos últimas mi trayectoria es más bien la de un elefante que entra en una cacharrería.

 ¿Cuál fue el último libro que leíste?, ¿por qué lo elegiste?

Salvo que una novela me enganche de tal modo que me obsesione terminarla, alterno lecturas. Por ejemplo, ahora estoy con “El coloso de Marusi”, de Henry Miller, que me regaló una amiga, y con las ediciones bilingües de “Los Lieder de Richard Strauss” y de “Los sonetos de la cárcel de Moabit” de Albrecht Haushofer, por aquello de que no se me olvide el poco alemán que sé. Aunque no sea una novela, el último que he leído es “El nadador de Paestum”, del arqueológo Tonio Hölscher, que le pedí prestado a Ricardo García una tarde que le visité en su estudio, por mi afición por el arte en general, y por el arte clásico en particular, y de poesía “Los lugares comunes”, de Virgilio Cara, porque además de ser un queridísimo amigo es un poeta espléndido.


Y ahora qué ¿un nuevo proyecto?

El que más ilusión me hace está ya casi en las librerías, “La   esteva”. Si todo va bien lo presentaremos a principios de     noviembre. Se trata de una antología muy personal, puesto       que no solo es una deconstrucción de mi propia obra, sino    un fin de ciclo en mi obra , que cuenta con una espléndida introducción de Antonio Chicharro Chamorro.

A medio plazo estoy comprimiendo una novela, que he         estado construyendo a mi amor, sin la menor prisa, de         manera inconstante y perezosa durante treinta años. Y con         la misma prisa que el proyecto anterior, esto es, ninguna o   a largo plazo, ya le he encontrado el aire y la cadencia que      quiero para unas futuras “Odas íntimas”, el que creo que    será mi primer trabajo poético, ignoro si primero y único, de     un ciclo vital nuevo que ponga fin a ciertas incertidumbres   personales. Si la identidad  fuera una ecuación, siento que    ha llegado el momento de despejar incógnitas y tomar     decisiones: entre ellas la de, a pesar de todos mis pesares,    ser tan feliz como sea posible mientras todavía pueda.

                

 

viernes, 20 de septiembre de 2024

Entrevista a Enric V. Alepuz Llopis, autor de "Señor maestro"




Háblanos un poco de ti.

Ahora mismo soy un profesor jubilado que ejerce la literatura y la música, mis dos grandes pasiones, lo cual me sirve de esparcimiento y me mantiene ocupado, pues no sabes un pensionista la cantidad de horas libres que tiene a lo largo del día. Digamos que el verbo aburrirse no existe en mi vocabulario. A esto añado que empecé a escribir siendo docente al observar la carencia de lectura que tienen los jóvenes actualmente. Eso en mi tiempo no pasaba, aún no había tantas pantallas como ahora y la lectura era otra forma de entretenimiento. En ese sentido, mis primeros textos iban dirigidos a mis alumnos. Cuentos, leyendas, relatos breves que nunca han sido publicados.

¿Qué podemos encontrar entre las páginas de Señor maestro?

Una historia de cariño: la amistad entre un chiquillo que empieza a despertar a la vida y su maestro, un joven profesor depurado por el régimen, en la época más dura de nuestra historia reciente, la posguerra. Un relato tan idílico como lacerante según qué capítulos, al que le añado un pellizquito de intriga que irá en aumento según se vaya acercando el final.

¿En qué ingredientes reside la fuerza de este libro?

Mejor en plural, ingredientes, porque voy a hablarte de tres principales. El primero, la época: los años cuarenta, los años del hambre, como los conocen nuestros mayores, los del estraperlo, los del comer lo que se pueda, cuando se pueda y como se pueda; también los de la represión y el miedo. Este período ya es de por sí motivador y fascinante. El segundo, el lugar donde se sitúa gran parte de la acción: en un cortijo del altiplano del interior de Granada, junto al río Gor, digamos que dentro del cuadrilátero Guadix-Baza-Gorafe-Gor, un área que los accitanos conocéis muy bien. Y el que nos falta, el tercero: en el tren llamado el Catalán por unos o el Granaíno por otros, donde uno de los protagonistas viaja en una odisea de más de veinte horas de periplo, el tren de los emigrantes andaluces -maletas de cartón prensado, compartimentos para ocho personas, gente de pie en el pasillo- que buscaban en Barcelona mejorar su vida.

¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta la última?

Esta última es la novena. Mi trayectoria ha sido, creo, como la de cualquier otro escritor que escribe por placer y no por dinero. Empiezas titubeante, inseguro, con miedo a cómo la recibirá el público, y terminas escribiendo con más convicción, con más dominio del lenguaje y técnica narrativa, pero sin perder aún ese miedo. Y entre la primera y la última, dos novelas finalistas de sendos premios literarios: “La cuna Nº 13” y esta, “Señor maestro”, que hacen sentirme orgulloso. 

¿Cuál fue el último libro que leíste?, ¿por qué lo elegiste?

  “Línea de fuego”, todavía estoy en ello, de Arturo Pérez-Reverte. Me gusta cómo escribe. Su relato fresco y atrevido, cómo domina los tiempos, la riqueza de su vocabulario. Y encima aprendo del maestro.

Y ahora qué ¿algún nuevo proyecto?

No. De momento nada. Bueno, tengo alguna idea en la cabeza para desarrollarla más adelante, cuando pase toda esa tolvanera que supone la promoción de una novela: publicidad en las redes, presentaciones, ferias de libros, en fin…

Entrevista a Manuel Moyano, autor de "La versión de Judas"



 

Háblanos un poco de ti.

Me da cierto pudor responder a esta pregunta, quizá porque no creo que tenga nada especial que contar. Soy un tipo que lleva una vida normal, como la mayoría de las vidas, pero que siente que la literatura (leerla y escribirla) es algo que le proporciona cierto anclaje en una vida que básicamente consiste en navegar a la deriva, sin objeto ni sentido.


¿Qué podemos encontrar entre las páginas de "La versión de Judas?

Diez relatos que orillan lo asombroso o se adentran directamente en lo fantástico, y cuyos protagonistas son marionetas sometidas a fuerzas que les superan por completo. Hay muchas huellas en estos textos, pero quizá la de Kafka sea la que sobrenade en todos ellos.


¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?

Es algo que deben decir los demás, pero uno de sus primeros lectores ha empleado la palabra “fascinación”. Si he conseguido eso en el receptor, ya me doy más que por satisfecho, porque eso mismo es lo que yo busco como lector.


·  ¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta esta última?

Mi primer libro fue El amigo de Kafka, que apareció en 2001 y obtuvo el premio Tigre Juan a la mejor opera prima del año. Era de relatos. La versión de Judas es también de relatos y hace el número 23. Haber llegado a publicar 23 libros ya es más de lo que nunca hubiera imaginado en 2001. He podido ir materializando varias ideas literarias que tenía en la cabeza (por ejemplo, contribuir a dignificar lo fantástico en nuestro país) y algunas propuestas han tenido cierto alcance, como El imperio de Yegorov, novela que mezcla varios géneros y fue finalista del premio Herralde, o La frontera interior, premio Eurostars de narrativa de viajes, donde me propuse narrar un viaje por la península de modo distinto a como se venía haciendo. 


¿Cuál fue el último libro que leíste?, ¿por qué lo elegiste?

La biografía de James Joyce escrita por Richard Ellmann. Lo cogí de la biblioteca de mi padre, ya fallecido, y hacía tiempo que le tenía ganas. Me gusta leer sobre escritores, y esa biografía, personalmente, me resulta más apasionante que la propia obra de Joyce.


Y ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?

Lo más inmediato, un libro de viajes por el territorio de Santiago de la Espada, en la línea de otros que he escrito antes como El lobo de Periago, Cuadernos de tierra o el citado La frontera interior. Es algo con lo que disfruto, y es importante disfrutar al abordar el proceso de escritura. 


Entrevista a Rosa Ortega Sánchez, autora de "Lejos del aguacero"


 


Háblanos un poco de ti.

Hablar de sí mismo es complejo, nadie se ve como realmente es.

En general me considero extrovertida, curiosa y bastante cabezota.

Me gusta el mar cuando no está masificado, viajar, descubrir nuevos paisajes y saborear sus comidas y la idiosincrasia de su gente. Leer, escribir, bucear mis propias contradicciones y compartir conversaciones y silencios con la gente que quiero. La aventura que supone el barranquismo y la montaña con retos que me han hechos superarme a mí misma. Las películas que me hacen pensar…

No soporto a quienes creen que su fe o su ideología es válida para todos los demás, o a quienes presumen de no haber leído un libro.

En el campo literario, he publicado poemas en la revista Wadi-as y Zoque, he participado en las antologías Por un puñado de versos; Azul de la editorial Artificios y con el colectivo Sustari Antología Poética. También he publicado relatos breves en Los ojos del orfebre y La paloma y Amor con humor se paga de la editorial Artificios.

Publiqué los poemarios Te puedo contar, Palabras impares, Una mujer cabalga versos y el último recién salido, Lejos del aguacero con la editorial Sonámbulos Ediciones.


¿Qué podemos encontrar entre las páginas de Lejos del aguacero?

El libro se divide en cuatro partes que a grandes rasgos se corresponderían con: el yo, la pareja, los otros y el mundo. En él se refleja mi forma poética de sentir desde el amor a la soledad, el dolor por la gente querida, el recuerdo de la infancia, la admiración por Miguel Hernández, Almudena Grandes o Mariana Pineda, la decepción y la sombra de la guerra que nos oscurece el presente y el futuro…

Es un diario íntimo que, con cierto pudor, ofrezco a un lector desconocido esperando que se pueda ver reflejado en él y así, convertir el soliloquio de un poema, en un dialogo mágico.


¿En qué ingredientes reside la fuerza de este libro? 

Yo no creo que la poesía sea un ente ajeno y extraño, con un lenguaje enrevesado accesible solo para iniciados. Siempre he intentado que mi poesía fuese fácil de entender, que cualquier lector que se acerque a ella no necesite la traducción para descubrir a través de un poema su propia emoción. Pienso que a un poema hay que abordarlo con paciencia, sin esperar nada y dejarse acariciar por su ritmo.

En mi libro no busco el perfil amable de las cosas, pero tampoco me regodeo en su desazón, observo, siento, y lo plasmo en versos, con humildad y entusiasmo.


¿Cómo describes tu trayectoria?

La primera vez que escribí un poema siendo niña sobre mi pueblo en el Costa Brava, mis padres lo leyeron y se sintieron orgullosos. Esto fue decisivo. Si en ese momento lo hubieran menospreciado o ignorado, aquel gesto hubiera condicionado mi futuro.

Luego en el colegio, mis amigos, mi profesora de Literatura, todos, en distinta medida contribuyeron a seguir fortaleciendo los garabatos de mi escritura.

A veces releo poemas escritos hace tiempo y pienso que debería haberlos roto, pero en su momento representaron el eslabón necesario para ir avanzando y creciendo. Talleres de escritura, mucha lectura y colaboraciones en revistas y antologías han ido fraguando el resto.

Mis dos primeros libros fueron autoediciones. El hecho de que una editorial apoyara mi proyecto Una mujer cabalga versos, me llenó de ilusión. De nuevo confían en mí con Lejos del aguacero y me vuelve a llenar de entusiasmo la transformación mágica de unos folios escritos a mano en un libro que se expone en librerías.


El último libro que leíste ¿Por qué?

Suelo leer varios libros a la vez de distinta temática y si a las treinta o cuarenta paginas no me gusta, paso a otro; hay miles de libros interesantes por descubrir y la vida es muy breve.

El estar en varios clubs de lectura me permite descubrir autores y formatos que probablemente nunca leería. En uno de ellos la última propuesta fue el libro Ética para Celia de Ana de Miguel. Me fascinó. Es un libro necesario que explica de forma sencilla y amena la filosofía y el papel que la mujer ha tenido en el mundo.  En otro se propuso un libro de comic El abismo del olvido de Paco Roca sobre la guerra civil española, muy interesante.

Y en poesía, de los últimos libros que he leído es Las Escritas de Olaya Castro, una de mis poetas favoritas.


¿... Y ahora qué? ¿Un nuevo proyecto?

Mi último poemario se publicó a mitad de septiembre, y como si de un parto se tratara, ahora toca recuperarse y ver crecer ese ¨hijo¨ sin saber cómo será su futuro. Amarlo con sus imperfecciones y sus aciertos, y presentarlo en sociedad, respondiendo los para qué, por qué, cómo, cuándo, que formulan los lectores y que la mayoría de las veces ni yo misma sé… Mientras, sigo con mis preguntas, mis dudas, llenando los espacios en blanco de palabras y poemas para hacer más habitable la vida. 

El pueblo, por Isabel María López

 


Nicolás caminaba por el sendero que le conducía al río, bajo una lluvia abundante y persistente que le impedía ver con claridad. De un manotazo se apartó el pelo de los ojos y se dijo «Ya queda poco para llegar. Ha merecido la pena esperar a este lluvioso miércoles». Fue en ese momento, cuando la tierra cedió bajo los pies de Nico, que hizo malabares con sus brazos, dando saltos en su carrera de descenso por el desmoronado terraplén, hasta que una rama golpeó su tórax, deteniéndolo. Quedó apoyado sobre ella, como quien se detiene a observar a un pájaro cantar o a una flor crecer.

Arsenio, malhumorado por tener que desatender sus obligaciones en la granja, para solucionar un absurdo tema burocrático en un día tan borrascoso, acercaba cada vez más su cara al cristal. La estrecha carretera se volvía más peligrosa en cada una de sus curvas. Sin soltar el volante, atónito, gritó:

¡Es una persona!

Tras socorrerlo, lo llevó a su casa a la espera de Antonio, el médico. Mientras aguardaban a que el chico despertara, Arsenio le comentó al doctor que aún buscaba a un trabajador para la granja, que estaba siendo bastante complicado, que la mayoría se marchaban a la ciudad en busca de un futuro más próspero. A los pocos minutos, Nico despertó desorientado. Ante las preguntas aseguró no recordar nada. No sabía quién era y no llevaba identificación alguna. Arsenio le ofreció con hospitalidad su hogar hasta que se recuperara. Pasada una semana y ante un pronóstico tan incierto con la amnesia, le ofreció trabajo. Nicolás aceptó. Poco a poco, Miguel, como lo rebautizó Arsenio, fue adaptándose a su nueva vida. Sin darse apenas cuenta, tenía un trabajo en la granja y había comenzado, entre otros, el proyecto de un huerto comunitario en la capital con bastante aceptación. Además, se encontraba emocionado por el inicio del nuevo curso que impartiría para dar una oportunidad a los jóvenes de descubrir un estilo de vida y una futura profesión, tan necesarias y enriquecedoras, como las que aún persisten en los pueblos. Tal y como lo había vivido él.

En las fiestas del pueblo, Nicolás decidió dar un discurso de agradecimiento. Hacía ocho meses que había comenzado terapia y sintió que era el momento de contar su verdad. Se envalentonó y subió al pequeño escenario situado en un extremo de la plaza, donde vio a Roberto, su psicoterapeuta.

Hola, os quiero agradecer a todos la acogida que me habéis dado desde que aparecí. En especial a Arsenio. Al que después de más de un año de convivencia, considero un padre. Por eso hoy, os quiero contar mi historia.

La expectación del público se hizo notar y salvo alguno que miró a sus convecinos, el resto, no le quitaba ojo. Tampoco su novia, quién le sonrió mostrándole su apoyo, al igual que Arsenio, que ya conocían su historia. Nico, continuó:

Me llamo Nicolás y nací hace veintiún años en Zaragoza, hijo de padres migrantes de Rumanía. En la escuela, no conseguí quitarme el lastre de ser hijo de “rumanos de mierda”. Años más tarde, tampoco desapareció el desprecio de los demás al enterarse de que lo era. Como si eso rebajara no sólo mi clase social, sino también mi humanidad. A los doce años, mis padres fallecieron en un accidente de tráfico. Me vi abocado a una vida en un centro de protección de menores en Madrid. No fue una etapa fácil. Aún me duele recordarla. A los dieciocho años, malvivía de recoger cartones y no estaba integrado en la sociedad. No tenía amigos, ni dinero para divertirme. Me hundía en un mar de chapapote del que no conseguía salir. Hace un año y medio, decidí suicidarme y camuflarlo de accidente. Iría al río, en un día lluvioso y me dejaría caer en el. Fluyendo hacia la muerte. Recibiendo todos los golpes que la corriente me quisiera asestar. No era nadie para la Administración y no quería que ningún familiar rumano conociera de mi existencia a través de mi fallecimiento. Así es que decidí deshacerme de mi documentación y de mi triste móvil. La vida, o tal vez la muerte, quiso darme otra oportunidad y frenar mi adelantada marcha, cruzando en mi camino a Arsenio.

Una lágrima comenzó a caer por su mejilla, la cual limpió discretamente y una vez tragado el nudo que apretaba su garganta, continuó con su mensaje:

Mi agradecimiento será eterno Arsenio, porque me has enseñado valores, disciplina y perseverancia a través del trabajo y las metas. Y sobre todo, te agradezco que me acogieras. Había olvidado lo que era un hogar. Os pido disculpas, si alguien se siente engañado. Pero aquella tarde, antes de abrir los ojos, aturdido, vi una oportunidad y la aproveché. Decidí enterrar a Nicolás para que floreciera Miguel. La rutina, junto al buen hacer de Arsenio y del resto de vecinos, me llenaron de ilusión. Me has enseñado un oficio y mostrado otros tantos. Me habéis alentado a proponer mis propios proyectos y a participar en los vuestros. ¿Qué los pueblos están muertos? ¡Ja! Aquí es donde más vida hay. Donde el vacío materialista se llena. No es para todo el mundo. O sí. Pasar una temporada aquí, te ayuda a descubrir partes de ti que no conocías. Quién me iba a decir que el remoto pueblo cercano a un río que escogí al azar, me devolvería a la vida. Y me halagaría conociendo a gente tan maravillosa, fuerte y comprometida. Habéis sido sostén y sustento. Mil gracias. ¡Que vivan los pueblos!

No no nos moverán, por Lourdes Aso Torralba.

 


No quiero irme. Aquí está mi casa. Mírala. Se niega a que le cierre las contraventanas. Necesita luz. ¿Quién la aireará si me voy? Dicen que no puedo quedarme solo. ¡Qué sabrán ellos! Está Sultán. Y los gatos. También me quedan las ovejas que todavía no hemos cerrado trato. Y Manuel, que ese es aún más terco que yo. A veces, cuando nos cruzamos camino del huerto, nos acordamos de cuando venían los nietos en bicicleta. Por entonces veían en la televisión (todavía en blanco y negro, que aquí no llegaron los colores hasta más adelante) esa serie que tanto les gustaba. Le digo: “Manuel, del barco de Chanquete, no nos moverán” Y me dice: “No, no nos moverán Juan, no podemos dejar que nos muevan” Marchamos a nuestras cosas. Estamos bien. Mejor que en la capital. Ni comparar. Aquí respiramos aire bien fresco. Nos damos nuestros paseos. Hacemos el poco huerto que precisamos. Yo, al menos, me entretengo. ¿Qué voy a hacer en la ciudad? Los hijos marchan a trabajar. Que eso no es vida. Ya le digo. Siempre corriendo. Con lo bien que podías estar tú aquí. Pues eso, que no me apetece morirme de aburrimiento. Que aquí tengo mis cosas. Soy feliz. Ya sé que si me pasa algo, tardaré una eternidad en ser atendido. Vuelven mil veces a lo mismo. Pues ya vendrá el médico, que para eso está, para cuando le necesite. Y si llega tarde, me enterrarán con Basilia, que lleva ya tiempo esperándome. Porque si marcho, la dejo también a ella. Que día sí y día también, cuando paso por la puerta del cementerio, la entro a saludar. Tontadas de viejo pero mi Basi, esa está de

acuerdo conmigo. “No marches” dice. Me conoce. Sabe que me moriré de pena en cuatro días. Da pena el pueblo tan vacío. La de gente que se ha ido. Y la que se ha muerto. Ni en verano vuelven a darse una vuelta. Que las casas están viejas y para quince días sin lavadora... Como si no pudieran bajar al lavadero, como hacían las mozas. Que de allí salieron no pocos matrimonios. Era el camino de festejar. Que si te llevo el cesto que pesa. Que si que guapa estás hoy. Así conocí a Basi. Y al salir de misa. Que los domingos era el día de ponerse guapo, recién mudado. Suena la campana de la iglesia pero ya no llama a misa. El cura sube de vez en cuando. Pregunta si celebra. Como no tenemos interés, acepta un vaso de vino y habla un poco con nosotros. De la vida. Del tiempo. De Dios no, que sabe que sino plegamos los trastos y marchamos al huerto con excusa de regar. A veces, con Manuel le decimos que hay más bichos que personas y sonríe. También él cree que estamos bien. Que los perros nunca fallan. Son fieles. Nos hacen bien. En alguna parte escuché, quizá al nieto, que a veces los usan para el tratamiento de las depresiones. Que acariciar el pelo relaja. No sé. A mí Sultán me entiende. Más que mi hijo. Si sabrá él lo que necesito. Si se habrá parado a escuchar lo que quiero yo. Le parece que con tenerme cerca ya cumple. Pero no. Se equivoca. El día menos pensado es él quien se vuelve. Que vivir con prisas no merece. Que le voy a decir. Tiene que comerse el mundo. Y cuando lo haga, entonces que verá de otro modo. Le bastará con nada. Entenderá que se puede vivir como yo. En un pueblo. Lejos del ruido. Sin problemas. Viendo a las abejas libar las flores. Recogiendo la miel. Escuchando a los pájaros. Cosas sencillas que en la ciudad son imposibles de saborear. Y pensar que en otros tiempos hubo hasta

ocho telares y un molino. Todos allá quietos. Sin funcionar. Mal empleados. Al Quijote le habría gustado el pueblo. El de antes. Ahora le asustaría no ver gente. Ni que tuviéramos la peste. Aunque con Manuel solemos decir que no somos tan raros. Que hay otros muchos como nosotros. Que nos somos los últimos pueblerinos del planeta. Y en el fondo, manteniéndonos aquí, pensamos que si alguno de esos jóvenes viene de visita, le gusta esto y empieza a rehabilitar. Porque donde uno empieza, otro sigue. Después llegan los críos, la escuela, el médico, el cura y todo lo demás. Que no, que yo no quiero irme. Que aquí nací y aquí me he de quedar.