lunes, 23 de septiembre de 2024

Entrevista a Juan Carlos Friebe, autor de "Mariana Pineda a muerte".




Háblanos un poco de ti.

Pronto cumpliré cincuenta y siete años, pero todavía sigo intentando descifrarme. Aunque el aforismo griego “conócete a ti mismo” nos prevenía contra la hibris, contra la arrogancia, y nos invitaba a ser conscientes de nuestros límites antes que a comprendernos, yo sigo explorando, consciente de mis límites, mis posibilidades.

Vine al mundo en el Virgen de las Nieves, donde me llevaron a nacer desde El Fargue porque yo no me decidía a ello y me había salido de todas las cuentas.  Allí trabajaba mi abuelo, como tornero en la Fábrica de Pólvoras y Explosivos; allí habían trasladado a mi padre, desde Alemania; y allí, en la Barriada del Carmen, que se inauguró en 1950 para dar cobijo a los trabajadores de la fábrica, vivió mi familia hasta que la AEG envió a mi padre a su nuevo destino, en Nepal. Entonces nos trasladamos a una quinta planta, sin ascensor, junto a la Monumental y, finalmente, a un piso en el Camino de Ronda.

Aunque apenas tengo recuerdos de mis primeros años en El Fargue, donde contábamos con un pequeño, precioso huerto, la mayoría están ligados a mi hermano mayor, que era un apasionado coleccionista de bichos como “Gerry”, el menor de los Durrell. El cambio de un ambiente casi rural, e idílico, a la ciudad, y de una alquería de apenas trescientos habitantes -con tres o cuatro criaturas de mi edad-, a un colegio con tres aulas y cincuenta o sesenta críos, y eso sólo en parvulario, en una capital de provincia de doscientos mil habitantes, fue el primer gran “shock” de mi vida.

A partir de ahí todo fue una sucesión de catástrofes que sería prolijo desgranar y me condujeron, irremediablemente, a la poesía (risas). En 1982, con doce años, me publicaron mi primer poema en la revista del colegio, contra mi voluntad: mi hermano me lo birló y se lo entregó a su profesor de literatura, de 2º de BUP. Salvo la opinión de don Cristóbal, y de mi hermano, que fueron evidentemente favorables, las primeras críticas que recibí fueron tan destructivas que me empeñé en leer toda la poesía que caía en mis manos, más la que yo buscaba, para remendarme y enmendar la plana: una mañana me levantaba barroca o bebía los vientos románticos, a mediodía era neoclásica o surrealista según corriera el aire, y me acostaba leyendo poesía japonesa o tragedias griegas.

El resultado de esa búsqueda íntima y consciente de lo que pueda haber de esencial en mí, y cómo explotarlo mejor para tener una vida más plena, y la intuición razonada de que la creación y la Historia del arte, en todas sus disciplinas, son multiplicandos de nuestra experiencia  humana, me parece la parte más presentable de una persona especializada en fracasar en cualquier otro frente de su vida. Incluso cuando acierto termino pensando que de alguna manera me habré equivocado.


¿Qué podemos encontrar entre las páginas de Mariana Pineda a muerte?

Distinguiría entre el objeto artístico en sí, pues el libro incluye un correlato visual de Ricardo García, del texto aislado, considerado como creación poética independiente. Éste fue escrito antes de la intervención del artista plástico, así que es autónomo, mientras la narrativa plástica fue creada ex profeso, inspirándose en la lectura del texto, de modo que podría entenderse como accesoria de este. Sin embargo, al contar con Ricardo García, cuya trayectoria y obra creo conocer bien, no buscaba a un ilustrador al uso, que aportara un complemento visual o una correspondencia entre las imágenes de los versos y las imágenes plásticas.

Dado que quise que el lenguaje poético utilizado fuera razonablemente “clásico” en el contexto de la primera mitad del siglo XIX, por mi querencia al decoro -entendido este como principio de la retórica: la coordinación a través de la palabra y la forma de lógica, credibilidad y emoción—, lo que se correspondía cabalmente -desde mi perspectiva- con una época histórica “conservadora”, entendí que precisaba un elemento adicional que expresara, también, la “modernidad” de quienes se oponían a la tiranía y, en especial, el valor de Mariana Pineda, una mujer -conviene no olvidar que su propio abogado utilizó hábilmente, durante el juicio, el argumento de que en razón de su sexo no podía tener ideas políticas y, por tanto, tampoco ser parte implicada en ningún complot contra el orden establecido- que afrontó la muerte, con tan sólo veintiséis años de manera realmente heroica y, por desgracia, trágica.

Ricardo García estuvo, como siempre, finísimo, y enhebró            el hilo de su plástica a las agujas del texto y, a la manera de un objeto casi textil, de su trabajo surgieron diecisiete metros de obra pictórica que fueron fotografiados metódicamente, y reproducidos a escala en el volumen, gracias al excepcional trabajo de la editorial, Sonámbulos.

En cuanto al texto, sus lectores encontrarán una breve introducción que nos sitúa en la época; las maquinaciones de Pedrosa antes de prender a Mariana; el juicio, en el que me tomé todas las libertades narrativas para retratar la lucha de una Granada ilustrada contra una España absolutista; las últimas horas de la heroína, y el azaroso destino de sus restos mortales hasta que encontraron finalmente descanso décadas después de su ejecución. Ana Morilla Palacios, doctora en Teoría de la Literatura y del Arte y Literatura Comparada, cierra “Mariana Pineda a muerte” con un acertado y necesario epílogo que amplía el contenido.


¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?

Creo que la historia de Mariana Pineda tiene tanta fuerza que no necesitaba más ingrediente que la pasión. De hecho, cosa rara en mí, tardé muy pocos meses en llegar a la primera versión definitiva, que escribí casi de oído, con base en el romance. A partir de aquella base fui ajustándolo, y tomando ciertas decisiones discutibles, pero razonadas, sobre algunos versos.


¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta la última?

Sin contar con “Anecdotario”, que sólo era una catastrófica recopilación de composiciones escritas en mi adolescencia y primera juventud armada con un lejano sentido de organicidad —en una loable e infructuosa intención de crear una estructura narrativa— podría describir mi trayectoria, en el mejor de los casos, como una continua exploración de las posibilidades expresivas de una poesía concentrada en la Historia, en la condición humana, y en las formas del lenguaje.

En el peor, una bien organizada sucesión de naufragios, y no me refiero solo a los míos, como persona, sino a nuestro fracaso como especie que dilapida su existencia y el mundo que le ha sido concedido. Con relación a ello, léanse “Poemas perplejos”, donde se esconde el colapso de mi propia identidad, que me condujo al borde del suicidio, o “Las briznas”, donde la creación artística no palía el sufrimiento del pintor en torno a cuya vida gira el poemario. Y léanse “Poemas a quemarropa” o “Enseñando a nadar a la mujer casada”, que ahondan en la culpa colectiva de todos los pueblos y en la del poder establecido —tanto el temporal como el espiritual, o ambos a la vez— como herramienta de destrucción masiva para aniquilar a los individuos o aplastar su libertad y su libre albedrío.

Luego hay una segunda línea de trabajo, en colaboración con artistas de distintas disciplinas, que hablaría de una trayectoria de investigación creativa respecto a otros lenguajes que van más allá de la palabra. Y una tercera aún, de puro disfrute, como la ensayística —“Utile dulci (Poética e intermedialidad)”, la teatral o escénica, y la narrativa, aunque en estas dos últimas mi trayectoria es más bien la de un elefante que entra en una cacharrería.

 ¿Cuál fue el último libro que leíste?, ¿por qué lo elegiste?

Salvo que una novela me enganche de tal modo que me obsesione terminarla, alterno lecturas. Por ejemplo, ahora estoy con “El coloso de Marusi”, de Henry Miller, que me regaló una amiga, y con las ediciones bilingües de “Los Lieder de Richard Strauss” y de “Los sonetos de la cárcel de Moabit” de Albrecht Haushofer, por aquello de que no se me olvide el poco alemán que sé. Aunque no sea una novela, el último que he leído es “El nadador de Paestum”, del arqueológo Tonio Hölscher, que le pedí prestado a Ricardo García una tarde que le visité en su estudio, por mi afición por el arte en general, y por el arte clásico en particular, y de poesía “Los lugares comunes”, de Virgilio Cara, porque además de ser un queridísimo amigo es un poeta espléndido.


Y ahora qué ¿un nuevo proyecto?

El que más ilusión me hace está ya casi en las librerías, “La   esteva”. Si todo va bien lo presentaremos a principios de     noviembre. Se trata de una antología muy personal, puesto       que no solo es una deconstrucción de mi propia obra, sino    un fin de ciclo en mi obra , que cuenta con una espléndida introducción de Antonio Chicharro Chamorro.

A medio plazo estoy comprimiendo una novela, que he         estado construyendo a mi amor, sin la menor prisa, de         manera inconstante y perezosa durante treinta años. Y con         la misma prisa que el proyecto anterior, esto es, ninguna o   a largo plazo, ya le he encontrado el aire y la cadencia que      quiero para unas futuras “Odas íntimas”, el que creo que    será mi primer trabajo poético, ignoro si primero y único, de     un ciclo vital nuevo que ponga fin a ciertas incertidumbres   personales. Si la identidad  fuera una ecuación, siento que    ha llegado el momento de despejar incógnitas y tomar     decisiones: entre ellas la de, a pesar de todos mis pesares,    ser tan feliz como sea posible mientras todavía pueda.

                

 

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