lunes, 23 de septiembre de 2024

La ciudad de los vivos de Nicola Lagiogia, por José Luis Raya Pérez.


 


Cuando un género literario se pone de moda comienzo a detestarlo. Seguramente sea por llevar la contraria. Me ocurría cuando llegabas a una librería y comprobabas que el ochenta por ciento de lo que exponían era novela histórica. ¡Cuánta desazón! Llegaba a pensar que prefería leer un ensayo estrictamente histórico -y más o menos objetivo- que iniciar una lectura repleta de parches, anacronismos y desaciertos. Más adelante, como buen samaritano, me dejé llevar por las elucubraciones de sus autores; pero leídas tres, leídas treinta y tres.

Idénticas suspicacias estoy padeciendo con el género negro o novela policíaca. Lo mismo que las series o películas -salvo excepciones- que están cortadas por la misma tijera; esto es, cadáver que aparece abandonado en un parque, río, costa o zona alejada –cambia un poco el escenario- y transeúnte o caminante que casualmente pasaba por allí, y ese indicio típico que se halla en el lugar del crimen del que se empieza a tirar del hilo. ¡Ah! El cuerpo se encuentra en un deplorable estado de descomposición, devorado por los gusanos, los peces o las ratas; lo cual supone que el forense ha de realizar mil cabriolas para conseguir una autopsia imposible. En muchas de ellas, dicho indicio se halla en el interior del cuerpo: dentro de una muela, el estómago o cualquier víscera. Es plausible el derroche de talento de guionistas o narradores para crear algo novedoso. Sin embargo, no hay nada nuevo bajo el sol.

Ya está –casi- agotada la idea de que el asesino es quien menos lo esperas, manida noción por los narradores americanos, Hitchcock, Agatha Christie,  narradores suecos o el celebérrimo Joël Dicker y sus inesperados giros. A menudo los giros son necesarios, pero, a veces, más vale estarse quietecito porque algunos son verdaderamente inverosímiles. No hay que olvidar a los precursores Hammet, Chandler o Le Carré.

Cuando perdí la capacidad de sorprenderme fue porque pensaba que yo podría haberlo ideado mejor. Parece una osadía por mi parte; no obstante, como afirmaba el crítico E. Bentley, la capacidad de sorprenderse uno mismo dependerá de su propia falta de elocuencia. Algo me ocurre con el género de terror o novela gótica, donde disfruto mucho más con el desarrollo propiamente y la ambientación que con los sustos o las presuntas sorpresas.

Truman Capote se desvió un poco del devenir (no va con segundas) cuando publicó “A sangre fría”. La sorpresa y el horror radicaban en la realidad y no en las patrañas que te puedas imaginar. La leí hace muchos años y es el precedente de la narración tipo “a fuego lento”. Es la culminación de la novela de investigación y testimonial. En esta órbita se halla LA CIUDAD DE LOS VIVOS de Nicola Lagioia. Y, podría agregar, si me lo permitís, mi próxima novela biográfica sobre la tormentosa vida de Sandra Almodóvar…Que me está dando muchos quebraderos de cabeza, especialmente con la productora del afamado director manchego, que llegó  a lanzarme algunas solapadas y directas amenazas. No puedo entender que algunos-as vayan de solidarios, enarbolando la bandera de la izquierda y los derechos humanos, y al mismo tiempo sean tan selectivos a la hora de aplicar sus tesis. El cinismo es algo que me repele.

La ciudad de los vivos es igualmente una novela testimonial verdaderamente adictiva, en tanto en cuanto avanza como las novelas de suspense tradicionales, de la misma guisa que “A sangre fría”. El horror se hace mucho más palpable cuando sabes pormenorizadamente que aquella atrocidad ocurrió realmente. El título hace referencia a Roma, la capital de Italia, la cual se “inmiscuye” en el entramado narrativo llegando a convertirse en un personaje colectivo. Roma aparece como una ciudad sucia, peligrosa y caótica; sin embargo, es imposible escapar de su influjo o de su embrujo.

En esta historia no hay que descubrir al asesino, sino que se presenta desde el minuto cero. Se narra el atroz, despiadado y sanguinario crimen de dos homosexuales sobre un tercero. Tras una desenfrenada semana de drogas y alcohol, dos jóvenes procedentes de conocidas y acomodadas familias burguesas, los Prato y los Foffo, deciden, como quien no quiere la cosa, divertirse y asesinar “a sangre fría” a un tercero. El análisis y el desarrollo de la novela de Lagioia son demoledores. Los personajes son tangibles y creíbles, sobre todo los padres de ambos asesinos que siguen creyendo en la inocencia de sus hijos. Nicola desmenuza la niñez e infancia de este “par de elementos” para intentar comprender la deriva y los porqués de semejante atrocidad. La víctima, Luca Varani, se presenta como un joven chapero, guapo y heterosexual, que fue víctima de dos depravados. La controversia resultó ser tremebunda en la sociedad biempensante de la Roma del 2016. El hecho de que fueran dos chicos abiertamente homosexuales y uno de ellos adicto al travestismo los hacía mucho más culpables.

Es una novela totalmente recomendable. En ella interactúa el propio autor/narrador con los personajes, ya que hay pasajes con interesantísimas entrevistas reproducidas. Normalmente, no suelen atraerme las historias donde narrador y personajes se funden –narrador homodiegético-, ya que le resta, paradójicamente, credibilidad a la ficción. Algo así me ocurrió con la soporífera y sobrevalorada Trigo limpio de JM Gil: lo siento. 

                Hay un espléndido elenco de autores y críticos que ensalzan esta obra, entre ellos el gran Muñoz Molina. Ya está todo dicho.

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