sábado, 30 de enero de 2021

EL REPORTAJE DE SU VIDA, por Tomás Sánchez Rubio.

 


Tomás Sánchez Rubio

 

            Ya de pequeño, Agustín jugaba a ser presentador de noticias. Llenaba la mesa camilla de papeles abandonados a un estudiado desorden y se ponía a hablar de manera solemne, como si, en vez de a su tortuga Eloise mirándolo con la cabeza levantada y ojos ausentes, tuviera delante una cámara de TV que lo conectara con un público entregado e imaginario. Apoyaba a su derecha un micrófono fabricado con tres alambres gruesos envueltos en papel con cinta aislante negra, que se abrían como patas de insecto para ganar estabilidad; el mismo artilugio con el que, durante el recreo, corría detrás de los compañeros que acababan de meter un gol o iba al encuentro de quienes se habían enzarzado en alguna disputa. En estos casos, se solía dirigir al que hubiese resultado peor parado a fin de que denunciara la violencia de la que había sido objeto. Percibía cómo las personas no hablaban con naturalidad cuando se les preguntaba; algo así como cuando estaban en la consulta del médico e intentaban encontrar las palabras adecuadas.

            En una ocasión no lo dejaron ir a casa de un amigo, que había pillado la rubeola, para entrevistarlo con su fiebre y sus sarpullidos.

            Por supuesto, disponía del correspondiente diario de reportero: un voluminoso bloc de gusanillo con pasta dura y doble raya. Lo hubiera preferido cuadriculado, pero era el que su padre le había comprado cuando Agustín llevaba unos días en cama con anginas, y, aguzado el ingenio o bien la percepción de las cosas por la fiebre y el ayuno, se le estaban ocurriendo muchas historias que escribir.

            En casa solo se compraba el periódico los domingos, si bien quien más provecho le sacaba era él. Tras ver la programación de la tele, buscaba ávidamente las entrevistas y los sucesos; dejaba a los mayores las esquelas y a sus hermanos, la cartelera de cine.

            Tras el cuaderno “de las anginas” y los que habrían de venir después, lo siguiente fue, en Reyes, un magnetofón con su micrófono independiente y su cargamento de pilas. Aparte de servir para ponerle música de fondo a su vida de preadolescente, consideró que ya se le había reconocido cierta seriedad a sus aptitudes.

            Recién llegado al instituto, una profesora de lengua organizó la clase por equipos y le mandó a cada uno la tarea de entrevistar a alguien “más o menos conocido” del barrio. Agustín pensó enseguida en una mendiga que se sentaba, junto a un carrito lleno de misteriosos enseres, en la acera de la farmacia; no pedía nunca y jamás respondía a los insultos de maleducados y ociosos. Sus compañeros, a cambio de que él se encargara del “grueso” de la actividad —es decir, de hacerla íntegramente—, accedieron. Al principio ella lo miró con desconfianza; luego, no tuvo inconveniente en hablarle de su infancia de niña normal hasta que empezara a escuchar un día voces que le impedían concentrarse… A partir de ahí, todo cambió. Cuando le preguntó por un momento especialmente feliz en su vida, ella sonrió con tristeza evocando aquel verano en que su padre la enseñó a montar en bicicleta...

            Al acabar el bachillerato, habiendo dirigido la revista del centro por cuatro años, tenía, por supuesto, muy claro lo que quería: estudiar Periodismo.

            En la Universidad, unas asignaturas le gustaban más que otras. Con lo que realmente disfrutaba era con las prácticas. Al finalizar, tras trabajar en diversas periódicos locales y en una modesta emisora de radio, había decidido encauzar su carrera como freelance. En la actualidad no podía quejarse, la verdad, pero lo cierto es que quería algo más. No sabría decir si lo que pretendía era el reportaje de su vida que le diera fama, gloria y dinero, pero desde hacía tiempo pensaba en una entrevista “especial”, algo no conseguido hasta entonces… Esa entrevista podría considerarse, vista la edad a la que estaba llegando, como su gran oportunidad, o también como su último cartucho; según se mirase...

            Al final la conseguiría.

            Llevaba meses esperando ese momento. Sus esfuerzos y su perseverancia se habían visto recompensados. Intuía que algo valioso de sí mismo se había quedado en el camino; quizás una parte de su alma… Al fin y al cabo, en la vida todo tenía un precio. La verdad es que, llegado este momento, todo parecía haber resultado más sencillo de lo que en realidad había sido.

            Y es que ahí estaba un agradable viernes de abril, en un salón impresionante, digno de un museo del Barroco. No se sentía impaciente, pero se le apeteció asomarse a un gran ventanal. Era un día de sol radiante. Enfrente había un parque y se fijó en la escena que se desarrollaba allí: un muchacho estaba enseñando al que sería su hermano pequeño a montar en bicicleta. El joven agarraba el sillín por detrás y el niño hacía grandes esfuerzos por mantener el sentido recto del vehículo. Se veía al mayor cansado, pero también feliz. El más joven entre nervioso y asustado, sonreía con los dientes apretados. Agustín, no sabiendo muy bien por qué, se emocionó un poco.

            Volvió a sentarse en aquella especie de silla curul labrada, a esperar. La secretaria, cordial pero muy seria, pasó de nuevo para decirle que lo recibiría en breve. Respiró hondo y miró hacia lo alto, al elevadísimo techo. Tuvo entonces la sensación, más bien la visión, ante las delicadas molduras y retorcidos roleos que adornaban la parte superior de las paredes tapizadas, de que esa cubierta infinita pintada con escenas tanto bíblicas como mitológicas, de que toda esa suntuosidad encerraba en verdad las bóvedas de una fría caverna, la cámara de un volcán helado que se hallaba no solamente bajo tierra, sino en lo más hondo de la más profunda sima que pudiese imaginar una mente mortal...

            Y Agustín decidió marcharse. Quizá la mejor noticia, al menos para él, era que había acabado renunciando, sencillamente, al que hubiera sido el “reportaje de su vida”.

FUGA ESPACIO TEMPORAL, por Carmen Hernández Montalbán.



Sentado sobre la alfombra, Julian mira el televisor, en tanto que la niñera descabeza el sueño en el sofá. El chupete salta de su boca en una pirueta acrobática al escuchar su nombre. El rostro de un hombre de pelo blanco alborotado, rasgos suaves y mirada angelical aparece en primer plano.

Se escucha la voz del reportero:

“Julian Assange, de nacionalidad australiana y cuya página de internet WikiLeaks se ha usado para filtrar información de grandes escándalos políticos y financieros, es arrestado en la embajada de Ecuador…”

La transmisión se corta abruptamente y la imagen distorsionada de nieve aparece en el televisor marca Thomson. El llanto desconsolado del niño despierta a la niñera que se levanta desorientada, tropezando con los mueles cuando va a buscarlo.

- Vamos cariño… ¿Qué te ha pasado? No ha sido nada, sólo es ruido de este cacharro averiado –lo tranquiliza y apaga el interruptor.

Rubi Waterhaus era la niñera que más tiempo había cuidado a Julian, pues la familia Assange, debido a la profesión itinerante de los padres, había cambiado constantemente de domicilio. Ella pensaba que esa provisionalidad afectaba emocionalmente al pequeño, a quien más tarde o más temprano terminaría por pasarle factura.

Sumergió el chupete rescatado del suelo en un vaso de agua y lo devolvió a la boca de Julian.

- ¿Más tranquilo? – le preguntó, acunándolo en su regazo y acariciando la pelusa rubia de su cabecita ¿Qué es lo que tanto te ha asustado?.

El niño se quitó el chupete y mirando a Rubi con los ojos muy abiertos dijo:

- WikiLeaks.

- ¿Cómo has dicho? – volvió a preguntar acercando su oído a la boca del niño.

Esta vez Julian volvió a repetir la palabra vocalizando perfectamente: WikiLeaks.

- Ahh – respondió boquiabierta - ¿Es así como llamas ahora a uno de tus monstruos imaginarios? Anda, vamos a salir a dar un paseo. Hace una tarde demasiado bonita para estar metidos en casa.

El pequeño Julian creció  con la curiosidad que distingue, desde muy temprana edad, a los genios. Los misterios que encierran las matemáticas y, especialmente los algoritmos, fueron su pasión. Pero la enseñanza reglada aburría en extremo a aquel joven inquieto, por lo que no concluyó los estudios de física y matemáticas en la universidad.

Este episodio del televisor en su tierna infancia no fue el único que experimentó nuestro personaje a lo largo de su vida. Parecía tener un instinto visionario para adelantarse a los acontecimientos.

Pronto descubrió que la intuición no era una cualidad sobrenatural, sino una forma extraordinaria de inteligencia, relacionada con los sentidos y la capacidad de abstracción. Y que su talento para acumular experiencia en el cerebro era, tal vez, mayor que el de otras personas.

El caso es que Julian sabía identificar las corrientes subterráneas antes que lo obvio, veía venir las cosas pero no podía demostrar en el momento de su percepción que sus pronósticos tenían base alguna y esto lo frustraba. Dedicó muchas horas a estudiar el lenguaje de programación informática hasta convertirse en uno de los mejores programadores.

Así fue cómo nació el monstruo, cuyo alumbramiento, se había anunciado en la conciencia de Assange con tan sólo un año: WikiLeaks.

Los avances de la tecnología habían permitido la construcción de un mundo más global, más conectado. Los medios de comunicación habían proliferado y se habían diversificado. Los ciudadanos tenían la sensación falsa de estar más informados. Pero la intuición innata de Julian le decía que, a juzgar por el desarrollo de distintos acontecimientos en distintos puntos del planeta en los que imperaba la injusticia y la sombra o el silencio de los medios, existía una información reservada que sólo estaba al alcance de unos pocos. Los poderes fácticos controlaban los medios desde hacía décadas y la información había sido manipulada y dosificada con el fin de favorecer los intereses de aquellos. De nuevo, el derecho a la información, como muchos otros derechos fundamentales de la ciudadanía era cercenado.

WikiLeaks era la plataforma mediática sin ánimo de lucro que permitía la filtración de esta información reservada y la cabeza pensante de ella era Julian Assange, defensor de la transparencia informativa.

Por eso, cuando la ya anciana Rubi Waterhaus pulsó el botón del mando del televisor, sentada en su silla de ruedas, en su habitación de la residencia geriátrica, y escuchó la noticia de la detención de su pequeño Julian por acceder ilegalmente a varias computadoras veinte años después, supo que el monstruo tan temido de su infancia había comenzaba a asomar la cabeza.


GERDA TARO, por F. Javier Franco Miguel.

 



(Brunete 25/07/37)

 

quizá pájaros de verano

trinos… silbos… silbidos…

explota el silencio…

susurros… un susurro atronador…

un brillo metálico de gusanos

araña un rastro de fosas

la lente destrozó la mirada

al fin el encuentro con la noticia

aplastada la noticia por la propia muerte

y tan cerca cualquier patria

como el corazón

‒con pasaporte de humanidad‒

de los apátridas

 

a la hora en que todos los relojes se paran

y no hay guerra ni espantos ni hombre

entonces se reconoce la fotografía

y del tiempo oculto debajo del reportaje

surge espontánea tu mirada

sin adornos ni delirios

sólo tu mirada del mundo

el mundo sin tiempo como tú lo has visto

tú ya no lo ves

                         la eternidad lo verá siempre.

ANUNCIO POR PALABRAS (DÉCIMA), por Alicia María Expósito.

 

       



Alquilo un rayo de sol,

un pedacito de mar,

un cuento sin acabar,

el cuerno de un caracol.

Vendo el color arrebol

del beso que no te di,

los abrazos que escondí

en el último cajón.

Regalo mi corazón

de sombra de colibrí.

HABLANDO DE LETRAS con Pilar Molero.


 


Licenciada en Comunicación Audiovisual, Máster en Escritura para Cine y Televisión y Máster en Gestión de Comunicación Política y Electoral. He trabajado en prensa escrita, radio y televisión. Durante 17 años he sido responsable de prensa y comunicación en un ayuntamiento (el de Guadix, en Granada), por lo que tengo una amplia experiencia en comunicación institucional. 

 

Llevo algo más de un año y medio en pleno proceso de reinvención, tiempo que he aprovechado para formarme como Copy Writer y para desarrollar algunos proyectos interesantes. Uno de ellos ha sido el proyecto "Senderos de Igualdad", de la Federación de Asociaciones de Mujeres de la Comarca de Guadix 'Sulayr'. El objetivo de este proyecto es, a rasgos generales, trabajar con asociaciones de mujeres del ámbito rural el empoderamiento y fomento de su participación activa, así como la visibilización de mujeres del territorio. 

 

En los últimos meses (desde el inicio de esta pandemia mundial) me he adentrado en el formato de moda, el pódcast, con proyectos tan interesantes como el ideado por Jesús Javier Pérez, “Todo va bien, Guadix”. Siempre apostando por ese periodismo basado en un optimismo responsable.

 

Y por acabar de definir un poco mi perfil, diré que llevo años implicada en el movimiento asociativo que trata de poner en valor la profesión periodística. De hecho, en la actualidad soy vocal de Formación en la Asociación de la Prensa de Almería y formo parte de la Comisión del Sello de Comunicación Responsable del Colegio de Periodistas de Andalucía, aunque antes también formé parte de varias directivas de la Asociación de la Prensa de Granada y fui Vicepresidenta de la Federación Andaluza de Asociaciones de la Prensa. 

 

1.       ¿Cómo surgió su interés por la profesión periodística? ¿fue algo accidental o elegido?

Siempre he querido ser periodista, desde bien pequeñita. Mi única otra opción fue ser bombera, deseo que surgió en mí después de una excursión escolar al parque de bomberos cuanto tenía seis añitos. Pero no tardé en descartar esa idea y en aferrarme a la que siempre ha sido mi vocación: el periodismo. Me encantaba ver en la tele a corresponsales como Rosa María Calaf o Arturo Pérez Reverte contándonos lo que pasaba en el mundo. Y soñaba con el momento en el que yo pudiera ser la que diera voz a los que no la tenían, la que contara al resto de la gente historias que nos ayudaran a comprender mejor la realidad. Así que dediqué todos mis esfuerzos académicos a conseguirlo. Tuve la suerte de entrar en la primera promoción de Comunicación Audiovisual de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en una etapa en la que disfruté de una formación apasionante con grandes profesores y compañeros. Y tengo que decir que he tenido también mucha suerte de haber podido trabajar en esta profesión desde el mismo momento en el que acabé la carrera (incluso desde antes, porque con 17 añitos ya me encargaba de redactar el informativo para una emisora de radio local en la que me aceptaron como colaboradora), en ámbitos diversos pero todos igualmente apasionantes.

 

2.       ¿Piensa usted que la globalización y las nuevas tecnologías favorecen que la información llegue a todas las personas? ¿Podría hablarnos de los aspectos negativos y positivos de la globalización desde el punto de vista periodístico?

La globalización ha hecho que tengamos la sensación de que el mundo es pequeñito, de que todo está a nuestro alcance. Las nuevas tecnologías dan una inmediatez abrumadora, incluso inquietante. Pero todo eso hace que perdamos la esencia, que obviemos historias que se salen de lo global, que no tengamos el tiempo suficiente para elaborar las informaciones de forma contrastada y contextualizada, que haya una sobreinformación redundante que consiga precisamente lo contrario de lo que se supone que debería conseguir, porque al final muchos medios y periodistas se convierten en meros altavoces del discurso oficial. Es peligroso que periodistas y receptores de la información olvidemos nuestro espíritu crítico y nos limitemos a dar por bueno lo que nos cuentan esos medios a los que seguimos porque nos gusta lo que cuentan. Es una forma de cerrar los ojos ante una realidad diversa y compleja que merece ser analizada en profundidad, interpretada y contada por profesionales. Tener un móvil a mano que hace fotos y graba vídeos, escribir un texto de apenas cuatro líneas, no nos convierte a todos en periodistas.

 

3.       ¿Qué opina del periodismo en España? ¿Piensa que los profesionales de la información tienen suficiente independencia?

El principal problema de la profesión periodística es que es una profesión denostada y totalmente desprestigiada, muy mal pagada y del todo inestable. Conozco a muy pocos compañeros y compañeras que tengan un trabajo estable y digno, bien pagado y con horarios que permitan hacer una vida normal. El trabajo que antes hacían tres o cuatro personas ahora lo hace una por sueldos (que casi nunca son sueldos, sino retribuciones por piezas emitidas o publicadas) que serían del todo impensables e inaceptables en cualquier otra profesión. Existe la trampa de ser un trabajo vocacional que te da cierta relevancia y prestigio, pero de eso no se come. A final de mes siguen estando las facturas, porque los periodistas también tenemos la mala costumbre de comer, pagar la luz, el teléfono, el agua… Y si a eso le sumamos la gran crisis que atraviesan los medios, que no acaban de encontrar la fórmula para que se pague por contenidos informativos digitales (que son los que más se consumen), y que forman parte de grandes estructuras empresariales con intereses diversos, pues me temo que tenemos un panorama poco alentador. Con respecto a la independencia, creo que es más fácil defenderla como periodista que como medio, aunque también depende de los medios; el problema es que cuando hablamos de medios solemos pensar siempre en los mismos, pero hay muchos periodistas y muchos medios que están haciendo trabajos independientes y de gran calidad, lo que pasa es que no tienen tanto eco como otros, hay que buscarlos más. Pero por fortuna sigue habiendo muchos, muchísimos profesionales que entienden (entendemos) el periodismo como un servicio esencial y su ejercicio como una responsabilidad social.

 

4.       ¿Cree que el derecho a la información y a la libre expresión es respetado en nuestro país?

Creo que son derechos razonablemente asumidos y respetados, aunque a veces surjan sentencias que traten de limitarlos. Y, por supuesto, siempre ha habido y seguirá habiendo personas (a menudo con cargos públicos) que tratan de vetar a medios y a profesionales por el simple hecho de sentirse atacados por informaciones que pueden no gustarles, a pesar de que sean veraces, rigurosas y contrastadas. Hay quien piensa que la mejor manera de no airear lo que no se quiere que se sepa es “matar” al mensajero. Por suerte, las Asociaciones y Colegios de Periodistas están siempre vigilantes y alerta para denunciar los posibles ataques a estos derechos fundamentales que deberíamos defender todos, no solo quienes nos dedicamos al periodismo, porque la información nos hace libres, pese a quien pese.

 

5.       ¿En qué medio de comunicación se ha sentido más realizada trabajando? ¿Qué tipo de trabajo periodístico le gustaría desempeñar?

He tenido la suerte de disfrutar mucho de mi trabajo siempre. Quizás la radio sea el medio que más me guste, porque permite hacer grandes cosas con menos medios que la televisión, por ejemplo. Pero en todos me he sentido cómoda, en todos he descubierto cosas que me han encantado y he aprendido mucho en cada uno de ellos. Lo que sí puedo decir es que me atrae especialmente lo local; hablábamos antes de este mundo globalizado en el que estamos al tanto de lo que pasa en cualquier lugar del globo y, sin embargo, a veces desconocemos que alguien en nuestro municipio ha puesto en marcha una iniciativa innovadora. Siempre he creído en el efecto positivo y demostrativo que ejerce en un territorio el comprobar el gran potencial del mismo. Necesitamos referentes y el periodismo local es la mejor herramienta para proporcionarlos. También estoy convencida de la importancia de la palabra en la construcción de la realidad. Así que podría decir que me gustaría poder seguir haciendo un trabajo periodístico basado en un optimismo responsable, con vocación de servicio público, con perspectiva de género y capaz transformar nuestra realidad más cercana para hacer de este mundo un lugar mejor. Quiero seguir contando historias inspiradoras que nos ayuden a entender un poquito más esta compleja realidad. Al fin y al cabo, eso fue lo que me animó a ser periodista.

TU VOZ, por Isabel Rezmo.

 



Tu voz ya existía,
existía dentro de una caracola,
llegaba muriendo
al extremo de un borde
enquistado en el pecho.

Tu voz,
llena de luz, liviana suerte,
poderosa como un fetiche,
austera como un paso de cebra
entre los coches.

Tu voz, sagrada,
altiva, húmeda, elocuente,
posesiva, diáfana.

 Aurora, menguante, 

bella posesión de verbos y nombres.

 

Ondas, siluetas
adheridas
en la comisura de un sustantivo,
llamado beso.

COLEÓPTERO, por Eduardo Moreno Alarcón.

 


La redacción encubre un silencio de bestias dormidas. El flexo arroja un círculo de luz sobre la mesa. Alrededor todo es dudoso, un mundo en sombras. Me gusta así. Siempre he preferido la noche, las horas altas de la madrugada, cuando media ciudad duerme y la otra media está despierta. Es justo ahí, en el dorso del día, donde me siento más a gusto. Ese reverso de lugares, de acciones y de actores me cautiva desde crío. Teñido de negrura, el mundo es más mundo, más primigenio. No sé. Quizá todo se deba a una profunda alteración en mi biorritmo circadiano. Un vuelco orgánico. Una inversión en la cadencia natural vigilia-sueño.

Noctívago.

No siempre fue así, por supuesto. Durante años no me quedó más remedio que adaptarme a los horarios matinales: las clases y nadar contracorriente. La facultad de Periodismo. Sacarme la carrera me supuso, entre otros sacrificios, atiborrarme de cafés y de bebidas energéticas. No he vuelto a probarlas: les cogí un asco insoportable.

Por suerte, en este oficio siempre se necesita gente despierta. Esa ventaja es un filón que aproveché desde las prácticas finales. Explotado al principio (penosa costumbre), con un sueldo de mierda, fui poco a poco abriéndome camino en un periódico de cierta relevancia nacional. Más tarde me llamaron de la radio. Un buen colega me introdujo en un programa de sucesos. Siempre en la sombra, eso sí, mis reportajes daban juego al locutor, hombre metódico y mediático, y cimentaban mi perfil de reportero con olfato.  

Vampiro.

Años después, aquel hombre famoso me ofreció colaborar en otro espacio, un nuevo medio. Un plan más ambicioso y lucrativo: televisión, salto estelar a la pantalla; franja de audiencia potencial en una cadena pujante. De entrada no me impresionó, pero, en honor a la verdad, debo decir que ese cabrón sabía vender su mercancía. Sólo una condición que él conocía de antemano. «No problem, my friend». Esa respuesta y el salario disiparon cualquier duda. Firmaría cuantos contratos me ofreciera.

Mi sitio es la noche: cuando más rindo, cuando investigo, cuando mi mente se reactiva. A la caída del sol.

Vampiro.

Escribo sobre un caso truculento. Un homicidio en primer grado aún no resuelto. Llevo meses con él. Ahora ya tengo varias pistas. Un hilo del que tirar. Añado el morbo necesario, una pizquita de picante narrativo. Procuro no excederme, pero mi jefe siempre pide un poco más.

De pronto me detengo. Algo ha cruzado bajo el flexo. Un bicho diminuto. Un ser que corretea sobre el teclado. Mi impulso inicial es matarlo, mas me contengo. Lo muevo un poco con el dedo, para apartarlo. No me apetece perder la concentración. No ahora que fluyen las palabras. Quiero avanzar; seguir destripando los hechos. Barajo dos sospechosos.

Me fijo con más atención. Es un insecto. De color verde. Me recuerda a una mariquita. Sí, se parece bastante. Quizá sea un tipo familiar que desconozco. Al contacto con mi yema se detiene, se repliega, se encapsula. ¿Y si lo mato de una vez? No. No quiero hacerle daño. Me olvido del artículo y observo al intruso. Lo sigo con los ojos imantados en su pequeño caparazón. ¡Vuelve a moverse! ¿Qué hace? Se para en una tecla, avanza un poco y se detiene; justo en otra. Qué curioso. Lo tomo como un juego entre él y yo: «adivina la palabra». Cojo el bolígrafo y empiezo a tomar nota en mi cuaderno, letra por letra…

V-A-M-P-I-R-O-M-U-E-R-T-O

¡¡¿Qué cojones?!!

Lo último que escucho es un disparo.

PRIMERA PLANA, por Pedro Pastor Sánchez.



Aquella tarde de diciembre las novedades se atropellaban unas a otras. Las agencias no dejaban de escupir noticias acerca de la incidencia de la pandemia, o de casos de personas anónimas que dejaban testimonio de historias tan duras que costaba creer que estaban ocurriendo aquí y ahora, ante nuestras narices. La muerte acechaba en residencias y hospitales, las colas del hambre se hacían más y más largas cada día, el desempleo estaba desbocado. La incertidumbre, en definitiva, se apoderaba de todos, sin excepción, nadie saldría indemne de esta masacre.

            Para Samuel la jornada había sido caótica. Fue de reunión en reunión, tratando de exprimir a sus redactores. La competencia era dura, costaba mucho conseguir un clic, pero tampoco había que caer en el amarillismo o sensacionalismo. Ser director de un periódico digital podría ser una de las tareas más excitantes del mundo, pero aquel día, aquel precisamente, maldijo la hora en que se le ocurrió estudiar periodismo.

Todavía tenía que redactar un editorial. Era una vieja práctica que conservaba de su paso por algunos periódicos de tirada nacional. En las redes ya no era habitual, pero se reservaba ese espacio para decir lo que algunos tal vez no se atrevían, más de una crítica le llovió. Es lo que pasa por bajar al barro, por meter el dedo en la llaga.

Dijo a su secretaria que no le molestaran en la próxima hora, necesitaba tomar distancia, poner en orden sus ideas. Pero antes, de forma mecánica, abrió su correo electrónico, no le había dado tiempo a consultarlo en todo el día con tanto trajín. Con la mirada hizo un barrido en zigzag, comprobando remitentes y asuntos. «Joder, Fran, otra vez», exclamó cuando vio el mensaje de uno de sus redactores noveles. «Mira que le he dicho veces que no me envíe a mí sus crónicas, que para eso está el Redactor Jefe». Sin pensarlo, buscó el icono de Reenviar, y estaba a punto de presionarlo y terminar la revisión de correos cuando atendió al asunto del correo: «Primera plana».

Seguramente fue ese instinto de reportero que todavía le recorría las venas el que le indujo a abrir el mensaje. Mil veces le había dicho el bisoño aprendiz de periodista que no pararía hasta que algún día colara una de sus noticias en primera plana. No era mal chico, algo acelerado, bríos propios de la edad, le ponía interés y muchas ganas. Le dio una oportunidad, tal vez inmerecida por la mala vida que dio a sus padres en una juventud convulsa. Coqueteo con las drogas, malas compañías, paternidad adolescente. Pero el trabajo le centró.

«Cuando todo el mundo tiene el foco puesto en las consecuencias directas de la pandemia, pequeñas tragedias ocurren, a diario, en hogares anónimos, Efectos colaterales de esta hecatombe a nivel global que se suman a las ya resquebrajadas vidas de  algunas personas. L.G.M. nunca pensó que su vida daría un giro tan dramático en tan poco tiempo. Madre de una criatura de apenas cuatro años, esta joven perdió la vida en la madrugada de hoy. Seguramente su historia pasaría desapercibida si no fuese porque este reportero fue testigo presencial de lo ocurrido.»

 

            Samuel se quedó atónito. Si pretendía llamar su atención, lo había conseguido. Pero no acertaba a entender por qué no le había llamado si se había visto involucrado en algo así. Antes de ponerse a contar la historia en un medio, seguro que policía, primero, y luego jueces, tendrían que tomarle declaración. No era la primera vez que un periodista de su equipo se veía envuelto, por casualidad, en hechos que luego terminaban en tragedia. Por eso sabía muy bien que estos temas había que tratarlos con rigor, precisamente para no entorpecer la labor


policial y que el culpable tuviese oportunidad de eludir a la justicia.

            Marcó el teléfono de Fran, pero lo tenía apagado. Llamó a su madre, y preguntó por el muchacho.

            —No sé nada de él desde ayer a mediodía. Estaba bastante ofuscado, creo que volvió a pelearse con Lucía. Estos dos siempre andan a la gresca. Pero, ¿es que pasa algo?

            Tragó saliva antes de contestar. En realidad, no estaba seguro, tal vez se había precipitado llamando. Lo mismo debería haber seguido leyendo el artículo antes de preocupar a nadie.

            —No, no pasa nada —mintió—, es solo que quería comentar algo con él, no he tenido tiempo en todo el día. Adiós.

 

                «Los vecinos ya estaban acostumbrados a los golpes y portazos, a los reproches a deshoras, al llanto desconsolado de la infantil víctima de tanta incomprensión. La joven pareja pasaba por una etapa difícil en su relación. Él no se resignaba a no poder ver a su hijo cuando quisiese, en más de una ocasión había hecho caso omiso del régimen de visitas. Luego llegó la orden de alejamiento.

Aun así, nada hacía presagiar que su cruda historia terminaría de una forma violenta. Habían superado muchos obstáculos, decidieron darse una oportunidad pensando en el bienestar de su retoño, así que L.G.M. accedió a que ambos retomasen la convivencia en común. Ese fue su fatal error, fiarse de una alimaña consumida por la rabia, el rencor y los celos.»

 

Llegado a este punto de la narración, el desconcierto del periodista era total. ¿Pero cómo se ha metido Fran en un lío como este? ¿Es que eran amigos suyos? Las preguntas percutían con fuerza en sus sienes.

«La discusión fue en la cocina. El arma, un afilado cuchillo. El aire del frio piso se llenó de pena y muerte en apenas unos segundos. En el suelo yacía el cuerpo desangrado de la mujer. En la cuna, inmóvil, la inocente criatura. Fue en un momento de enajenación, de ira furibunda.»

 

Se fijó en la hora de envío del correo. Las 3:55. De repente, el mazazo de realidad le golpeó inmisericorde, y se echó a llorar desconsolado al leer la última línea:

«Nada me ata ya aquí. Lo siento mucho, papá, mamá. Perdonadme. Os quiero.»


MIRAR PARA OTRO LADO, por Josefina Martos Peregrín.

 



-¡Señora Valentina, que se deja la gaceta del mes de octubre!

Era modisto, pero le gustaba su gacetilla, elaborarla y repartirla gratuitamente a sus clientas. Además, estaba convencido de que esa publicación, aun en papel barato y fotocopiada, le servía para prosperar. No había mujer en el pueblo que no la consultara y es que Diego, el modisto, cada mes reunía la lista más completa de festejos y eventos sociales y familiares que iban a sucederse en el lugar, desde el bautizo del pequeño de los Ramírez, que ya tenían diez hijos, a la pastorela decembrina en la parroquia de San Clemente, con todos sus encargos de alas de ángel y rabos de cachidiablo, más las bodas, los carnavales, el Día de Muertos… ¡Ah, y los quince! Las fiestas de los quince le chiflaban, esa celebración del paso de niña a mujer, con el padre de baba caída, la madre intentando bailar con un vestido ajustado de más, las hermanas pequeñas rebosando lazos y los niños más chicos corriendo de una mesa a otra en el banquete.

Disfrutaba y además no había modista ni sastre ni diseñador que vistiera mejor a las mocitas, resaltando su candidez al tiempo que dejaba entrever una voluptuosidad naciente, de virgen tímida pero anhelante. Muchas quinceañeras había vestido, pero ninguna como Tábata, la mayor de Juan Ribera, su amigo y compadre; ninguna con esa gracia, ese pudor y esa caída de pestañas. Celebraron sus quince a lo grande, tirando la casa por la ventana.

Tábata… Un martes del mes de febrero se fue al colegio y no volvió. Pasaron días. Y nada. Pasaron meses. No era la primera jovencita desaparecida, pero a las otras no las conocía. Entraba Rosa, entraba Juana, y con todas hablaba de Tábata. Pero también de los cuerpos calcinados que aparecieron junto a los magueys de la carretera, y de la docena de fosas de la quebrada. Se perdió Rubén, el de la señora Lucía. Y dos jóvenes partieron para la capital y nunca volvieron.

Diego Cruz, el modisto, seguía acudiendo a las parroquias, al ayuntamiento, al camposanto, a las casas particulares, a la policía y a los forasteros, pero ya no preguntaba por eventos ni festejos, preguntaba qué habían visto, y si sabían quién, cómo, por qué.

Un poco aquí, otro poco allá, averiguó sobre las haciendas de los narcos, sus cochazos de lujo, las albercas frescas delante de cada casa-palacio, y que acudían jueces a pasar las fiestas y las vacaciones y que había tarifas fijas para las mordidas de las autoridades, perfectamente acordadas según jerarquía y crimen, violación, tortura, incendios… Mirar para otro lado estaba muy bien retribuido.

 

Siguió publicando su gaceta mensual y repartiéndola gratis, pero era muy diferente. Recortaba fotos, escribía, entrevistaba, fotocopiaba, daba voz a quienes no podían hablar.

Descubrió que en realidad todo se sabía y todo se callaba. Comprendió por qué los grandes diarios solo hablaban de deportes y discursos, y la televisión se colmaba de culebrones, concursos y shows. Precisamente porque ahora comprendía, excusaba a los periodistas: “Es natural, tienen miedo. Quieren vivir”.

-¿Y tú, no tienes miedo?

-Pues… Yo soy solo, viudo, sin familia y con más de sesenta años. Nadie me va añorar.

Sin embargo, muy pronto llegó el día en que lo añoraron. “Por entremetido y bocazas”, pintaron en su puerta. Pasaban unos, pasaban otros: nadie quería leerlo.

LA CARTA NUNCA ESCRITA A ROBERT CAPPA POR GERDA TARO, por Dori Hernández Montalbán

 



Madrid, 25 de julio de 1937

Nota: Necesito conseguir más carretes para mis cámaras.

Esta noche no consigo conciliar el sueño. Demasiado calor, supongo. Me pregunto dónde está mi otro yo, ese que con frecuencia los demás ven en mí: la Gerda temeraria, impredecible, la astuta rubia que no teme a nada ni a nadie. Sí, sí temo. Temo al odio y a esta guerra. De momento, las fuerzas republicanas logran un tímido avance.

Mañana he quedado en acompañar al Dr. Tell Allan de las brigadas internacionales. Conseguiré buenas capturas que podamos vender. Ando revisando y revelando algunas de las anteriores. No desecho ninguna, pues tengo la impresión de que es un material que, con el paso del tiempo se revalorizará. Será un testimonio valioso de esta guerra feroz.

Me siento algo cansada, a qué negarlo, pero “me esfuerzo por ser perfecta para sentirme invulnerable”. Aunque no soy más valiente que alguna de estas milicianas. Hablo con todos, ya me conoces, fumar me tranquiliza. Los cigarrillos son un bien escaso. No tengo más que ofrecer un cigarrillo para comenzar una magnífica conversación. Hoy me han preguntado si tanto riesgo y sacrificio merecen la pena, tan sólo por unas fotos. Y la verdad es que no he sabido qué responder, pero sí de algo estoy segura es que esta gente lo merece y por eso quiero que quede constancia de su sufrimiento, porque de algún modo también es el nuestro Robert. He conocido a nuevos compañeros brigadistas de Canadá y otras partes del mundo.

Nosotros huimos de la persecución antisemita de los nazis, pero teníamos algo de dinero, unas buenas botas y París…

Sigo sin poder borrar de mi mente nuestros días en Andalucía. Aquella gente huía para poner a salvo su vida, con aquel calzado primitivo… creo que lo llamaban “albarcas”, expulsados, hambrientos y sin esperanza. Ahora cada noche limpio y doy grasa a mis magníficas botas alemanas en honor a ellos. Es importantísimo disponer de un buen calzado en tiempos de guerra. Nosotros, al menos, podíamos elegir a dónde ir. Ellos siguen un camino incierto, porque nadie sabe a qué lugar conduce. Ruido de camiones en la noche, gente de un lugar a otro sigilosos, mudos. Las trincheras semejan tumbas abiertas zigzagueantes como serpientes. Sobrecogen las ráfagas de metralla. Las vidas humanas se me antojan ahora lo más valioso. No hay mayor interpretación artística del dolor que su captura con una cámara.

Hablaba hoy con una miliciana, su pregunta era la de todos: ¿qué hacía yo aquí? apenas armada con una cámara Leica. Le he dicho que el mundo, otras personas, debían tener constancia de lo que está sucediendo en la Guerra Civil española, que estaba aquí, en el fondo, como ellos, luchaba a mi modo por la libertad. Se ha reído como si fuera anciana, y apenas tenía diecinueve años, después me ha dicho: Gerda, querida, antes de luchar por la libertad, está el luchar por la justicia, el derecho a poder comer diariamente, derecho a la educación, a una vida digna.

Creo que tiene toda la razón, porque desde el momento que las leyes y normas las impongan los poderosos con el fin de subyugar y esclavizar a otros seres humanos, el futuro ya no está en nuestras manos, la propia vida no nos pertenece. Después, me ha aconsejado  que además de disparar con la cámara, debería aprender a hacerlo, también, con el fusil… y se ha ofrecido a enseñarme. Confío en poder verte en unas semanas. Todo mi amor.

Gerda.


CUATRO HAIKUS: POBREZA Y PRENSA, por Consuelo Jiménez.

 


“Una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala”.


Albert Camús

 

“Mientras los pobres esperando el cielo están en la tierra, y en ella sufren, los ricos ya viven en el cielo estando en la tierra”.

José Saramago

 

 

 

 

1.      La prensa calla

una verdad se ignora

¡estúpida fe!

 

 

2.      Un pobre muere

en la urna de los votos vuelven la vista.

 

 

3.      Los miedos brotan

hay miseria en las uñas es tinta seca.

 

                                                                                                                                                       4.   Es obvio el hambre

                                          vive impune el corrupto

                                           no basta el juicio.

n

MASS MEDIA, por Carmen Hernández Montalban.



La nave nodriza aterrizó tirana,

extendió sus tentáculos invisibles,

lanzando guiños insolentes

a través de las válvulas de vacío.



Se limó las uñas a mil revoluciones

sobre la pasarela de vinilo,

tenia a las multinacionales a sus pies.



Se vestía y comía a escote

de las campañas electorales,

hizo el amor con las masas,

con el efervescente chasquido

de una chapa de Coca Cola,

parió la globalización.



Reina y señora de las redes,

nos devuelve una actualidad maquillada

a brochazos de photoshop.

¿Te gusta?


Ahí la tienes,


hazte con ella un selfie.