domingo, 14 de diciembre de 2014

Quejío, por ALICIA MARÍA EXPÓSITO


Oscuridad abierta, 
embrujo entre las sombras 
al calor de una hoguera
alimentada 
por hambre y por miseria.
Al conjuro del fuego,
brazos de bronce y sal
esculpidos en luna.
Sombra y sueño 
desbocados 
en el aire nocturno
y un cuerpo de mujer

iluminando 
la noche sin estrellas.

Romance de Teletusa, por CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN



Tocaban las gaditanas
los crótalos por bulerías,
los ojos de los patricios
en sus pechos se perdían.

Era Teletusa el nombre
de la lascivia que hería
el corazón del Imperio
que en su danza se fundía.

Toda la sal del Atlántico
sus pestañas esparcían,
sus caderas cimbreantes,
a titanes sometían.

La bailarina de Gades
que con su baile escarnecía,
la honra de los romanos
que ante Venus sucumbían.

Tal fama alcanzó su danza
que los poetas decían:
quien la vendió por esclava,
como esposa compraría.

Era la flor de la Hispania,
el junco de Andalucía,
era Teletusa el nombre
que a Marcial inspiraría.










En el tablao, por LUCÍA NIETO OLIVER




Se abre el telón,
el silencio del público,
esa morena que baila,
mientras las notas de una guitarra,
suenan como quejíos
el taconeo en una tabla…

Llega el rocío,
el cante y la bulería,
el silencio se rompe otra vez…

( Y como el agua clara ) de Camarón,
se mojan los ojos de emoción,
al ver como el vestido de lunares,
se pasea con energía,
al compás del corazón…



El gran espectáculo, por PEDRO PASTOR SÁNCHEZ.

    

Pintura de Ana Beltrán


     Desde su atalaya contemplan la escena, cientos de individuos congregados para un espectáculo, que no por repetitivo en esta época del año, dejaba de ser insólito. La última oportunidad para ver este despliegue de elegancia, de colorido, antes de iniciar una nueva gira que les llevará más allá del estrecho, tierras africanas donde las profundas raíces comunes se abrazaban, generaciones que una y otra vez repetían un ritual que ahondaba en su propia naturaleza, ritmos y cantos de vida y esperanza, renacimiento perpetuo de una especie.

            El sol del postrer estío ciega los ojos de la gran figura, un ejemplar único, referente para todos por su fuerza, por su tronío, esbelto y enérgico, que no deja indiferente a nadie. La camisa blanca, jaspeada de rosa, como las altas calzas, majestuoso en la pose, otea el horizonte buscando la inspiración, sondeando referencias en su instinto. La sincronía ha de ser total, sus compañeros de escenario se muestran nerviosos, esperando con impaciencia el momento en que el espectáculo arranque para darle réplica. Una agitación contenida convulsiona los corazones de todos los presentes.
            Ceremonioso, se inclina hacia delante sobre su único punto de apoyo, y en su gesto reverencial, el largo cuello arqueado deja su picuda nariz a escasos centímetros de la bruñida superficie. Su reflejo es la pura expresión de la belleza. Cuando, tras una larga pausa, la expectación llega a su cenit, vuelve a alzar su grácil cuerpo, mira a un lado y al otro con sus profundos ojos negros, husmea, y se da cuenta, por fin, de que el momento ha llegado. Despliega de golpe sus extremidades escarlatas, cálamos como robles, estandartes perfectamente alineados que refulgen como estrellas. Un quejío brota de la garganta, atronador, que rebota con estruendo, repetido hasta la saciedad. Todos siguen a su líder en movimiento sincronizado de forma que la nube alada ensombrece por un instante toda la marisma. Y un momento después, la soledad anuncia la llegada del frío otoño. Sólo queda el consuelo de volver cuando retornen a este paraíso natural.
            Uno de los visitantes, emocionado ante tanta belleza, sus prismáticos inundados por lágrimas, no puede contener sus sentimientos, exclamando:

            ― ¡Qué gran espectáculo flamenco!.

El grito nómada, por PEDRO CASAMAYOR RIVAS.

                                                   



   " Cuando canto a gusto  me sabe la boca a sangre"

                                                                                                  La Tía Anica la Piriñaca

A menudo pienso que son
corazonadas del recuerdo
que nos legan en forma de queja
el canto de los guetos gitanos
al compás de los martillos en las fraguas
o del ruido de la caña
pidiendo libertad.

Entre tanto nudo en la garganta          
intimo con el tiempo
para aliarme con esa música
surgida de las profundidades
del temblor.

En esa muerte con olor a taberna
mutilo de nuevo la memoria
con la única pretensión de acariciar
años de persecución
sólo seducidos al cerrar los ojos
para interpretar una noche de estrellas, 

hasta caer en la superstición del fuego
y cantar con el cuerpo entero una soleá
donde consumirme.


La leyenda del tiempo, por F. JAVIER FRANCO.



ʻEl flamenco no es sólo cantarlo, es vivirlo y sentirlo,
no hay flamenco sin sentir, que cantando el flamenco
te estás liberando a ti…ʼ
José López. EL FLAMENCO.

«Tiritití, tiritití, tirititando de frío, iban cuatro gitanā pō la orillita d’un río…». La voz de Camarón, a través del altavoz del radiocasete, se iba clavando en todos los sentidos, tras el tenderete del mercaíllo. Aurora se paró ante el puesto, había de todo un poco: ropa, bisutería, zapatos… ¡Zapatos! Justo lo que andaba buscando, unos zapatos para poder taconear en la Academia de Baile de Macarena Tronío. Estaban apilados, rebuscó y rebuscó, ya había llegado el cante de Camarón a «la vía, la vía, eh, la vía, la vía, eh», para cortarse su voz entre aplausos, y aún no terminaba de hallar el modelo justo que se adecuara a sus expectativas. Había cambiado de cinta el mercader y de nuevo la misma voz, esa voz quebrada, pero de matices infinitos e indescriptibles, era la que convertía en flamenco “El Romance del Amargo” de Lorca. Otras manos interfirieron en la rebusca, casi la arañaron con las uñas afiladas que culminaban el final de unos dedos sarmentosos. Una de esas manos de sarmiento desenterró de lo más hondo del  barullo un zapato izquierdo de charol rojo, con un tacón perfecto para hacer realidad los deseos de Aurora. Era otra mano la portadora, pero ella ya se veía con los zapatos puestos y acompasando el tacón con un “arsa, arsa…”, luego abandonaría el redil de Macarena para convertirse en una estrella, ya lo veía: el cartelón con su pose de faralaes y sus zapatos rojos brillantes… y las letras, su nombre en colores vivos: Aurora del Cielo y su cuadro flamenco. Pero despertó tarde, cuando lo hizo ya una mano de sarmiento portaba una bolsa de plástico verde con los zapatos maravillosos y la otra recogía las monedas de la vuelta de la mano morena del chico moreno, piel de brillo de aceituna, hijo del tendero, y, al fondo, de nuevo Lorca se recitaba hecho flamenco en la voz de Morente cantando a un “pastor bobo”… «¡Er pātōʹ bobo! ¡Pa boba yo!», se repetía y se repetía, mientras perseguía, entre los pasillos de tenderetes atiborrados de viandantes, aquellas manos de sarmiento que se escabullían con el tesoro de sus anhelos, era su futuro –lo había visto a todo color en unos momentos eternos– lo que se le estaba escapando. Al torcer una esquina, se dio de bruces con un rostro ennegrecido y agrietado, los años sin duda habían dejado grabada su marca, el rostro movió sus labios y le dijo: «¿Ēto quiē, niña?», mientras le exhibía los zapatos de charol rojo. «Tendrán que pazāʹ munchō añō pa que cean tuyō… ¡Munchō!... Ē er dētino, tō’ta ēcrito, y tu duende ha muerto cin habēʹ nacío».  Y sonrió maliciosamente dejando entrever unos dientes más afilados que romos y de tonalidades parduscas. Aurora quedó estática ante la sorprendente misiva de aquel rostro, quería pensar pero no pensaba, sólo sabía repetirse «zon míō, zon míō…», y en la repetición el tiempo huía sin que tuviera conciencia exacta de a qué velocidad lo estaba haciendo, entretanto la silueta desgarbada iba desapareciendo entonando un «¡adiōʹ, niña!», por entre las últimas sombras de los toldos de los tenderetes que conformaban las últimas esquinas. Cuando se desensimismó, Aurora dejó llevarse por la vorágine de sus instintos y corrió tras de donde la silueta se hubo desvanecido, corrió, miró y buscó y no vio nada, no sabía qué hacer, si seguir persiguiendo el cofre de plástico verde que envolvía su tesoro o si volver al puesto y ver si podía encontrar unos zapatos iguales o preguntar al tendero sobre la posibilidad de obtener un par semejante. Terminó de deshojar la margarita de sus pensamientos –«…y ci vuervo y no hay, ya he perdío la vieja»– y cruzó, sin mirar el semáforo, al otro lado de la avenida buscando entre las calles y los callejones que circundaban el recinto del zoco ambulante. Una calle, otra, una vuelta, un recodo, adelante, todo fue seguir adelante, guiada por la intuición ante la carencia total de pistas, no, no tenía mapa alguno que descifrar para poder alcanzar el santuario que debiera estar marcado por una cruz, señalando el refugio del mágico tesoro. Cansada, incluso aburrida, de deambular sin rumbo ni concierto, se sentó a la sombra del dintel en el tranco de una puerta, era una casita pequeña y vieja, de esas de una sola planta baja con unas únicas puerta y ventana, allí cubrió su rostro con ambas manos, mientras no dejaba de llorar, un «¡qué tonta he ētao!» no cejaba en repetirse una y otra vez. Cuando sus ojos quedaron sin lágrimas y su pecho sin quejíos, retiró las manos de su cara y, así, sentada en el tranco, vio en sus pies, frente a sí, los zapatos de charol «bien puēticō». Se restregó con viveza los ojos con el dorso de sus manos y volvió a mirar, y allí estaban, sí, estaban allí, cubriendo sus pies y esperando que ella les diese vida. Había despertado y no tenía conciencia de cuánto tiempo se había mantenido en la obnubilación, despierta se levantó y comenzó a taconear, mientras desde una ventana de la calle se dejaban escapar los sonidos de unos tanguillos –«pa Caí, pa Caí, me voy pa Caí…»–, y ella taconeaba para su sombra sobre las baldosas de la estrecha acera. Decidió dirigirse directamente a la academia de Macarena Tronío, allí donde dejaba la mayor parte del sudor impreso en papel moneda emanado cada diez horas diarias al servicio de la empresa de limpieza, no podía esperar para darle una exhibición a la maētra, y, al mismo tiempo que andaba, iba ensayando poses con sus brazos y sus manos, movimientos vertiginosos, flexibles e imposibles, hasta que en un giro se topó frente al cristal de un escaparate. «¡Anda! ‘Ta dentro la joía vieja», dejó escapar al vislumbrar la imagen de rostro arrugado y manos de sarmiento que le privara en el mercaíllo de su tesoro charolado en rojo, se acercó poco a poco, lenta, pausada y paulatinamente, al panel de vidrio y, mientras se acercaba, su asombro no paraba de crecer y crecer, en tanto que la imagen no cejaba en ganar y ganar nitidez. Y ella, o la imagen, o la imagen y ella, prorrumpieron un grito desgarrador: «¡Yooó! ¡Ay, ci zoy yo! ¿Ónde han ío a parāʹ tō lō añō?». Y de fondo volvió a escuchar la voz de Camarón: «la vía, la vía, eh, la vía, la vía, eh»…





Joan Guinjoan. La aproximación de un gran compositor contemporáneo al flamenco, por MIGUEL BUSTAMANTE GUERRERO.



El flamenco ha resultado ser un motivo de fuerte atracción para no pocos de los compositores llamados ‘clásicos’, en el más amplio sentido del término ‘clásico. Tal vez el ejemplo más celebrado sea el de Manuel de Falla, quien fue impulsor decidido del I Concurso de Cante Jondo de Granada, celebrado en 1922, y compositor de obras maestras en las que el flamenco fue fuente directa de inspiración. También en nuestros días podemos encontrar compositores en los que el flamenco manifiesta su influencia en alguna medida. Uno de ellos es Joan Guinjoan (Riudoms, Tarragona, 28-11-1931). Guinjoan es, sin duda, uno de los mas destacados compositores europeos de la segunda mitad del siglo XX y de comienzos del XXI. Estudió piano en el Conservatorio del Liceo de Barcelona y en la École Normale de Musique de París, y composición en Barcelona, con Cristòfor Taltabull, y en la Schola Cantorum de París. Su sólida formación como compositor se beneficia también de la actividad práctica que tuvo como concertista de piano y más tarde como director de Diabolus in Musica, grupo que había creado junto con el clarinetista Juli Panyella. Con esta formación instrumental  realizó una importante tarea de divulgación en el campo de la música contemporánea. Desde 1986 se dedica ya por completo a la composición, con un amplio catálogo en el que figuran desde obras para instrumentos solos y grupos de cámara hasta la ópera, la sinfonía y el concierto de solista con orquesta. Aún en estos días, a sus 83 años ya cumplidos, y a pesar de que su salud se ha visto afectada en muchas ocasiones, sigue componiendo con la misma ilusión de siempre y con toda la maestría, originalidad y pujante belleza que es característica de su música.


Joan Guinjoan firma una de sus partituras en los camerinos del Auditorio Nacional de Música de Madrid en abril de 2013

Guinjoan, en entrevista publicada en el libro Joan Guinjoan. Testimonio de un músico, en edición de José Luis García del Busto para la SGAE, nos relata cómo fue su acercamiento al flamenco: “Mi aproximación al flamenco va en primer lugar de la mano de mi gran amigo August [se refiere al gran pintor catalán August Puig], que tenía mucho contacto con este ambiente (Carmen Amaya, etcétera). En alguna ocasión me dejó discos de flamenco. Recuerdo que el de Sabicas dedicado a esta bailaora, aquellos sonidos que hacía con los dedos, me llevó a componer el Homenaje a Carmen Amaya, o también que aquellos Cascabeles azules del disco Antología del Flamenco me llevaron a Flamenco. También bajo este ambiente sonoro escribí Jondo. De hecho, lo que me estimula es básicamente su estética; me atrae al oído (sus ritmos, sus vocalizaciones), y no tanto por su entorno. Creo que he hecho un trabajo partiendo de sus raíces y sin acercarme a los ya existentes, como los de Falla y Albéniz.”

Son tres importantes obras, pues, las que nuestro compositor escribió bajo el influjo seductor del flamenco: Jondo, Homenaje a Carmen Amaya y Flamenco.

Jondo, para piano, es una obra compuesta en 1979 por encargo del Ministerio de Cultura y Comunicación de Francia para ser interpretada por los participantes del Concurso de Música para Piano del Siglo XX de Saint-Germain-en-Laye, y, de ese modo, fue estrenada en abril de 1979. Está dedicada a la musicóloga Montserrat Albet y su partitura fue publicada por la editorial Amphion de París. Con una duración aproximada de 8 minutos, está caracterizada por una gran complejidad de escritura y, por tanto, de interpretación. Los motivos de inspiración flamenca se revisten sabiamente de un lenguaje plenamente contemporáneo e innovador, siempre con el personal estilo del compositor. El ambiente es de notable inquietud interior, siendo especialmente destacable la sección central que, como bien hace notar la musicóloga Rosa María Fernández García en su exhaustivo libro La obra pianística de Joan Guinjoan, “se encuentra presidida por la idea de la improvisación del Cante Jondo, aunque de un modo concreto, ya que están todos los sonidos escritos, con lo que el carácter improvisatorio afecta al fraseo, a la articulación y a la dinámica”. Jondo es, sin duda, una de las obras más interpretadas de su autor, con varias grabaciones discográficas que se han ido sucediendo a lo largo de estos años. Aquí podemos ver tres de ellas a cargo, respectivamente, de los pianistas Josep Colom, José Menor y Ruth Lluis:









Aquí se puede escuchar la interpretación de Jondo en la versión de Ruth Lluis procedente de este último CD:


El Homenaje a Carmen Amaya para seis percusionistas, escrita por encargo de las Soirées Catalanes du Studium de Toulouse, data de 1986. Está dedicada a los Percusionistas de Estrasburgo, quienes la estrenaron en las citadas Soirées de Toulouse el 16 de abril de 1987. La partitura fue editada por Max Eschig, París. Con una duración aproximada de 18 minutos, la más llamativa característica de la obra es su riqueza y originalidad tímbrica. En una entrevista publicada en ‘ABC Cultural’ en mayo de 2001, Guinjoan manifestaba, refiriéndose a la misma: “Intento una mutación total del flamenco a través del timbre mediante instrumentos exóticos. El cante lo hacen los cencerros, la cadencia frigia, gongs tailandeses ligeramente desafinados, con los que se consigue un sonido más bonito”. Esto, sabiamente combinado con el ritmo tomado del flamenco, especialmente en el zapateado de la sección final de la obra, y con el siempre personal estilo guinjoaniano, hace que podamos considerar al Homenaje a Carmen Amaya como una auténtica obra maestra entre todas cuantas se han escrito para grupos de percusión.




CD dedicado a Joan Guinjoan en el que el Proyecto Gerhard dirigido por Josep Pons interpreta, entre otra obras, el Homenaje a Carmen Amaya.
Aquí se puede escuchar el Homenaje a Carmen Amaya en versión del Grupo de Percusión de la Joven Orquesta Nacional de España dirigida por Joan Iborra:

Finalmente, Flamenco, para dos pianos, fue compuesta en 1994. Tres piezas, que pueden ser interpretadas también por separado, conforman la obra: Tempo moderato, Calmo y Agitato. Su duración es de 20 minutos aproximadamente. Fue encargada por el Centro para la Difusión de la Música Contemporánea y está dedicada al gran dúo pianístico integrado por Begoña Uriarte y Karl-Hermann Mrongovius, que lo estreno por piezas separadas en Alemania entre 1995 y 1996. Ya como obra completa, los mismos interpretes la estrenaron en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid el 3 de abril de 1997. La partitura fue editada por Max Eschig de París. La fuerte implicación artística del Dúo Uriarte-Mrongovius con la obra de Guinjoan, consiguió aún dar otro paso adelante con la grabación discográfica de la obra para el sello alemán Wergo, grabación que se produjo en la Fundación Juan March de Madrid, teniendo como base fundamental el concierto que ambos pianistas ofrecieron en esa sala el 1 de abril de 1998.


Las canciones populares andaluzas Cascabeles azules (nana) y Duérmete, Curro (bulerías) fueron utilizadas motívicamente en la composición de Flamenco. Pero, como en Jondo y Homenaje a Carmen Amaya, las citas textuales raramente existen y lo que prevalece es el desarrollo del propio lenguaje, que puede analizarse sesudamente; mas es mejor escucharlo con la mente y la sensibilidad abiertas para disfrutar realmente de las excelencias de la imaginación guinjoaniana. Como concluye acertadamente Susana Zapke en los comentarios incluidos en el citado disco publicado por Wergo, “Flamenco revela un sutil balance entre la creatividad intuitiva y la voluntad investigadora de transgredir las fronteras tradicionales del sonido, del ritmo, de la intensidad expresiva, de las posibilidades sonoras del piano y de la capacidad de escucha”.



Aquí se puede escuchar Flamenco en las tres piezas que lo conforman:

Y aquí otro disco de reciente aparición en el que los pianistas Isabel Puente y Antonio Narejos interpretan Flamenco junto a otras obras del compositor:



En esta página web se puede consultar la discografía general de Joan Guinjohttp://www.joanguinjoan.com/web/index.php?option=com_content&view=article&id=84&Itemid=82&lang=es






El loco de la guitarra, de ESPERANZA SANDOVAL SANTANDER.


                               Dedicado al maestro de música y artesano de la guitarra Casimiro González

Noches de su duermevela
que entre rondeña o serranas
arpegiando peteneras
le dan los claros del alba.
La gente le llama loco.
¡El loco de la guitarra!
¡Loco porque habla con ella!
¡Porque le abre su alma!
Porque la guitarra vibra
como una hembra excitada
cuando le pasa los dedos
entre sus cuerdas de plata.
Por eso le llaman loco...
¡Porque la lleva abrazada
con trémolos de armonía!
¡Mismo pulso y misma alma!
¿Qué puede saber la gente
de la perfección que alcanza
un corazón cuando vibra
al compás de una guitarra?
¿Qué embrujo? ¿Qué sortilegio
los une? ¿Quién pone alas
al concierto tan sublime
cuando se funden dos almas?
¡La sangre se vuelve copla!
¡La copla se vuelve alma
y alma notas y acordes
fundidos en la guitarra!
¡El corazón desvaría
como un loco por la danza
entre el ritmo y el deseo
de lo que el maestro manda!
¡Hombre, corazón y pulso!
¡Prima, bordón y templanza!
¡Partituras del silencio
para escuchar la guitarra!

Duende, por DORI HERNÁNDEZ MONTALBÁN.




Llega sigiloso robando las sombras por los caminos, 
viene armado de labrados cuchillos
desgarrando sedas a la luna llena.
¿Quién es ese que tan sigiloso llega
en las noches serenas y oscuras
mientras cantan los grillos?
Dicen que esa alma errante de la caravana
llora a solas.

Al claro de luna brillan sus zarcillos
y luce corales en su piel morena.
Una hembra hechizada perfuma su pelo
con flor de verbena.

Es un aliento, una pluma invisible que apenas nos roza,
la tristeza más pura sin motivo,
la voz que canta a las estrellas,
una gota de rocío,
el alma del violín,
el acorde abrazado a la guitarra sonora.
¿Quién es ese que tan sigiloso llega,
bailando una danza desconocida,
mientras la leña crepita?

Escucha la queja que viene de la urdimbre del agua,
de los verdes más hondos de la umbría,
la que susurra al junco a la orilla del río
bajo la linterna de la luna,
caravana errante, danza amorosa de la vida,
ante los senos de bronce de la muerte.


Flamenco, por MAR BLANCO


Algo tiene de incienso y mucho de hoguera.
Extrae del espejo de la noche
los rubores que deja resbalar sobre mi cuerpo.
Tal vez así la luna,
sembrada en el vestido
sea la vida -con las ventanas abiertas-
que estalla en sus volantes.
Y tal vez sea el escalofrío,
los tacones que hacen el amor sobre la tierra
-con sus pequeños vientres calientes y redondos-
y los lunares de mi espalda
recorridos por su voz,
lo único que existe
en el hondo vacío de los siglos.