Háblanos
un poco de ti.
Nací en una ciudad muy
particular, en Valparaíso, un enclave con una geografía única: puerto en
movimiento continuo, casas amontonadas subiendo por sus cuarenta y dos cerros,
decadentes caserones estilo inglés, escaleras interminables, perros callejeros
por doquier, ‘arte a cielo abierto’ y curiosos funiculares (ascensores). Creo
que el paisaje siempre marca. Era un mundo de estímulos, de colores y de
cúmulos, la mayor parte del año, grises, un espacio que tendía a la nostalgia,
donde en las radios de las micros se escuchaba música desfasada, de la ‘nueva
ola’, donde todavía existían ‘emporios’ y locales de aspecto decimonónico o
bares de ambiente marinero. Nací dentro de un pasado detenido. Y siempre estuve
rodeada de arte y de libros. Mi padre y mi madre se conocieron en la escuela de
Bellas Artes y son pintores y poetas. Nosotros, sus hijos, tuvimos la suerte de
que nos inculcaran el arte desde pequeños, y de poder desarrollarlo en
comunidad, en familia, en diversos talleres y grupos. El arte era un acto
cotidiano. Esta base es la que tengo, y sobre ella se ha ido construyendo mi
andadura poética. Gracias a mis padres y a su entorno, aprendimos a cultivar la
observación detenida de lo que veíamos, a tomar siempre apuntes en libretas que
se llevaban a todas partes, a tener una rutina de lectura, a ser críticos con
lo realizado, a disfrutar con la creación. Es extraño haber crecido en esa
burbuja de creatividad en plena dictadura. El golpe de estado había hecho
fracasar la floreciente época cultural que vivieron mis padres: la de la
canción popular con Víctor Jara y Violeta Parra a la cabeza. Yo ya nací en
dictadura. Hay un verso de mi libro “Corteza” que, de alguna manera, me define
y quizá engloba a toda una generación: “soy esa conjunción de mis dolores / el
vuelo sobre el cielo del fracaso”.
Volamos desde el dolor de lo real a través del arte. Un proyecto social
e igualitario que aplacó Pinochet… pero el canto, la música de protesta de sus
canciones jamás murió. Después, ya en los noventa, parte de nuestra familia
emigró a Madrid, y luego cada uno ha cogido su propio rumbo: Granada, París,
Berlín, Vigo… Creo que lo artístico y el hecho de cambiar de lugar (con todo el
camino de aprendizaje personal que eso conlleva) es lo más determinante y es lo
que nos define como familia y también de manera individual.
Una amplia muestra de los diez
poemarios que he publicado hasta el momento. De cada libro se recogen más de
veinte poemas. Y cuenta además con un bellísimo y muy completo prólogo de Juan
José Castro. Es una destilación de mi trabajo creativo en el área de la poesía.
He intentado que todas las temáticas que he cultivado estuvieran presentes: la
identidad femenina, el silencio y la palabra, la naturaleza, el amor y el
erotismo, la errancia y la plástica.
Esta mixtura, esta fusión de
sustancias interiores, creo que puede dar cuenta de lo que me ha importado
siempre: la búsqueda de una voz propia, el deseo de trabajar el lenguaje con
mimo, la importancia que doy a los ritmos y a la musicalidad, la necesidad del
entorno natural y salvaje para encontrar nuestro lugar en la poesía y en el
mundo, y la mirada hacia la otredad, hacia los seres humanos hecha con atención
y empatía.
¿En qué ingrediente reside la
fuerza de este libro?
Creo que a pesar de su variedad
de temáticas, todas ellas se hermanan en una voz asombrada ante lo observado,
un lirismo muy atento a los cinco sentidos, que otorga más plasticidad a los
versos. Muchas amistades escritoras dicen que mi poesía es muy sensual y,
algunas veces, con un erotismo muy marcado. Creo que este libro a pesar de
contener diez trabajos con distintas claves posee un sutil hilo conductor, que
es, según mi opinión nada objetiva: la vibración de la voz poética al
contemplar el mundo. Siento que hay algo vivaz, no estático, una búsqueda
contante. Pero lo más bonito es que los lectores me digan cuál es la fuerza de
este compendio. Son las opiniones de ellos las que importan y que, espero, me
vayan llegando tras su lectura. Ya se sabe que una vez publicado un trabajo ya
no te pertenece, los libros viven de una manera única y particular en cada
persona que los lee.
¿Cómo
describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta esta
última?
Es posible que haya ido ganando
más seguridad a la hora de escribir. Atreviéndome a ser más conceptual y
hermética. Con “Piedra que mengua”, no estuvo tan presente la consideración de
ser entendida, cercana. Me dejé llevar, fue un rapto. Este último tiempo, me he
atrevido con el soneto que siempre impone mucho, y he experimentado con poesía
visual, voy dejándome llevar. No hay nada que demostrar. Sólo me acuna esa
fascinación por las palabras, ese deslumbramiento de siempre. Voy escuchando a
la que dentro de mí habla. También tengo que destacar y agradecer vivir con un
gran escritor como lo es Ángel Olgoso. Él es un referente continuo para mí, su
independencia, su manera de afrontar la escritura y la lectura, con tantísima
entrega y responsabilidad, me nutren cada día. Soy una privilegiada.
¿Cuál fue el último libro que
leíste? ¿Por qué lo elegiste?
A raíz de ver un documental sobre
Ana María Matute (Imprescindibles de RTVE), caí en la cuenta que me faltaba
leer alguno de sus libros. Así que acabo de terminar “Algunos muchachos”, una
obra densa, que deja estela. Esa manera suya de mezclar la crueldad del ser
humano con la inocencia es única. Es como exponer un pecho desnudo y rozagante
junto a otro tapado. Es increíble cómo expone las fricciones de la emoción con
un pensamiento aprendido. Es como si
desembocaran, en un mismo embalse, ríos opuestos. Muestra el contraste entre
clases sociales que tan bien armonizan; como si nos dijera: todos somos hijos de
un instinto de supervivencia primitivo. Por eso los lectores nos vemos
reflejados en personajes tan diversos y contradictorios: no hay negro sobre
blanco ni blanco sobre negro, sólo mixtura humana. En su literatura nada es
grave ni categórico, aletea una risa sutil, una ironía mansa que agradecemos.
Su prosa tiene flecos. Tiene compuertas desdibujadas donde podemos entrar, si
queremos, para hacer nuestras propias interpretaciones. Este conjunto de
relatos tiene finales inesperados, nada tópicos. Simbología. Un lugar para las
preguntas.
Y
ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?
Sí, he estado terminando las
ilustraciones de un libro de poesía infantil que he escrito. Este proyecto lo
tengo hace bastante tiempo en marcha, desde Óbidos, pero he ido aumentándolo y
perfeccionándolo, también ‘probando’ mucha de sus poesías con el alumnado de
los colegios a los que voy. Mi deseo era que cada poema tuviera su ilustración.
¡Y ya por fin las tengo todas! Todo hecho a mano por supuesto, sin ayuda de
ordenadores o de IA, jejeje. Me ilusiona muchísimo ver este libro publicado,
poder regalárselo a mi sobrina Minagua (a la que está dedicado), poder
hermanarme con tantos otras poetas que admiro que hicieron un espacio a la
poesía infantil, además de la dirigida a los adultos, como mis queridas
Gabriela Mistral, Gloria Fuertes y Angela Figuera Aymerich. A veces siento que
la escritura es también amor hecho palabras, y yo siento mucho cariño por ese
niño que todos llevamos, ese inventor, ese mago, ese ‘rimador’, ese fabulador que
siempre persiste en cada uno. Quisiera que este libro lleve imaginación y risa
a quien lo lea.
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