jueves, 19 de junio de 2025

Entrevista a Ángel Olgoso, autor de Madera de Deriva.



Háblanos un poco de ti.

Me temo que soy un tanto pudoroso y poco dicharachero. Podría resumirme diciendo que soy un escritor por escrito -poco dado a las actividades extras propias últimamente del gremio- que comenzó con la poesía a los doce años y que luego escribió relatos desde los diecisiete hasta los sesenta, unas setecientas narraciones en total. De hecho, creo que me he dado a luz a mí mismo, literariamente, tres veces, son como tres caídas del caballo camino de Damasco: en 1973, interno en La Salle, descubrí la luz y la caricia de la palabra poética; en 1978, en la casa paterna de Cúllar Vega, fui inoculado por el virus infeccioso del relato; y en 2020, en La Zubia, dije adiós a la ficción y acogí al género híbrido (al que ya había tanteado con anterioridad en bastantes ocasiones). Para abundar un poco en este tema tan poco interesante, uno mismo, podría añadir que siempre he considerado a la realidad como una ordinariez, más aún, como un veneno, y la literatura o la creación artística como su antídoto, junto con la dulzura de los afectos humanos; que me fascina la imaginación y la extrañeza, es decir lo excepcional; y que adoro la belleza del lenguaje, del idioma tornasolado y bien aquilatado, de las palabras vivas o muertas. En definitiva, me esfuerzo de buena gana en pensar cosas en las que pienso que los demás no pensarán.

 

¿Qué podemos encontrar entre las páginas de Madera de deriva?

Podría definirlo como un ‘collage’ literario, un prisma de universos verbales decantados y fronterizos, una obra miscelánea -como su título indica- donde conviven crónicas viajeras, apuntes ensayísticos, especulaciones singulares, el negativo de relatos posibles que nunca fueron escritos, evocaciones, entradas de diccionario, apólogos, viñetas de perplejidad sensorial y metafísica. Este volumen híbrido explora la tensión entre el mundo exterior y un yo de vibración discreta, con menos ataduras y liberado ya del corsé de la ficción pero con la exigencia estética de siempre. “Madera de deriva” es una apuesta inclasificable por lo disperso y marginal, por el brujuleo de lo íntimo, por la búsqueda de nuevas posibilidades creativas y conceptuales. Libros del Innombrable, la exquisita y heterodoxa editorial aragonesa que lo ha publicado, califica el libro certeramente como “textos libres, irónicos y profundamente literarios”. Y Eloy Tizón, en la contraportada, habla de humor melancólico, de “un modelo de cuento desabrochado y libre en el que no escatima los juegos con la Historia y la ciencia, la cita culta y oportuna ni la imaginación metaliteraria”.

 

¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?

Creo que en dos componentes. Por una parte, en la absoluta libertad que me ha proporcionado el no estar sujeto por las bridas y convenciones de la ficción, en el placer que me ha procurado experimentar intelectualmente, expandir los límites narrativos, dar rienda suelta a mi gusto por la epigrafía (el arte de las citas), dejarme llevar por cualquier registro o textura, por cualquier especulación literaria, social o metafísica. Y, por otra parte, en el hecho de que “Madera de deriva” vaya a contracorriente de mucho de lo que se publica en la actualidad. Tanto es así, que quizá podría fantasearse con una faja publicitaria del siguiente jaez. “Un libro para los que gustan de la literatura que sabe a literatura”.

 

¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta esta última?

Ha sido una corriente continua que se inició en la niñez por compulsión propia y que ha fluido casi sin interrupción, con breves períodos de estiaje. Echando la vista atrás, veo coherencia y, al mismo tiempo, evolución. Me da también la impresión de que he escrito muchísimo, una veintena de libros. Una barbaridad teniendo en cuenta que siempre me he visto obligado (aún hoy) a arañarle desesperadamente tiempo al trabajo alimenticio, teniendo en cuenta que me cuesta muchísimo esfuerzo escribir (mi técnica de la taracea lingüística es lenta y minuciosa, hay relatos que he tardado meses, años e incluso décadas en terminar), y teniendo en cuenta por último que en lo personal hay que arrancarme las palabras con tenazas de sacamuelas. Y si al corpus de relatos se le une el centenar de ‘collages’ (“Nocturnario”), los tres libros misceláneos (“Tenue armamento”, “Un unicornio fuera de su tapiz” y “Museos imaginarios”), el poemario de haikus (“Ukigumo”) y la labor patafísica (“Los Escarbadientes Espirales del Institutum Pataphysicum Granatensis”), me considero moderadamente satisfecho, aunque todo ello -como es natural- no se haya traducido en un alegre número de lectores.

 

¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo elegiste?

Acabo de releer por tercera vez “Juan Benet y el aliento del espíritu sobre las aguas”, de Eduardo Chamorro. Algo intrigante, gozoso, hipnótico, me vuelve a llamar cada cierto tiempo para que retome de   nuevo sus páginas; ignoro si el cebo reside en el memorable protagonista, en el estilo, la estructura, la voz del narrador o en la amalgama de todos esos elementos. Quizá se deba a que no es sólo un riquísimo sumatorio de los veinticinco años de amistad entre Eduardo Chamorro y Juan Benet. No es tampoco una biografía ni un trabajo crítico sobre la obra de este último, sino una evocación que mezcla -en una deslumbrante coctelera- el retrato jovial y paradójico    de esa figura excepcional de mente y lengua afiladas, el relato del ambiente literario de Madrid entre los años setenta y ochenta con reflexiones de altura sobre la poética benetiana. Un auténtico alarde.  

 

Y ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?

Espero seguir publicando los seis volúmenes de mis relatos completos, recopilados temáticamente, en la editorial Eolas. Un proyecto de envergadura que cuenta con prólogos de escritores españoles e hispanoamericanos de primer orden. Tras “Bestiario” (relatos protagonizados por animales o relacionados con ellos), “Sideral” (relatos de ciencia ficción o con cierta vibración de la misma) y ”Estigia” (relatos sobre la muerte), vendrán "Holobionte", (relatos sobre el prójimo y la sociedad), "Ánfora" (relatos de ambientación histórica) y "Maelstrom" (lo fantástico y las manifestaciones culturales).

Confío también en publicar algún día “Mirabilia”, un librito de textos entre lo poético y lo ensayístico que intentan fijar esos elementos maravillosos, esas sensaciones que aún atesora el mundo -o incluso el prójimo- en tiempos como estos, a primera vista tan hórridos y destemplados.

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