Esta
mañana he esperado al sol, sentado sobre una lastra plana. Los primeros rayos
daban en las montañas altas, poco a poco sentí su calor, cerré los ojos y me
fui con él, encendimos una parte de la tierra, dándole luz y calor a la
oscuridad, subimos a las montañas y bajamos a los valles, llegamos a las umbrías,
a los mares y lagos. Nos abrimos paso entre los bosques y quisimos entrar en
grutas, pero no nos dejaron nada más que asomarnos. Volví por la tarde a la
piedra plana y esperé a la luna, estaba silenciosa y un poco tristona,
demasiada soledad me dijo. A veces medio apagada o medio encendida, otras veces
luminosa pero siempre atrayente. Ven me dijo, vamos a elevar los mares, a hacer
crecer las plantas. Me fui lejos de aquí, me senté en su costado como si de un
potrillo se tratara, cabalgamos toda la noche y hasta bien entrada la mañana,
al despedirnos quiso que la abrazara para sentir el calor de un abrazo.
Volví
a la piedra plana otra vez, a esperar al sol, pero no salió. Una nube lo tapaba,
ni su calor la deshacía. Hablé con la nube para tomar un poco de agua en su
casa, puedes entrar me dijo, pero no tengo agua, solo granizo ¡listo para
sembrar! ¿por qué siembras granizo y no agua de manantial? Porque los humanos
me han enfurecido, maltratado, castigado y humillado. No me dejan respirar ni
de los mares ni de los ríos; cuando digo de llover me envenenan y me tengo que
disolver, de sus chimeneas salen ácidos que, al descargar mi agua, envenenan
cultivos, bosques, parques y jardines. Enveneno animales y humanos y quiero
llorar, llorar bien, regar los campos, regar las fuentes y nevar las montañas.
Esconderme en verano y salir el resto del año. Pasa a mi casa, veras el granizo,
comprenderás que no puedo tener otra cosa, es de lo que estoy alimentada. Tengo
también fuertes aires acumulados, volaran tejados y árboles centenarios, teñiré
de hielo todo el campo, arrasaré las huertas, los mares de espigas, el maíz
dorado y ganado pastando. Lloraré por hacerlo, pero no tengo otra opción.
Sal
de mi casa que no te puedo llevar, no quiero que seas testigo de la destrucción.
Protégete bien, avisa a los tuyos que los granizos serán muchos.
Baje
de la nube entristecido, abatido, ¡no puede hacer nada! Lo peor de todo es que
la comprendía.
La
nube estaba enfurecida, por su boca salían rayos y centellas, aires
huracanados, truenos aterradores, remolinos… y el granizo.
Avisamos
a todo el mundo y nos refugiamos donde pillamos. ¡Nube, nube!, la llamaba, le gritaba ¡No sigas el juego de los que te hacen daño, ellos están a salvo, aquí
estamos los débiles, los humildes y los que te cuidamos!
No
me escuchaba, no podía oírme ¡por su boca salían rayos y centellas! y truenos
aterradores. Pero un destello de luz salió entre ella, el sol sí me escuchó y
la convenció para que se fuese de allí. Voló hacia las chimeneas de ácido aún
con más bravura, pero otra nube de aviones y cohetes volaron hacia ella,
cargados de no sé qué, disparados y esparcidos en la nube… al poco tiempo se
desvanecía.
Miré
mi huerta lamentablemente destrozada. Tanto esfuerzo, tanta dedicación, tantos
suspiros… a pesar del daño la comprendía. Ella había sido capaz de revelarse
ante la contaminación y los desórdenes ambientales. Ella nos amaba, pero a
veces hay que arrasar para volver a la normalidad, para reflexionar sobre el
daño que los humanos hacen a la tierra.
Tenía
que hablar con los vientos, los mares y ríos, ellos también están alterados,
sucios y contaminados. Para ello tenía que perfeccionar el idioma universal de
la tierra el “TERRADÍ” Hablé con la luna y el sol, ellos me entendían y se
ofrecieron a darme clases, uno por el día y otro por la noche. Con mi “TERRADÍ”
recién aprendido, hablé con el rio, con el lago y los mares. Todos estaban
sucios, alterados y contaminados, las especies que habitan en ellos al borde
del colapso y de morir asfixiados.
El
mar culpaba al rio, el lago culpaba al rio y el rio se sonrojaba por no poder
hacer nada. Les expliqué que ellos no son culpables, la humanidad entera a es
la culpable, solo utilizan sus aguas para divertirse, saciar su sed, regar sus
campos… y como vertederos.
Hablaré
con los vientos, tenemos que idear un plan para que cuando el humano haga mal,
soplen aires huracanados, el día se vuelva noche y la noche día; que las aguas
enfurecidas se traguen a aquellos que contaminen, que expulsen sus basuras y
venenos fuera de las aguas; que los vientos y la nube con sus “rayos y
centellas” luchen contra quien los producen. Igual se asustan y dejan de
despreciar a nuestra casa vital.
Hablemos
todos el “TERRADÍ” y sintamos la tierra como nuestra, que lo es, para
alimentarla y cuidarla.
Pasaron
unos años complicados, convulsos, de aguas bravas y cielos con rayos y
centellas, donde el día y la noche se confundían… Poco a poco todo se fue
calmando, la naturaleza y sus habitantes se saludaban, se cuidaban. El “TERRADI”
fue el idioma oficial en todo el planeta.
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