sábado, 13 de agosto de 2022

CUANDO LA METÁFORA ES UN HECHO CIERTO, por Victoria Elizabeth Nowak.

 


Como una abeja gustosa en su panal, Manolo vivía en una pequeña cueva, ese medio  que para el mundo moderno era de trogloditas, sin embargo para él era uno de los medios  más modernos de toda España. Ecológico, sustentable, económico; donde las temperaturas se asemejaban  a lujosos hoteles de cinco estrella de Granada. Tan pictórico, que solo un poeta y pintor como él, de su envergadura,  podía apreciar la belleza −no tan subjetiva− en un mundo narrado sin puntos ni comas, y sin colores auténticos.

   Manolo, vivía allí con su esposa Clara y su hija andaluza, Carmen. Tanto él como su mujer no eran nacidos en esas tierras de versos rimados, sino que venían viajando hacía muchos años, buscando “Un lugar en el mundo”,  donde uno lo siente suyo, propio, como si toda la eternidad hubiese sido el claustro de su alma.  El matrimonio había nacido en Buenos Aires, ciudad cosmopolita y de ritmo vertiginoso. Ambos, tuvieron la bendición de poder estudiar desde los primeros años hasta los últimos del secundario en un colegio de nivel alto, muy alto,   donde no solo se estudia violín en la asignatura de música, sino que la gente pudiente hace lo imposible para anotar allí a sus hijos.

   Clara necesitaba un cambio de aires, un cambio de visión del mundo y España, el Sur de España era el lugar idóneo para completar y llenar el vacío  que tanto tiempo habían buscado. Nunca entendió que debía estar tan temprano en su casa de Buenos Aires, y aquí, en su casa de España podía llegar más tarde sin importar esas horas que traspasaba el segundo de más de la medianoche. Carmen disfrutaba contando estrellas y sin contar, siempre se llevaba un puñado en su sombrero de paja para colocarlas en el techo violeta de su dormitorio.

   Todos tenían una gran afición. Contar mentiras sin que nadie se diera cuenta que eran grandes verdades de la vida. Manolo, siempre decía que el tiempo no existe, mientras miraba cada cinco minutos su reloj de pulsera de oro. Clara, cortaba en trozo muy grande la tarta, mientras decía que había que saborear la vida en sorbitos y Carmen contaba estrellas del cielo mientras dibujaba en su cuerpo estrellas y caballitos de mar.

  Todo parece ser sacado de un cuento y siendo verdad tanto relato, Manolo, Clara y Carmen se escribían varias cartas donde las letras volaban por el zaguán, rebotaban  en la chimenea y se colocaba en la fuente central junto a las frutas que decoraban el hogar. Letras que brotaban cada mañana al leer en la cama una historia sin igual. Un perro se mordía la cola y el otro le lambia la herida. Un gato se soltaba el pelo, mientras el otro se comía la sardina para merendar. Una guitarra bailaba una sevillana, mientras una gitana mordía un clavel al caminar. Un sombrero se soltaba el pelo, mientras el otro se colocaba en la calva de Manolo para  evitar el daño del sol y un pañuelo se sonaba los mocos, mientras el otro se jartaba de exprimir el llanto de la risa fácil al escribir tantas cartas de mentiras que al final era la misma verdad de una vida de fantasía que vivían componiendo metáforas para poder respirar.

   Un ciempiés con cien muletas caminando por la espalda del burro de Clara, que de tanto comer manzanas se convirtió en Blanca nieves y los enanitos emigraron al mundo de la bruja blanca. Un carro de calabazas que los ratoncitos convirtieron en estufa para ser prendida sin leña, ni lumbre que calentara esos cubitos de agua que se derramaban del grifo de la cocina. Una jarra de leche, que se vendió por una docena de huevos, éstos por dos conejos y éstos por dos liebres que se escaparon por el campo al  anochecer. Miles de palabras sin llegar a mil, es este cuento que en forma de relato nos cuentan el hecho de las metáforas que Manolo, Clara y Carmen dieron a la vida para darle picante, sabiduría y el arte que muchos de ustedes deben entender.

   No es cuestión de verdades o mentiras, es cuestión de ver y entender que la vida es una sonrisa, un juego que se puede escribir en un papel.

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