En este bar, apenas entra gente.
Trato de amasar el silencio,
escuchar la música celeste de las cosas,
pero siempre la desmigajan los ruidos.
Son ruidos bobos:
amortiguados suspiros,
livianos crujidos, torpes chasquidos,
que aún y así, me sobrecogen.
Imbécil cráneo sombrío,
chaladura de sesos aprensivos que zarandean al
corazón.
Saco de debajo de la tierra, espejos,
vidas que desvelan rarezas.
Cualquier lugar es válido para fotografiar
los cristales que maquillan el desierto.
Es curioso, alcanzo lo invisible,
logro otear lo maravilloso que es estar vivo,
en el recelo de dos manos ancianas,
que sostienen las cartas de su baraja,
descubriendo un poema inconcluso.
Me conformo con ser un átomo de Poesía,
en este bar abierto.
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