- Cuento
-
A Carla,
por su mágica participación
Hace mucho, mucho tiempo, tanto que casi ya se olvidan
todas las cosas, vivían en una tierra
muy lejana, rodeada de nevadas montañas y frondosos valles,
los lampíridos.
Los lampíridos eran unos seres
pequeños, voladores y muy juguetones, que no paraban de trabajar y divertirse durante el día y luego,
por la noche, rápidamente escapaban volando
a sus casitas-cueva excavadas bajo la tierra.
Estos diminutos seres adoraban la luz del sol. ¿Sabéis
que el sol hace más cálidos los fríos
días de invierno y madura las rojas cerezas que tanto gustan a los niños cuando llega el verano? Pues bien, además
de esto los lampíridos necesitaban la luz del sol para ahuyentar las
sombras. Nada asustaba más a los lampíridos que las oscuras sombras. ¡¡Qué
miedo les daban las sombras, esas
temidas sombras¡¡ ¿A vosotros os asustan las
sombras? Pues a ellos les daban pánico y corrían volando sin descanso a esconderse en sus cuevecitas y cerraban de un golpe, ¡¡PLOF¡¡, la puerta.
¡¡Ay de aquel que no se escondiera a tiempo¡¡ Decían que llegaba la
sombra, oscura, fría y húmeda, empapando sus alas y paralizando al momento como
una piedra al incauto que no se hubiera ocultado ya. Contaban que las sombras lo devoraban todo a su paso y el
peor momento era al atardecer cuando,
al esconderse el sol –tal vez también asustado-, las sombras se hacían cada vez más y más grandes y
oscuras y los pequeños lampíridos, cansados de un duro día de trabajo y
diversión, casi no podían ni levantar el vuelo.
Pues en esta hermosa y soleada tierra nació en aquellos días un hermoso y regordete lampírido al que sus papás, radiantes de felicidad, llamaron “Oropel”,
por sus rubios cabellos que recordaban a los rayos del sol.
Cuando Oropel cumplió su primer día de vida preguntó a su mamá:
-
Dime mamá, ¿por qué me llamo Oropel?
- Oropel, hijo
-contestó su mamá-, ese hermoso nombre te lo
elegimos nosotros porque tus cabellos brillan como los rayos del sol.
- A mí me gusta llamarme Juan, ¿no puedo cambiarme el nombre?
-preguntó de nuevo Oropel-
- No hijo, tu
nombre Oropel es mucho más bonito que Juan,
ese nombre es muy corriente.
Oropel quedó pensativo y al cabo de un rato preguntó
a su papá:
- Dime papá,
¿por qué yo no tengo alas como vosotros y como mis hermanos?
- Aún eres
una pequeña larva Oropel
y tienes que crecer todavía más,
-contestó su papá-. Después te transformarás en una pupa y cuando
por fin llegues a ser un imago, entonces
tendrás tus hermosas alas. Mientras
tanto crecerás cuidado por nosotros, sin
tener de qué preocuparte, fuera hay demasiados peligros, están las sombras...-y quedó en silencio sin decir nada más-.
-
¿Qué son las sombras, papá? -preguntó al instante Oropel-.
- No es fácil
de explicar, ya tendrás tiempo de saberlo, ahora vive tranquilo sin pensar en eso.
Oropel quedó de nuevo en silencio, aunque en su cabecita aún resonaba esa pregunta sin respuesta.
Oropel creció feliz
como una larva mofletuda, ajeno a
las sombras y cuando transcurrido su segundo sueño invernal,
se transformó en una
pupa, su papá le dijo:
- Oropel, ahora comienza
una etapa importante en tu vida, aprovéchala y no desperdicies el tiempo. Recuerda
que hay tiempo para todo menos para recuperar el tiempo perdido.
Aprovecha ahora y se un lampírido estudioso
y responsable. Ya vendrá el tiempo
en que puedas divertirte.
Oropel escuchaba
con atención a su papá y se prometía ser una pupa responsable
mientras las demás pupas se
divertían, pero aún estaba en su cabecita la pregunta:
-
¿Y las sombras,
papá?, ¿me harán daño?
- No, hijo
-respondió su papá-, sabes que nosotros te cuidamos, continúa en casa y no salgas afuera,
así no habrá peligro. Aquí no
entran las sombras.
Oropel siguió
creciendo, transformado ya en una pupa muy
hermosa y responsable, admirado y
querido por toda su familia y por los lampíridos, ajeno siempre al tan temido
problema de las sombras.
Un día lluvioso del final de la primavera, Oropel le dijo a su mamá:
-
Mamá, me pica la espalda,
¿puedes rascarme?
Su madre fue a rascarle y entonces exclamó:
-
¡¡Oropel¡¡, ¡¡te están saliendo
ya tus alitas¡¡
- ¿De verdad,
mamá?, ¡¡Qué contento estoy¡¡, ¡¡por fin podré salir afuera con mis hermanos¡¡ -exclamó
Oropel entusiasmado-.
Y la mamá, un poco preocupada por este cambio en su hijo le respondió:
- Bueno, tendrás
que esperar unos días, tienen
que terminar de salir
y aquí en casa estás tan a gusto.
- Ya los sé mamá, pero me hace mucha
ilusión volar como mis hermanos
y como los otros lampíridos.
Al fin llegó el día en el que las alitas de Oropel estaban listas para su misión en la vida y, ya convertido en un
precioso imago, se decidía a
abrir la puerta de su cuevecita,
cuando su mamá le preguntó:
-
¿Dónde vas tan temprano, Oropel?
- Quiero salir afuera y empezar a mover mis alitas -contestó
feliz Oropel-.
- No te impacientes -le dijo con insistencia su mamá-, hoy está lloviendo y se te mojarán, mejor lo
dejas para otro día.
-
Pero es que yo quiero
salir hoy -insistió
Oropel-.
Por la cara de enfado de su mamá, supo Oropel que ese día no saldría a volar y sus alitas tendrían que esperar aún cerraditas sobre su espalda.
¡¡Qué triste se quedó¡¡. ¡¡Con las ganas que tenía de salir y la ilusión
por volar¡¡ y, aunque era ya un gran imago, se quedaba en casa, como las larvas y
las pupas. Entonces, ¿para
qué he crecido y me he transformado en imago con alas? -se
preguntaba en silencio Oropel-.
Pero a los pocos días ocurrió que su papá se rompió un
ala y no podía volar bien. Sus
hermanos habían volado lejos a trabajar y el único que podía llevarle al médico era Oropel,
pues su mamá no tenía alitas. Por fin había llegado
su oportunidad, ya podía salir afuera y estrenarlas. El médico
curó el ala de su papá y éste quedó muy orgulloso de la ayuda de Oropel. ¡¡Ya si
podía sentir que era un gran imago¡¡
Oropel no se había
tropezado aún con las temidas sombras, porque
siempre regresaba a su cuevecita cuando
aún el sol brillaba con fuerza en el firmamento.
Un día de verano ocurrió algo inesperado y
catastrófico. En medio del soleado
y caluroso día empezó a hacerse la noche de manera repentina y, en un abrir y cerrar de ojos, todo quedó
tragado por las oscuras sombras. La
tierra de los lampíridos había
quedado completamente a oscuras por un eclipse
de sol, aunque ellos no lo sabían. Lo que estaba pasando es que el sol, jugando en el firmamento, se había
escondido detrás de la hermosa luna y no dejaba ver sus
rayos.
En medio de la oscuridad y desorientado sin saber
hacia dónde ir, Oropel divisó a lo lejos una lucecita verde y voló
asustado sin pausa hacia ella. Al
llegar bajo una fresca morera, se dio cuenta de que la luz salía de la barriguita de un gusano.
Oropel, muy sorprendido, creyó que era un hada mágica, como la de los cuentos que
su mamá le contaba cuando era una pequeña
larva. Entonces
el gusano, mirando
sonriente a Oropel, le
preguntó:
-
¿Cómo te llamas?
Oropel no
podía ni abrir
la boca y casi en un murmullo
contestó:
-
Oropel
-
¿Estás asustado?
-
Sí, ¿y tú quién eres?, ¿el Hada Verde?
- ¡¡Ja, ja,
ja¡¡ -reía el gusano-. Es bonito eso que dices del Hada Verde. Entonces si yo soy un Hada Verde, tú también lo eres.
Ahora sí que estaba
confundido Oropel:
- No entiendo
nada, todo está oscuro de repente y después me
encuentro con un Hada Verde que me dice que yo también
lo soy.
El gusano lo miró de nuevo
sonriente y le dijo:
- No temas,
abre tu corazón, es una oscuridad pasajera, el sol brillará de nuevo dentro de un rato.
- Pero es que
las sombras me dan mucho miedo y no hay luz, solo esa luz verde que sale de tu barriguita –dijo aún asustado
Oropel-.
- ¿Las
sombras? No tienes nada que temer de las sombras –dijo tranquilamente el gusano-.
Las sombras no hacen nada sino acompañarte para que no estés solo y
siempre en silencio, para no
entorpecer tus pensamientos.
Esto hizo pensar a Oropel,
en verdad las sombras no hacían el menor ruido, siempre
estaban pegaditas a su lado acompañándolo, como las mamás cuando los niños son pequeños.
-
¿Y esa luz verde en tu barriga?
–preguntó Oropel-.
- Tú también
la tienes –contestó
el gusano-, por eso eres un lampírido, una luciérnaga, un gusano de luz. Pero si te gusta
más el nombre de Hada Verde, también lo puedes utilizar.
Realmente algo de mágico hay en todo esto.
El corazón de Oropel estaba
ahora abierto de par en par, sus ojos brillaban y sus oídos
escuchaban.
- Escucha, Oropel -prosiguió el gusano-, tu nombre significa
brillo y esta luz verde es
el brillo interior, la luz verdadera que sale
de dentro de cada ser y que nunca produce
sombra. Las sombras las producen las luces que están
fuera, como la luz del sol y, aún
así, su sombra es necesaria. Tú, yo y todos los seres brillamos, tenemos una luz maravillosa que sale de dentro de cada uno y que brilla
más intensamente cuando
la oscuridad
parece que no te deja ver. Sólo hay que esperar el momento preciso y entonces brillas. Has comenzado
siendo una pequeña larva, después una pupa y ahora eres un imago con tus preciosas alas.
Has recorrido un camino durante
el cual te has ido transformando
y ahora, ahora que has abierto tus ojos, tus
oídos y tu corazón, ahora
puedes brillar.
Y en ese momento una intensa y maravillosa luz verde salió de la barriguita
de Oropel.
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