martes, 30 de noviembre de 2021

ALEGRÍA A UNA MADRE, por Pepe Velasco Romero.

 



"Silencio. Siempre el silencio, pasando los días entre nosotros, pero viviendo su vida en un mundo propio. Ni una sonrisa, ni una mirada, ni un leve gesto; solo el silencio".

 Adela está concentrada en sus propios pensamientos. Así puede pasar horas en completa mudez, desgranando con calma el por qué de su situación y de su suerte. Sobre por qué le ha tocado justamente a ella estar inmersa en este pandemonio, en esta situación tan extemporánea y a la vez injusta. Mira una y otra vez hacia donde se encuentran sus hijos, ajenos por completo a las reflexiones de su madre. Pasan el tiempo en sus juegos, abstraídos y silentes. Se pueden pasar horas así, en el más completo silencio. Entonces a Adela la embarga la angustia, y a la vez un dolor atropellado. No hay derecho a ello. Aquel silencio la mortifica hasta límites insospechados y amenaza con descomponer todos su sistema nervioso. Cuando dio a luz a los gemelos, su compañero pareció no caber en sí de gozo, pero se fue de forma inesperada y repentina, dejándola sola. Conforme los niños fueron creciendo vinieron al principio indicios,  luego amagos de diagnósticos médicos y por fin las certezas. E ella se vio sola con aquella carga que a veces amenaza con sobrepasar sus fuerzas  y trastornar toda su vida.

  "Qué tiempo de silencio, de agobio, de hastío; del pasar lento del tiempo, de hiriente ausencia de ti. El tintineo de tu voz me lo trae el viento. Las mágicas notas de tu risa, me las trae el viento. Tu olor brusco y a la vez suave, me lo trae el viento. Pero tu recuerdo... ¿Quién me trae a mí tu recuerdo?

 Quizá me traen tu recuerdo las ganas que tengo de ti; de verte en cada cosa que miro. De tu estar permanente, frente a mis ojos, tu cara de juguetona risa. De oír cada minuto que pasa el bronco y melodioso timbre de tu voz. De aspirar cada instante tu olor peculiar e identitario.  De ese no saber descifrar a veces tu presencia cuando el viento vino. Quizá sea todo eso... Pero quizá sea el permanente deseo; el permanente anhelo de tenerte conmigo. El permanente deseo de estar junto a ti y de fundirme contigo".

 

Si al menos tuviera su compañía, -pensó Adela afligida- sus lapsos de plática con él, para ella sería como un bálsamo. Lo quiso tanto, quizá no tanto por su físico, más bien por su forma de ser y de afrontar la vida. Además, siempre comentaba con ella sus momentos y pensamientos más íntimos. Así podían pasar horas discurriendo, preguntándose qué es la vida, el por qué de ella, cuál sería su fin último. Deviniendo ambos casi siempre en mil y una conjeturas, verosímiles o no. Tesituras al fin y al cabo que los llevaba a entretenerse durante horas de animadas y relajantes especulaciones. Necesita la palabra. Porque, aunque hay amigos, familiares y personas buenas que le echan una mano y se prestan a ello y a hablar, ella necesita de la palabra como el comer, como respira cada instante para seguir viviendo para romper ese muro de silencio inmenso. Entonces ella, en sus cavilaciones, comienza a especular sobre cuestiones baladíes para mantener la mente ocupada y que no se la trague al fin el silencio.  

 El tiempo que quiere tener ocupada su mente, Adela también recuerda las largas charlas con su marido.

 —¡Sabes, Adela? —le decía a veces—, estoy en silencio sentado y contemplo el mundo desde otra perspectiva, desde el otro costado. Es un mundo raro el que veo del revés; el que veo del otro lado. Veo al bueno tan lejos del malo, al justo tan lejos del tirano… Pero también veo lo menos vendible,

lo más humano. Lo que sale de dentro, lo que no está quemado por el miedo. Lo que dice lo justo, lo que dice lo claro, lo que la verdad dice, lo que dice lo humano”.

 Pero la mujer despierta a la realidad y observa a sus hijos como hipnotizada. Ni una muestra de cariño hacia ella, ni una sonrisa o un leve gesto, solo el silencio, siempre el silencio. A veces el silencio se muestra ante ella tan denso que parece poder cortarse, eso la apabulla y a la vez la aterra. Y así un día y otro día. Aquel manto de silencio a veces amenaza con ahogarla. Alguna que otra vez ha tenido la imperiosa necesidad de dejarse llevar, echarse en brazos de aquella sensación liberadora, pero no puede hacer eso, ellos están allí en silencio. Aunque a la vez no quiere entrar en la apatía ni en un círculo vicioso, ella también tiene personas cercanas que la quieren y están ahí. Por tanto se resigna y se consuela. Las palabras sabias de su viejo profesor y amigo que de vez en cuando la visita, la reconfortan, porque él le da consuelo y consejos sabios con una alta dosis de sentido común.

 —¡Ten en cuenta, Adela —le manifiesta alentador— que el silencio habla poco y lo dice todo. Cuando el silencio impera, la paz con él se alía y habla quedo, y te cuenta cuentos, te narra historias y retazos de una vida. Tu amigo el tiempo pasa lento, se alarga y se estira, se hace eterno. El silencio es locuaz si se escucha atento. El silencio es hablador si se le pide consejo. El silencio ofrece mucho, solo pide a cambio que estés atento.

Pero a pesar del empeño que todos ponen en intentar distraerla, hay momentos en que a Adela todo aquello le suena a música celestial. Necesita que sus hijos se comuniquen con ella, que le hagan pataletas, le pidan caprichos y le formen guirigáis de padre y muy señor mío. En definitiva, que rompan aquel angustioso y aterrador silencio. Y por fin sucede…

   Hoy, contra todo pronóstico y de forma imprevista,  una madre con el corazón henchido de orgullo y una alegría tan grande que no le cabe en el pecho, puede proclamar a los cuatro vientos, con los ojos llenos de lágrimas, el regalo tan grande que en el día de su cumpleaños uno de sus hijos le ha hecho. Con un hilo de voz, ha entonado un leve “cumpleaños feliz”, y con voz trémula y los ojos llenos de alegría infantil, mirando con orgullo a su madre, ha roto por fin el silencio… y, silencio…

 Entonces Adela, alzado los brazos en alto, como queriendo dar la gracias a un supremo hacedor, entona una plegaria de agradecimiento y de exhausto recuerdo:

 

—Gracias, silencio por traerme su canto; su canto de espuma y de negro caballo. Su tañer de campanas como de campanario lejano. Lejano en el tiempo, como el negro caballo de alas de aire y de viento helado que me trae tus recuerdos que fueron de fuego, y luego transidos los cuerpos como fuego helado. Gracias, silencio, por traerme su canto...

 

4 comentarios:

  1. Una narración con toques de poesía que te toca el lado sensible. Como siempre que leo algo tuyo, encantada.

    ResponderEliminar
  2. Me encanta, tu manera de narrar la esencia de la persona sus emociones y sentimientos, que siempre consigues hacerme reflexionar sobre la vida y el ser humano. Graciasss.

    ResponderEliminar
  3. Una gran historia con muchos sentimientos, saludos

    ResponderEliminar